Capítulo 1
LA LLEGADA AL MUNDO DE SANTIAGO DE LINIERS
La época
Se nace a la historia en la historia y con historia. El lugar, la familia y la época en que se viene al mundo forman parte del porvenir de un hombre tanto o más que sus talentos, su belleza o su virtud.
La Francia en la que Liniers vino al mundo, el 25 de julio de 1753, era la de Luis XV, el Bienamado, que reinó entre 1715 y 1774, que heredó el trono de su bisabuelo, el Rey Sol, y siempre dudó de sus propias capacidades. La viruela hizo estragos en 1712 entre los muchos descendientes varones de Luis XIV, todos tratados por los médicos de la época con las tradicionales sangrías, que poco podían hacer contra la enfermedad. Para fortuna del futuro Luis XV, que entonces tenía dos años, una inteligente institutriz, Madame de Ventadour, que probablemente supiera más sobre las experiencias de Leewenhoek con el microscopio que los empelucados galenos de la corte, impidió que se sangrara al infante, que sobrevivió. También sobrevivió al duque de Berry, que lo precedía en el orden sucesorio, fallecido en 1714. Por otra parte, el duque de Anjou llevaba años reinando en España como Felipe V, y nadie hubiese aceptado de buen grado que ciñese las dos coronas, de modo que el niño ocupó el trono a los diez años, bajo la regencia del duque de Orleáns, sobrino de su glorioso bisabuelo, y a cargo de un sabio preceptor, André de Fleury, que alcanzaría la púrpura cardenalicia y que, hasta su muerte, sobrevenida en 1743, influiría en todas las decisiones del soberano.
Pero el deceso del cardenal no aseguró la independencia de criterio del rey, que en 1740 había conocido a Jeane-Antoinette Poisson en un baile de palacio: la hizo Marquesa de Pompadour, gestionó su divorcio y la llevó a la corte. Cabe añadir aquí que Charlotte Le Normand D’Etioles, esposa del Conde de Liniers, el hermano mayor de Santiago, era hija del marido de Madame de Pompadour, casado en segundas nupcias después de la muerte de ésta con la que había sido su amante durante los años en que su esposa legítima reinó de hecho en Francia. La Pompadour se llamaba en origen Jeanne Poisson, y se había casado con Carlos Guillermo Le Normad D’Etioles, sobrino de su tutor, que probablemente fuese, además, su padre: es decir, el suegro del Conde de Liniers era primo, además de marido, de la Poisson, a quien el dominio y el marquesado de Pompadour le fueron concedidos por el rey.
La infancia de Liniers transcurrió en las postrimerías de la Pequeña Edad del Hielo, la glaciación que afectó al planeta en los siglos XVII y XVIII. El llamado «mínimo de Maunder» —por E.W. Maunder, astrónomo que estudió la cuestión de las glaciaciones en relación con las manchas solares— había tenido lugar en 1716, treinta y siete años antes del nacimiento de Liniers y setenta y tres antes de la Revolución francesa, y es probable que esté relacionado con las malas cosechas de la época, que empezaron a remitir precisamente a mediados del siglo: «Después de 1750 [hubo] una prolongada serie de buenas cosechas» (McPhee, 2007).
Siendo Liniers un niño, entre 1756 y 1763, tuvo lugar la que más tarde sería —mal— llamada por los historiadores «guerra de los Siete Años», que no fue exactamente una guerra, sino una sucesión de enfrentamientos entre potencias europeas por la posesión de Silesia y por el poder colonial en América del Norte y la India. Prusia, el ducado de Hannover (finalmente anexado por Prusia en el siglo XIX), Inglaterra con sus colonias americanas (contra los esfuerzos franceses) y, posteriormente, Portugal en tanto que aliado de los británicos, compusieron un heterogéneo bando. Sajonia, Austria, Francia, Rusia, Suecia y España —en la fase final, desde 1761—, otro, igualmente heterogéneo. Los dos ejes del conflicto eran la lucha entre franceses e ingleses por la América del Norte, y el control de Silesia, es decir, del carbón, que sería, para la Revolución industrial en marcha, el equivalente del petróleo en nuestra época —aunque el carbón no ha dejado de importar, como demuestra la carnicería perpetrada por él en Kosovo—.
