
- 256 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
Historia de la Filosofía Medieval
Descripción del libro
Se trata de una historia clara y expuesta con rigor y sencillez, donde destaca una excelente línea argumentativa, muy ponderada en cuanto a la interpretación de los autores, sin dejarse llevar por partidismos, sino concediendo relevancia a las corrientes que han ejercido mayor influjo en la filosofía posterior (en este caso, de señalar la atención prestada a autores como Juan Escoto Erígena y Juan Duns Escoto, situados en la obra a la par de Tomás de Aquino, cosa poco usual, dada la tradicional orientación neotomista de los manuales al uso en esta disciplina).
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FilosofíaCategoría
Filosofía medieval y renacentistaVI
La filosofía en el siglo XIII
VI.1. CARACTERIZACIÓN GENERAL
Durante el siglo XII se produjo un gran desarrollo cultural en la Europa latina. Sin embargo, todavía seguía perteneciendo a un período inaugurado con Carlomagno, dominado por la creencia de que la cristiandad formaba una sola comunidad, gobernada por dos poderes, universales cada uno de ellos en su respectivo ámbito de aplicación: el espiritual y el terrenal. Pero ese mismo carácter universalista hizo derivar la pretendida independencia de cada uno en un conflicto generalizado entre los dos poderes. Bajo esta estructura universalista la vida real del hombre se movía en un contorno muy particularista y localista y estaba organizada políticamente en múltiples feudos. Las transformaciones sociales y económicas operadas a lo largo del siglo XII tuvieron como resultado la superación de las distintas formaciones locales y dispersas y la aparición de nuevas unidades políticas, destinadas más adelante a convertirse en soberanas. En el terreno intelectual, el siglo XII, aunque había comenzado a tener noticia de los grandes logros de la cultura árabe y aunque había entrado ya en contacto con algunos de ellos, estaba aún impregnado de la visión agustiniana del universo, de la idea de la sabiduría cristiana como abarcadora de toda la vida humana.
Estas tendencias se quebraron definitivamente en el siglo XIII, que, habiendo llegado a ser la cima del período medieval, significó también el principio del fin, en tanto que durante él aparecieron los primeros elementos que disgregaron definitivamente la unidad política e intelectual de la Edad Media latina. Este siglo representó el final de la lucha entre aquellos dos poderes, aunque el papado afirmó la teocracia como forma de gobierno en su pretensión de alcanzar la plenitud del poder. Federico II Hohenstaufen provocó la dispersión del Imperio en Estados particulares y, en parte también, la consolidación de otras monarquías independientes, como Castilla, Aragón, Francia e Inglaterra, que poco a poco fueron configurando unos sistemas de gobierno que darían lugar al surgimiento del Estado moderno como empresa racional. El reino de Sicilia, regido por Federico, significó la ruptura del feudalismo y la aparición del primer Estado moderno, al establecer en las constituciones de Melfi (1231) una organización administrativa centralizada y al crear unos monopolios comerciales. El siglo XIII fue, en fin, el siglo del desarrollo económico de las ciudades y su afianzamiento como municipios independientes, el siglo de la afirmación de una clase social activa y próspera en las ciudades, el del fortalecimiento de las monarquías a pesar de la fuerte presencia de la Iglesia en todas las instituciones políticas, sociales y culturales de Europa.
La misma vida intelectual alcanzó una gran expansión, provocado en parte por el aumento de las escuelas urbanas durante el siglo anterior. Ahora se reforzó el nuevo carácter de la enseñanza, con la proliferación de comentarios y notas, con el aumento de la composición de libros, hasta el punto de que lo escrito desempeñó un nuevo papel en la vida política, administrativa y religiosa. La mentalidad urbana fue decisiva para este cambio, puesto que fue en la ciudad donde la vida intelectual se convirtió en un oficio retribuido,con sus técnicas, su aprendizaje y su corporación. La fundación de las universidades fue uno de los factores más relevantes que contribuyeron a dar un nuevo sentido al pensamiento. Y la filosofía comenzó a articularse en verdaderas escuelas, inexistentes antes, que entraron en pugna entre sí y que tuvieron como especial lugar de manifestación la universidad. También en ésta cobraron expresión la contienda sobre Aristóteles y una nueva concepción de la vida y de la enseñanza más secular, frente a una tendencia que pretendía mantenerla aún en los límites estrictos de lo religioso. Además, algunas universidades se especializaron en determinados tipos de saberes: Salerno y Montpellier se consagraron a la medicina; Bolonia se distinguió por el estudio de las leyes y del derecho; París fue el gran centro de estudios filosóficos y teológicos; Oxford tuvo más que ver con la aparición del espíritu científico, pues fue aquí donde, al aplicar la óptica y la matemática al estudio de la naturaleza, se sentaron las bases para el nacimiento de la ciencia experimental.
