Ética
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Nicolai Hartmann

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Nicolai Hartmann

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La Ética de Nicolai Hartmann (1926) es una de las obras capitales, junto con la de Max Schler (1913) y la de Dietrich von Hildebrand (1953), de la ética axiológica, caracterizada como el esfuerzo por fundamentar los preceptos morales en el reino del valor. La presente edición es la primera traducción al castellano de esta obra fundamental de la filosofía del siglo XX. "La ética material del valor (...) ha llevado a cabo la síntesis de dos clases de ideas básicas crecidas históricamente sobre suelos muy diferentes y formuladas en mutua oposición: la aprioridad kantiana de la ley moral y la diversidad del valor, contemplada por Nietzsche sólo desde lejos (...) devuelve al apriorismo ético su rico contenido originario y auténtico; y a la consciencia del valor, la certeza del contenido invariable en medio de la relatividad de la valoración humana. De este modo queda indicado el camino. (...). De todas las evidencias que me ha proporcionado el nuevo estado del problema, apenas ninguna me ha resultado más sorprendente y a la vez más convincente que ésta: que la ética de los antiguos era ya ética material del valor muy desarrollada, no en cuanto al concepto o en cuanto a una tendencia consciente, pero sí en cuanto a la cosa misma y al proceder efectivo. (...) Nos encontramos aquí con un engranaje insospechadamente profundo de viejas y nuevas conquistas intelectuales; y en el giro de la ética ante el que estamos, se trata de una síntesis histórica de mayor calado que la síntesis de Kant y Nietzsche: de una síntesis de la ética antigua y moderna". (Del prólogo del autor a la primera edición)

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Información

Año
2011
ISBN
9788499206035
Edición
1
Categoría
Filosofia

SEGUNDA PARTE:
EL REINO DE LOS VALORES ÉTICOS
(Axiología de las costumbres)