Era la plenitud, aún, del Antiguo Régimen. Escuchemos a Tocqueville: «Estaríamos muy equivocados si creyéramos que el Antiguo Régimen fue una época de servidumbre y de dependencia: reinaba más libertad que en nuestros días». Y Jean Sevillia (2006), de quien tomamos la cita, recuerda que Pierre Bayle, calvinista exiliado, escribió que «el único y verdadero método para evitar las guerras civiles en Francia es el poder absoluto del soberano, sostenido con vigor y armado con todas las fuerzas para hacerlo temer», y que Pasquier Quesnel, jansenista igualmente expatriado, afirmó que «se debe mirar al rey como ministro de Dios, estar sometido a él y obedecerle perfectamente».
El propio Sevillia explica:
«El rey y la reina son personajes públicos. Para entrar en su palacio, no hace falta sino alquilar una espada en la entrada. [...] Cada domingo, durante el grand couvert, es posible asistir al almuerzo del rey. Bajo Luis XV, lo mejor del espectáculo es la habilidad con que el monarca abre su huevo pasado por agua con un revés de tenedor. Durante la boda de María Antonieta con el Delfín (futuro Luis XVI), la muchedumbre entra en la galería de los espejos en la que está reunida la familia real, separada de los transeúntes por una simple balaustrada. [...] Si el rey hubiese sido un autócrata, hubiera habido cien ocasiones para asesinarle».
No faltó, desde luego, quien lo intentara y bordeara el éxito: Robert François Damiens, de quien se conserva un retrato a pluma hecho en la prisión que habrá hecho las delicias de Cesare Lombroso, quien seguramente supo de él, atentó contra Luis XV. El rey había ido del Trianón a Versalles, a visitar a su hija. Llevaba guardia, pero su función debía de ser sobre todo simbólica, protocolaria, porque Damiens no tuvo inconveniente en apartarla y clavarle al soberano una navaja de dos filos, de unos ocho centímetros, un arma exigua si no se introduce a fondo. Era el 5 de febrero de 1757, fecha de gran frío, y la víctima llevaba mucha ropa. El cirujano atendió de inmediato a Luis, pero no hay que darle por ello mucho mérito: la herida no era profunda y el hombre era fuerte. Damiens juró hasta el final que él no había sido, aunque lo torturaron con pinzas al rojo. Fue juzgado por el Parlamento y condenado a morir quemado vivo y ser descuartizado. «El día será duro», comentó el regicida. Liniers tenía cuatro años. Francisco de Miranda, nacido justo en mitad del siglo, siete. George Washington, veintiuno. Juan Gutiérrez de la Concha y Mazos —o Mazón— de Güemes (1760-1810), el amigo junto al cual moriría nuestro héroe, aún no había llegado a la vida. Sir Isaac Newton llevaba dieciocho bajo tierra. Había telescopios y microscopios. La humanidad sabía que el mundo era redondo y que había cosas infinitas y cosas invisibles.
La Ilustración estaba en su apogeo: toda Europa, es decir, reyes y reinas y emperadores y emperatrices, estaba fascinada con Voltaire. Las grandes masas no estaban enteradas de cosas tales. Catalina de Rusia era aún por aquellos días una ambiciosa princesa alemana prometida al gran duque Pedro, que pronto, tras la muerte de la emperatriz Isabel, su madre, sería zar de Rusia como Pedro III. Federico el Grande reinaba en Prusia desde 1740, un año después de escribir y publicar su Anti-Maquiavelo, producto de años de retiro y reflexión y correspondencia con filósofos. Ya había promulgado el Código de Federico, un antecedente ilustre del Código Bonaparte. La industria, la agricultura y la población crecían. En 1765, creó el Banco Real en Berlín.
