Socialismo, historia y utopía
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Socialismo, historia y utopía

Apuntes para su tercer siglo

  1. 176 páginas
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Socialismo, historia y utopía

Apuntes para su tercer siglo

Descripción del libro

El presente libro Socialismo, historia y utopía busca hacer un balance filosófico e histórico de la tradición socialista para entender su legado, en busca de ideas que tengan relevancia y potencial para los retos de la sociedad presente. Haciéndose eco de la actitud de Hegel ante la Revolución Francesa, el libro propone que los fracasos y tragedias del socialismo durante el siglo XX fueron tal vez inevitables dadas las condiciones del momento pero, precisamente por esa misma especificidad histórica, en la sociedad actual las ideas socialistas pueden ser una guía valiosa para la acción en un mundo cada vez más complejo sin que por ello se vaya a repetir el pasado. Antes bien, las transformaciones del capitalismo moderno, especialmente en una era de globalización y de crisis ambiental de carácter planetario, hacen que sea cada vez más plausible y más viable retomar la agenda de solidaridad y responsabilidad compartida que forma parte de la tradición socialista desde sus orígenes hace ya más de dos siglos.

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Información

CAPÍTULO VII
Socialismo, político y no metafísico
En 1985, John Rawls, uno de los filósofos más influyentes de los últimos cincuenta años, publicó un artículo que resumía su reacción a los años de intercambios con todo tipo de críticos, algunos amistosos otros no, de su clásico de 1971 A Theory of Justice. El título del artículo era bastante elocuente, transmitiendo la esencia de sus puntos de vista: «Justicia como equidad: política, no metafísica»[1].
Se trataba de un giro importante. En su libro anterior, Rawls había ofrecido lo que en esencia era un análisis contractual del liberalismo moderno. Su objetivo era desarrollar un dispositivo heurístico que pudiera ayudarnos a dar sentido a nuestras intuiciones sobre la justicia y convertirlas en una visión coherente. Tal dispositivo fue el experimento mental que llamó «la posición original».
La posición original de Rawls es un modelo de cómo los seres humanos libres e iguales se juntarían para acordar un conjunto de instituciones que todos consideraran justas, instituciones en las que estarían dispuestos a vivir por el resto de sus vidas. Argumentó que si tal posición original se modelara correctamente, es decir, si tomaran en cuenta todos los aspectos más relevantes de la naturaleza humana que forman parte de la formación de ideas de justicia social, y solo dichos aspectos, el resultado sería una concepción liberal. Es decir, la estructura básica de la sociedad en la que estarían de acuerdo estos seres humanos libres e iguales sería una liberal gobernada por dos principios:
Primero: Cada persona ha de tener un derecho igual al esquema más extenso de libertades básicas que sea compatible con un esquema semejante de libertades para los demás.
Segundo: Las desigualdades sociales y económicas habrán de ser conformadas de modo tal que a la vez que: a) se espere razonablemente que sean ventajosas para todos, b) se vinculen a empleos y cargos asequibles para todos[2].
A esta construcción teórica de gran envergadura Rawls la denominó «justicia como imparcialidad». Su artículo de 1985 fue un hito importante en el camino de la evolución de su pensamiento. Mientras que en 1971 elaboró su teoría contractualista a partir de premisas sobre la racionalidad humana, con el tiempo se convenció de que eran necesarias algunas clarificaciones importantes. En particular, pasó a enfatizar lo que llamó «el hecho del pluralismo», es decir, el hecho de que en una sociedad justa no es posible esperar que todas las personas compartan las mismas opiniones sobre lo que es la buena vida. Una concepción liberal de la justicia, entonces, solo puede aspirar a ofrecer principios que sean compatibles con diferentes puntos de vista. En otras palabras, no puede derivarse de un conjunto de premisas metafísicas sobre lo que es una vida digna de ser vivida, sino que debe ser un acuerdo político que le parezca aceptable a una sociedad diversa.
Este hecho del pluralismo no es para Rawls una restricción arbitraria. Antes bien, es el resultado de un conjunto de experiencias históricas. Por ejemplo, en las sociedades occidentales, fue el resultado obstinado de las múltiples guerras de religión que no pudieron, a pesar de la intensidad y crueldad de quienes las libraron, erradicar los distintos puntos de vista sobre lo divino y su conexión con los asuntos humanos.
Aquí sostendré que la concepción socialista es en nuestro tiempo, también, política, no metafísica. Es decir, deseo articular un conjunto de principios y aspiraciones normativas coherentes con la tradición socialista, pero que, en última instancia, se basan en las experiencias históricas que han vivido las sociedades modernas.
Permítanme comenzar enumerando algunas de esas experiencias históricas que, a mi juicio, deben ser la base de una visión política que no quiera quedarse simplemente como una utopía divorciada de la realidad. Una visión socialista para nuestro tiempo debe tener en cuenta estas experiencias y responder a ellas.
