Principios elementales y fundamentales de filosofía
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Principios elementales y fundamentales de filosofía

Georges Politzer

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Principios elementales y fundamentales de filosofía

Georges Politzer

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Abundan en nuestro horizonte cultural las penetraciones y desarrollos teóricos de la filosofía marxista, paradójicamente acompañados de una gran escasez de textos básicos que, de forma clara y concisa, eminentemente didáctica, pero siempre rigurosamente científica, signifiquen una introducción al estudio de la filosofía materialista y dialéctica. Las lecciones de Georges Politzer vienen, en este sentido, a llenar un hueco evidente dentro de nuestro panorama científico. Fueron impartidas en la Universidad Obrera de París durante los cursos 1935-1937 y posteriormente recogidas en volumen por algunos de sus alumnos: Maurice Le Goas redactó los "Principios elementales" y Guy Besse y Maurice Caveing los "Principios fundamentales"

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Información

Primera parte:
Estudio del método dialéctico marxista
Introducción
I. Qué es la filosofía
«Filosofía...»: he aquí una palabra que, de pronto, inspira poca confianza a la mayor parte de los trabajadores. Estos creen que el filósofo es un hombre que no tiene los pies en la tierra. Invitar a las gentes sencillas a «hacer filosofía» –piensan– es, tal vez, como invitarnos a una sesión de maromas, después de la cual la cabeza nos dará vueltas...
Así aparece con frecuencia la filosofía: un juego de ideas sin relación con la realidad; juego oscuro, privilegio de algunos iniciados y, probablemente, juego peligroso, no muy provechoso para las gentes que viven del sudor de su frente.
Un gran filósofo francés, Descartes, condenó mucho antes que nosotros el juego oscuro y peligroso al que algunos querrían reducir la filosofía. Él caracterizaba así a los falsos filósofos:
[...] La oscuridad de las distinciones y de los principios de los cuales se sirven, es motivo para que puedan hablar de todo tan audazmente como si supieran y sostener todo lo que dicen contra los más sutiles y los más hábiles; sin que se encuentre medio de convencerlos; en lo que me parecen semejantes a un ciego que, para pelearse sin desventaja contra uno que ve, lo hiciera meterse en el fondo de alguna cueva muy oscura[1].
Nuestra intención no es conducir al lector a una «cueva muy oscura». Sabemos que la oscuridad es propicia a los malos golpes. Existe una filosofía oscura y nociva; pero también existe, como ya lo quería Descartes, una filosofía clara y benéfica, aquella de la cual hablaba Gorki:
Sería un error creer que me burlo de la filosofía; no, yo estoy en favor de la filosofía, pero de una filosofía que venga de abajo, de la tierra, del proceso del trabajo que, estudiando los fenómenos de la naturaleza, somete la fuerza de esta última a los intereses del hombre. Estoy convencido de que el pensamiento se halla indisolublemente ligado al esfuerzo, y no soy partidario del pensamiento mientras este se encuentre en estado de inmovilidad, sentado, acostado[2].
La introducción a estos Principios de filosofía tiene por objeto definir la filosofía en general, demostrar luego por qué debemos estudiarla y cuál es la filosofía que debemos estudiar.
Los antiguos griegos, que contaron con algunos de los más grandes pensadores que la historia haya conocido, entendían por filosofía el amor al saber. Ese es el sentido estricto de la palabra philosophia de la cual viene filosofía.
«Saber», es decir, «conocimiento del mundo y del hombre». Este conocimiento permitía enunciar algunas reglas de acción, determinar cierta actitud ante la vida. El sabio era el hombre que actuaba en todos los momentos de la vida conforme a tales reglas, fundadas en el conocimiento del mundo y del hombre.
La palabra filosofía se ha mantenido desde aquella época porque respondía a una necesidad. Con frecuencia se la ha interpretado en muy diferentes significados que provienen de la diversidad de puntos de vista sobre el mundo. Pero el significado más. constante es este:
concepción general del mundo, de la cual se puede deducir cierta manera de comportarse.
Un ejemplo, tomado de la historia de Francia, ilustrará esta definición.
Durante el siglo XVIII, los filósofos burgueses en Francia pensaban y enseñaban, apoyándose en las ciencias, que el mundo es cognoscible y concluían que es posible transformarlo para bien del hombre. Y muchos, por ejemplo Condorcet, autor de Esbozo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano (1794) estimaban, en consecuencia, que el hombre es perfectible, que puede hacerse mejor, que la sociedad puede volverse mejor.
Un siglo más tarde, en Francia, los filósofos burgueses en su gran mayoría pensaban y enseñaban, a la inversa. que el mundo es incognoscible, que el «fondo de las cosas» se nos escapa y se nos escapará siempre. De ahí la conclusión de que es insensato querer transformar el mundo. Es cierto, concedían, que podemos actuar sobre la naturaleza, pero es una acción superficial, puesto que el «fondo de las cosas» está fuera de nuestro alcance. En cuanto al hombre.., es lo que siempre ha sido, lo que será siempre. Existe una «naturaleza humana» cuyo secreto no logramos alcanzar. «¿Para qué, en consecuencia, quebrarse la cabeza para mejorar la sociedad?»
Así vemos que la concepción del mundo (es decir, la filosofía) no carece de interés, puesto que dos concepciones opuestas conducen a conclusiones prácticas opuestas.
