LIBRO CUARTO: LA DIVISIÓN DE LAS CIENCIAS PRÁCTICAS
Capítulo primero: LA DIVISIÓN DE LAS CIENCIAS PRÁCTICAS EN ACTIVAS Y PRODUCTIVAS
§ 1. La división de lo operable en agible y factible
No podemos apurar con la filosofía de la ciencia el conocimiento de ningún saber determinado sin llegar alguna vez al extremo de lo especulativo y de lo práctico, porque todo saber es, en su diferencia más general y simple, ora el campo de la teoría, ora el territorio de la praxis. Y el que haya tenido la paciencia de llevar adelante mi enseñanza, notará que estas dos determinaciones más generales del saber, que tantas veces se aplican a las ciencias sin el mínimo de rigor deseable, adquieren ahora reflejos y visos inadvertidos antes, que ya no podrán dejarnos de acompañar. Y verá también que un error en señalar falsos límites a estos ámbitos primerísimos de la ciencia ha de inficionar universalmente el saber que metamos dentro: y dentro podemos hallar cabida para todo, pues nada escapa al señorío de la teoría y de la praxis, que abarca de mar a mar los sinuosos confines de las ciencias.
Después de haber señalado las grandes divisiones de la ciencia especulativa, paso ahora a una nueva clasificación, que consiste en marcar una variedad de aspectos dentro del objeto operable, a la que corresponderá una variedad en el conocimiento práctico.
Ya sabemos que toda noticia de objeto operable es, en algún sentido, conocimiento práctico. Pero el objeto operable puede ser de dos clases: agible y factible. Cuando el conocimiento versa sobre lo agible, es práctico-activo; cuando recae sobre lo factible, es práctico-productivo.
Las palabras agible y factible pertenecen a ese
román paladino,
en qual suele el pueblo fablar a su vecino,
que dijo Berceo. Ésa es su gran ventaja sobre otros tecnicismos filosóficos introducidos en el día por autores y traductores españoles de obras extranjeras. Cierto que, de ambos vocablos, factible es palabra más corriente que agible. Yo estuve muchos años sin saber que agible era palabra castellana. Me consuelo pensando que Menéndez Pelayo estuvo quizás en una situación parecida, o que, al menos, es probable que lo estuviera cuando escribió su Historia de las Ideas Estéticas, porque en esta obra, hablando de la doctrina del arte en Tomás de Aquino, se traduce la voz latina agibile no por agible, sino por ejecutable. Reiteradas lecturas de Gracián, primero, y de Cervantes y de Mateo Alemán, después, me abrieron los ojos sobre la verdadera traducción de agibile por agible, y no por ninguna otra palabra.
Mateo Alemán, en su Guzmán de Alfarache, verdadera y sabrosa «atalaya de la vida humana», una de las grandes novelas que existen, escribe lo siguiente en el capítulo octavo, libro tercero de la primera parte: «En las dificultades han de conocerse los ingenios y en las cosas grandiosas de importancia se muestran; que no hincando en la pared un clavo ni en calzarse los zapatos, cosas agibles, de suyo ya hechas».
También Cervantes emplea la palabra agible en Don Quijote (I, 26): «Y así, le dijeron que rogase a Dios por la salud de su señor; que cosa contingente y muy agible era venir, con el discurso del tiempo, a ser emperador, como él decía, o, por lo menos, arzobispo, o otra dignidad equivalente».
El agudísimo a la par que sensatísimo Baltasar Gracián, en la máxima CCXXXII de su espléndido Oráculo Manual y Arte de Prudencia (que, como es sabido, fue traducido al alemán por Schopenhauer), hace uso del vocablo en estos términos: «Tener un punto de negociante. No todo sea especulación, haya también acción. Los muy sabios son fáciles de engañar, porque, aunque saben lo extraordinario, ignoran lo ordinario del vivir, que es más preciso. La contemplación de las cosas sublimes no les da lugar para las manuales; y, como ignoran lo primero que habían de saber, y en que todos parten un cabello, o son admirados, o son tenidos por ignorantes del vulgo superficial. Procure, pues, el varón sabio tener algo de negociante, lo que baste para no ser engañado y aun reído, sea hombre de lo agible, que, aunque no es lo superior, es lo más preciso del vivir. ¿De qué sirve el saber si no es práctico? Y el saber vivir es hoy el verdadero saber».
Estas tres citas patentizan que el uso castellano de la palabra «agible» hace de ella un sinónimo de «factible» o «hacedero», que es como también interpreta la voz el diccionario de la lengua castellana de la Real Academia Española. Pero el uso promiscuo de agible y factible no está permitido en filosofía, y por eso voy a delimitar el sentido de uno y otro vocablo, buscando para ello autoridad en Aristóteles, en Tomás de Aquino y en la Escolástica.
Agible y factible, prakto/n y poihto/n, corresponden al agere y facere latinos, o al pra/ttein y poiei=n griegos. La misma consonancia guardan, proporcionalmente, los vocablos actio y pra=cij, por un lado; factio y poi/hsij, por otro.
Pero sería una precipitación el creer que estas dos palabras significan exactamente lo mismo en todos los pasajes en que las utilizan los filósofos peripatéticos. Se pueden, por lo menos, señalar dos sentidos diferentes.
§ 2. La obra interior y la obra exterior
1. Perspectiva inicial
El agere y lo agible se refieren a una actividad que se ejerce dentro del hombre mismo: ver, amar, odiar, etc.; el facere y lo factible se refieren a una actividad inteligente que se ejerce sobre una materia perteneciente al mundo exterior: quemar, cortar, pintar, etc. Ésta es la primera distinción entre ambos términos.
En esta perspectiva inicial, Tomás de Aquino, en sus Comentarios a la Ética de Aristóteles (I, 1, 13), desentraña muy bien el genio de entrambas operaciones. «Hay dos operaciones —dice—: una que permanece en el mismo operante, como ver, querer y entender: y esta operación se llama con propiedad acción. Hay otra operación que trasciende a la materia exterior, y con propiedad se llama producción» (Duplex est operatio, ut dicitur in nono Metaphysicorum. Una, quae manet in ipso operante, sicut videre, velle et intelligere: et huiusmodi operatio proprie dicitur actio. Alia autem operatio transiens in exteriorem materiam, quae proprie dicitur f...