1940-1941
«Presencia de Francisca»
13 de enero de 1940
Sobre todo, está la necesidad de vivir dramáticamente lo que es dramático, adelantándose a los acontecimientos, en situación expuesta —y aquí las calles, la misma gente, me rodean de cosas caducas, liquidadas, sobrepasadas. Esto es dulcemente opresor a la larga...
... Ya lo sé... Vuelvo a encontrar el secreto de llenar las horas más mediocres: pensar en toda la mediocridad del mundo, en toda la mediocridad nuestra, en lo que puede ser, al lado de nuestro disgusto de algunos días, el sufrimiento de la Bondad absoluta bajo esta marea de m... (la inagotable náusea de Cristo en el Monte de los Olivos), y ofrecer esta mediocridad de nuestras horas como rescate por nuestra participación en la mediocridad, como rescate de toda la náusea del mundo. En los tiempos en que los hombres disparaban y golpeaban, sufrían el martirio y los suplicios. Las horas mediocres son quizás la ofrenda propia que se nos pide a nosotros, los hombres del siglo XX... (A Paulette Mounier).
1 de marzo de 1940
En este desierto, no pálido, sino grisáceo, donde se han hundido no con violencia, sino dulcemente, nuestras «felicidades» próximas o lejanas (Francisca, Châtenay, nuestra nueva vida común), siento ya reverdecer los primeros ramos del mañana desconocido, cuyo aspecto ignoramos, pero cuyo sentido conocemos desde ahora porque lo vivimos, cualquiera que sea su salida... Amábamos la felicidad y la deseábamos tanto más dulcemente cuanto que no era sólo felicidad (Esprit se mantiene como un extraño superviviente de manera absurda: ¿por qué? Por asimetría, para que mi reflexión no esté completamente segura). Sabemos que saldremos de esto más ricos. Quizás, además, con una especie de felicidad, quizás con «desgracia», no lo sabemos, pero más ricos. Y si llega la «felicidad», la curación de Francisca u otra cosa, la usaremos con menos vulgaridad...
Si un día publicara en Alcan un libro in octavo sobre «El espacio y el amor» pondría como tema general «El amor transkilométrico contra el amor milimétrico» o «Ensayo de síntesis sobre la utilidad de las variaciones de distancia entre los amantes. Contribución al problema de la comunidad». Habría además muchos otros capítulos: «Poder reductor de la promiscuidad» (Encuentro aquí de nuevo y curiosamente el hechizo de las familias más libres: tengo demasiado trabajo, demasiado «a las seis, en el Pont-Neuf» como para pensar en ello, pero siento que si no tuviera este trabajo tendría la impresión de un acto extraño, de romper un centenar de pequeñas relaciones en papel si, por azar, cogiera mi boina a las ocho de la tarde y dijera porque la fantasía me agarrara: «Espera, voy a dar una vuelta por las calles o por la actualidad...»).
No hay mejor cosa que la increencia para ser educados en esta mística del momento de felicidad absoluto. Y también las lecturas para novios cristianos y las toneladas de papel sobre «la educación de la pureza» (por el vacío). La diferencia está en que el ronroneo cristiano les impide después a la mayor parte de ellos desesperar abiertamente; son desesperados felices, la mueca más fea que puede haber en un rostro humano... Touchard me escribía el otro día que se debe educar a los niños en la idea de una vida cuyo tejido debe ser el sufrimiento, con algunas raras y preciosas alegrías. Más bien diría yo: en lugar de educarles para una vida normalmente feliz, que hay que cristianizar con algunas virtudes y trucos de cuaresma, prepararles para una vida de sufrimiento que debe ser incansablemente transformado en alegría, se logre o no... La buena música de Franck, no la parte fea de su obra, en la que ofrece a modo de suavidad primaria su lado de puerilidad pequeño-burguesa, bautizada con grandes golpes de tambor para hacer travesuras, sino la grande: las Variaciones, el Quinteto, la Sonata, la mejor de las Bienaventuranzas, esa «cuarta Bienaventuranza» en la que, sobre una modulación de un semitono, el tema de la muerte llega a ser un tema de serenidad triunfal; ése es su logro: la alegría mezclada con lágrimas; seamos pedantes: la alegría transcendente, inmanente al sufrimiento no reabsorbido... (A Jacques Lefrancq).
