Patriarcado y capitalismo
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Patriarcado y capitalismo

Feminismo, clase y diversidad

Josefina Luzuriaga Martínez, Cynthia Luz Burgueño Leiva

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Patriarcado y capitalismo

Feminismo, clase y diversidad

Josefina Luzuriaga Martínez, Cynthia Luz Burgueño Leiva

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Mientras que las ideas del feminismo se transforman en fuerza material en las calles y en las asambleas, en lugares de trabajo e institutos, importantes debates estratégicos cruzan el movimiento: ¿cuál es la relación entre la opresión de las mujeres y el capitalismo?; ¿es posible un feminismo para la mayoría de las mujeres que no sea a la vez antirracista y anticapitalista?; ¿cuáles son las alianzas sociales que tenemos que tejer con esos objetivos?A lo largo de la historia, el capitalismo ha mostrado una enorme capacidad para intentar asimilar los movimientos sociales y domesticarlos, transformarlos en nuevos "nichos" para el consumo. Por eso es importante visibilizar las políticas del feminismo liberal: mientras algunas mujeres como Ana Botín del Banco Santander están al frente de grandes empresas multinacionales, hay millones que se enfrentan cada día a la precariedad laboral, los recortes, el racismo y la xenofobia. La cuestión de clase atraviesa el género y delimita trincheras enfrentadas.Pero también se vislumbra otra tendencia en pleno desarrollo: la vinculación a una lucha de clases más general. Las mujeres trabajadoras y campesinas han estado a la vanguardia de grandes revoluciones y luchas sociales. Ahora, en los primeros años del siglo XXI, con una feminización del mundo laboral como nunca se había dado, la clase trabajadora tiene rostro de mujer y el movimiento de mujeres puede estar anunciando una recuperación más general de la lucha de clases contra el capitalismo patriarcal y racista. Esa es la hipótesis de este libro, y también nuestra esperanza.