Primero, Rawls tenía toda la razón respecto al pluralismo. Después de siglos de intentos fallidos de suprimir el pluralismo, vivimos en sociedades donde no podemos esperar un acuerdo total entre sus miembros sobre lo que es una buena vida. Como corolario, ninguna concepción política puede validarse simplemente apelando a algún tipo de conocimiento superior.
Para Rawls, esto tenía otra consecuencia importante. Dado que en una sociedad pluralista una concepción plausible de la justicia no puede derivar su autoridad de, digamos inspiración religiosa o algo similar, debe ser públicamente defendible. Debe poderse expresar claramente, en público, apelando a las habilidades de razonamiento de ciudadanos que son reconocidos como libres e iguales. Para que sea eficaz, todo el mundo debe ver esta concepción como una forma de fomentar sus propias vidas y aspiraciones profundamente arraigadas.
El segundo hecho en esta lista es el hecho de la complejidad. Las sociedades modernas son complejas en el sentido de que en nuestra búsqueda de una buena vida, sea cual sea la visión que de ella tenemos, dependemos de vastas redes de individuos, la mayoría de los cuales nunca encontraremos cara a cara, redes que operan a través de mecanismos imposibles de conocer por completo y cuyo desempeño es imposible de predecir.
Este hecho de la complejidad jugará un papel importante en mi argumento, pero antes de explicar sus implicaciones en detalle, agregaré otro hecho a la lista: el hecho de la abundancia relativa y contingente. Con esto me refiero al hecho de que durante el último medio siglo, apenas un pequeño parpadeo en la historia humana conocida, la forma en que la escasez física afecta nuestras vidas y organizaciones sociales ha cambiado drásticamente.
La abundancia que ahora experimentamos es relativa por la sencilla razón de que nunca puede ser absoluta en un mundo finito. Pero en comparación con cualquier época anterior, la cantidad de recursos físicos a nuestra disposición, junto con nuestro dominio de las leyes de la naturaleza, hace que sea físicamente posible asegurar el sustento de todo ser humano sobre la faz de la tierra. La producción global de alimentos es suficiente para cumplir con los requisitos básicos para todos. De hecho, las hambrunas se han vuelto más raras y, cuando ocurren, se debe principalmente a la agitación política más que a la falta de alimentos[3]. Del mismo modo, hay suficientes recursos en el mundo para proporcionar techo y vestido a toda la población. El PIB per cápita del mundo es en este momento más de 10.500 dólares al año. Para poner este número en perspectiva, las agencias internacionales definen la miseria como vivir con menos de 1 dólar por día. Una persona diez veces por encima de ese umbral tendría un ingreso anual de 3.650 dólares, casi un tercio del promedio mundial. La ciencia para prevenir la mayoría de los tipos de muertes infantiles ha estado disponible durante mucho tiempo y, de hecho, los descubrimientos con el mayor impacto, como las sales de hidratación para prevenir la diarrea, son ridículamente baratos. Podríamos continuar con los datos, pero el patrón es inconfundible: no hay ninguna razón física en este momento por la que alguien en el mundo deba estar hambriento, desamparado, desnutrido o padeciendo enfermedades prevenibles. De igual importancia, en este momento la tasa de analfabetismo en todo el mundo es de alrededor de un 15 por 100, algo impensable hasta hace muy poco. Podría caer más e incluso desaparecer a muy bajo costo. Por primera vez en la historia, la noción de un mundo en el que todo ser humano puede leer y escribir es una posibilidad cercana.
Al mismo tiempo, esta abundancia es contingente. Al igual que por primera vez en la historia, los humanos pueden asegurar la supervivencia de todos sus individuos, por primera vez en la historia pueden provocar su destrucción como una especie. Los arsenales termonucleares acumulados podrían eliminar la vida humana de la faz de la tierra. Por aterradora que sea esta perspectiva, probablemente no sea la mayor causa de preocupación, ya que la evidencia disponible indica que la disuasión nuclear, con todos sus defectos, parece funcionar. Por supuesto, esto podría no ser así pero al menos hay razones probadas empíricamente para creer que lo es. En cambio, la evidencia disponible indica que la actividad humana puede producir un cambio climático significativo, incluso catastrófico. Hay muchas formas que tal cambio puede tomar. En un escenario extremo, podría volver inhabitable todo el planeta, aunque parece poco probable basándose en los modelos actuales. En cambio, es mucho más probable que el cambio climático pueda imponer enormes privaciones a grupos humanos que ya se cuentan entre los más vulnerables (por ejemplo, inundaciones en Bangladesh, fallas masivas de cultivos en el África subsahariana). Podría también desencadenar, y de hecho está desencadenando ya, una competencia rapaz entre grupos con poderes altamente desiguales en pos de recursos tales como agua potable y tierra cultivable. Las personas en los países ricos, especialmente los que gozan de más ingreso, podrán ajustarse a estos cambios, pagando más por los bienes esenciales, sacrificando algunos bienes y servicios superfluos y, en suma, sobrellevando la situación. Pero tal vez ni siquiera esto se puede dar por sentado y las consecuencias pueden ser gravísimas incluso para aquellos que parecen estar mejor posicionados.
