Aproximación al Jesús histórico
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Aproximación al Jesús histórico

Antonio Piñero

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Aproximación al Jesús histórico

Antonio Piñero

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¿Es verdad que Jesús nunca existió como muchos afirman? Y si se acepta su historicidad, ¿cómo sabemos qué fue lo que dijo o hizo verdaderamente? ¿Hay sistemas o métodos para averiguar qué es histórico y qué no en lo que se cuenta de Jesús? ¿Qué valor tienen en general textos, los evangelios, que se nos han transmitido sobre él desde tiempos remotos? O también, ¿cómo se puede obtener algo que se acerque a la verdad de tanto como se ha escrito sobre Jesús, en especial desde la época de la Ilustración? Y por fin, ¿por qué los estudiosos en general parecen rechazar arbitrariamente unos pasajes de los evangelios como "falsos" y aceptan otros como "verdaderos"?Todas estas son preguntas reales, formuladas al autor directa y personalmente, que surgen de forma espontánea en cualquiera que se interesa por Jesús. A lo largo del libro el lector percibirá cómo utilizando científicamente los métodos que se describen en él, y observando los ejemplos ilustrativos, es posible aproximarse históricamente a la figura de Jesús de Nazaret.Este libro sirve además de ayuda e introducción al estudio concreto de los evangelios, de modo que se consiga tener una noción suficientemente clara de su valor literario e histórico y de las razones de ello. Está compuesto desde el punto de vista estrictamente histórico y de la crítica literaria, sin estar supeditado a ninguna confesión religiosa, pero igualmente sin practicar militancia ideológica alguna. Es una presentación sencilla, en lo posible, ordenada y (casi) completa de los métodos utilizados por la ciencia histórica para aproximarse a las primeras fuentes sobre Jesús.-"Aprendo con Piñero a cada frase, así como del enjundioso libro que acaba de publicar: Aproximación al Jesús histórico, en el que concluye que Jesús existió realmente, que fue un galileo carismático al que sus seguidores vestirían luego con ropajes divinos" (Entrevista en La Vanguardia)-"En este estudio sencillo, ordenado y claro Piñero, catedrático gaditano hoy en día reconocido como uno de los principales expertos del Nuevo Testamento a nivel mundial, ha querido poner sobre la mesa lo que se sabe sobre la figura histórica de aquel Jesús del siglo I procedente de Nazaret" (Entrevista en ABC).-"Este libro pretende responder a una serie de cuestiones en torno a Jesús, tales como si es cierto lo que algunos sostienen sobre su inexistencia; la forma de proceder de los estudiosos para aceptar un determinado pasaje como verdadero (o posiblemente verdadero) y otro como falso; o la explicación precisamente de la aplicación de los métodos críticos para acercarnos lo más posible a la realidad histórica y el valor que pueden tener los textos primitivos del cristianismo" (Religión Digital).

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Información

Editorial
Trotta
Año
2019
ISBN
9788498798210

1

SOBRE LA EXISTENCIA HISTÓRICA DE JESÚS

Es evidente que una aproximación al Jesús histórico ha de comenzar por la cuestión de su existencia. Si hay una pregunta que se me haya repetido una y otra vez con ocasión de diversas intervenciones en público es esta… Incluso alguno me ha llegado a decir, en el turno de preguntas de una conferencia, que «es bien sabido que la ciencia sostiene que este personaje no existió nunca»… Esta última afirmación es rotundamente falsa: la ciencia histórica no sostiene tal cosa en su inmensa mayoría. De cualquier modo, ¿existen argumentos contundentes para demostrar científicamente la existencia de Jesús? Sí los hay. En un programa de televisión en el Canal 4, Cuarto Milenio, a propósito del Evangelio de Judas, descubierto a finales del 2006, el presentador Iker Jiménez me formuló una vez más esta pregunta. Yo respondí: «Hay pocos argumentos, ciertamente». Al momento las líneas de teléfono del programa comenzaron a echar humo con gente que protestaba a propósito de mi afirmación «pocos». Son pocos, pero los hay. Lo que quiero plantear aquí es que existen poderosos argumentos, sobre todo de los llamados de «crítica interna», para demostrar la existencia histórica de Jesús, que están delante de nuestros ojos pero que casi nadie ve.

