San Pablo en sus cartas
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San Pablo en sus cartas

  1. 360 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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San Pablo en sus cartas

Descripción del libro

Precedido por las recientes catequesis de Benedicto XVI sobre san Pablo, el presente volumen nos ofrece una excelente introducción al estudio científico de la personalidad del Apóstol, tomando inspiración en las cartas que afortunadamente nos dejó. En sus páginas respiramos y vivimos el espíritu y la realidad concreta de la vida de san Pablo, y nos proporcionan momentos de verdadero descanso. El autor, uno de los mejores biblistas españoles, presenta así una obra de divulgación pensada para un amplio círculo de lectores, pero con la profundidad propia del complejo mundo de la exégesis bíblica. De su lectura se podrán beneficiar tanto los predicadores o catequistas como cualquier cristiano que quiera dejarse tocar por la persona de Pablo.

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Información

Año
2011
ISBN del libro electrónico
9788499207544
Edición
1

Capítulo XV
SAN PABLO, ¿UN ESCRITOR DIFÍCIL?

PRIMERA PARTE

En lectores de hoy que no hayan pasado por el disciplinado estudio de lo que suele llamarse cuestiones introductorias a los libros del Nuevo Testamento se dará, de manera poco menos que inevitable, la experiencia siguiente: el san Pablo que encuentran en las páginas del libro de los Hechos de los Apóstoles les resulta casi plenamente inteligible y fuertemente cautivador; el san Pablo, en cambio, que se les presenta directamente en sus cartas les parece en muchas ocasiones extraño: hay páginas enteras que no entienden, o en las que las frases comprensibles alternan a cada paso con las que resultan enigmáticas. Y esto no se debe únicamente a defectos en la traducción; ciertamente, si ésta es buena, las dificultades se reducirán en buena medida, pero nunca desaparecerán del todo.
La razón de esta diferencia entre las impresiones que pueden producir en el lector de hoy, animado de una sincera piedad, pero no preparado adecuadamente mediante un estudio serio, el san Pablo del libro de los Hechos y el de las cartas escritas por él mismo es en parte muy simple. San Lucas, el autor de Hechos, es un narrador; y un narrador se ve forzosamente obligado a simplificar la presentación de los hechos en su relato. El ejemplo más llamativo en nuestro caso es la presentación de la actividad de san Pablo en Corinto: sin las dos cartas del Apóstol a los cristianos de esta ciudad, el libro de los Hechos no nos permitiría adivinar los sinsabores que la comunidad de Corinto proporcionó a san Pablo, ni las graves dificultades internas por que atravesó. Las dos cartas del Apóstol, aunque en muchos puntos quizá no ilustren nuestros conocimientos como desearíamos, nos permiten asistir a la trabajosa lucha que san Pablo debió sostener para el buen gobierno de la comunidad creada por él en su segundo viaje misionero.
Pero esto no lo explica todo. En las páginas que siguen queremos exponer algunas de las causas de la extrañeza que pueden producir en un lector actual las cartas de san Pablo, y con ello el propio san Pablo. Para cumplir nuestro objetivo necesitaremos aducir una serie de datos y recordar hechos, modos de pensar y de hablar. Con ello, sin embargo, no pretendemos enriquecer la erudición del lector, obligándole a retener datos que recarguen innecesariamente su memoria. Nuestra intención es ofrecerle una primera ayuda para leer con provecho estos escritos del Nuevo Testamento que son las cartas de san Pablo, cartas que contienen palabra inspirada de Dios y en las que nos han llegado los primeros testimonios de la predicación cristiana, y a la vez las primeras muestras de la reflexión de la Iglesia sobre el misterio de Cristo. Si, como aseguramos de antemano, aquí no podremos resolver todas las dificultades que entraña esta lectura, al menos las habremos reducido indicando sus causas.