Sección I:
Puntos de vista generales para la tabla del valor

Capítulo 26. De la posición de los valores morales en el reino de los valores

a) Investigación del valor y dominio del valor en la ética
No sólo la ética tiene que ver con los valores. En el término «valor», se impone primariamente el punto de vista económico, del cual se toma ese término. Próximo a este punto de vista, se encuentra el dominio de los bienes; en primer término, de los bienes cósicos; después, de los bienes vitales, sociales y espirituales de todo tipo. Estrechamente emparentados con estos últimos, están los valores de la vida moral, jurídica, estatal y artística. Y es de suponer también que aún no queda clausurado por mucho tiempo con ellos el reino de los valores. La investigación del valor todavía es reciente y la vista de conjunto que tenemos es hasta ahora casual y no sistemática. Faltan puntos de vista supra-abarcantes y todos los intentos anteriores por obtenerlos tienen algo de búsqueda y tanteo a ciegas, carecen de toda certeza.
Mientras permanezcan sin investigar dominios enteros del valor, como el de los valores estéticos, pese a su manifiesta posición central, no se puede tampoco cambiar esto por principio. Nuestro saber sobre la estructura y el orden del reino del valor aún se encuentra totalmente en un estadio de búsqueda y tanteo. Sólo podemos mirar dentro del reino del valor desde lo particular, desde grupos de valores que se nos hacen accesibles en concreto, pero no podemos determinar deductivamente lo concreto desde la visión global del conjunto.
De este modo, es poca la esperanza de obtener algo para los valores morales como tales entes de valor desde los dominios vecinos del valor o desde una teoría universal del valor. Al contrario, el dominio de los valores morales, como dominio más fácilmente accesible entre las regiones más altas del valor, tiene que proporcionar, por su parte, los puntos de apoyo para la teoría general del valor. En la investigación del valor ético, no se puede contar en ningún caso con orientación desde otro lado.
Cómo se diferencian los valores morales de otros valores, en parte ya se ha discutido (la doble relatividad a la persona, véase cap. 15 d, e), en parte sólo se podrá mostrar con el análisis especial de los valores concretos. Sin embargo, es fácil ver que no todos los valores que son éticamente relevantes —sea en el sentido del deber hacer o del participar— ya son, por esa razón, valores morales. El ethos del hombre está referido a una multitud de valores que no son valores morales. Ciertamente que la conducta moral siempre es una conducta frente a personas, pero, a la vez, siempre es una conducta en referencia a lo valioso y a lo contrario al valor de toda índole. Desde este punto de vista, tenía sentido, como hizo la Antigüedad, incluir la doctrina de los bienes en la ética.
En cierto sentido, se puede decir que todo lo existente cae prácticamente de algún modo bajo el punto de vista del valor; que todo en el mundo, también lo aparentemente más distante y más indiferente, se divide, desde la perspectiva de la ética, en valioso y en contrario al valor. El mismo mundo, que tiene por base en su totalidad los fenómenos ontológicos, también pertenece al fenómeno ético, justo en su totalidad misma. No es menos un mundo de bienes y males que de cosas y de relaciones entre cosas. Al menos tan primariamente se da como aquello que como esto.
b) Relación de fundamentación entre los valores morales y los valores de bienes
Pero esta amplia esfera del valor no es la de los valores propiamente morales. Éstos no son inherentes ni a las cosas, ni a las relaciones entre cosas, sino sólo a las personas. Unicamente los actos de la persona pueden ser buenos y malos. No obstante, existe la necesidad de incluir en la consideración ética —aunque no de explicitar conjuntamente— esta amplia esfera. Su vinculación con los valores morales no es en absoluto exterior, suprimible o tan sólo ignorable, sino esencial, íntima y material. La materia de los valores morales presupone ya la de los valores de bienes y, con la materia, a la vez, su mismo carácter específico de valor.
De hecho, ¿en qué aventajaría moralmente el honrado al ladrón si las cosas de cuya posibilidad de ser robadas se trata no fueran de algún modo valiosas? Lo único que se puede robar o respetar como posesión de otro son los bienes y no simplemente las cosas. Así, pues, si la honradez es un valor moral de la persona, presupone ya necesariamente el valor de objeto de los bienes. Está fundado materialmente sobre este último. Asimismo, la caballerosidad, que otorga una ventaja al débil, está fundada sobre el valor de la ventaja; el amor al prójimo, que lleva a regalar o que toma sobre sí la carga ajena, presupone el valor de bien del regalo o el valor de situación objetiva que tiene para el otro la descarga; no de manera distinta presupone la veracidad el valor de la declaración verdadera para la persona ajena. En todos estos casos, el valor de acto es un valor completamente distinto del valor de bien presupuesto —lo mismo da si éste es un simple valor de cosas y objetos o un complejo valor de situación objetiva que radica en las relaciones. Y por cierto, el valor de acto es manifiestamente un valor más alto, cuya diferente tipificación ya resulta evidente en que su altura no crece o disminuye con la del bien, sino conforme a momentos completamente distintos. No obstante, el valor de bien como tal está presupuesto y sin él no existe tampoco el valor moral de los actos.