I. EL JESÚS DE LA HISTORIA A DEBATE. LA POSTURA DE LOS MITISTAS1

Presento, en primer lugar, un breve resumen de las ideas de los principales negacionistas de la existencia del Jesús histórico. La primera obra seria de esta corriente a partir del siglo XIX fue la de Peter Christian Jensen, quien en 1909 publicó en dos volúmenes, Moisés, Jesús y Pablo: tres variantes de Gilgamesh el hombre-dios babilónico, de gran impacto. Jensen supuso que la figura de Jesús de los evangelios es la trasposición consciente del mito de Gilgamesh, cuya historia, un mito sumerio, fue recogida y traducida al acadio por orden del rey Asurbanipal (667-627 a.e.c.) el último gran monarca asirio. El relato es el siguiente en líneas generales2: Gilgamesh de Uruk, era el mayor rey de la Tierra, un héroe por cuyas venas corría sangre de los dioses a pesar de ser humano. Su vida estuvo llena de peripecias en las que abundan las aventuras sexuales, batallas contra monstruos, y el encuentro vital con un enemigo humano al que torna en amigo y por el que está dispuesto a hacer todo lo necesario para volverlo a la vida cuando muere. La vida toda de Gilgamesh giraba en torno a dos deseos: conseguir la gloria plena de los héroes y buscar la inmortalidad. Gilgamesh no tuvo problemas para obtener el primer deseo, pero sí el segundo. Para conseguir la inmortalidad, emprendió un largo viaje con la intención de visitar a Utnapishtim y a su esposa, los únicos seres humanos inmortales, puesto que habían sobrevivido a un diluvio universal ocasionado por los dioses. A lo largo del camino, Gilgamesh pasó las dos montañas desde donde el sol se levanta, custodiadas por dos seres-escorpión, quienes le permitieron seguir. Viajó a través de la oscuridad, por donde el sol transita cada noche, y finalmente encontró al sabio Utnapishtim y su mujer. Siguiendo instrucciones del primero, halló una planta que devolvía la juventud a quien la tomara; pero una serpiente se la robó astutamente y Gilgamesh volvió a Uruk como un simple ser humano, convencido de que la inmortalidad es patrimonio exclusivo de los dioses. Para crear la figura de Jesús, un autor desconocido y lleno de fantasía, de lengua griega, tomó de la leyenda de Gilgamesh todo lo que le pareció interesante, en especial lo relacionado con los mitos solares y construyó así la figura de un Jesús que en realidad consistió en la plasmación literaria, humana, del Sol, rodeado por los doce signos del Zodíaco. Toda la historia así compuesta devino un texto evangélico, donde el estudioso percibe que todo encaja dentro de esta presentación de un Jesús que no es más que un mito solar.
Otros mitistas han defendido que Cristo no es sino la concreción literaria del anhelo colectivo de liberación de la primera comunidad cristiana, es decir, la personificación de un movimiento social. Charles Guignebert3 señala que tal movimiento tenía en realidad su raíz y fundamento en la estructura del Imperio romano, el cual había creado una enorme masa de proletarios miserables pero deseosos de recuperar su dignidad. Sin embargo, la idea en sí de un Jesús libertador de proletarios es judía, no romana, porque es en el judaísmo de época imperial donde se formó con más entidad y fuerza la imagen de un mesías redentor de oprimidos. Ahora bien, una vez desnacionalizado y universalizado, el mito del Mesías podía ser explotado fácilmente por los desheredados de la sociedad, quienes, por otra parte, no podían manifestarse a las claras, ya que la labor de la policía del Imperio lo habría impedido. Los cuatro evangelios no son más que una construcción de este tipo, mítico-literaria, promovida por las circunstancias sociales. Solo difieren entre sí porque había diversas corrientes que se combinaban, o se contradecían, dentro del gran tumulto original de los desheredados en el que se originaban las ideas libertarias. Si unimos las cuatro obras, observaremos en ellas fácilmente las líneas o fuerzas que llevaron a la constitución de la Iglesia cristiana como asociación de oprimidos. La divergencia entre ellas radica en que cada una de las cuatro observa desde un punto de vista diverso el mismo movimiento creador y lo plasma por escrito. A pesar de su engañosa apariencia judía, en realidad fueron los evangelios un producto romano. Los cristianos del siglo I expresaron su ideal en una imagen de Cristo que les representaba como desheredados. Y, una vez aceptada esta imagen como si fuera una realidad, les sirvió de guía y de principio de vida.