1. Problemas de san Pablo que ya no son nuestros

Como ya hemos dicho anteriormente, lo primero que es preciso tener presente para no sorprenderse de que en las cartas de san Pablo tropecemos con páginas extrañas, oscuras o ininteligibles, es que estos escritos son cartas, no capítulos de un catecismo para adultos o de un tratado de teología, donde las materias están ordenadas sistemáticamente según un plan bien pensado. Este simple hecho aclara muchas cosas, o, dicho de otro modo, elimina no pocas extrañezas. Por una parte, en efecto, explica el que en ellas a veces encontremos secciones bastante amplias dedicadas a exponer un punto de la fe cristiana, o a resolver una cuestión de disciplina eclesiástica, mientras no se dice nada de otras verdades de la misma fe, que en cambio aparecen aludidas como de pasada en contextos donde tenemos la impresión de que más bien no eran de esperar. El apóstol y pastor de almas que es san Pablo escribe estas cartas porque no puede visitar en persona las comunidades a las que van dirigidas; vienen así a sustituir su presencia física, que hubiese sido el medio mejor para resolver las dificultades teológicas o disciplinares que habían surgido en las comunidades destinatarias. De ahí que san Pablo se concentre y extienda en la parte de doctrina que es discutida o se halla en peligro, y en cierto modo olvide o descuide el resto de lo que constituye el contenido de la fe cristiana. Nadie puede hablar de dos materias a la vez.
Por otra parte, el hecho de que los escritos que nos ha dejado san Pablo sean cartas, mientras ofrece la ventaja de que por ello son documentos llenos de vida, crea dificultades para su lectura y su interpretación hoy, a casi dos mil años de distancia de la fecha en que fueron redactados. Como toda carta, las de san Pablo suponen una situación concreta; sin esta situación, la carta no habría sido escrita. Pero los diversos componentes que caracterizaban esta situación eran bien conocidos de los destinatarios de cada una de las cartas; por eso san Pablo nunca se detiene a describirlos o simplemente enunciarlos: lo ordinario es que aluda a ellos con frases sobrias, frases que bastaban para los lectores a quienes iban dirigidas, pero que a nosotros distan mucho de darnos la ambientación suficiente para entender el escrito. En cierto modo podemos decir que en la lectura de las cartas de san Pablo nos hallamos en un círculo vicioso: para entender lo que el Apóstol dice en cada página necesitaríamos conocer la situación que le movió a escribir; pero, por otra parte, el único medio de que disponemos para conocer esta situación son precisamente sus cartas, que por la sobriedad de información que nos dan —y casi siempre de modo indirecto— muchas veces nos obligan a conformarnos con una idea un tanto vaga de esa situación. De ahí que en los manuales de introducción al Nuevo Testamento, la parte dedicada a las cartas de san Pablo contenga siempre un apartado dedicado a la situación u ocasión en que fue escrita cada carta.
Entre las cosas que caracterizan la situación en que fue escrita una carta de san Pablo podemos destacar dos, que contribuyen de modo especial a crear en el lector no preparado una sensación de extrañeza: los problemas con que el Apóstol se enfrentó a lo largo de su acción misionera y pastoral, y los adversarios con que, por el bien de sus comunidades y la defensa del Evangelio, debió enfrentarse. Comencemos por los primeros.
Respecto a los problemas con que san Pablo tropieza en su acción apostólica y que han dejado profunda y amplia huella en sus cartas lo primero que debemos decir es que, en muy gran medida, esos problemas ya no son nuestros; nosotros, cristianos del siglo XXI, no los sentimos ni vivimos como nuestros. Pero esto no sólo nos ocurre a nosotros, por obra de los siglos que nos separan del Apóstol; los cristianos de la generación siguiente a la de san Pablo quizá ya no los vivían, al menos algunos de ellos. Así, por ejemplo, el problema de la obligatoriedad de la ley mosaica, con la circuncisión y sus múltiples preceptos rituales, no inquieta a ningún cristiano de hoy. Es más: la inmensa mayoría de los cristianos actuales ignoran que este problema existió, y en forma muy viva, en los primeros años de la historia de la Iglesia.
Para que entienda muchas páginas de san Pablo —por ejemplo, toda la carta a los Gálatas—, el lector de hoy necesita entrar en la situación de la que brotó esta carta: necesita ser informado de cómo san Pablo luchó enérgicamente para impedir que algunos judíos, para los que la circuncisión y la ley mosaica eran de origen divino, intentasen obligar a los creyentes de origen pagano a recibir la circuncisión y observar las prescripciones rituales de esa ley. El que hoy podamos decir que este problema no nos inquieta, no es ya un problema para nosotros, se debe a que al fin se impuso en la Iglesia el Evangelio predicado por san Pablo, que, como él mismo dice, es el único Evangelio, de modo que puede escribir a los creyentes de Galacia con una seguridad total y una energía no disimulada: «No es que haya otro Evangelio; lo que hay es que algunos os turban y pretenden pervertir el Evangelio de Cristo. Pero si nosotros o un ángel del cielo os anunciase otro Evangelio distinto del que habéis recibido, sea anatema» (Ga 1,7-9).
Ante páginas de san Pablo escritas con motivo de este problema de la Ley vieja y el Evangelio no debe sorprender que el lector actual no iniciado, aunque animado de buena voluntad y de una sincera veneración a la Palabra de Dios contenida en la Sagrada Escritura, sienta un extraño desasosiego: el que acompaña a la impresión de que esas páginas no le dicen nada o no le sirven para alimentar su fe y su vida espiritual, a pesar del calor con que en los últimos años han insistido los Papas, el Concilio y los obispos en hablar de la necesidad de que los fieles lean y mediten la Sagrada Escritura; y para facilitar esta lectura y esta meditación se ha realizado, dentro de la reforma litúrgica promovida por el Concilio, una adaptación de las lecturas bíblicas en la Misa de modo que los fieles escuchen en el culto, tanto dominical como diario, el mayor número posible de páginas de los Libros Sagrados.
Pero, ¿cómo van a meditar los fieles unas páginas o unos libros de la Sagrada Escritura que no entienden? La respuesta y el remedio están dados en estas palabras de san Agustín: «El que ama verdaderamente la palabra de Dios procura conocerlo todo, informarse de todo». Aplicando este consejo a las páginas de cartas de san Pablo que se ocupan de un problema que ya no es nuestro —el de la ley mosaica y el Evangelio—, podemos decir: el lector actual debe recordar que Jesús, los apóstoles, san Pablo y los primeros predicadores del Evangelio eran judíos, que naturalmente habían recibido la circuncisión; este hecho explica en parte la actitud de los cristianos o predicadores judaizantes, que eran judíos, para los que la circuncisión y las prescripciones de la Ley constituían un elemento como sustancial en su vida religiosa, e incluso su vida en todos sus aspectos, pues en la Ley escrita y oral estaban reguladas para un judío todas las circunstancias de la vida humana. En cierto modo, por tanto, estos hombres, que pusieron a prueba la paciencia de san Pablo sostenían el mismo principio básico que él proclama frente a los judíos que rechazan el Evangelio: «Nosotros —los creyentes en Cristo, sin distinción de origen, judíos y griegos— somos la circuncisión», el judaísmo (Flp 3,3). San Pablo dirá que un judío puede ser cristiano sin dejar de vivir su judaísmo, pero un pagano no necesita hacerse judío mediante la circuncisión para ser cristiano; y al mismo tiempo, que sólo hay un judaísmo: el de los que creen en Cristo Jesús. Los judaizantes dicen que los paganos, los no judíos de raza, para obtener la salvación de Cristo, deben «judaizarse», hacerse judíos mediante la circuncisión.