Existe, por tanto, una relación de fundamentación entre los valores prácticos de la esfera más amplia y los de la más reducida. Es una relación de dependencia unívoca, no reversible, que se ejerce desde el valor más bajo al más alto. Pero la dependencia es meramente material y no axiológica. El valor más bajo se convierte en materia de la formación axiológica más alta, de la cual es mera conditio sine qua non. En cualquier otro sentido, el valor más alto es independiente del más bajo; frente al valor de bien, el quale específico de valor en el valor más alto, lo moralmente bueno, es absolutamente un novum que no figuraba de ningún modo en el valor de bien e incluso hacia el cual este último es de por sí completamente indiferente.
Y precisamente el ser materia la estructura más baja de valor para la más alta hace necesaria esta relación. Cuando los valores y disvalores morales aparecen en las personas reales, tiene que estar presente ya un mundo de bienes reales, a los que, como objetos de valor, se refieran los actos de las personas. Pero no al revés; con la existencia de este mundo de bienes aún no se da el aparecer de los valores y disvalores morales. Sólo con la inserción de las personas en uno y el mismo mundo de bienes se crea el terreno para ellos. Su contenido se sitúa en un plano distinto, es un novum estructural frente a todo contenido de valor de otra índole. De ahí también el novum de la cualidad de valor misma. Y por cierto, esta peculiaridad —tanto la referida al contenido como la axiológica— existe sin perjuicio del hecho de que también la conducta moral tenga indirectamente (de modo adicional) el carácter de un «bien» para las personas concernidas por ella (véase cap. 15 c).
c) Diferencia con otras relaciones de fundamentación
Esta relación de fundamentación no se puede generalizar. No es válido de ningún modo para todo el reino del valor que los valores más altos se funden en los más bajos. Desde luego que la dependencia de lo valioso en sentido más alto de lo valioso de índole más baja domina ampliamente, pero no sin excepciones, y tampoco estructuralmente es la misma relación que aquí.
Es la más trivial evidencia que los valores espirituales, por ejemplo, sólo pueden florecer cuando están cubiertos los valores vitales más elementales; que las creaciones culturales de índole más alta sólo crecen en un terreno de prosperidad y bienestar de una cierta altura. Pero no se puede afirmar lo mismo respecto de los valores del placer y del agrado o incluso de la felicidad. Entre éstos y los valores de la cultura no existe ninguna relación de dependencia íntima y necesaria, aunque ellos tengan del mismo modo frente a los últimos el carácter de estrato más bajo del valor.
Pero la relación de dependencia entre los valores vitales y los espirituales no es la misma tampoco que la relación de dependencia entre los valores de bienes y los valores morales. Los valores vitales sólo son la presuposición ontológica real de los valores espirituales; esto es, su estar realizados es condición de la realización de éstos; su ser real sólo es en este caso medio y sostén. Pero su quale-valor no es condición material de las cualidades espirituales de valor. En cambio, los valores de bienes, con su quale-valor específico, son condición de las cualidades de valor de la conducta personal —sin perjuicio de la independencia axiológica de las últimas. Tanto en un caso como en otro hay una mera relación de conditio sine qua non. Pero en el primer caso es una mera relación de condición de realización externa y ontológica; en el segundo, en cambio, es una relación constitutiva, interno-axiológica y estructural de las esencialidades de valor como tales; es un estar incluida la materia de valor más baja en la más alta misma; dicho brevemente, una pura relación esencial de los valores —o más exactamente, de las regiones enteras del valor como tales—, relación esencial existente antes de toda realización del valor e independiente de ella.
d) El intento de Scheler de una fundamentación inversa
Scheler ha puesto, frente a la ley del estar condicionados los valores más altos por los más bajos, la ley inversa de la fundamentación de los valores más bajos en los más altos28. Según esta ley, los valores más bajos sólo pueden existir con pleno derecho en tanto que existan los valores más altos a los que están referidos y en los que encuentran su sentido. El ejemplo orientador es la relación entre el valor de lo «útil» y el de lo «agradable». En la esencia de lo útil radica ser útil «para algo»; no se puede ser útil en sí mismo. Así, pues, la condición axiológica de lo útil es un valor distinto, manifiestamente más alto.