3 de marzo de 1940
No te pongas contenta demasiado deprisa. He hablado después con el doctor. Y aunque la evolución es más bien buena desde noviembre, no da muchas esperanzas sobre el problema de conjunto. No por ser difuso y solapado le parece menos importante y profundo el daño. Y ciertamente deja algunas posibilidades de recuperación cuyo límite es imposible fijar antes de un año... Pero duda de que vuelva alguna vez a la normalidad.
Bueno. La opinión de un médico es la opinión de un médico, ya lo sé. Y existen los milagros secretos. Pero cuando rechazamos cada día el milagro de la santidad, el único que depende de nosotros, ¿cómo podemos pedir milagros gratuitos? Indudablemente, es necesario que participemos de la permanencia de la Pasión en el tiempo, en los hombres con los que me cruzo en la calle, en los burócratas de mi alrededor que me exasperan y en esta mediocridad que dejo instalarse en mí por otra cosa que no sean artículos o «impulsos generosos». Yo no sé por quién trabaja esta carita pobre y oscurecida, esta herida en nuestro costado que durará quizás años y años... (A Jéromine Martinaggi).
8 de marzo de 1940
El último estado de Francisca ha creado una gran tristeza profunda que señalará indudablemente el fin de mi juventud empírica. Pero la indesarraigable esperanza se agarra a sus últimos asideros y yo tengo la suerte de establecerme rápidamente en este estado, en el que uno se pregunta qué parte tiene el habitus cristiano, qué parte tiene la costumbre sin más y qué parte el temperamento. Y me inunda dulcemente una nueva, una inmensa ternura hacia una niña herida, cuya imagen escondida sería nuestra espera humana más hermosa para el más allá del tiempo...
Ahora me sumerjo de lleno en la gran literatura cenobítica, gracias al padre Rambaud que me saca todos los libros en Lyon: cuarenta títulos ante mí. Esto servirá de paso para la explicación que estoy preparando sobre El sentido cristiano de la comunidad, paralela a la explicación sobre personalismo, o quizás para nuestra vida de después de la guerra, o quizás para cuidar a los que trato últimamente... (A Paul Fraisse).
20 de marzo de 1940
Qué sentido tendría todo esto si nuestra muchachita no fuera más que un pedazo de carne hundido no se sabe dónde, un poco de vida accidentada y no esta blanca hostia que nos sobrepasa a todos, una infinitud de misterio y amor que nos deslumbraría si lo viéramos cara a cara; si cada golpe más duro no fuera una nueva elevación, que es una nueva cuestión de amor cuando nuestro corazón empieza a estar acostumbrado y adaptado al golpe precedente. Oyes la pobre vocecita suplicante de todos los niños mártires del mundo y el pesar por haber perdido la infancia en el corazón de millones de hombres que nos piden como un pobre a la vera del camino: «Decidnos, vosotros que tenéis amor y las manos llenas de luz, vosotros queréis dar también esto por nosotros».
Si no hacemos más que sufrir —experimentar, aguantar, soportar— no resistiremos y fallaremos a lo que se nos ha pedido. De la mañana a la tarde, no pensemos en este mal como algo que se nos quita, sino como algo que damos, para no desmerecer de este pequeño Cristo que está en medio de nosotros, para no dejarle solo en el trabajo con Cristo...
... No quiero que perdamos estos días porque olvidaremos tomarlos por lo que son: días llenos de una gracia desconocida... (A Paulette Mounier).
11 de abril de 1940
Siento igual que tú un gran cansancio y una gran calma a la vez, siento que lo real, lo positivo, es la calma, el amor de nuestra pequeña hija que se transforma dulcemente en ofrenda, en una ternura que la desborda, que sale de ella, vuelve sobre ella y nos transforma con ella; y siento que el cansancio se debe solamente a que el cuerpo es muy frágil para esta luz y para todo lo que había en nosotros de habituado, de «posesivo», con nuestra niña que se rompe lentamente para un amor más hermoso...
