¡¡Consume y calla!!
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¡¡Consume y calla!!

Ana Isabel Gutiérrez Salegui

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  1. 392 páginas
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¡¡Consume y calla!!

Ana Isabel Gutiérrez Salegui

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Bífidos, sirtuínas, fitoestenoles, absorción celular, nanoesferas, palabras mágicas con las que nos bombardean desde los anuncios y los estantes del supermercado. Todo el mundo quiere que nos cuidemos, todos los productos parece que nos ayudan a ello. Sin embargo, a pesar de este aparente conocimiento sobre alimentación y nutrición y del acceso fácil, que no barato, a todos estos compuestos, las principales causas de enfermedad y muerte en nuestra sociedad tienen que ver con lo que comemos y cómo lo hacemos: hipertensión, bulimia, diabetes, colesterol, anorexia y obesidad.Con tantas voces a nuestro alrededor "investigando" para crear alimentos "saludables y funcionales" y cremas que nos hagan parecer eternamente jóvenes, ¿cómo es posible que estas enfermedades se hayan multiplicado hasta extremos epidémicos en las últimas décadas? ¿Estamos haciendo algo mal o estamos siendo engañados por esas mismas empresas que tanto dicen preocuparse por nuestra salud y la de nuestros hijos?Este libro pretende desenmascarar a una industria que, además de lucrarse con ello hasta extremos insospechados, es directamente responsable de "las enfermedades de la sociedad occidental". A través de un minucioso trabajo de análisis del mundo de la publicidad sobre alimentación y cosmética, se intentan desvelar y explicar los trucos a los que recurre la mercadotecnia alimentaria, las verdades a medias, las mentiras completas, las manipulaciones de los resultados de las investigaciones, los vacíos legales que lo permiten, y hacer conscientes a los consumidores de las trampas que tiende la industria y que tan nefastas consecuencias tienen sobre la salud y el bolsillo. Sólo la información combate la manipulación, sólo la educación puede combatir el engaño. Este libro busca ambas cosas, informar y educar.