Para John M. Robertson4, Jesús es un mito judío construido en torno a Josué, el sucesor de Moisés en el proceso de asentamiento del pueblo elegido en la tierra de promisión. Josué formaría parte de la galería de seres sobrenaturales, héroes o dioses, de carácter solar que la gente sencilla adoraba. Esto no puede dudarse, ya que todos los mitos responden a constelaciones y los dioses solares son la misma divinidad representada en cada cultura mediante un mito propio. Josué había hecho entrar a los judíos en la tierra prometida, mientras que Jesús, su sucesor, prometía a sus adeptos entrar en el reino de Dios. Ahora bien, este reino no es otra cosa que una concreción de la carrera victoriosa del dios Sol. Que Jesús es una divinidad solar se deriva de la observación de que en el relato de su vida hay suficientes elementos tomados del entorno mítico pagano que vinculan al personaje con el ciclo vegetal y el circuito solar. Tampoco puede dudarse de que sea así, pues la escuela comparatista de la historia de las religiones confirma que el mito solar se sitúa en el epicentro de todos los fenómenos religiosos.
A partir de la noción de que Jesús es un personaje de ficción sobre la base de Josué, Robertson reconstruye su historia literaria indagando en las coordenadas espacio-temporales tomadas de otros ciclos míticos, incluidos los antecedentes judíos a los que necesariamente ha de parecerse. Se construyó así —argumenta— un entramado mítico derivado del contexto disponible, concretamente una reinterpretación en una dinámica más bien evemerista. Evémero de Mesenia —viajero, historiador y filósofo griego que tuvo su floruit hacia el 316 a.e.c.—, sostenía que los dioses fueron «inventados» por los humanos a partir de reyes o nobles que existieron realmente, pero que fueron heroicizados tras su muerte o divinizados, atribuyéndoseles legendariamente poderes sobrenaturales.
Los cristianos en concreto eran una secta judía —sucesora de los antiguos ebionim, o «pobres»— que celebraba una suerte de comida religiosa en honor de Josué-Jesús, en la que se evocaba una antigua historia de un hombre-dios sacrificado por su padre para la salvación de la humanidad. Esa comida en común en recuerdo de la divinidad ofrendada en sacrificio tenía lugar para hacer posible que los fieles se unieran a ella espiritualmente. Ahora bien, la ciencia histórica revela que este culto no es más que una imitación de otros parecidos. En realidad los cristianos estaban trasladando mitos solares judíos al ámbito griego, identificando a Josué-Jesús con Adonis, Osiris, Dioniso, Mitra, Asclepio, Krisna y otras divinidades propias del ciclo agrícola relacionado con la evolución del sol. Entre esas divinidades, pues, quedaba incluido Josué-Cristo. Los evangelios son escritos de propaganda destinados a organizar y a autentificar, haciéndola meramente verosímil, la leyenda de ese culto sagrado presentándolo en ropaje griego para que pudiera extenderse por el terreno del Imperio.
La identificación solar de Jesús es muy clara, según Robertson. Por ejemplo, el entierro de Cristo en una oquedad es prueba de que Jesús es el propio Mitra, divinidad solar, nacida de la roca. En este mismo sentido, el nacimiento de Jesús en el solsticio de invierno hay que verlo como un síntoma inequívoco de su carácter solar. Insistiendo en la misma idea, Robertson argumenta que el número doce de los discípulos está en consonancia con los doce signos del Zodíaco. Su explicación sobre la representación cristiana del cordero y el pez, como símbolos de Jesús, sostiene que son también signos zodiacales propios de la divinidad solar. El «sermón de la montaña» es asimismo síntoma del carácter solar de Jesús, pues predica «sobre el pilar del mundo», del mismo modo que Moisés, otro dios solar, dio las leyes desde la montaña. Jesús como Osiris, deidad asimismo solar, tiene como función enjuiciar a los difuntos; el tránsito de Osiris a Jesús era fácil, atribuyéndole poderes de juez de ultratumba, porque en la propia tradición judía ya se había establecido la función judicial del Mesías. La entrada en Jerusalén a lomos de un borriquillo encuentra, en opinión de Robertson, su antecedente en la historia de Dioniso porque esta divinidad también cabalgaba sobre un asno en uno de los signos griegos de Cáncer (el punto de inflexión en la carrera del sol).
El origen de los evangelios se halla en la mencionada comunidad de seguidores de Josué/Jesús. Los escritos evangélicos conformaron el drama litúrgico anual en el que el dios Jesús era traicionado, arrestado, condenado, crucificado, muerto, enterrado y resucitado de nuevo. La ruptura con el judaísmo y también con el paganismo en el que se habían inspirado estos protocristianos les obligó a redactar la biografía de su fundador, que no podía ser otra cosa que la transcripción amplia del drama ritual que sobre su dios celebraban cada año. Entonces, al quedar redactado el relato biográfico del dios, aquellas dramatizaciones, iniciadas seguramente en Egipto, irían cesando paulatinamente hasta sus últimas representaciones en los templos de Damasco y Jericó o en la ciudad griega de Gadara. De este modo, los evangelios serían la exposición escrita de un antiguo ritual en el que se fingía la muerte del dios solar Josué —Jesús celebrado anualmente en secreto por ciertos judíos de Jerusalén—.
