Los orígenes históricos del cristianismo
eBook - ePub

Los orígenes históricos del cristianismo

José Miguel García Pérez

Compartir libro
  1. 352 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Los orígenes históricos del cristianismo

José Miguel García Pérez

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

¿Es el cristianismo un hecho histórico? ¿Podemos alcanzar alguna certeza sobre la figura de Jesús de Nazaret? Todo el que quiera tomar posición razonada sobre el cristianismo debe antes responder a esta pregunta. Partiendo de las fuentes cristianas, judías y paganas, con un estilo riguroso y a la vez sencillo, Los orígenes históricos del cristianismo nos pone en contacto con el cristianismo real del siglo primero: el hombre Jesús de Nazaret, la primera difusión del cristianismo en Palestina y su posterior propagación en Asia Menor y Europa, las relaciones con el Imperio romano... Una aproximación novedosa a una de las cuestiones más debatidas de la historia de la humanidad, verdadera piedra de toque para la razonabilidad actual del cristianismo.

Preguntas frecuentes

¿Cómo cancelo mi suscripción?
Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
¿Cómo descargo los libros?
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
¿En qué se diferencian los planes de precios?
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
¿Qué es Perlego?
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
¿Perlego ofrece la función de texto a voz?
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¿Es Los orígenes históricos del cristianismo un PDF/ePUB en línea?
Sí, puedes acceder a Los orígenes históricos del cristianismo de José Miguel García Pérez en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de History y Historical Theory & Criticism. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2011
ISBN
9788499207117
Edición
1
Categoría
History
PRIMERA PARTE

Capítulo I
LOS TESTIMONIOS PAGANOS Y JUDÍOS SOBRE EL CRISTIANISMO

1. Breves indicaciones introductorias

Las fuentes paganas y judías sobre el cristianismo de los dos primeros siglos son más bien escasas y breves. Esta peculiaridad se debe sobre todo al origen insignificante de la fe cristiana; aparece en el mundo como un hecho humano cualquiera, y además en Palestina, una región muy marginada de los centros de poder. Este desconocimiento y ausencia de interés entre los escritores no cristianos de la antigüedad va cambiando a medida que el cristianismo se difunde y adquiere protagonismo social.
Como afirma M.-J. Lagrange, «la historia no es otra cosa, por su propia naturaleza, que la comprobación del hecho humano por medio del testimonio»1. El documento histórico no nos pone en contacto con el hecho en sí, simplemente proporciona información sobre él. Por eso es tan importante saber si las fuentes son auténticas o no, si la información que nos transmiten está de acuerdo o no con los hechos. Pero incluso no todas las fuentes tienen idéntico valor e importancia; dependen de su antigüedad y fiabilidad. Ciertamente son más fidedignas aquellas más próximas a los hechos narrados. Este criterio lo expresaba con claridad uno de los pioneros de la crítica histórica de los evangelios, D.F. Strauss. En la introducción a su famosa Vida de Jesús examinada críticamente, escrita en 1835, afirmaba: «La historia evangélica sería inatacable si se probase que había sido escrita por testigos oculares o por lo menos por autores cercanos a los sucesos».
Respecto a las fuentes cristianas se ha difundido entre los estudiosos la sospecha de parcialidad. Se cuestiona su credibilidad al ser testimonios de cristianos para cristianos; es decir, por ser obras de testigos no neutrales. Si su sospecha está justificada, por el mismo motivo deberían sospechar de los datos biográficos de Sócrates transmitidos por sus discípulos Jenofonte y Platón, o de la veracidad de las hazañas de César narradas por él mismo, pues son informaciones que provienen de testigos parciales. Pero ningún estudioso serio ha cuestionado el valor de estas fuentes para la reconstrucción de tales sucesos históricos. En realidad, la duda sobre la fiabilidad de las fuentes cristianas se introduce porque se considera imposible lo que narran; es decir, lo que cuestiona su credibilidad no es tanto que sus autores sean cristianos, cuanto que su contenido es marcadamente sobrenatural. Semejante actitud implica la negación de la categoría de la posibilidad, y cierra la razón en el límite de lo cuantificable y mensurable, impidiéndole realizar un estudio objetivo de los datos históricos.
Por ser un hombre del pasado, el conocimiento histórico sobre Jesús de Nazaret se adquiere a través de las fuentes. Aunque no sólo por medio de ellas. La pretensión cristiana consiste justamente en afirmar que Jesús resucitó después de su muerte y está vivo; por tanto, se le puede encontrar hoy. En realidad el cristianismo es posible sólo si la presencia de Jesús permanece en la historia, pues fundamentalmente consiste en el encuentro y la adhesión personal a Jesús. La investigación histórica no puede concluir nada sobre la divinidad de Jesús, pero sí puede estudiar las huellas que este acontecimiento excepcional ha dejado en la historia y valorar cuál es la explicación más adecuada de este hecho histórico al que llamamos cristianismo.