Ni a Catalina ni a Federico les interesaba América en la misma medida que a sus pares de otros Estados europeos: su territorio de caza era aledaño a sus propiedades: Turquía, Austria, Polonia, Lituania, Alsacia en eterna disputa entre alemanes y franceses.
Francia defendía importantes posesiones coloniales. En 1534, Jacques Cartier había llegado al Canadá y había explorado el río San Lorenzo. A partir de aquel momento, los conquistadores se fueron extendiendo, al menos formalmente, puesto que los franceses no tenían gran interés en asentar colonos, hasta conformar la llamada Nueva Francia, que se extendía desde la isla de Terranova hasta el Lago Superior, y desde la Bahía de Hudson hasta Nuevo México, y estaba integrada por Canadá, Acadia, Bahía de Hudson, Terranova y el territorio de Louisiana. En noviembre de 1762, finalmente, Francia, tras ser derrotada en la guerra de los Siete Años, cedería la Louisiana a España, como compensación por la pérdida de Florida, y los demás espacios a Gran Bretaña. En 1800, por los Tratados de San Ildefonso, en principio acuerdos secretos firmados por España y Francia entre 1796 y 1800, la Louisiana tornó manos francesas, pero Bonaparte, que no temía al exceso de frentes abiertos pero no deseaba distraer fuerzas en una guerra ultramarina, vendió el territorio a los Estados Unidos —a Thomas Jefferson— en 1803. En 1822, Chateaubriand (2006) se asombraría de esas renuncias: «Al hablar del Canadá y de la Louisiana, al contemplar en los viejos mapas la extensión de las antiguas colonias francesas en América, me preguntaba cómo era posible que el Gobierno de mi país hubiera dejado morir esas colonias, que serían hoy para nosotros una fuente inagotable de prosperidad».
Las posesiones del Caribe se fueron diluyendo poco a poco a lo largo de medio siglo. Tobago fue vendida a Dinamarca en 1733; la Dominica se perdió a manos de los británicos en 1763; Granada corrió igual suerte en 1783; Haití se independizó en 1804. La Martinica se conservó hasta ahora, siendo en nuestros días un departamento de ultramar, al igual que la Guayana. Pero el proyecto colonial americano nunca tuvo para Francia la misma importancia que para España, Gran Bretaña, Portugal y aun Holanda.
Pero en algún momento se pensó en el sur del continente. Entre 1660 y 1662, Barthélemy de Massiac, ingeniero y hombre de vida agitada, había estado en Buenos Aires y había escrito una memoria, publicada en 1999 con el título Plan francés de conquista de Buenos Aires, sobre esa «pequeña ciudad de trescientas o cuatrocientas familias, situada en una ribera escarpada que domina el río». Posteriormente, la había enviado, con la firma de su hermano Pierre, señor de Sainte-Colombe, a Colbert, junto con un plan de conquista del Río de la Plata. Invitó a hacer lo mismo a un tal Accarette, que había compartido su experiencia, y el ministro de Luis XIV los llamó a los dos y los reunió con su primo Colbert du Terron y con el capitán de la marina francesa Paul de Gorris, para que evaluaran juntos el plan. Había una clara inclinación a atender la propuesta de Massiac, pero la guerra con Holanda iniciada en 1672 dio al traste con el proyecto, que sólo fue recuperado treinta años más tarde, únicamente para volver a posponerlo, esta vez sine die.
América, en cambio, le interesaba a España, aunque no a la manera inglesa, sino con otros límites y otros horizontes: metales preciosos para la guerra (Hamilton, 1983), algún fruto del país, venta de manufacturas propias: monopolio; no la riqueza, sino el ir pasando entre prebendas lejanas y burocracias próximas. De ahí los virreyes ineptos, la lentitud de las comunicaciones, la demora eterna de las respuestas a urgentes solicitudes. América les interesaba también a los británicos: mercado abierto, la cornucopia de los más generosos sueños, metales, comercio. Un comercio que, con aduanas coloniales, de haber estado abierto, hubiese proporcionado a la Corona española muchos más réditos de los que jamás le rindió el monopolio.