En efecto, los filósofos del siglo XVIII quieren transformar la sociedad, porque expresan los intereses y las aspiraciones de la burguesía, clase entonces revolucionaria que lucha contra el feudalismo. En cuanto a los filósofos del siglo XIX, expresan (sépanlo o no) los intereses de esta burguesía que se ha vuelto conservadora: clase en lo sucesivo dominante, le causa temor el ascenso revolucionario del proletariado. Estima que no hay nada que cambiar en un mundo que le da la mejor parte. Los filósofos justifican tales intereses cuando desvían a las gentes de toda empresa que aspire a transformar la sociedad. Ejemplo: los positivistas (su jefe, Augusto Comte, pasa a los ojos de muchos por un «reformador social»; en realidad, está profundamente convencido de que el reino de la burguesía es eterno y su «sociología» ignora las fuerzas productivas y las relaciones de producción[3] lo que la condena a la impotencia); los eclécticos (su jefe, Víctor Cousin, fue el filósofo oficial de la burguesía; justificó la opresión del proletariado y especialmente los fusilamientos en masa del junio de 1848, en nombre de lo «verdadero», de lo «bello», del «bien», de la «justicia», etc...); el bergsonismo (Bergson, a quien la burguesía exaltó en la década de 1900, es decir, en la época del imperialismo, hizo todos los esfuerzos por desviar al hombre de la realidad concreta, de la acción sobre el mundo, de la lucha para transformar la sociedad; el hombre, decía, debe consagrarse a su «yo profundo», a su vida «interior»; el resto no tiene gran importancia y, en consecuencia, los que medran a costa del trabajo de los demás pueden dormir tranquilos).
La misma clase social, la burguesía francesa, ha tenido, pues, dos filosofías bien diferentes de un siglo al otro, porque, revolucionaria en el siglo XVIII, se volvió conservadora e incluso reaccionaria en el XIX. Nada más sorprendente que la confrontación de los dos textos que ofrecemos a continuación. El primero data de 1789, año de la revolución burguesa. Es de un revolucionario burgués, Camilo Desmoulins, quien saluda en estos términos los tiempos nuevos:
¡Fiat! ¡Fiat! Sí, esta Revolución afortunada, esta regeneración, va a realizarse; ningún poder de la tierra puede impedirlo. ¡Sublime efecto de la filosofía, de la libertad y del patriotismo! Nos hemos hecho invencibles[4].
Y he aquí el otro texto. Data de 1848. Es del Sr. Thiers, estadista burgués que defiende los intereses de su clase en el poder contra el proletariado.
¡Ah! si fuera como antes, si la escuela siguiera en poder del cura o del sacristán, estaría lejos de oponerme a la extensión de las escuelas para los niños del pueblo... Exijo formalmente algo diferente de estos maestros laicos, detestables en su número demasiado grande; quiero hermanos, aunque antes haya podido desconfiar de ellos, incluso ahí quiero hacer todopoderosa la influencia del clero; exijo que la acción del cura sea fuerte, mucho más fuerte de lo que es, porque cuento en gran medida con él para propagar esta filosofía que enseña al hombre que está aquí para sufrir y no esa otra filosofía que dice lo contrario al hombre: goza, porque... estás aquí abajo para tu pequeña dicha (subrayado en el texto); y si no te satisface tu situación actual, pega sin miedo al rico cuyo egoísmo te niega esta parte de felicidad; quitándole al rico lo superfluo es como asegurarás tu bienestar y el de todos los que están en la misma situación que tú[5].
Thiers, se ve, se interesa en la filosofía. ¿Por qué? Porque la filosofía tiene carácter de clase. Que los filósofos, en general, no dudan de ello es seguro. Pero toda concepción del mundo tiene una significación práctica: es provechosa para ciertas clases y perjudica a las otras. Veremos que también el marxismo es una filosofía de clase.
Mientras que el burgués revolucionario Camilo Desmoulins veía en la filosofía un arma al servicio de la revolución, el conservador Thiers ve un arma al servicio de la reacción social: la «buena filosofía», es la que invita a los trabajadores a doblar el espinazo. Así piensa el futuro fusilador de los comuneros.
II. ¿Por qué debemos estudiar la filosofía?
Hoy, tanto en Francia como en los Estados Unidos, los sucesores del señor Thiers promueven procesos contra los marxistas. Quisieran aniquilar no solamente a los marxistas, sino también su filosofía. Lo mismo que el señor Thiers quería matar, con los comuneros, sus ideas de progreso social. El deber de los obreros, y de los trabajadores en general, se encuentra trazado igualmente: oponer una filosofía susceptible de ayudar a la lucha contra los explotadores, a la filosofía que sirve a estos últimos. El estudio de la filosofía, pues, importa mucho a los trabajadores. Esta importancia puede comprenderse, por otra parte, cuando nos colocamos sobre el terreno de los hechos.
Los hechos son la situación cada día más dura de la política que la burguesía, hoy clase dominante, impone al conjunto de los trabajadores de Francia: desocupación y carestía de la vida, oportunidades negadas a los jóvenes; atentados contra las leyes sociales, contra el derecho de huelga y las libertades democráticas; represión, agresiones armadas (especialmente el 14 de julio de 1953 en París), colonización del país por el imperialismo norteamericano, sangrienta y ruinosa guerra del Vietnam, reconstitución de la Wehrmacht (ejército alemán), etc., etc... En estas condiciones, los trabajadores se preguntan: ¿cómo salir de esto? La necesidad de saber por qué las cosas son así, se hace cada día más general, cada vez más aguda. ¿De dónde viene el peligro de guerra? ¿De dónde viene el fascismo? ¿De dónde viene la miseria? Los trabajadores de nuestro país quieren comprender lo que pasa, quieren comprender para que esto cambie.
En estas condiciones, ¿no es claro que, si la filosofía es una concepción del mundo, concepción que tiene consecuencias prácticas, es preciso que los trabajadores que quieren cambiar el mundo t...

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