2. Fuentes no cristianas

Los estudiosos distinguen tres grandes grupos de fuentes no cristianas: paganas grecorromanas, paganas siro-palestinenses y judías. No todas son de la misma época. Las grecorromanas son de comienzos del siglo II; las siro-palestinenses son del siglo I; los testimonios judíos proceden de los primeros siglos de nuestra era.

a) Paganas grecorromanas

Tácito (55-c.125), después de haber ejercido la carrera de abogado y una vida política activa como senador y procónsul, en los últimos años de su vida realizó una labor de historiador. Los Anales, escritos entre el 115117 d. de C., son, por tanto, una obra de madurez. En ellos narra la historia de Roma desde el año 14 al 68 d. de C., desde la muerte de Augusto hasta la muerte de Nerón. Para su redacción utilizó documentos de carácter oficial conservados en los archivos, memorias privadas de personajes significativos y fuentes historiográficas, es decir, obras de otros autores, la mayoría de las cuales se ha perdido. Su narración es de fuerte tendencia moralizante. Por desgracia, parte de esta obra de Tácito se ha extraviado. De las lagunas existentes, las que más afectan a nuestro estudio son la mayor parte del libro V y parte del VI, centrados en los acontecimientos de los años 29-31, y los libros VII al X, que abordaban los gobiernos de Calígula y Claudio hasta el 46. Al narrar el incendio de Roma alude al intento de Nerón de culpar a los cristianos en estos términos:
«Para acabar con los rumores, Nerón presentó como culpables y sometió a los más rebuscados tormentos a los que el vulgo llamaba cristianos, aborrecidos por sus ignominias. Aquel de quien tomaban nombre, Cristo, había sido ejecutado en el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilato; la execrable superstición, momentáneamente reprimida, irrumpía de nuevo no sólo por Judea, origen del mal, sino también por la Ciudad, lugar en el que de todas partes confluyen y donde se celebran toda clase de atrocidades y vergüenzas» (Ann. XV,44,2-3)2.
Por su modo de escribir de los cristianos, Tácito debió utilizar una fuente de información hostil al cristianismo, quizá los archivos romanos. Este pasaje es el testimonio más completo sobre Jesús entre los autores romanos. Tres son las afirmaciones importantes que hace Tácito: Jesús murió bajo el reinado de Tiberio (14-37) y la prefectura de Pilato (26-36); el modo de ejecución romano, parece referirse a la crucifixión; supone una difusión rápida del cristianismo por todo el Imperio. De hecho, reconoce la existencia en Roma de una comunidad cristiana numerosa en los años del gobierno de Nerón. Por otra parte, es el único historiador romano que menciona a Pilato. Tenemos otras referencias a este prefecto romano en las fuentes cristianas y judías, además de una inscripción hallada en 1961 en Cesarea Marítima3.
Plinio el Joven (Cayo Plinio Segundo, 61-113) es un escritor romano conocido por su intensa correspondencia: 12 libros de cartas4. En septiembre del 111 fue nombrado legado imperial para la provincia de Bitinia (Asia Menor noroeste). Durante su cargo mantuvo una correspondencia con el emperador Trajano (98-117) en la que le hacía todo tipo de consultas. Una de ellas se centra en la persecución cristiana que, por su cargo, debía llevar a cabo. Estamos, pues, ante un documento oficial:
«Es mi costumbre, oh señor, referirte todo aquello de lo que tengo duda: ¿quién mejor que tú puede sostener mi incertidumbre o iluminar mi ignorancia? Jamás he participado en investigaciones sobre los cristianos; por tanto, no sé por qué motivo o en qué medida haya que castigarlos o buscarlos. He dudado mucho si hacer alguna discriminación por motivo de edad o si tratar del mismo modo a jóvenes y adultos; si quien se arrepiente merece indulgencia o si a uno que ha sido cristiano le sea de alguna utilidad el haber abandonado el cristianismo; si se debe castigar el nombre en ausencia de delitos o sólo los delitos (flagitia) conectados con ese nombre. Hasta ahora éste ha sido mi modo de proceder cuando me traían personas acusadas de ser cristianas. Les preguntaba a ellos mismos si eran cristianos. A quienes respondían afirmativamente les repetía dos o tres veces la pregunta bajo amenaza de suplicio; si perseveraban, les hacía matar. Porque no dudaba, fuera lo que fuese lo que confesaban, que tal persistencia e inflexible obstinación debía ser castigada [...].
»Me llegó una relación anónima que contenía el nombre de muchas personas; aquellos que negaban ser o haber sido cristianos, si invocaban a los dioses según mi ejemplo y hacían acto de súplica con incienso y vino ante tu imagen, que a tal efecto hice erigir con las estatuas de los dioses, y además maldecían a Cristo —acciones todas que, según se dice, es imposible conseguir de quienes son verdaderamente cristianos— consideré que debían ser liberados. Otros, cuyo nombre había sido denunciado, dijeron ser cristianos, pero lo negaron poco después. Lo habían sido, pero habían dejado de serlo, algunos hacía tres años, otros más, otros incluso veinte años. También todos estos han adorado tu imagen y la estatua de los dioses y han maldecido a Cristo.
»No obstante, ellos afirmaban que el culmen de su culpa y error consistía en reunirse en un día fijo antes del alba y cantar a coros un himno a Cristo como a un dios, obligándose recíprocamente bajo juramento no ya para fines delictivos, sino a no cometer hurtos, latrocinios, adulterios, a no faltar a la fe, a no rechazar, si lo piden, la restitución de un préstamo. Después de esto tienen por costumbre el separarse y volverse a reunir para tomar alimento, de género común e inocente [...].
»El asunto me ha perecido digno de consulta, dado el número de personas juzgadas; de todas las edades, clases sociales, también de ambos sexos, los que están en peligro o han de estar. Y no sólo las ciudades, también las aldeas y los campos están infectados por el contagio de semejante superstición; que parece pueda contenerse y corregirse. Consta con certeza que los templos, casi desiertos, comienzan a ser frecuentados, y que las ceremonias rituales hace tiempo interrumpidas, vuelven a ser oficiadas, de modo que se vende por doquier la carne de las víctimas, que hasta ahora hallaba escasos compradores. De ello es fácil deducir qué muchedumbre de hombres puede recuperarse, si se le ofrece la posibilidad de arrepentimiento» (Epist. X,96).
El emperador Trajano contestó a esta misiva en los siguientes términos:
«Caro Segundo, has seguido acendrado proceder en el examen de las causas de quienes te fueron denunciados como cristianos. No se puede instituir una regla general, es cierto, que tenga, por así decir, valor de norma fija. No deben ser perseguidos de oficio. Si han sido denunciados y han confesado, han de ser condenados, pero del siguiente modo: quien niegue ser cristiano y haya dado prueba manifiesta de ello, a saber, sacrificando a nuestros dioses, aun cuando sea sospechoso respecto al pasado, ha de perdonársele por su arrepentimiento. En cuanto a las denuncias anónimas, no han de tener valor en ninguna acusación, pues constituyen un ejemplo detestable y no son dignas de nuestro tiempo»5.