La familia
Existe una lista de antepasados militares, que Richet expone en toda su amplitud en veinte de las setenta y tres páginas de su obrita, que se inicia en el siglo XIII y que sería en exceso prolijo reproducir aquí. Bástenos mencionar aquellos que, amén de prefigurar un destino militar para el recién nacido, le precedieron en la Soberana Orden de Malta, donde tendría su formación en las armas: Guillaume, que entró en la orden en 1556; Claude, en 1580; Hippolite, en 1613; Philippe, en 1727; también hubo en Malta tíos maternos, de Bremond: Jean-Louis y Jacques. El primer Liniers del que se tiene memoria murió en Poitiers en 1356, lo cual viene a añadirse a la filiación maltesa de sus sucesores, estableciendo una tradición familiar de lucha contra el islam, ese largo y aún inacabado conflicto que definió el alma de Europa y en el que nuestro hombre tuvo algún papel en su juventud.
Anota Du Roure:
«Los Liniers son antiguos habitantes de la zona del Poitou francés: El miércoles anterior a la festividad de Saint Etienne de 1362, Louis, vizconde de Thouars, conde de Dreux, señor de Talmont entregó (en alta, media y baja justicia) las tierras de Liniers a su muy querido escudero Charles de Liniers. Algún tiempo antes en la batalla de Poitiers que tuvo lugar el lunes 19 de setiembre de 1356 murió messier Guillaume de Liniers y fue enterrado en la estancia de los hermanos menores de dicha villa. En la misma época Florie de Liniers, viuda del caballero Maurice Manninet, se casó con Jean de la Meingre, señor de Boucicaut y mariscal de Francia (1364-1421).
»El 13 de Diciembre de 1403, Jehan, el Arzobispo, señor de Parthenay y de Maltrefilon, “considerando los importantes servicios prestados en el pasado y los que esperamos se produzcan en el futuro” entregó a su primo Amaury de Liniers para sí y sus herederos la tierra de Sauraye. Se trata de la tierra de Saint Pompain entregada al que fuera desde entonces señor de Saint Pompain. Dicha tierra permaneció en manos de la familia Liniers hasta 1680.
»No me voy a detener hablando de los Amaury, Jean, Johachin, Françoise o Anthoine de Liniers, pero sí querría al menos citar a sus valerosas esposas, pues muchos textos nos hablan de jóvenes viudas cargadas de niños teniendo que luchar para mantener familia y patrimonio. Se puede creer a primera vista que las mujeres adoptaban una actitud pasiva; sin embargo, Caterine, Pellegrine o Jacquette se ganaron también el derecho al reconocimiento de la familia.
»Los Liniers, como consecuencia de las grandes dificultades económicas, vendieron Saint Pompain y Charles emancipó a su hijo Joseph y le envió a ultramar, primero como guardia-marina, después fue comandante del fuerte de San Luis en la costa de Guinea y finalmente fue ayudante mayor en el gobierno de la isla y costa de Santo Domingo. La familia se rehízo un poco y compró el señorío de Grand Breuil cerca de Mauzé. Joseph de Liniers adquirió una propiedad en las islas donde producía índigo, además de otros productos. En el momento de su muerte, todavía había algunas cajas de índigo en el puerto de La Rochelle.
»El Grand Breuil no marchó bien. Muchas de las tierras fueron abandonadas, posiblemente como consecuencia de la repoblación de Canadá. Continuamente hubo que seguir un procedimiento complicado para retomar las tierras sin cultivar y pasárselas a nuevos aparceros.
»El hijo de Joseph, Jacques-Joseph-Louis de Liniers [padre de nuestro Santiago de Liniers], bautizado el 9 de Diciembre de 1723, se casó en Niort el 3 de Julio de 1748 con Henriette Therese de Brémond, huérfana de Jacques de Brémond y Susanne Marguerite Aymer, de dos conocidas familias del oeste. De sus retratos se desprende que él era relleno y jovial, y ella delgada y austera.