La vida intelectual del siglo XIII se caracterizó también por el debate de algunos problemas que, aparecidos con anterioridad, fueron ahora planteados y discutidos de una manera más profunda y amplia, desarrollando métodos de reflexión y llegando a consecuencias que señalaron notables progresos respecto a lo anteriormente conseguido. El problema de las herejías se manifestó con renovada fuerza, afectó a amplias masas de población y tuvo que ver con doctrinas escatológicas y espirituales, que apuntaban al deseo de una renovación religiosa y mística de la Iglesia. La querella de las investiduras, por su parte, había impulsado la recopilación de textos jurídicos que pudieran justificar las reivindicaciones del papado y del imperio; esto provocó un notable desarrollo del derecho romano, que fortalecía las nociones de soberanidad y de Estado, inspirando y defendiendo la extensión del poder laico y el desarrollo de la administración civil, y la constitución definitiva del derecho canónico, entendido como el conjunto de reglas jurídicas y prácticas consuetudinarias organizadoras de la vida de la Iglesia. Hay que destacar también la evolución de la literatura, que vio nacer e incrementarse los textos en lenguas vulgares, con la aparición de nuevos géneros y temas, de carácter más culto, didáctico y piadoso.
Finalmente, otro factor que explica el elevado nivel alcanzado en el pensamiento durante el siglo XIII, el que en gran medida impulsó la incorporación y asimilación de ideas y doctrinas procedentes del mundo árabe y de la filosofía griega, en especial la de Aristóteles, fue la fundación de las órdenes religiosas de los mendicantes, franciscanos y dominicos. Aportaron una notable cantidad de maestros a las universidades, que propiciaron amplios debates y profundas discusiones, con la puesta en circulación de nuevas ideas, que vincularon la competencia intelectual con las exigencias religiosas. A diferencia de lo que ocurría con otros monjes, la importancia de estas nuevas órdenes religiosas se debía al hecho de ser órdenes urbanas, habitantes de los más afamados centros que habían sufrido una extraordinaria transformación económica, cultural y social. Fueron órdenes que comprendieron la trascendencia que tenía una buena formación intelectual: ésta era la única que podía proporcionar el saber necesario para llevar a cabo la labor de predicación y de difusión de las doctrinas religiosas. Desde su fundación y desde que comenzaron a enseñar en las universidades, franciscanos y dominicos vieron crecer la oposición y el rechazo entre clérigos y maestros seculares. Hacia mediados de siglo se les prohibió el acceso a la universidad de París y la querella se convirtió en ideológica, interviniendo en ella el obispo y el rey de Francia; se pretendió reducir a los mendicantes al mismo estatuto de los demás monjes, sometidos al trabajo manual como único medio de subsistencia. El posterior reconocimiento del género de vida de los mendicantes por el papado y la aceptación como maestros de la universidad de algunos de sus más renombrados miembros puso fin a la contienda. Pero significó la confirmación definitiva de la autoridad pontificia frente al poder real, que pretendía dominar también la corporación universitaria.
VI.2. LA DIFUSIÓN DEL ARISTOTELISMO EN EUROPA
Ya se ha señalado cómo durante el siglo XII la Europa cristiana entró en contacto con la cultura árabe. Las relaciones que se establecieron fructificaron en la intensa labor de traducción al latín de obras griegas árabes. Esta actividad permitió, por una parte, el conocimiento de la antigua filosofía griega y de la transformación que ésta sufrió en el mundo árabe, así como la introducción del tema de la Razón, tal como había sido planteado en la filosofía musulmana, con su autonomía e independencia de los principios de una religión revelada. Por otra parte, dio a conocer toda la obra de Aristóteles, lo que representó para el pensamiento latino una conmoción enorme, al desafiar los cimientos platónico-agustinianos en que se asentaba.
Toledo en España y Palermo en Sicilia fueron los principales centros, pero no los únicos, en que se realizó la actividad traductora. Hombres como Jacobo de Venecia, Enrique Aristipo y un tal Juan tradujeron, directamente del griego, a Aristóteles durante la primera mitad del siglo XII, pero sus traducciones apenas tuvieron difusión. Fueron las versiones realizadas a partir de la segunda mitad del siglo XII y durante el siglo siguiente las que dieron a conocer ampliamente a Aristóteles y a algunos filósofos árabes y judíos.