Esta correspondencia ofrece varias informaciones interesantes. En primer lugar, Plinio habla de tener que ver con procedimientos contra cristianos como tarea de gobierno; por tanto, la persecución contra los cristianos estaba ya en marcha antes de su llegada. Por otra parte, también es fácil deducir de su escrito la existencia de una presencia notable de cristianos en Bitinia y el Ponto; habían llegado a ser tantos que los templos paganos estaban descuidados y la carne de los sacrificios no se compraba. Respecto a las reuniones de los cristianos señala que éstos se juntaban en dos ocasiones: muy temprano en la mañana del domingo para cantar himnos a Cristo y por la tarde para celebrar el ágape o comida fraternal. Y especifica que el alimento que comían en sus reuniones era «común e inocente»; quizá haya en esta anotación un intento de aclarar la imputación de canibalismo que el vulgo solía atribuir a los cristianos. Interesante la información que ofrece acerca del compromiso que adquirían los cristianos en esos encuentros: rechazar todas las acciones viciosas o criminales. Sus reuniones, pues, no connotaban ningún peligro para el orden social. Seguramente por ello, Trajano no prohíbe estas reuniones en su respuesta; algo verdaderamente llamativo si se tiene en cuenta su rechazo visceral a todo tipo de agrupaciones y sociedades. Recuérdese que en el segundo año de su gobierno puso de nuevo en vigor la ley contra las asociaciones no autorizadas. «Pienso —sostiene M. Sordi— que el silencio con el que Trajano acoge las informaciones de Plinio sobre las reuniones de los cristianos, así como su consejo de que no se ocupe de las mismas y que no busque a éstos, y la consideración por tanto de que la culpa del cristianismo es una culpa individual de carácter estrictamente religioso, a perseguir sólo bajo iniciativa privada, son sumamente elocuentes: demuestran que Trajano, con independencia de las informaciones de Plinio, tiene un convencimiento tan profundo de la ausencia de cualquier peligro político en el cristianismo como para hacer en cierto modo una excepción en el riguroso principio de prohibición de toda forma de vida asociativa en Bitinia a favor de los cristianos»6.
La descripción del proceder de los cristianos respecto al culto oficial del Imperio que refleja la carta de Plinio es la misma que ofrecen habitualmente otras fuentes: se niegan a venerar las imágenes de las divinidades paganas y a dar culto al emperador; a causa de esto se les consideraba ateos. Por ello, el modo de verificar si los acusados eran o no cristianos consistía en exigirles sacrificar u ofrecer incienso a los dioses o a alguna imagen del emperador. Aunque suele considerarse este proceder como delictivo, sorprendentemente Trajano no cita ningún código o ley contra este proceder de los cristianos. Quizá hasta ese momento el cristianismo no había sido definido explícitamente como reato en el código romano. Las indicaciones de Trajano no dejan de ser contradictorias. Por una parte, los cristianos no deben ser buscados, lo que significa que el ser cristiano no constituía por sí mismo un delito; por otra, se les debía ajusticiar si, después de ser acusados, se probara que eran cristianos; bastaba su obstinación en rechazar ciertas normas del Estado, como sacrificar a los dioses, para que cayese sobre ellos el ius coercitionis.
Suetonio (69-c.140), escritor romano contemporáneo de Tácito. Perteneció al orden ecuestre y tuvo tres cargos al servicio del emperador: secretario a studiis, responsable de las bibliotecas imperiales y secretario para la correspondencia imperial. En la redacción de sus escritos utilizó los archivos imperiales. Hacia el 120 d. de C. escribió las biografías de los primeros emperadores romanos, desde Augusto hasta Domiciano, precedidas por la de Julio César. En su libro De Vita Caesarum se lee:
«Expulsó de Roma a los judíos, que provocaban alborotos continuamente a instigación de Cresto» (Divus Claudius 25,4)7.