Primeramente hay que poner un reparo a esta argumentación en sí libre de objeciones. ¿Por qué tiene que ser lo agradable el valor fundamentante a todo trance? Más bien la utilidad es en general el valor del medio como tal y éste es relativo naturalmente a un fin previamente puesto. Ahora bien, el fin, claro está, tiene que tener valor de suyo; y éste no precisa ser necesariamente el de lo agradable. Algo puede ser útil también para los valores de la vida y de la prosperidad, para los valores sociales y espirituales de todo tipo. Si se amplía la tesis scheleriana en este sentido, es verdadera sin lugar a dudas para lo útil.
Pero cabe preguntar: ¿Se puede referir la misma relación de fundamentación también a otros órdenes de valores? ¿Es verdad que también los valores de la vida, por su parte, están fundados en los valores espirituales o éstos, incluso, en un más alto valor religioso? Es cierto que la vida recibe también un decisivo sentido más alto mediante los valores espirituales. Pero esto es debido únicamente a la jerarquía de los valores mismos. En cambio, ¿se puede ir tan lejos como para decir que el valor de la vida llegaría a ser nulo si no estuviera referido al valor del ser espiritual, en el que está incluida la consciencia del valor dirigida a él mismo?
De este modo, se negaría ya, en verdad, el valor de suyo de la vida y, por ejemplo, la gravedad del delito moral que estriba en la lesión de la vida a secas —también cuando apenas inhieren en la vida valores espirituales dignos de ser nombrados— sería absolutamente incomprensible. Si los valores espirituales (incluyendo los valores morales de acto) también se hacen dependientes de un valor religioso absoluto del más allá, se contradice por completo al sentimiento del valor, también precisamente al del valor moral. Lo característico de los valores espirituales, de los estéticos, por ejemplo, es precisamente la evidencia de su autonomía, su completo ser por sí, su autosuficiencia e independencia de todas las ulteriores perspectivas vislumbrables del valor.
Lo mismo vale de los valores morales. Su fundamentación en un valor más alto es manifiestamente una construcción metafísica, imaginada como respaldo de tesis religioso-filosóficas, que, como tales, no aportan ni lo más mínimo a la esencia de lo estético y de lo moral. Toda esta «idea de la fundamentación» es, en el fondo, un prejuicio teleológico; formulado en sus líneas generales, diría que las configuraciones más bajas siempre están condicionadas por las más altas en tanto que fines por mor de los cuales son; o únicamente tienen sentido en ellas.
Una ley de fundamentación teleológica tal presupondría absolutamente una estratificación teleológica de las materias de valor y una estructura teleológica del reino del valor; y por consiguiente, no sólo afirmaría algo completamente indemostrable, sino también atentaría contra esas leyes categoriales de la dependencia, que asimismo son transgredidas en el personalismo metafísico (véase cap. 25).
Frente a esto, ha de seguir estando en vigor que todos los órdenes de los auténticos valores de suyo poseen su peculiar autonomía, la cual no puede ser menoscabada por ninguna clase de dependencia desde arriba. Todo el sentido del reino del valor, en tanto que es una esfera de esencialidades que son idealmente en sí, se somete a este principio básico. Pero en especial lo están los valores del espíritu, en cuya esencia es visible evidentemente esta autonomía hasta en las últimas particularidades. Lo que es bello es bello por mor de sí mismo; lo cómico, cómico por mor de sí mismo; lo que es noble o digno de ser amado es noble o digno de ser amado por mor de sí mismo. Toda retro-referencia a algo distinto, a un «por mor del cual» es lo que es, es una construcción especulativa.
Así, pues, la orientación en el valor de la utilidad se muestra como la peor pensable. Pues los valores de la utilidad no son valores de suyo. En su esencia estriba precisamente sólo poder ser valor de medio para los valores de suyo.
La fundamentación anteriormente expuesta de los valores más altos en los más bajos es de índole completamente diferente. No significa una supresión de la autonomía de los valores más altos, pues no atañe en absoluto al carácter de valor de estos últimos, sino sólo a ciertos elementos estructurales de su materia, en tanto que estos elementos ya tienen que tener un carácter de valor en sí mismos. Esta relación de fundamentación sólo indica siempre un condicionamiento parcial del valor más alto, en el cual no consiste de ningún modo ese valor más alto como tal. No es en absoluto una relación de fundamentación axiológica, menos aún teleológica, sino sólo material —o, como en la mayoría de los casos, sólo modal. Esta relación ofrece, por su parte, también un cierto conocimiento del reino del valor, pero no afecta de ningún modo al orden global.
En el reino de las esencialidades autónomas, pueden existir, naturalmente, las dependencias; sólo que no pueden ser una dependencia esencial total, pues tal dependencia anula la autonomía de los miembros. La fundamentación axiológico-teleológica «desde arriba» es dependencia esencial total de los caracteres de valor mismos. En cambio, la fundamentación material «desde abajo» sólo es dependencia parcial de los elementos estructurales concretos.