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Información

Año
2019
ISBN
9788446048329
II
La clase obrera tiene rostro de mujer. Suelos pegajosos para las Kellys
Ana Patricia Botín en su manifiesto en LinkedIn asegura que las mujeres, para lograr igualdad, necesitamos «cambios estructurales en la organización del trabajo, si aspiramos a un entorno laboral más justo». Pero, bajo los techos de cristal que atraviesan las empresarias como ella, se encuentran los suelos pegajosos de los que no se pueden despegar la mayoría de las mujeres, las trabajadoras, migrantes y jóvenes precarias.
«De tanta explotación, me han salido ampollas y he sangrado por las manos», dice otra Ana, que no es Botín. Ella es trabajadora e inmigrante de origen boliviano, organizada en Las Kellys, una asociación que agrupa a «las que limpian» los hoteles. Ana López migró a finales del año 2000, su exmarido tenía un trabajo precario en Bolivia y vinieron juntos, dejando atrás a un hijo de seis meses y una hija de dos años. Pensaba que sería por poco tiempo, pero lleva 19 años viviendo en Barcelona. Su primer destino laboral fue fregar y cocinar a domicilio, con uniforme de empleada doméstica, sin contrato ni derechos. Hasta que obtuvo «los papeles» y empezó a trabajar de fija en una empresa de servicio de limpieza en edificios y comunidades. Allí trabajaba 10 horas y por las tardes hacía 3 horas más por su cuenta. Cuando llegaba a su casa, le tocaba cocinar y limpiar para sus hijos, algo que muy pocas veces le habrá tocado a Ana Botín.
Supuestamente te contratan desde las seis de la mañana hasta las dos de la tarde, pero te dan faena para hacer en 12 horas. En un edificio de 13 plantas, primero tienes que barrer y, cuando subes al ascensor, ya te ponen los trapos para limpiar los cristales y las chapas de los ascensores. Luego vuelves a subir y barres, quitas el polvo a todo, puertas, interruptores, felpudos, cristales, los interruptores de los vecinos. Todo en 20 minutos para limpiar las 13 plantas. Y una vez al mes, el terrado que siempre está muy sucio. Si no hay ascensor, hay que hacerlo andando, subiendo y bajando cada dos pisos para volver a cargar los cubos con agua. ¡Pero eso no es posible hacerlo en 20 minutos! Tardas 40 minutos o más. Y después, correr a otro edificio, 14 edificios por día[1].
Después de trabajar 16 años en la misma empresa, los dueños alegaron pérdidas y subrogaron a las trabajadoras quitándoles derechos, las trasladaron a sitios alejados y sumaron más edificios para limpiar, en el mismo tiempo y por el mismo salario. Así fue como en la PAH –donde ya estaba organizada– aconsejaron a Ana López que se acercara a Las Kellys: «Ya sabía cómo luchar por mi derecho a vivienda, ahora tenía que luchar por mis derechos laborales».
En abril de 2008, Ana Botín pronunció un discurso en la Escuela de Negocios de Deusto, en Bilbao:
Ese discurso describe mi filosofía sobre un entorno laboral más igualitario [...]. Desde entonces estas ideas se han reflejado en las políticas de igualdad que impulsamos primero en Banesto, después en Santander en el Reino Unido y más recientemente en el conjunto del Banco Santander. En aquel discurso ponía énfasis en los beneficios de la diversidad en la empresa.
Pero esa diversidad es sólo diversidad de la explotación, muy lejos de políticas reales de igualdad cuando es la banca la que expropia las viviendas de las trabajadoras, como casi le ocurre a Ana López. Con su exmarido habían comprado un piso, pero las cuotas de la hipoteca subieron, él se quedó sin trabajo y sin derecho al paro. Decidieron volver a Bolivia y enviaron primero a sus hijos, pero al poco tiempo su exmarido se fue también, abandonándola con la hipoteca. Ana López se quedó sola y no tuvo otra opción que pasar por casas de acogida. Empezó a trabajar también los fines de semana, hasta que ya no aguantó más, se quedaba dormida en los altos. Dejó de pagar y comenzaron las amenazas de desahucio. Pero su fortaleza la llevó a organizarse, contra la banca y los banqueros, contra banqueras, como Ana Botín.
Así es que Anita, como le dicen sus compañeras y compañeros, siguió luchando:
Fui a la primera protesta en el Hotel Hilton con Las Kellys y salí en La Vanguardia, en una foto cuando me estaba empujando la policía. Mis jefes me vieron y me descontaron el incentivo. Por «revolucionaria», me dijeron en recursos humanos. Estuve en las manis del 8M. Somos feministas porque no pensamos sólo en nosotras, sino en todo lo que hay a nuestro alrededor. El 8M yo lo vivo como ese gran día en el que las mujeres podemos denunciar la precariedad que sufrimos[2].
Ahora Ana decidió hacer un curso para trabajar de cuidadora de personas mayores en servicios sociales: «Sé que los sueldos son precarios. Por eso me voy a organizar en el SAD (Servicio de Atención Domiciliaria) que, también como Las Kellys, trabajan en empresas externalizadas y en condiciones muy precarias».
Las kellys, como muchas otras, son mujeres que luchan y se organizan cotidianamente contra la explotación, los desahucios y la violencia machista, para salir de esos suelos pegajosos, mostrando cómo la pertenencia de clase delimita los contornos de su opresión. Estas experiencias están atravesadas por el doble peso de la explotación como trabajadoras y la opresión como mujeres, que interactúan. Con el término explotación nos referimos a la relación entre las clases y su posición respecto a los medios de producción, mediante la cual los capitalistas se apropian del trabajo excedente de las masas trabajadoras. Mientras que la opresión da cuenta de la relación de dominación de un grupo sobre otro por razones de género, sexo, cultura, nacionalidad o etnia. Analizar los binomios inseparables de clase y género, opresión y explotación, es entonces fundamental para pensar estrategias de emancipación contra el capitalismo patriarcal. Esto nos permite no abstraer la opresión de las relaciones de explotación, sin caer tampoco en una visión mecanicista y reduccionista de clase que considere la lucha contra el machismo o el racismo como algo de segundo orden.