El siglo XII había conocido sólo al Aristóteles lógico. A fines del siglo comenzó la recepción de doctrinas no lógicas de Aristóteles. Esta recepción significó el conocimiento del racionalismo y el naturalismo griegos, distinto del naturalismo que había caracterizado a algunas tendencias filosóficas del siglo XII. El naturalismo del siglo XIII fue más científico, en el sentido de que respondía a criterios basados en la demostración, tal como se deducían de la lógica aristotélica. Como este naturalismo, impregnado de doctrinas filosóficas árabes, implicaba las doctrinas de la necesidad y eternidad del universo, el rechazo provocado por la tradición cristiana se dirigía tanto contra este naturalismo como contra su directo inspirador, Aristóteles. Aunque la ciencia, el racionalismo y el naturalismo griegos encontraron algunos ambientes favorables, especialmente entre los maestros de las Facultades de Artes, que impulsó la consideración de las artes como disciplinas autónomas, estudiadas con fines profesionales, sin embargo produjeron una gran turbación en aquellos teólogos más conservadores, que promovieron una hostilidad de la Iglesia hacia el filósofo griego y sus principales doctrinas.
Es cierto que Aristóteles llegó a ser ampliamente conocido entre los latinos, a pesar de las enormes dificultades por las que atravesó su conocimiento y difusión. Es cierto también que muchas de estas dificultades estuvieron provocadas por las lecturas árabes de Aristóteles, que lo veían desde un prisma neoplatónico. Y es cierto igualmente que hubo un aristotelismo difundido a través de textos apócrifos, a veces mágicos y herméticos, que impidieron una lectura auténtica de la obra aristotélica. Por ello, problemas como el de los textos traducidos, el lugar de Aristóteles en las universidades y programas de estudios, o el de la influencia doctrinal son problemas que merecen todavía hoy estudios esclarecedores. Sobre todo, la cuestión de su influencia doctrinal, que se ejerció sobre casi todas las tendencias doctrinales que vio aparecer el siglo XIII, incluso en aquellas que más abiertamente lo rechazaron.
Desconocemos en qué momento exacto comenzó a ejercer influencia directa, a través de sus obras. Pero sabemos que a lo largo del primer decenio del siglo ya era suficientemente conocido en París y en Oxford. Hay varios testimonios de ello. Alejandro Neckham (+ 1217), vinculado a las universidades de París y Oxford, compiló hacia 1200-1210 una lista de obras para lectura de los estudiantes; entre ellas, recomendaba, como merecedora de al menos un somero examen, la Metafísica, Sobre la generación y la corrupción y Sobre el alma.
El testimonio de que Aristóteles no era indiferente en los medios intelectuales de París fue la condena dictada en el sínodo de la provincia eclesiástica de Sens, celebrado en París en 1210, en el que se reprobaba las doctrinas de Amaury de Bène y David de Dinant, por sus tendencias panteístas y materialistas, y proscribía la lectura de Aristóteles y de sus comentarios en los siguientes términos: «Que no sean leídos los libros naturales de Aristóteles ni sus comentarios, tanto en público como en privado, bajo pena de excomunión»[1]. Los libros aludidos aquí probablemente fueran Física, Sobre el alma y Metafísica, mientras que los comentarios podrían ser obras de al-Fârâbî, Avicena y Algazel, ya que éste es mencionado como commentator en el comentario inspirado en el Sobre el alma compuesto antes de 1210 por el inglés, estudiante en París, John Blund. Quizá también se indicaban escritos de Alejandro de Afrodisia, traducidos a fines del siglo XII, inspiradores de la noética de David de Dinant.
Las obras aristotélicas debieron continuar siendo leídas, puesto que en 1215 se renovó la prohibición, cuando el legado pontificio Roberto de Courçon reorganizó por mandato papal los estudios de la universidad de París y estableció en los nuevos estatutos lo siguiente: «Que se lean los libros de Aristóteles sobre la dialéctica, tanto de la antigua como de la nueva, en las escuelas de manera ordinaria y no de forma sucinta. Que se enseñen, igualmente de manera ordinaria, los dos Priscianos o, al menos, el segundo. Que no se enseñen los días festivos, a no ser a los filósofos, las obras retóricas, las materias del quadrivium, el Barbarismus, la Ética, si quieren, y el cuarto libro de los Tópicos. Que no lean los libros de Aristóteles sobre la metafísica y la filosofía natural, ni las sumas de estos libros, ni las doctrinas del maestro David de Dinant, el hereje Amaury o de Mauricio Hispano»[2].
¿A quiénes alude este estatuto? En primer lugar, a las obras autorizadas: el Organon aristotélico, que, junto con las Instituciones gramaticales de Prisciano, constituían las dos obras fundamentales de la formación de los estudiantes de Artes. A esta enseñanza se añadían, los días de fiesta y domingos, los «filósofos y obras de retórica», posiblemente Cicerón, Sén...
Índice
- Portada
- Portadilla
- Legal
- Introducción
- I. Cristianismo y filosofía
- II. La filosofía en el Mundo Islámico
- III. La filosofía en el siglo IX
- IV. La filosofía en el siglo XI
- V. La filosofía en el siglo XII
- VI. La filosofía en el siglo XIII
- VII. El ocaso de la filosofía medieval
- Bibliografía