No tenemos información puntual acerca de la población judía en Roma durante el reinado de Claudio, pero algunos estudiosos calculan que estaría integrada por cerca de 20.000 judíos. Si es exacto este cálculo, resulta bastante sorprendente que una decisión contraria a una comunidad judía tan significativa numéricamente no haya sido anotada por el historiador Flavio Josefo en ninguna de sus obras. Los estudiosos discuten sobre el año en que tuvo lugar esta expulsión. Según Pablo Orosio, historiador cristiano del siglo V, este suceso tuvo lugar en el 49 d. de C.; pero estudios recientes lo sitúan en el 41-428. La noticia que ofrece Hch 18,2 apoya la primera posibilidad9.
Se desconoce la fuente de información que utilizó Suetonio para redactar esta noticia. Sea por una información errónea o por un convencimiento personal equivocado, Suetonio consideraba presente en Roma al tal Cresto como jefe de la revuelta. En realidad, se trataba solamente del motivo de la disputa, pues muy probablemente se alude aquí a Cristo y la predicación cristiana. Téngase en cuenta que Χρηστός, cuyo significado es «benigno, agradable», es un nombre pagano. La forma «Cresto» referida a Jesús se debe seguramente a una deformación de aquella época. Dos datos importantes apoyan esta posibilidad: el hecho de que el nombre «cristianos» aparece escrito en algunas obras romanas «chrestianos» y la ausencia del nombre de Cresto en los epitafios de las tumbas judías del primer siglo.
Probablemente alude Suetonio a los comienzos del cristianismo en Roma y a las discusiones que suscitó su llegada entre los judíos. Puesto que no existen noticias de que en las anteriores expulsiones de los años 139 a. de C. y 19 d. de C. se obligara a los judíos a dejar Roma por motivos políticos, se debe suponer que también en esta ocasión el tumulto fuera de naturaleza religiosa. Dión Casio, en su Historia Romana, ofrece una noticia posiblemente relacionada con ésta de Suetonio, que dice así: «En cuanto a los judíos, los cuales se habían vuelto a multiplicar en tan gran número que, por motivo de su multitud, a duras penas se les podía echar de la ciudad sin provocar un tumulto, él (= Claudio) no les expulsó, pero les ordenó que no celebraran reuniones aunque podían continuar con su tradicional estilo de vida. Disolvió también las asociaciones restablecidas por Cayo (Calígula)» (60,6,6). Sin embargo, en ella no se habla de expulsión, sino de la prohibición imperial de realizar reuniones y el mandato de disolver las asociaciones judías. Dión Casio sitúa este edicto en el año 41.
Marco Cornelio Frontón (100-168). Célebre orador romano. Maestro de retórica del emperador Marco Aurelio. Fue senador y cónsul en el año 143. Escribió una Oración contra los cristianos, que pronunció posiblemente en el Senado con ocasión de una restauración religiosa promovida por la autoridad imperial. Se desconoce la fecha exacta en que Marco Cornelio Frontón pronunció este discurso; se ha sugerido algún año entre 162 y 166. De esta Oración han llegado solamente algunas referencias en la apología de Minucio Felix, Octavius10. Los pasajes más interesantes son éstos:
«Los cristianos, reclutando desde los lugares más bajos hombres ignorantes y mujeres crédulas que se dejan llevar por la debilidad de su sexo, han constituido un conjunto de conjurados impíos, que, en medio de reuniones nocturnas, ayunos periódicos y alimentos indignos del hombre, han sellado su alianza, no con una ceremonia sagrada, sino con un sacrilegio [...]. Se reconocen por señales y marcas ocultas y se aman entre ellos, por así decir, antes de conocerse [...]. Tengo entendido que ellos, no sé por qué estúpida creencia, adoran, después de haberla consagrado, una cabeza de asno [...]. Y quien dice que un hombre castigado ...

Índice