
- 200 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Descripción del libro
Ante lo que parece el final del hispanismo o de una importante etapa del mismo, este libro no pretende hacer balance de la actividad de los hispanistas, ni valorar o criticar sus aportaciones –aunque es claro su papel en la elaboración de nuestra imagen, del mismo modo que fue importante la presencia de los exiliados españoles en países como México y Reino Unido, por la difusión que hicieron de la cultura española y porque dinamizaron la vida intelectual de los lugares donde vivieron y trabajaron–, sino dejar testimonio de un periodo y un modo de hacer. Quienes escriben aquí, conscientes del momento de cambio, se preguntan quién es el hispanista y en qué consiste serlo.
La mirada del otro nos identifica y aporta elementos de identidad; pero no es menos importante que esa mirada suele ser comparativa y que, por tanto, el resultado de la actividad hispanística sirve, o puede servir, para la historiografía española tanto como para la del lugar de procedencia del estudioso.
El libro es, también, una suerte de homenaje a figuras que, como Antonio Rodríguez-Moñino, Américo Castro, José Fernández Montesinos, Vicente Llorens o José Manuel Blecua, alentaron el estudio de nuestra cultura dentro y fuera de España.
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Información
XIII. Crisis de identidad española y situación actual del hispanismo
Antonio Morales Moya
Fundación José Ortega y Gasset
I
Ante todo los conceptos: hispanista, hispanismo, hispanófilo, hispanofilia, hispanisant[1]. Resume Gutiérrez Cuadrado: «Los españoles no utilizan en el siglo xix una etiqueta especial para referirse a los filólogos, eruditos, viajeros o amigos extranjeros que se interesan, ocupan o preocupan por las cosas de España […]. Sólo a finales del siglo xix empiezan a llamarles hispanófilos, destacando con ello los aspectos más cordiales de su inclinación o interés por las cosas de España»[2]. Por entonces surge también el término hispanista[3], entendido como profesional dedicado al estudio y enseñanza de la lengua o, en general, de la cultura española, en relación con la institucionalización de la filología románica en la Península y con el conocimiento profesional de la enseñanza del español en Norteamérica[4]. Ambos conceptos se utilizarán indistintamente, si bien parece que es a partir de los años treinta del pasado siglo cuando el término hispanista, entendido ya como especialista que cultiva una disciplina científica, el hispanismo, se irá imponiendo. Prevalecerá, pues, la dimensión profesional frente a la afectiva y romántica. Finalmente el concepto se vincula con los patrones derivativos, generalizados a finales del siglo xix y comienzos del xx: romanista, latinista, clasicismo, arabismo… de donde hispanismo e hispanista[5]. Por su parte, Rafael Altamira, comentando las referencias de la literatura extranjera –cuyo núcleo lo forman, especialmente, los libros de viaje– relativas al carácter, ideas, inteligencia y condiciones del pueblo español, llenas frecuentemente de juicios apresurados y erróneos, «hijos de la falta de estudio y de la falta de amor», entiende que el nombre de hispanófilos sólo es pertinente para designar «a bien pocos de ellos, aunque algunos, por el prestigio y la elevación de su nombre, compensen sin duda lo exiguo del número». Los más podrían entonces ser llamados hispanólogos, «gentes que saben o presumen saber de España, pero que no sólo no la aman, ni aun sienten por ella benevolencia y simpatía», dominados por ciegos prejuicios[6]. Término equivalente a los citados, aunque inicialmente más utilizado, fue el de hispanisant –Foulché-Delbosc y Barrau-Dihigo publicaron, en 1919, un Manuel de l’hispanisant, reeditado en 1970– y que irá decayendo, por implicar un menor grado de profesionalización a medida que el hispanismo adquiere una dimensión científica, hasta caer en desuso.