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Información

Año
2014
ISBN
9788496797727
Edición
1
1. Introducción
A pesar de que todo el mundo está convencido de que vivimos en la «Sociedad de la Información», en materia de nutrición, alimentación y salud, los tiempos actuales se podrían describir mejor como la «sociedad de la confusión».
A lo largo de mucho tiempo impartiendo clase a sanitarios y a grupos de padres, o directamente evaluando pacientes en mi consulta, he visto que tan importante era informar correctamente, como eliminar leyendas urbanas, mitos e ideas irracionales, que repercutían gravemente en las conductas alimenticias o de autocuidados y, por ende, en la salud.
También he constatado cómo el origen de la mayoría de estas confusiones y errores provenía de los medios de comunicación y, sobre todo, de los anuncios publicitarios. Actualmente, la televisión, la radio y la prensa son las principales fuentes de información nutricional para los consumidores. El problema es que estos mensajes están manipulados, siendo su objetivo principal vendernos una serie de productos concretos, aunque en muchas ocasiones, como en el cuento de Caperucita, incluso lleguen al extremo de disfrazarlo de preocupación por nuestra salud.
Esta tergiversación, en la que se ocultan datos, se exageran propiedades, se utilizan trucos o directamente se dan unos datos sesgados y presentados con el fin de inducirnos a engaño, hace que los conocimientos en materia de alimentación, nutrición y salud de la mayor parte de la población sean, cuanto menos, incorrectos y, en algunos casos, directamente perjudiciales.
Así, ideas irracionales, verdades a medias, mentiras completas, señuelos pseudocientíficos y palabrería de bata blanca sobre dietas, alimentos, nutrientes o cosmética, son la tónica general de un mercado que mueve miles de millones de euros y en el que la mayoría de las personas desconocen que, a pesar de estar gastando muchísimo dinero en cuidarse –o eso es lo que ellos creen– manteniéndose «sanos y delgados», en realidad están, en muchas ocasiones, asumiendo riesgos que ignoran o directamente socavando su salud y minando su economía.
Adicionalmente, muchas de las empresas que comercializan alimentos funcionales, suplementos vitamínicos o productos similares, han dirigido sus estrategias publicitarias a los niños, más específicamente a la salud, cuidado y desarrollo de éstos, a sabiendas de que, lógicamente, un padre que se lo pueda permitir, elegirá lo que considere «mejor» para ellos.
De este modo, desde planteamientos como «ayudarles a crecer sanos», «prevenir deficiencias nutricionales» o incluso «darles unas dosis extras de energía», se ha bombardeado a los progenitores apelando a la responsabilidad en la crianza saludable de sus hijos. Algunas estrategias publicitarias son aún más agresivas, consiguiendo generar en muchos padres sentimientos de culpabilidad –¿qué madre no se sentiría mezquina dando a sus hijos unas simples mandarinas de postre y ahorrándose el precio de unos yogures enriquecidos con vitaminas, calcio y omega 3, por poner un ejemplo?–. Y las empresas lo saben y se aprovechan de ello.
Sin embargo, una humilde fruta es infinitamente más sana como postre que cualquier producto procesado.
En los últimos años, las voces discrepantes, científicos en su mayoría, que no cuentan con los mecanismos publicitarios de las grandes multinacionales, han denunciado, a base de estudios y experimentos, estas prácticas insalubres. Pero la gente no lee Nature ni JAMA, y, la mayoría de las veces, trabajos que han supuesto años de investigación, tienen una repercusión mediática mínima y terminan, como mucho, como póster de algún congreso de especialistas que sólo unos pocos verán.
Algunos blogs han recogido el testigo de los científicos y se dedican a divulgar, en palabras fáciles y comprensibles para la población, estos estudios y trabajos que combaten las engañifas de las empresas y de los gurús de la alimentación.
La labor de esta minoría, científicos y blogueros, junto con las denuncias de los consumidores y sus asociaciones, y algún escándalo que ha sido imposible acallar por parte de las empresas implicadas, han contribuido a que, recientemente, desde organismos internacionales se comience una labor de regulación seria y estricta en materia de leyes sobre publicidad, alimentación, cosmética y dietas.
Sin embargo, «hecha la Ley, hecha la trampa». Los resquicios para bordear la legalidad en materia de publicidad desarrollados por las empresas hacen que, aunque el mensaje emitido se ajuste perfectamente a la normativa, el mensaje percibido sea diferente. No en vano, la publicidad se nutre de la psicología.
Este trabajo pretende contribuir a esta labor divulgadora, denunciando prácticas, como mínimo, poco éticas en publicidad alimentaria y cosmética, y ayudando a combatir la propagación de hábitos potencialmente peligrosos para nuestra salud y la de nuestras familias.
Con estas páginas sólo se busca acercar a la gente, independientemente de su formación y nivel académico, unos conocimientos básicos sobre alimentación, nutrición, cosmética y publicidad. Y hacerles conscientes de que, para el mercado, sólo somos «potenciales consumidores», no importa a qué precio.
Sólo la información impide la manipulación, sólo la educación desarrolla el espíritu crítico. Y ambos objetivos son primordiales a la hora de tomar decisiones sobre lo que hacemos con nuestra salud y la de nuestras familias. Este libro pretende ayudar a ambas cosas. Informar y educar.
Mirando a nuestro alrededor
Cuando, en septiembre del año 2011, el estudio Aladino sobre vigilancia del crecimiento en niños españoles arrojó los resultados obtenidos en menores de 6 a 10 años, los especialistas nos dimos de bruces con la cifra abrumadora de que el 44,5 % de ellos tenía sobrepeso u obesidad.
Respecto a sus progenitores los datos no eran mucho mejores: el 47,6 % de los padres y el 41,2 % de las madres también estaban por encima del peso que deberían tener (1).
Es verdad que el peso es un dato relativo, ya que es más importante la distribución corporal y el tipo de nutrición que ha llevado a ese sobrepeso. Pero, sin entrar aún en esas explicaciones, el dato objetivo es que «casi» uno de cada dos niños españoles está «gordo».
Si sumamos a eso que los trastornos alimentarios debutan cada vez a una edad más temprana, 8 o 9 años, y que un nada despreciable 15-18% de la población juvenil sufre uno de esos cuadros, englobando en ellos la anorexia, la bulimia, los cuadros subclínicos y los síndromes parciales (2), estaríamos hablando de unos intolerables porcentajes de población juvenil que padece algún problema relacionado con la alimentación.
Y si a ese número le añadimos los millones de españoles obsesionados con lo «light», lo «eco», lo «natural», o los que enlazan una dieta con otra, viviendo siempre pendientes de las básculas y las tallas, nos encontramos con una sociedad enferma, obsesionada por lo que come, cuánto come y cuándo lo come.
Una sociedad bombardeada por información errónea, intereses creados y mensajes tóxicos para su autoestima, que además ha perdido el placer de comer y, cuando lo hace, sufre sensación de culpa y de pecado.
Una sociedad en la que, a pesar de los miles de productos que nos prometen bajar el colesterol, mejorar el tránsito intestinal o fortalecer nuestras defensas, y que nosotros consumimos masivamente, las primeras causas de muerte y enfermedad tienen que ver, en su mayoría, con dos únicos factores: el sedentarismo y los malos hábitos nutricionales.
Y si no lo creen, lean detenidamente los siguientes datos: en los últimos veinte años, las muertes por cáncer se han multiplicado por tres a nivel mundial, llegando a alcanzar la cifra de ocho millones de decesos; los problemas cardiovasculares, enfermedades cardiacas e ictus mataron a 12,9 millones de personas en el 2010; la hipertensión arterial fue la responsable de nueve millones de defunciones; el tabaquismo, de 6,3 millones; el alcoholismo sumó 4,9 millones más en un año, y la diabetes, por su parte, aportó a las estadísticas 1,3 millones de fallecidos (3).
Como pueden observar, en este primer mundo, en el que la Sanidad es accesible para todos y en el que se han erradicado casi totalmente las enfermedades infecto-contagiosas, los problemas de salud más graves están relacionados, directamente, con la sobrealimentación.
En medio de este panorama tan saludable les invito a hacer una prueba.
Cuenten los anuncios de alimentos prefabricados, alimentos con «poderes curativos», píldoras para sus carencias nutricionales, cosméticos, dietas, clínicas estéticas y gimnasios que ven a lo largo del día en los periódicos, internet, marquesinas de autobuses, televisión, o escuchan por la radio mientras conducen.
Y ahora respondan a estas preguntas:
–¿Realmente han entendido algo?
–¿Sabe que muchas veces no existen estudios que avalen esas afirmaciones que ha escuchado?
–¿O que muchos de esos estudios se han realizado solamente en moscas?¿O en simples células aisladas?
–¿Y se imaginan cuánto ganan las multinacionales de la cosmética y la alimentación jugando con su salud?
Pues si quieren averiguarlo, continúen leyendo.
 
