La belleza. La Iglesia
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La belleza. La Iglesia

Prólogo de Etsuro Sotoo

  1. 48 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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La belleza. La Iglesia

Prólogo de Etsuro Sotoo

Descripción del libro

"Benedicto XVI nos dice dos palabras sustanciales para comprender el Misterio de la salvación cristiana. la primera es la palabra belleza. Ésta revela la inexorable nostalgia del hombre por la verdad, la justicia y el bien, es decir, la nostalgia de Dios (...) La segunda es la palabra Iglesia. La Iglesia es el lugar a través del cual cada hombre encuentra el acceso al Padre y se hace hijo de Dios en Su pueblo" (de la Introducción).

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Información

Año
2012
ISBN del libro electrónico
9788499207674
Edición
1
LA IGLESIA

LA IGLESIA

Queridos amigos, gracias por esta acogida tan calurosa. Conocen ya el título de mi conferencia:

Una compañía siempre reformable

No se necesita mucha imaginación para adivinar que la compañía de la que quiero hablar aquí es la Iglesia. Tal vez se ha evitado mencionar en el título el término «Iglesia», sólo porque espontáneamente provoca, en la mayor parte de los hombres de hoy, reacciones de defensa. Piensan: «Hemos oído hablar demasiado de Iglesia y la mayoría de las veces no han sido cosas agradables». La palabra y la realidad de la Iglesia han caído en descrédito. Y por eso no parece que incluso una reforma permanente pueda cambiar mucho las cosas. ¿O es que quizás el problema es solamente que hasta ahora no se ha descubierto el tipo de reforma que podría hacer de la Iglesia una compañía que valga verdaderamente la pena vivirse?
Pero preguntémonos primero: ¿Por qué la Iglesia resulta desagradable a tantas personas, incluso personas creyentes, personas que hasta hace dos días podían considerarse entre las más fieles o que, con dificultad, lo son todavía hoy? Los motivos son muy diferentes, o más bien opuestos, según las posturas. Algunos sufren porque la Iglesia se ha acomodado demasiado a los parámetros del mundo de hoy; a otros les fastidia que todavía resulte demasiado rara. Para la mayor parte de la gente, el descontento frente a la Iglesia tiene su origen en que es una institución como tantas otras y que, como tal, limita mi libertad. La sed de libertad es la forma en la que hoy se expresan el deseo de liberación y la percepción de no ser libres, de estar alienados. Invocar la libertad es aspirar a una existencia que no esté limitada por lo ya dado, por lo que supone un obstáculo para mi pleno desarrollo, que me ofrece desde fuera el camino que sólo yo tengo que recorrer. Pero por todas partes nos topamos con barreras y obstáculos de este tipo, que nos frenan e impiden que vayamos hacia delante. Los obstáculos que la Iglesia representa son doblemente incómodos porque penetran hasta la esfera más personal e íntima. Las normas de vida de la Iglesia son mucho más que las reglas de tráfico, útiles para que la convivencia humana evite en la medida de lo posible los enfrentamientos. Se refieren a mi camino interior y me dicen cómo debo comprender y dar forma a mi libertad. Exigen de mí decisiones que no se pueden tomar sin el dolor de la renuncia. ¿No se nos quieren negar, quizás, los frutos más hermosos del jardín de la vida? ¿No es verdad que con la angostura de tantos mandamientos y prohibiciones se nos obstaculiza el camino hacia un horizonte abierto? ¿No se ve acaso obstaculizada la grandeza del pensamiento y de la voluntad? ¿No será que la salida necesaria de este tipo de tutela espiritual es la liberación? Y la verdadera reforma, ¿no consistirá en el rechazo de todo esto? Pero si fuese así, ¿qué nos queda de esta compañía?
La amargura contra la Iglesia tiene también un motivo específico. En medio de un mundo gobernado por una dura disciplina y por implacables constricciones, se levanta hacia la Iglesia, ahora y siempre, una silenciosa esperanza: podría representar, en esta situación, una isla donde vivir mejor, un pequeño oasis de libertad, al que uno puede retirarse de vez en cuando. La ira contra la Iglesia o la desilusión que provoca tienen un carácter específico, porque de ella se espera, calladamente, más de lo que se espera de otras instituciones mundanas. En la iglesia se debería realizar el sueño de un mundo mejor. Al menos, se querría saborear en ella el gusto de la libertad, de ser puestos en condiciones de ser libres: aquel salir fuera de la caverna del que habla Gregorio Magno comentando a Platón.
Sin embargo, desde el momento en que la Iglesia se ha alejado en aspectos concretos de sueños semejantes, asumiendo también ella el sabor de una institución y de todo lo que es humano, se levanta contra ella una cólera especialmente amarga. Y esta cólera no puede disminuir, precisamente porque no se puede extinguir ese sueño que había conseguido que nos volviésemos hacia ella con esperanza. Pero como la Iglesia no es como aparece en los sueños, se busca desesperadamente que se transforme en lo que nosotros deseamos: un lugar en el que se puedan expresar todas las libertades, donde se abatan nuestros límites, donde se experimente la utopía que puede pensarse en cualquier otra parte. De igual forma que se piensa que a través de la acción política se puede construir un mundo mejor, se dice también que se debería (quizás como una primera etapa hacia ese mundo mejor) poner en pie una Iglesia mejor: una Iglesia de humanidad plena, llena de sentido fraterno, de generosa creatividad, una morada de reconciliación de todo y para todos.

Reforma inútil

Pero, ¿cómo tendría que suceder esto? ¿Cómo puede lograrse una reforma de este tipo? Lo primero que hay que hacer, se dice, es empezar. A menudo se dice con la ingenua presunción del ilustrado, que está convencido de que hasta ahora las generaciones no han comprendido bien la cuestión, o que han sido demasiado temerosas y poco ilustradas; nosotros, sin embargo, tenemos por fin y a un tiempo coraje e inteligencia. Esta noble empresa debe realizarse, sea cual sea la resistencia que puedan oponer los reaccionarios y los «fundamentalistas». Para este primer paso existe al menos una receta tremendamente clara: la Iglesia no es una democracia. Por lo que se ve a primera vista, todavía no ha integrado en su constitución interna ese patrimonio de derechos de la libertad que la Ilustración elaboró y que desde entonces ha sido reconocido como regla fundamental de las formaciones sociales y políticas. Por eso, parece la cosa más normal del mundo recuperar de una vez por todas lo que se había abandonado y empezar por volver a construir ese patrimonio fundamental de estructuras de libertad. El camino conduce —como suele decirse— de una Iglesia paternalista y distribuidora de bienes a una Iglesia-comunidad. Se dice...

Índice

  1. Prólogo de Etsuro Sotoo
  2. Introducción de Mons. Luigi Negri
  3. LA BELLEZA
  4. LA IGLESIA