La noción de hispanismo es una noción abierta, por cuanto aplicada originariamente a extranjeros dedicados al estudio de las lenguas y la cultura hispánica, ya, en 1962, Lázaro Carreter la extendía a los estudiosos españoles. Y en tal sentido se manifestaba, en el Congreso de Nimega de 1965, Dámaso Alonso. Precisa, no obstante, Lía Schwartz que, aun hoy, «muy pocos especialistas españoles que enseñan en la Península usarían espontáneamente la palabra hispanismo para designar su campo de investigación, a pesar de su participación en congresos como los que realiza la Asociación Internacional de Hispanistas, en la que españoles y norteamericanos constituyen los dos grupos cuantitativamente más importantes». Cree Schwartz que: «Desde un punto político, cabría pensar que esta resistencia delata tal vez el oculto deseo de relegar a un segundo plano la producción crítica de los extranjeros, un modo de ejercer el control sobre los discursos interpretativos que circulan en el campo de los estudios hispánicos»[7].
El hispanismo, caracterizado por prácticas hermenéuticas diferentes en relación con la circunstancia histórica, conoce actualmente una gran expansión. Según la base de datos del portal del Instituto Cervantes, los departamentos universitarios con enseñanzas hispánicas –lengua, literatura, cultura, historia– se extienden por todo el mundo. Destaca su concentración en algunos países: Estados Unidos (1.041), Reino Unido (92), Brasil (89), Alemania (78), España (70), Francia (67), Italia (63), Argentina (60) o México (59)[8]. Tradicionalmente centrado, junto a la enseñanza del idioma, en estudios literarios y lingüísticos –en la exposición que sigue tendremos especialmente en cuenta su dimensión historiográfica– dedicados sobre todo a la Edad Media y al Siglo de Oro, tal sería el canon clásico, se ha ido abriendo progresivamente a nuevos campos de estudio, como el cine, la cultura popular o los «estudios de género». Las nuevas orientaciones varían según los países[9] y se relacionan también con las críticas al hispanismo tradicional: para Estados Unidos, J. R. Resina se ha referido a las raíces conservadoras de este hispanismo, fundado en la filología románica decimonónica, que convierte la «identidad española» en «castellana». Postula alternativamente un modelo de España plurilingüe y multicultural[10]; y E. Subirats va más allá en su crítica de la cristalización de lo hispánico en lo español: «Hubo un tiempo en que la palabra Hispania agrupaba a la pluralidad de culturas y lenguas sujetas a la influencia lingüística y civilizatoria de la Roma imperial. Pero, desde el siglo xvi, esa amplia Hispania ha sido particularizada en lo español, a lo largo de una historia oscura de cruzadas y limpiezas étnicas, dirigidas contra las comunidades y culturas islámicas y judías de la península Ibérica en primer lugar, y a lo largo también de la subsiguiente expansión colonial de una monarquía hispánica erigida precisamente sobre aquella herida histórica»: un nuevo enfoque transnacional y global debería recuperar tradiciones y expresiones artísticas y culturales marginadas y reprimidas[11].
Esta crisis del canon clásico, especialmente visible en el hispanismo norteamericano, tiene que ver, como señala Schwartz, no sólo con el «conservadurismo» de la filología española y con la identificación de la literatura de los siglos xvi y xvii con el «programa político de expansión de la monarquía española, cuyo rechazo involucraría también a la literatura de la época […]» sino también «con la prescindencia de la historia en la mayoría de los programas de estudio de las escuelas y universidades en este país». Tal sumisión a la «tiranía del presente» contrasta, para esta autora, con la actitud del hispanismo francés para el que la historia es la fuerza unificadora de las ciencias sociales que la complementan: sociología, etnología, psicología y los estudios literarios y lingüísticos[12].
Otro aspecto fundamental debe considerarse. La atracción ejercida por España sobre los estudiosos extranjeros en los dos últimos siglos supone un fenómeno excepcional sin parangón con otros semejantes en la historiografía universal. ¿Personalidad apasionante del país? ¿Atracción hecha de admiración y extrañeza? Naturales y extranjeros, desde luego, las han alegado. Al «halo de misterio que ha rodeado siempre a nuestra historia a causa de su carácter singular» se refiere Sánchez-Albornoz, y Emilio Sáez alude también a una «historia europea y oriental al mismo tiempo, paralela y distinta a la de otros pueblos del viejo continente»[13]. De permanente «fascinante atractivo» habla Robertson, quien concretando entre tantos a los que España causó la más profunda impresión, cita a V. S. Pritcher, el autor de The Spanish Temper: Travels in Spain, de quien «casi podría afirmarse que el paisaje de Castilla le cambió la vida»[14]; Havelock Ellis dirá que «España representa, ante todo, la suprema actitud de una manifestación primitiva y eterna del espíritu humano, una actitud de energía heroica, de exaltación espiritual, no ya enmascarada a fines de comodidad y medro, sino a los hechos fundamentales de la existencia humana. Ésta es la España esencial que me he esforzado por penetrar en mis rebuscas»[15]. Los ejemplos podrían multiplicarse y la pasión por España de prerrománticos y románticos impresiona hoy día.