2. Los extraños adversarios de san Pablo

Lo dicho nos lleva a otra de las causas de dificultad en la lectura de las cartas de san Pablo, a saber: la deficiente información que poseemos respecto a los adversarios frente a los que se defiende o defiende a sus comunidades en páginas que son claramente polémicas. Esta ignorancia nuestra, debida a escasez de datos, es en gran parte lo que hace que nos sintamos como caminando a oscuras cuando leemos, para citar el ejemplo más destacado, las dos cartas a los Corintios, especialmente la segunda. Ciertamente, en ellas no todo es oscuridad; sin embargo, incluso pasajes claros de las mismas se hallan a veces en un contexto que, en su conjunto, resulta difícil de descifrar.
Como ilustración de lo que acabamos de decir ofrecemos a continuación una breve síntesis de las teorías que se han propuesto sobre quiénes eran los adversarios a que san Pablo debe hacer frente en la carta a los Gálatas. En el siglo pasado, F.C. Baur interpretó la carta sobre la base de un enf...

Índice

  1. Introducción: PRESENTACIÓN DE SAN PABLO POR BENEDICTO XVI
  2. Siglas
  3. Prólogo
  4. Capítulo I: SAN PABLO, SIERVO DE JESUCRISTO
  5. Capítulo II: SAN PABLO, PREDICADOR DE JESUCRISTO
  6. Capítulo III: SAN PABLO MISIONERO
  7. Capítulo IV: SAN PABLO Y SUS COLABORADORES
  8. Capítulo V: SAN PABLO, FARISEO
  9. Capítulo VI: SAN PABLO, APÓSTOL DE LOS GENTILES
  10. Capítulo VII: SAN PABLO, ¿UN ENFERMO CRÓNICO?
  11. Capítulo VIII: SAN PABLO, PASTOR DE ALMAS
  12. Capítulo IX: SAN PABLO Y EL ENIGMA DE LA MUERTE
  13. Capítulo X: SAN PABLO Y JESÚS (I)
  14. Capítulo XI: SAN PABLO Y JESÚS (II)
  15. Capítulo XII: SAN PABLO, ENAMORADO Y CASAMENTERO
  16. Capítulo XIII: SAN PABLO, PREDICADOR DE LA CRUZ
  17. Capítulo XIV: SAN PABLO, PREDICADOR Y CATEQUISTA
  18. Capítulo XV: SAN PABLO, ¿UN ESCRITOR DIFÍCIL?
  19. Bibliografía seleccionada