La dimensión política de Jovellanos
Ignacio Fernández Sarasola
Profesor Titular de Derecho Constitucional
Universidad de Oviedo
1. Las dos dimensiones del Jovellanos político
En 1796, en su célebre Introducción a un discurso sobre el Estudio de la Economía civil, Jovellanos define qué entiende por «política»: «La política, considerada como el arte de gobernar los pueblos, no puede tener otro [fin] que el de su felicidad». La política era para el gijonés, por tanto, un arte, que no una ciencia, y su objetivo no era otro más que el bienestar de la comunidad. En este sentido, Jovellanos podría considerarse como la encarnación misma de la política, puesto que pocos ilustrados personificaron tanto como él la intención de lograr el máximo bienestar de su patria o, por mejor decir, de sus patrias: Gijón, Asturias, España.
Acercarse a la dimensión política de Jovellanos exige tener presentes dos aspectos: ideario y actividad política; pensamiento y acción. De ambas facetas creo que el gijonés destacó particularmente en la primera. Con ello no quiero decir que fuese un mal gobernante, ni mucho menos. Cuando tuvo la ocasión de asumir tareas de gobierno, lo hizo con extraordinaria entereza y responsabilidad, e incluso demostró poseer algunas preciadas dotes de político: dialogante, cauto y dotado de exquisito tacto, no le temblaba el pulso cuando era preciso adoptar medidas enérgicas, ora para enfrentarse al Tribunal de la Inquisición, ora para hacerlo frente a los ejércitos franceses. De hecho, Toreno retrata a Jovellanos alumbrado de algunas de las principales dotes de un buen político, la persistencia y convicción, aunque también dotado de una ingenuidad poco conciliable con la vida de un gobernante: «Suave de condición, pero demasiadamente tenaz en sus propósitos, a duras penas se le desviaba de lo una vez resuelto, al paso que de ánimo candoroso y recto, solía ser sorprendido y engañado (…) Tal fue Jovellanos, cuya nombradía resplandecerá y aun descollará entre las de los hombres más célebres que han honrado España». Jovellanos nunca fue un político por vocación. Cuando hubo de asumir tareas de gobierno fue debido a las circunstancias. Él no escogió la carrera política, aunque ésta le alcanzó en algunos momentos de su vida. Pero, ante todo, Jovellanos fue lo que hoy llamaríamos un intelectual. Prefería la vida reflexiva de la política a su ejercicio efectivo, y de ahí que, todo lo más, prefiriese cargos como el de consejero, que no entrañaba adoptar directamente decisiones gubernamentales.
A pesar de que la vertiente ideológica de Jovellanos fuese la más ligada a su personalidad, también es preciso mencionar que aquella cuenta con una considerable laguna: el prócer gijonés no llegó a redactar un tratado que condensase su pensamiento político, a diferencia, por ejemplo, de su coterráneo, Francisco Martínez Marina, autor de los Principios Naturales de la Moral, de la Política y de la Legislación. ¿Por qué falta una obra de este tipo en Jovellanos? Varios aspectos podrían explicarlo. Por una parte, su azarosa vida pública le obligó a tener que redactar numerosos informes y dictámenes, que le impidieron condensar en obras sistemáticas no sólo su pensamiento político, sino también el económico, literario o artístico. Por otra parte, las reflexiones políticas de Jovellanos se encuentran muy ligadas a su ideario pedagógico y económico, de ahí que algunas de las más sustanciosas referencias sobre aquella materia se encuentren difuminadas en los escritos sobre las reformas de los planes de estudios o sobre las más variadas cuestiones de la economía. Finalmente, no debe desconocerse el hecho de que el gijonés realizó algunas de más relevantes aportaciones políticas durante la convulsa guerra de la Independencia, un momento desde luego poco oportuno para sosegadas meditaciones. En todo caso, ante la ausencia de un tratado de política, no queda más remedio de conocer el ideario de Jovellanos a través de los más variados documentos que salieron de su prolífica pluma, tanto públicos (informes, dictámenes, proyectos normativos…) como públicos (diarios y correspondencia).
En las páginas que siguen trataré de aunar las dos facetas políticas de Jovellanos, el teórico y el gobernante obligado por las circunstancias, ya que ambas transcurren paralelas. En las ocasiones en las que el gijonés ejerció cargos de responsabilidad política, no perdió ocasión de proyectar en el campo práctico sus ideas, ya que así consideraba que habría de lograrse la felicidad pública.
2. Jovellanos en el siglo XVIII
2.1. La recepción del iusracionalismo por Jovellanos
Jovellanos había estudiado Filosofía en la Universidad de Oviedo (desde 1757); tras trasladarse a Ávila, donde estudió Leyes y Cánones en la Universidad de Santo Tomás, en 1761 se graduó como bachiller en cánones en la Universidad de Osma. En el siglo XVIII, la enseñanza de estas disciplinas se hallaba regida por los esquemas de la filosofía tomista y por la neoescolástica. Esta metodología educativa fue objeto de un severo ataque por algunos de los primeros representantes de la Ilustración española, partidarios de sustituirla por la más moderna enseñanza derivada de los planteamientos racionalistas, a la sazón extendidos por algunos de los países más influyentes, como Gran Bretaña, Alemania y, sobre todo, Francia.
Entre los principales detractores de la escolástica se hallaba el peruano Pablo de Olavide quien en su Plan de estudios para la Universidad de Sevilla (1767) criticaba el «espíritu de horror y tinieblas» propagado con esta corriente filosófica y proponía su sustitución por las nuevas tendencias imperantes en Europa. Esta manera de pensar influiría profundamente en Jovellanos, sobre todo a partir de su etapa sevillana. Habiéndose desplazado a la ciudad andaluza para ejercer funciones de alcalde del Crimen (1768) tuvo la ocasión de conocer a Pablo de Olavide y de integrarse en su grupo intelectual, impregnándose de la admiración por el iusracionalismo.
La influencia de este ambiente filosófico sevillano en Jovellanos fue profunda. Basta echar un vistazo a los fondos bibliográficos que componían su biblioteca de Sevilla (muchos de ellos adquiridos tras la expulsión de los jesuitas) para percatarse de que entre ellos figuran algunas de las obras políticas clave del pensamiento iusracionalista.
Desde entonces, la filiación iusracionalista del gijonés le acompañaría hasta el final de sus días y, con ella, el radical rechazo de la escolástica. La nueva perspectiva intelectual de Jovellanos le llevó a descartar la virtualidad de la metodología escolástica y del peripato para cualquier campo del saber: así, en las ciencias naturales, se mostraba como un sistema exclusivamente racionalista y abstracto, alejado de la necesaria empiria; en la teología las «sutilezas aristotélicas» habían llenado esta disciplina de frivolidades y falsedades, que habían afectado incluso a la Summa Theologica de Santo Tomás de Aquino. Y, en el campo de la jurisprudencia, la escolástica tampoco había hecho aportaciones positivas: «Entré en la jurisprudencia sin más preparación que una lógica bárbara y una metafísica estéril y confusa», se quejaba en 1780 .
Las propuestas jovellanistas destinadas a reformar la educación, como las de Mayans y Olavide, se dirigieron entonces a sustituir «el yugo aristotélico» y a conducir a España por «el buen sendero», que no era otro que el estudio de la ética, el derecho natural y público.
Todavía a comienzos del siglo XIX, el asturiano promueve en sus reformas educativas la enseñanza del iusracionalismo: así lo hiz...