En fin, con humor emocionado ha definido Vargas Llosa a los hispanistas, cuya efusiva entrega remite al excitante carácter de su objeto: «Creo que el profesor Pierce fue el primero que conocí de esa bienaventurada estirpe –secta internacional, mafia o masonería– esparcida por todos los rincones del globo cuya razón de ser en la vida es contagiar a los mortales de otras geografías la pasión que sus miembros profesan por la lengua de Cervantes y las literaturas que ella ha gestado en España y América, los hispanistas. Son muchísimos y están en todas partes, de Japón a Madagascar y de Johannesburgo a Helsinki. Constituyen una curiosa humanidad […] incluso extravagante, pero, también, generosísima, una punta de lanza de la propagación de nuestra cultura más allá de sus fronteras lingüísticas. Nadie ha hecho tanto como ellos para desprovincianizar el español y convertirlo en ciudadano del mundo, metiéndolo por puertas y ventanas en casas ajenas. Semejante empresa requiere algo más intenso y motivado que la enseñanza de un idioma. Es decir, ser no sólo profesores, sino apóstoles, cruzados, fanáticos, agitadores mesiánicos o astutos maquiavelos convencidos de que ese fin sí justifica todos los medios. Muchos son eso y todavía más»[16]. Otras pertinentes razones se han alegado: así, se invoca casi siempre el subdesarrollo cultural, político y económico del país. En términos de Nicolás Sánchez-Albornoz, el hispanismo nace de una asimetría, de una desigual relación entre esferas culturales: «frente a unas universidades europeas boyantes, las antiguas españolas se caracterizaban en efecto por una enseñanza profesional rutinaria, sin investigación salvo casos heroicos»[17]; Antonio Niño invoca «la debilidad científica interna o [el] carácter expansivo de la ciencia en otros países [coincidente] cronológicamente con la pérdida de importancia de España dentro del grupo de naciones que crean y difunden el conocimiento. El hispanismo comenzó a poner en valor los tesoros de nuestro patrimonio histórico al mismo tiempo que los capitales e inversiones extranjeras ponían en explotación los recursos naturales del país»[18]. Y Francisco Ayala afirma con amargura que oscurece los matices, «la extravagancia de nuestro carácter, lo que da origen a [una] peculiar y desviada manera de relacionarse con el exterior. Nos movemos al margen descompasadamente, Ocupamos una posición excéntrica». Lo explica por cuanto, «a partir de la gran crisis del Renacimiento, el inmenso cuerpo histórico de la cultura hispana ha vivido privado de la iniciativa y validez que presta el poderío político y se ha visto obligado a gravitar, extravagando, sobre otros núcleos de cultura superior, si no en calidad, en eficiencia y práctica». En definitiva, recordemos aquí las críticas al canon clásico del hispanismo: «nuestra extravagancia, el sinsentido de nuestra realidad para los ajenos, se concreta en una deformación caricaturesca, polarizada, según el sentimiento que dom...
Índice
- Portada
- Portadilla
- Legal
- Mirar las miradas
- I. Comment peut-on être hispaniste? Etapas de un juego de rol
- II. La trayectoria de un hispanista-francés
- III. En busca de una identidad y un acento
- IV. Perspectiva personal sobre laformación de hispanistas en Inglaterra
- V. ¿«Hispanista»? (Notas autobiográficas)
- VI. Una latinoamericana, historiadorade España
- VII. Un aprendiz de hispanista a ambos lados del Atlántico, 1959-1965
- VIII. Nombres de mi hispanismo
- IX. España en mi vida
- X. Aquellos hispanistas, estos amigos (una memoria personal)
- XI. ¿Qué es y dónde va el hispanismo historiográfico?
- XII. Evolución del hispanismo y de un hispanista
- XIII. Crisis de identidad española y situación actual del hispanismo
- Biobibliografías de los autores