»El contrato de matrimonio menciona que el joven Jacques-Joseph-Louis tiene todavía un cuarto de una hacienda en América vendida al señor de Vandreuil1. Tuvieron nueve hijos, cinco varones y cuatro hijas».
En la iglesia de la villa natal, Notre Dame de Niort, consta que
«Le vingt sept juillet [de 1753] aud an été Baptisé Jacques né hier fils legitime de Messire Jacques Joseph Louis de Liniers, Chevalier, Seigneur du Grand Breuil, Lavallee et autres lieux, et de la dame Henriette Therese de Bremond, son épouse, ont été parrain Messire Jacques de Bremond, Chevalier, Seigneur de Vernoux, oncle maternel, et marraine Susanne Marguerite de Bremond, oncle e tante de l’enfant in present de Mre. Daniel de Bremond, eclesiastique aussi oncle de l’enfant» (Lozier Almazán, 1989).
Este cura Daniel, señor de Lusseray, fue prisionero, junto con varios parientes, durante la Revolución francesa.
Todos los señoríos que se mencionan habían sido ganados en el campo de batalla, como correspondía a la divisa de la aristocracia militar francesa: Mon âme à Dieu/la vie au Roy/l’honneur à moi (Lozier Almazán, 1989) .
Jacques era el cuarto de los nueve hermanos, todos nacidos en Niort. Henri Louis Jacques de Liniers, que reaparecerá en estas páginas como Enrique Luis Santiago de Liniers, nació el 28 de abril de 1749. Solía llamársele «Conde de Liniers», aunque éste fuese sólo un título de cortesía o de corte, no regular. Hizo carrera militar y llegó a coronel de infantería. Tras la Revolución de 1789, emigró al Río de la Plata e intentó establecerse como comerciante, sin excesiva fortuna, como se verá en estas páginas. Era un hombre inteligente y culto, escribía poesía y componía música. Está presente en la Histoire Littéraire du Poitou. Un hijo suyo, Charles-Henry de Liniers, que nació en 1785 y murió de fiebre amarilla en la isla de Guadalupe, fue un poeta aún más notable.
La reiteración del nombre Jacques, Santiago, no obedece únicamente a la costumbre de poner al primogénito el nombre del padre: nuestro Jacques era segundón, pero «su nombre se debe a Santiago el Mayor, hijo de Zebedeo y hermano de Juan Evangelista (fiesta el 25 de julio, natalicio del Virrey), mientras que su hermano debe su nombre a Santiago el Menor, primer Obispo de Jerusalén (fiesta el 1 de mayo)» (Du Roure, 1995).
Louis Augustin André, nacido el 16 de octubre de 1750, era, según Du Roure, «capitán del regimiento real de la armada; emigró a América, sirvió en la armada de los príncipes, después como capitán en el regimiento británico de Montalambert en Santo Domingo. Murió el 30 de Marzo de 1796 en el fuerte de San Luis, parroquia de Nuestra Señora del Rosario (Puerto Príncipe)».
También precedió al virrey su hermana Marie Therese Henriette Benigne Melanie de Liniers, nacida el 2 de abril de 1752. Explica Du Roure que era «llamada familiarmente ‘Linote’ por ser más breve, era soltera y vivió siempre en Niort, donde hizo mucho bien».
Más jóvenes que Santiago fueron:
Jacques Antoine Marie de Liniers, nacido en 1756, «también capitán del regimiento de la armada y que pasó al 43 regimiento de infantería, combatió en los ejércitos franceses y fue hecho prisionero por las tropas del rey de Hungría el 19 de Junio de 1792. Después de su cautividad que le dejó muy marcado, vivió en París solitario y encerrado» [Du Roure, 1995].
Hay diferencias respecto de la sexta, a quien Du Roure llama Marie Louise, y de la que afirma que se casó con el señor de Chateaubardon. Por su parte, Lozier Almazán, dice q...