2. El cambio de una sociedad a través de sus estereotipos
Análisis de una obsesión social y evolución de la misma fomentada por los medios de comunicación
Si colocáramos en una serie las imágenes de los mitos eróticos de los últimos sesenta años, tanto en mujeres como en hombres, patrios o foráneos, veríamos a simple vista la evolución del estereotipo considerado como bello y deseable.
Más altos, más delgados, más jóvenes. Imágenes con cuerpos pre-púberes. Cuerpos de adolescentes imposibles de mantener con los cambios del desarrollo y el paso del tiempo. Rostros sin mácula ni arrugas una vez superado el medio siglo. Momificación en vida. «Amojamamiento» en directo.
Un dato ya manido: en los concursos de belleza, como Miss Suecia, el peso de las ganadoras había pasado de 71 kg en 1951 a 49 kg en 1981. Treinta años después había perdido 22 kilos –ella no, su heredera en el trono, se entiende (4) (figs. 1 y 2).
De hecho, en el año 2006, tras múltiples peticiones por parte de las asociaciones de afectados por trastornos de la alimentación, la Pasarela Cibeles decidió prohibir que desfilaran modelos por debajo de un Índice de Masa Corporal (IMC) de 18. El objetivo era impedir que una imagen enfermiza fuera el modelo de referencia de las mujeres de este país. Ese año, un 30% de las modelos que se presentaron al casting fue rechazado por razones de peso. Una de cada tres chicas estaba, desde el punto de vista médico, excesivamente delgada (5).
Para que se hagan una idea, un IMC de 18 equivale a aproximadamente 53 kilos de peso para una altura de 1,70 metros. Con seis kilogramos menos, 47 kilos, esa misma persona cumpliría criterios para realizar un ingreso hospitalario.
Sno...

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