... Sólo nos queda ser lo más fuertes que podamos con la plegaria, el amor, el abandono y la voluntad de mantener la alegría profunda del corazón... (A Paulette de Mounier).
17 de abril de 1940
Mira cómo nos quieren. Mira la carta que me manda el bueno de Perroux. Yo le he escrito especialmente porque guarda una gran fidelidad a san Francisco (su patrón) y un corazón desbordante de generosidad.
¿Lourdes? ¿Lourdes? Estoy obsesionado con este nombre desde hace tres días. Tener el corazón lo suficientemente sencillo para ponerse en comunión con todos los que han creído en Lourdes. Si estuviera en la vida civil, creo que haría una locura y que la llevaría a Lourdes para no razonar sobre ello, sin exigir el milagro material, sino para ponerme en la fila y conocer en cualquier caso la alegría de ganar una niña siempre enferma, la alegría de haber creído en la gratuidad de la gracia de Dios (y no en su automatismo terapéutico), la alegría de saber que no se niega el milagro a quien lo recibe por adelantado bajo todas sus formas, incluso bajo sus formas invisibles, incluso bajo sus formas crucificantes, incluso quizás en un plazo... Sabes que Touchard tiene razón: Francisca está allí más presente que una niña encantadora y normal... (A Paulette Mounier).
19 de abril de 1940
El sábado 27 dirán dos misas en Lourdes; una por Francisca y otra por sus hermanos, los niños enfermos por los que no reza nadie. Una en la otra. Tú estarás con nosotros.
No te escribo más. Reza, no nos olvides. (A Edmond Humeau).
23 de abril de 1940
Te envío también dos o tres cartas de amigos. Todas estas frases de cariño las siento llegar sobre ti y sobre Francisca como una oración. Para muchos amigos míos eras todavía una imagen un poco difusa a causa de la distancia; ahora entras en sus corazones por la puerta grande de la simpatía cristiana. Consérvame algunas de estas cartas, por favor: son para mí una parte de la realidad de Esprit tanto y más que las que hablan de doctrina o de acción. Nada puede afectarme más profundamente que estas cartas en la encrucijada de todos mis amores... (A Paulette Mounier).
5 de mayo de 1940
El último acto ha empezado... El diagnóstico es definitivo. Ataque de encefalitis que dejará a mi hija tan destrozada, que tendremos que agarrarnos fuerte para no pedir a Dios que se la lleve... (A Jéromine Martinaggi).
11 de mayo de 1940
(Ofensiva alemana)
No hay nada que decir, sino que estemos más fuertemente que nunca unos con otros. Vivimos contigo todos los minutos, ya lo sabes... La suerte de Francisca no es ya un trueno en las esperanzas de verano, sino un eslabón fraternal de la gran desgracia humana, sin la cual estaríamos un poco a la zaga... (A Jacques Lefrancq).
Saint-Savinien, 19 de junio de 1940
Delante de la estación hay un campo de maíz, con la hierba alta y tilos florecidos. A la vera de uno de estos pueblos que parecen subir desde el fondo de los siglos, sólidos como esta gran torre cuadrada y los árboles que forman la clave de bóveda por encima de las casas apretujadas, nos hemos enterado de la derrota. Estos viejos pueblos robustos —y de una gran dulzura, con anchas casas blancas hasta el borde del tejado, con una blancura que tiene un poco de pátina y está un poco agrietada— te comunican a pesar de todo una fuerza que el artificio de una cólera histórica no puede romper en seco. ¿Está muerta? Ya lo veremos. En cualquier caso, Francia necesita que la prueba golpee hasta al último de estos pequeños burgueses, de estos pequeños jardineros...
«Él» irá hasta Marsella y Burdeos, por necesidad de violar a todo el país. Pero esto será saludable para todos. No quedará nadie que no haya sido obligado a ver. Que nos deje el menor recodo de libertad espiritual y entonces, ya lo sabes, nuestros corazones estarán armados de forma distinta que antes para reaccionar: llevados por estos millones de desesperanzas que desde hace tres días han caído en su soledad.
Bajo la ventana de mi pequeño despacho no para el desfile lamentable de coches cargados de maletas y colchones que bajan desde lo alto de la ciudad... (A...