Capítulo 1
Introducción. Teorías fallidas,
mentes famélicas
1. Constante fracaso educativo
Tomemos a un chico o chica de una típica familia norteamericana que vaya a una típica escuela norteamericana e imaginemos a ese chico o chica creciendo en Francia, Alemania, Japón o Taiwán. Pocos elegirían hacer el experimento ya que la mayoría de los norteamericanos piensan, como yo, que este país, con sus tradiciones de libertad política y su generoso optimismo, es el país más importante del mundo. Sin embargo, hay suficientes pruebas de que ese chico o chica crecería siendo más competente en cualquiera de los países mencionados antes que en los Estados Unidos, puesto que habría aprendido mucho, mucho más en los primeros cursos del colegio. A pesar de que nuestras tradiciones políticas y nuestras universidades puede que no tengan parangón, nuestra educación primaria y secundaria se encuentra entre las menos efectivas en el mundo desarrollado. Sus teorías dominantes, sus incoherencias curriculares y lo que yo llamo sus «falacias naturalistas» son barreras reales para lograr una buena educación. A pesar de que los alumnos norteamericanos logren puntuaciones muy bajas en las evaluaciones internacionales, los expertos de otros países se quedan asombrados cuando analizan las escuelas norteamericanas al comprobar los niveles de competencia que alcanzan los alumnos dada la escasa instrucción que reciben. Teniendo en cuenta su vitalidad típicamente americana y su tendencia a ser independientes, resulta inevitable imaginar con nostalgia lo que sería de estos chicos si tuvieran la oportunidad de educarse en un sistema de calidad, exigente y justo.
La importancia de las teorías en los asuntos humanos la constató de manera memorable John Maynard Keynes: «Los hombres prácticos, que se conciben a sí mismos como exentos hasta cierto punto de cualquier influencia intelectual, suelen ser esclavos de algún caduco economista… Son las ideas, no los intereses personales, los que son peligrosos para bien o para mal». La observación de Keynes ha sido confirmada a gran escala por la caída del comunismo que, más que un sistema político fallido fue una teoría socioeconómica fallida que no concordaba con las realidades que proclamaba describir y predecir. Si miles de pensadores marxistas fueron atrapados durante décadas en las garras de una teoría socioeconómica equivocada, no parece extraño que un puñado de expertos en educación americanos haya sido cautivado por teorías equivocadas durante aproximadamente el mismo periodo.
A lo largo de la historia educativa documentada, las teorías sobre la educación han oscilado respecto al énfasis puesto en dos necesidades opuestas pero igualmente importantes en la escuela: rigor y flexibilidad. Sin embargo, a pesar de la reciente presión pública por la mejora escolar, se han dado pocos avances hacia el rigor en las teorías educativas americanas. aunque los norteamericanos somos una nación diversa, nuestras ideas educativas y eslóganes optimistas tienden a ser uniformes en todas las tendencias pedagógicas y en los distintos movimientos de reforma educativa. Aunque disfrazadas de nuevas, en realidad las ideas que aún dominan por razones sociológicas e históricas, son versiones de ideas antiguas que se abordarán brevemente en los siguientes capítulos, entre ellos el titulado Crítica de una cosmovisión. Este universo de pensamiento educativo americano es un gigante que aplasta el pensamiento independiente.
Lo que fundamentalmente me ha inducido a escribir este libro es nuestra lentitud nacional para descartar estas teorías defectuosas, a pesar de nuestra reputación de prácticos; la mayoría de las «reformas» en el presente son repeticiones o reformulaciones de propuestas románticas anti-conocimiento ampliamente fracasadas, que emanaron del Teachers College de la Universidad de Columbia en las tres primeras décadas del siglo XX. Las concepciones de fondo de muchas reformas «que rompen moldes» no son nuevas en absoluto. En este libro intento explicar por qué los eslóganes promulgados por este sistema de ideas monolítico, han resultado ser barreras reales para la mejora escolar y por qué otras ideas alternativas no son aceptadas fácilmente, ni siquiera cuando se constata que es necesaria una reforma radical.
