PINOCHO, ESE DESCONOCIDO
Mi lectura de Pinocho es casi tan antigua como la de Dante. Creo que junto al volumen 16 de Tex Willer, que se titulaba Il fuoco, el primer libro con el que empecé a disfrutar de la lectura —en primero de primaria, nada más aprender a leer— fue Pinocho. Después, como sucede a menudo, dejé de leerlo y lo redescubrí repentinamente con 24 o 25 años, cuando empecé a dar clases de religión. Enseñé religión ocho años antes de pasar a ser profesor de italiano y en ese tiempo tuve la suerte de leer un libro cuyo título me resultaba curioso, un libro que imagino que conoceréis, y al que le debo todo lo que voy a decir. Hay que ser modestos en esta vida: descubrí que era posible leer Pinocho como lo haremos esta noche gracias a un libro del cardenal Giacomo Biffi que lleva por título: Contro Maestro Ciliegia. Commento teológico a «Le avventure di Pinocchio» . Sólo tenemos tiempo para mencionar algunas cosas, para degustar algunos pasajes del principio de la historia, pero si queréis retomar lo que diremos hoy y proseguir con la lectura de las aventuras de Pinocho desde el punto de vista que os propongo aquí, sólo tenéis que acudir a ese libro.
Esa interpretación me pareció tan extraordinaria que la leí y releí muchas veces, al mismo tiempo que leía y releía el cuento de Pinocho, hasta que decidí un año que lo utilizaría como texto para trabajar en la clase de religión. Y así, durante ocho años, en 3º de Secundaria les mandaba a mis alumnos que trajeran a clase Pinocho, de Carlo Collodi. Pasábamos las horas de religión leyendo juntos el cuento y comentándolo libremente, como en parte voy a intentar hacer ahora. Ha sido un libro que me ha acompañado durante todos estos años y que retomo a menudo. Cuando estoy cansado o cuando necesito retomar algunas cuestiones fundamentales, las imágenes de Pinocho siempre son una ayuda, porque con su hilaridad y con la ligereza propia de los cuentos, al mismo tiempo tiene un espesor y una profundidad inexplicable.
Antes de empezar la lectura quiero subrayar que realmente nos encontramos ante un caso literario increíble. ¿Por qué ha tenido un éxito tan impresionante? ¿Por qué un simple cuento podría ser —según algunos— el segundo libro más traducido en la historia de la literatura universal después de la Biblia? Ha sido traducido a más de cien idiomas y dialectos locales, un éxito que perdura. ¡Y es sólo un cuento! Un cuento muy raro, aparentemente lleno de contradicciones, sobre todo al comienzo. Collodi terminó, en un principio, con el capítulo XV en el que ahorcan a Pinocho colgándolo del Roble Grande. El capítulo se publicó en el Corriere dei Ragazzi con la palabra «Fin» escrita en grande al final. El contrato de Collodi finalizaba y este decidió irse a Sudamérica. Pero en seguida un mar de cartas de niños que protestaban por el triste final del muñeco de madera invadió la redacción del periódico. ¡No puede terminar así! Madres, niños, clases enteras escribieron a la editorial quejándose y protestando por el final del cuento. El editor se vio obligado a ir a buscar a Collodi que estaba en Sudamérica y, de algún modo, obligarle a que prosiguiese con la historia. Parece increíble, pero fue por este incidente, por este tropiezo en el recorrido justo en el momento clave, quizás el más decisivo, por el que Collodi dio un giro fundamental a la historia. ¡Llevó la historia a su cumplimiento!
La historia que vamos a leer ahora, no sería como la vamos a leer si no hubiese tenido lugar ese episodio de una muerte que no acaba en la muerte, ya que le sigue de alguna manera una cierta clase de resurrección. Se trata, por tanto, de una historia inusual, una historia verdaderamente extraña, que ha llevado a muchos a preguntarse por su éxito. ¿Cómo es posible que este cuento, este bendito cuento, no muera? ¿Cómo es posible que se lea y se relea, y que no haya niño italiano, o incluso europeo, que no haya tenido entre sus manos el cuento de Pinocho? Hay muchísimas tesis, se ha escrito de todo y más, cada uno ha tirado para su lado: los hay que ven reflejado el modelo de la educación bajo los Saboya a finales del siglo XVIII, los hay que lo ven como una crítica marxista a la sociedad burguesa, algunos han encontrado una recóndita simbología sexual descifrable desde una óptica psicoanalítica… A mí personalmente la interpretación que más me convence es la que voy a proponeros, la interpretación —absolutamente genial, para mí un golpe de genio— de Giacomo Biffi, que en aquel momento no era aún arzobispo de Bolonia. ¿Por qué me convence? Porque me parece que, respecto a otras interpretaciones, tiene en cuenta todos los factores y, por tanto, es más fiel al texto. ¡Me convence! Lo vais a ver también vosotros. Resulta sorprendentemente convincente que toda la historia sea como una filigrana legible a través de una hipótesis extraordinariamente simple y universal. Es como si la historia de Pinocho no fuese más que una síntesis de la ortodoxia católica, es decir, de todo lo que la Iglesia ha enseñado siempre sobre el hombre, sobre su destino, sobre su origen, su fin y su lucha en la vida para llegar a realizarse plenamente. Además, desde este punto de vista, abundan las analogías con la Divina Comedia. Si tuviese que escribir un comentario sobre Las aventuras de Pinocho, podría titularse exactamente como un libro sobre la Divina Comedia que publiqué con el título: «En busca del Yo perdido». Vamos a explicar por qué.
Sé que ante esta lectura puede surgir una objeción y aprovecho este momento para aclararla: ¿es ...