Según Jaime Alvar, en el libro arriba citado, el principal problema de Robertson es que acumuló una cantidad enorme de documentación, que pretendió hacer útil para su propósito, sin jerarquizar el valor de cada elemento traído a colación y sin establecer una crítica documental con sólidos argumentos filológicos. Toda la crítica textual y la erudición desarrolladas por la ciencia alemana, inglesa y francesa sobre la literatura neotestamentaria le era sencillamente ajena, de manera que otorgó la misma categoría y posición jerárquica a la totalidad de los textos. Eso confiere a su análisis el aspecto de una construcción apriorística en la que carece de importancia el documento sobre el que se van a aplicar los prejuicios. Pongamos un ejemplo que vale por muchos. Robertson consideró que el nacimiento de Jesús en el solsticio de invierno es un síntoma inequívoco de su carácter solar. Sin embargo, es sobradamente sabido que la celebración del nacimiento el 25 de diciembre se establece en Roma en el año 354, precisamente para contrarrestar la popularidad de las fiestas paganas del nacimiento del Sol. En consecuencia, si Jesús hubiera sido una elaboración ficticia de una agrupación judaica del siglo I, no podría haber estado entre sus consideraciones el carácter solar de Jesús, pues no podrían imaginar que su nacimiento iba a ser establecido el 25 de diciembre trescientos años más tarde.
Un contemporáneo de J. M. Robertson fue W. B. Smith, que muestra ideas muy parecidas respecto a la existencia de un «Jesús precristiano» en una obra titulada precisamente El Jesús precristiano, más dos estudios sobre la historia del surgimiento del cristianismo primitivo (1906). Un siglo antes del nacimiento de Jesús, existía ya la secta judía de los nazarenos, que por el influjo religioso sincretista del helenismo rendía culto a un liberador divino, a un salvador que era como la proyección de Yahvé sobre la tierra, al que llamaban Jesús, puesto que su nombre significa «Yahvé es el que salva». Esa secta extendió su culto gracias a misioneros y predicadores, de entre los cuales Pablo fue el más preclaro. Los evangelistas posteriores fueron quienes expandieron este culto a Jesús / Yahvé salvador, por medio de la adaptación literaria, pseudohistórica, simbólica y mítica del carácter salvífico de Yahvé a la vida de Jesús, gracias al invento literario de dichos y hechos recogidos por referencia a su persona.
En los inicios del siglo XX destaca la obra de Arthur Drews (1865-1935). Ha sido tal su influencia que merece que nos detengamos un tanto en sus ideas, que en parte son una repetición de nociones anteriores. En el libro citado, ¿Existió Jesús realmente…? (nota 4, p. 56), el profesor Lautaro Roig Lanzillota resume las tesis de Drews sobre la inexistencia de Jesús en cinco puntos, utilizando palabras del autor mismo:
1. Antes del desarrollo del Jesús de los evangelios, existía un dios llamado Jesús —cuyo origen debe buscarse, probablemente, en el Josué veterotestamentario—, que recibía culto en diversas sectas en el judaísmo y en el que se combinaban ideas apocalípticas judías con la noción pagana de un redentor divino que moría y resucitaba.
2. Pablo, que nada conoce de un Jesús histórico, pone en el centro de su visión religiosa a esta divinidad judeo-pagana y la convierte en Hijo encarnado de Dios.
3. La figura del Jesús de los evangelios no procede, pues, de una figura histórica, sino que a su formación contribuyó el precedente de la vida de los profetas israelitas, el tipo de mesías de la Biblia hebrea como Moisés, Elías, Eliseo, etc., así como la creencia pagana en una divinidad redentora.
4. Todos los elementos relevantes desde un punto de vista religioso en la fe cristiana, tales como el bautismo, la última cena, la crucifixión y la resurrección, proceden, en última instancia, del simbolismo cultual de dicha divinidad precristiana de origen judeo-pagano.
5. Las pruebas acerca de la existencia del Jesús histórico son tan tenues e insignificantes que la fe en él no puede ser considerada condición indispensable para una redención religiosa.
Como puede deducirse, ...

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