Cuando los hombres de negocios, los filántropos y los padres se vuelven hacia los expertos buscando una guía, siguen oyendo las altisonantes teorías anti-conocimiento que han dominado la educación durante más de sesenta años, es decir las prescripciones (ahora facilitadas por la «tecnología») que han producido el fracaso del sistema. Estos eslóganes constantemente reformulados han conducido a una total ausencia de un currículo coherente y basado en el conocimiento, pero se presentan como teorías novedosas basadas en la investigación más puntera y como remedios para las enfermedades que ellos mismos han causado. El éxito retórico de estos sistemas educativos fallidos confirma una ley intelectual de Gresham según la cual ideas malas resultan finalmente como buenas. Este estancamiento intelectual, acompañado de mucho gasto de dinero y energía, explica sobradamente el fracaso hasta la fecha de los esfuerzos por una reforma educativa.
El fracaso es fácil de documentar: a pesar de su intensa actividad, la reforma de la escuela americana no ha mejorado la educación primaria y secundaria de la nación, y menos todavía desde la publicación de A Nation at Risk: The imperative for Educational Reform (1983). Nuestras escuelas públicas aún siguen en el nivel más bajo de las evaluaciones en comparación con las de otros países desarrollados y, en términos absolutos, las competencias académicas de nuestros niños no han aumentado significativamente. Una razón para este estancamiento perpetuo podría ser la dificultad de extender la reforma dentro del vasto sistema de quince mil distritos escolares independientes. Pero resulta dudoso que los movimientos de reforma hayan tenido éxito incluso dentro de los confines de sus propios proyectos.
Un ejemplo típico de la situación lo ofrece un informe reciente llevado a cabo por la Fundación Bruner que afirma que un proyecto intensivo de mejora escolar llamado New York State Community Schools Program «no muestra ninguna evidencia de mejora en los resultados académicos de los niños en las escuelas de la ciudad de Nueva York». La reforma más estudiada de todas, denominada Head Start, ha producido beneficios académicos extremadamente decepcionantes a largo plazo, a pesar de la fuerte evidencia proveniente de otros países de que los programas de intervención temprana (los cuales, a diferencia de Head Start, usan currículos basados en el conocimiento) condujeron a una mejora académica permanente. Head Start, por el contrario, reduce el abandono escolar en etapas posteriores y la derivación de alumnos a clases especiales de apoyo pero no afecta al éxito educativo más allá del cuarto curso. Un rayo de esperanza en este escenario de reforma lo constituye el esfuerzo actual por crear a nivel nacional programas con contenidos estandarizados para diferentes asignaturas académicas, aunque hasta la fecha domina el caos y conviene adoptar una actitud de espera para ver lo que sucede.
Resulta notable que la decepción por los resultados de las reformas no ha hecho que los expertos educativos se cuestionen los principios románticos sobre los que basan sus propuestas. Por el contrario, estos expertos han reaccionado atacando al mensajero que trae las malas noticias: los exámenes estandarizados. Cualesquiera que sean los inconvenientes de estos exámenes, nadie ha podido negar que muestran una correlación con las competencias académicas reales; por ejemplo, nadie ha negado de modo plausible (se han hecho negaciones no plausibles, por supuesto) que cuanto mejor lea uno, mejor tenderá a puntuar en los exámenes estandarizados de lectura. Si los esfuerzos reformadores de la pasada década hubiesen mejorado significativamente las competencias académicas de nuestros niños, los exámenes estandarizados, aunque sean imperfectos, mostrarían algún indicio al respecto.
Las ideas educativas americanas no tienen por qué ser un sistema ideológico cerrado. En la gran diversidad de sistemas educativos de Europa y Asia, influyen muchas ideas de diferente naturaleza. Necesitamos recoger las ideas y las pistas que llevan a prácticas efectivas dondequiera que estas se den. La complejidad inherente de la educación de masas y las contradicciones e incertidumbres de la investigación educativa, han de fomentar la apertura y el pragmatismo más que la confianza en eslóganes antediluvianos. Uno d...