Creo que cualquier visión política coherente y atractiva en nuestro tiempo debe compartir muchas de las características del liberalismo rawlsiano. Su diagnóstico del hecho del pluralismo y su reacción al mismo, su comprensión de cómo debe moldear tanto la forma como el contenido de nuestras ideas políticas son altamente loables. No considero la visión socialista que describiré como una alternativa al liberalismo de Rawls, sino más bien como una forma de completarla. Por supuesto, una vez se completa un edificio, puede llegar a ocurrir que algunas de sus partes, incluso algunos de sus cimientos, necesitan ser reparadas.
El hecho de la complejidad tiene profundas implicaciones que, creo, Rawls descuidó. Antes de ver cuáles pueden ser esas implicaciones, debemos ser lo más claros posible sobre cuál es el hecho en sí.
El mundo siempre ha sido complejo, al igual que siempre ha sido plural. La población mundial actual es de unos 7.600 millones de personas. Según las Naciones Unidas, se espera que este número alcance los 8.600 millones en 2030, 9.800 millones en 2050 y 11.200 millones en 2100. Estos números ciertamente son vertiginosos, pero representan una desaceleración del crecimiento de la población. La población mundial casi se duplicó entre 1960 y 2000. Si las tendencias actuales se mantienen, el aumento en más de un siglo a partir de ahora será un poco más del 50 por 100.
Pero los números absolutos de los seres humanos son solo una parte de la historia. Las interconexiones entre ellos han crecido y siguen creciendo cada vez con más celeridad. Como observó una vez Eric Hobsbawm, la historia del mundo como tal solo puede decirse que comenzó a mediados del siglo XIX[4]. Antes de eso, vastas partes del mundo estaban desconectadas unas de otras. Antes de la década de 1850, los latinoamericanos podían vivir absolutamente despreocupados de lo que sucediera, por ejemplo, en Malasia. Ahora ya no es posible. A fines del siglo XIX, el comercio ya había creado un verdadero mercado mundial y las migraciones ya habían puesto en contacto a personas de los más diversos orígenes.
No solo los mercados se expandieron y profundizaron. Los estados también lo hicieron. El siglo XIX vio el surgimiento de estados mucho más vigorosos que sus predecesores. Vemos esto en el tipo de cosas que los estados podían saber sobre su población. Los antiguos imperios realizaban censos. Pero hasta el siglo XIX, estos eran básicamente conteos de población que no ofrecían ninguna información sobre, por ejemplo, las condiciones de vida. Las oficinas de estadísticas solo se crean alrededor de la década de 1830. Alrededor de la década de 1870 empezaron a realizarse estudios sobre las condiciones de salud, la pobreza y la delincuencia en Francia e Inglaterra. Los datos sobre la situación del empleo se concretaron alrededor de la década de 1870[5]. Los primeros ejercicios de lo que ahora llamamos cuentas nacionales se remontan a De Verbum Sapienti escrito por William Petty en 1665, en el que estimaba la riqueza de Inglaterra. Pero solo en 1886, un Estado (Australia) desarrolló sus propias mediciones del ingreso nacional. A principios de la década de 1900, los países más desarrollados comenzaban a producir datos rutinarios de su desempeño económico.
No solo los estados, por así decirlo, sabían más, también empezaron a hacer más. En la primera mitad del siglo XIX, Prusia, Francia, Suecia y Dinamarca se convirtieron en los pioneros en la introducción de la enseñanza universal[6]. En los últimos doscientos años la capacidad del Estado se ha expandido en una trayectoria ascendente prácticamente ininterrumpida. No solo los países adoptan cada vez más el modelo moderno y racional de Estado, sino que este modelo se vuelve cada vez más refinado.
El desarrollo de estados y mercados no ha sido una mera yuxtaposición. En contra de lo que sostiene el dogma neoliberal, los mercados y los estados coexisten en una relación compleja. Como Karl Polanyi observó muy astutamente, los productos más importantes de una economía de mercado, trabajo, tierra y capital, no son simplemente objetos físicos para ser comercializados, sino el resultado de un proceso complejo y prolongado de desarrollo institucional[7]. Sin títulos de propiedad no hay mercado para la tierra. Sin licencias de operaciones bancarias no hay dinero funcional. Sin tribunales no hay contratos vinculantes para la contratación de mano de obra. Los títulos, las licencias y los tribunales son todas instituciones estatales.
Recíprocamente, los mercados también impulsan el desarrollo del Estado. El crecimiento del sistema bancario hizo posible uno de los misterios más asombrosos y menos apreciados de la vida social moderna: la deuda pública emitida a perpetuidad. Sin un sistema bancario en pleno funcionamiento, sería imposible encontrar compradores suficientes para los bonos que los gobiernos ahora emiten de manera rutinaria. Gracias a estos lazos, estos verdaderos contratos entre los viv...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Presentación
  5. Prefacio. Michelangelo y Philippe
  6. I. Una tradición extraviada
  7. II. De la utopía a la Bastilla
  8. III. Marx y el don Problemático de la profecía
  9. IV. «El comunismo en su primera forma»
  10. V. La rosa marchita
  11. VI. Dialéctica de la utopía
  12. VII. Socialismo, político y no metafísico
  13. Coda. Sin juicio final