La «filosofía sobre un entorno laboral más igualitario» de Ana Botín se muestra como puro discurso liberal, ya que, a pesar de la conquista de algunos derechos, en la práctica estos se encuentran limitados para la gran mayoría de las mujeres. Mientras persista el capitalismo, la igualdad de las mujeres seguirá siendo una ficción que no se corresponde con la vida real, como muestra el caso de Ana López. Las cadenas que deben romper las trabajadoras no niegan la opresión que sufre la mitad de la humanidad por el solo hecho de ser mujeres, más allá de su pertenencia de clase. Ahora bien, no todas las mujeres son oprimidas por idénticas razones y, además, hay oprimidas que oprimen. La lucha contra las múltiples opresiones de las mujeres se inscribe en la historia de la lucha de clases y, en esta batalla, Ana Botín y Ana López están en trincheras opuestas.
Feminización mundial de la fuerza de trabajo
Por primera vez en la historia del capitalismo, aproximadamente el 40 por 100 del empleo global está compuesto por mujeres[3]. Esta enorme fuerza laboral femenina permite romper el imaginario de una clase obrera reducida al obrero masculino de mono azul, único sostén y cabeza de familia, nativo y blanco. En 2019 la incorporación de las mujeres al mercado laboral continuó aumentando significativamente[4]. A nivel mundial más de la mitad de las mujeres de veinticinco a cincuenta y cuatro años se encuentran económicamente activas, cifra que aumenta a dos de cada tres entre las mujeres solteras. En la Unión Europea, en 2017 la tasa de empleo femenino alcanzó su nivel histórico más alto (66,4 por 100) aunque con diferencias en cada Estado miembro[5]. En Alemania, la tasa de empleo femenino es una de las más altas de Europa: 18,4 millones de mujeres en 2017, lo que representa un 75 por 100 de aquellas entre veinte y sesenta y cuatro años.
Si clase trabajadora también se escribe en femenino es debido a las profundas transformaciones del capitalismo en el último siglo[6]. Este crecimiento de la fuerza asalariada femenina vino acompañada del empeoramiento de las condiciones de trabajo, signadas por la fragmentación y división interna en múltiples categorías. Llegado el siglo xxi, en el terreno laboral se acrecientan las desigualdades de género. «Precariedad con rostro de mujer», dice una pancarta de las camareras de piso protestando en la puerta de un hotel de lujo en la costa mediterránea[7].
Pobreza y explotación también con rostro de mujer: a nivel mundial las probabilidades de trabajar en el sector informal son más altas para las mujeres que para los hombres. El 80 por 100 de las mujeres de Asia Meridional ocupadas en empleos no agrícolas se desempeña en este sector, una cifra que alcanza el 74 por 100 en la África subsahariana y el 54 por 100 en América Latina y el Caribe. En las zonas rurales, muchas mujeres obtienen su sustento de la actividad agrícola de pequeña escala, casi siempre de manera informal y a menudo sin salarios. Por otro lado, también están sobrerrepresentadas en los trabajos más vulnerables con condiciones precarias y bajos salarios. «Hasta 2013, el 49,1 por 100 de las mujeres trabajadoras del mundo se encontraba en situación de empleo vulnerable, a menudo sin protección de las leyes laborales»[8].
El periodista Pierre Rimbert, en el artículo «El insospechado poder de las trabajadoras»[9], señala que actualmente en Francia la fuerza asalariada femenina representa el 51 por 100 del total de la clase trabajadora frente a un 35 por 100 en 1968; un aumento que acompaña condiciones cada vez más precarias, con una brecha salarial del 25 por 100. Esta fuerza social dejó de ser invisible desde hace varios años, siendo Francia escenario de luchas y huelgas en sectores como sanidad, residencias de personas mayores y dependientes, comedores escolares o limpieza.
La gran feminización de la fuerza laboral cuestiona una de las aristas más misóginas del sistema capitalista patriarcal, que históricamente intentó limitar la participación de las mujeres en la producción como asalariadas. Aunque aquel rol exclusivo de la mujer en el hogar nunca se cumplió por completo, como veremos, en el caso de la clase trabajadora. En su expansión, el capitalismo aprovechó y promovió la división sexual del trabajo[10] no sólo entre el hogar y el empleo, sino en la misma producción, dando forma a una estructura laboral femenina en los trabajos más desvalorizados. Así lograba explotar doblemente a las mujeres, con enormes desigualdades y salarios de menor cuantía que los masculinos –presionando de este modo a la baja las condiciones laborales de todos–. El sistema perpetuó, al mismo tiempo, la idea de la domesticidad femenina, destinando a las trabajadoras a realizar ese trabajo no remunerado en el hogar en una doble jornada.
Del hogar al trabajo: un poco de historia
Y el hombre que tiene fuerzas para desvolver la tierra y para romper el campo, y para discurrir por el mundo y contratar con los hombres, negociando su hacienda, no puede asistir a su casa, a la guarda della, ni lo lleva su condición; y al revés, la mujer que, por ser de natural flaco y frío, es inclinada al sosiego y a la escasez, y es buena para guardar, por la misma causa no es buena para el sudor y trabajo del adquirir. Y así, la naturaleza, en todo proveída, los ayuntó […][11].
Fray Luis de León, La perfecta casada, 1583
Viajemos un poco por la historia de esta duradera división s...

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