Capítulo 27. Fin de la acción y valor moral

a) El desconocimiento de los valores morales en la ética de fines
Pero de la relación de fundamentación expuesta, resulta, junto con todas las consecuencias metodológicas, una evidencia aún más importante y decisiva para la comprensión de los actos morales mismos.
La ética kantiana ve el sentido de los principios morales únicamente en su carácter de deber. La ley moral es mandato, imperativo y requerimiento para el hombre. Si esto se transfiere a los valores, el sentido de los valores morales para el hombre tiene que consistir y agotarse en que su voluntad se tiene que dirigir a ellos como a los fines supremos. Según esto, el moralmente bueno sería aquel que persiguiera con su modo de actuar el fin de ser moralmente bueno; aquel que, por tanto, dijera la verdad para ser veraz, amara para ser afectuoso, ejerciera la generosidad para ser generoso. El rigorismo kantiano lo expresa así de modo general: sólo tiene valor moral aquella acción que tiene lugar «por mor de la ley»; no basta que sea conforme a la ley, la ley también tiene que ser el único fundamento de determinación, su cumplimiento el fin último de su acción.
Que este rígido rigorismo conduce a consecuencias absurdas, es claro y ha sido frecuentemente censurado. No se trata de él; él sólo es una anomalía de la ética de fines. ¿Y qué pasa con la ética de fines misma? ¿Es verdad que los valores morales constituyen los fines supremos de la acción moral; esto es, los fines de esa acción cuya cualidad de valor configuran? ¿Es verdad que, en el fin de su acción, el moralmente bueno, en último término, se tiene a sí mismo ante los ojos, caracterizado con el predicado de valor de la acción; que, por tanto, ve por anticipado en su fin su propia imagen reflejada —esto es, la imagen de sí mismo tal y como él debiera ser? ¿Es el autoespejeamiento el sentido de bondad, amor, generosidad, veracidad?
Esto es una manifiesta falsificación de la situación objetiva dada en la acción moral. El fin del veraz no es en absoluto ser él mismo veraz, sino el de que aquel al que se habla sepa la verdad; asimismo el fin del generoso o del afectuoso no es ser generoso o afectuoso, sino el de que el otro, al que, por ejemplo, se obsequia o se contenta, tenga el obsequio o el contento. El generoso o el afectuoso regala, desde luego, por amor, pero no por voluntad de amor. No se trata, para él, de su propio ser moral, sino del ser del otro, y por lo general no de su ser moral, sino de todo su ser humano, tanto el corporal como el espiritual, esto es, de cualesquiera situación objetiva valiosa para él. Y estas situaciones objetivas son valiosas para los otros en tanto que los valores de bienes están incluidos en ellas. Saber la verdad es un bien o está mentado, seguro, como un bien, al igual que el obsequio regalado o el contento dado.
Aquí, en el sentido de la acción moral, se muestra la significación del estar fundados los valores morales de acto en valores de bienes. Desde luego que la acción es moralmente valiosa precisamente por su fin, pero no en tanto que el fin tenga por contenido el valor moral de la acción; desde luego que no simplemente en tanto que el fin tenga por contenido bienes, pero sí en tanto que tenga por contenido una determinada relación entre bienes y personas.
El fin de la acción es un valor de situación objetiva; en cambio, el valor moral de la acción, que se alza sobre ese fin, es un valor de acto, y justamente, por eso, un valor de persona. Las cualidades morales de valor caracterizan al tipo de conducta de una persona, pero no al objeto de la intención en que consiste la conducta. Ellas aparecen, según la expresión de Scheler, en cierto modo «a la espalda de la acción», pero no en su dirección al objetivo. En la ética de fines, el desconocimiento por principio de los valores morales estriba justamente en la errónea equiparación de los últimos con el valor de la situación objetiva buscada.
b) Los límites del deber hacer en el reino de los valores
A primera vista, parece seguirse de aquí que los valores morales no son determinantes para la conducta moral de la persona, para su tender, para su volición, para su propósito y su acción.
Esto sería muy erróneo. Lo que denominamos «conciencia», la íntima confidencia (conscientia) más o menos consciente del valor y disvalor de la propia conducta, no es en modo alguno meramente la instancia que censura posteriormente, como habitualmente se entiende por ella, sino también una instancia que prohíbe, que anticipa la acción y que la co-determina, al menos negati...

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