Por una mirada-mundo
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Por una mirada-mundo

Conversaciones con Michele Sénécal

  1. 288 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Por una mirada-mundo

Conversaciones con Michele Sénécal

Descripción del libro

" Armand Mattelart es uno de los mayores pensadores en el campo de los estudios de la comunicación y de la cultura; y en consecuencia ha llegado a ser imprescindible y reconocido en todo el mundo. [...] A lo largo de esta entrevista, Armand Mattelart vuelve sucesivamente a las premisas epistemológicas de su aproximación al campo de la comunicación. Explica su elección entre las diferentes teorías. Explicita algunos aspectos que son poco conocidos de su trabajo.

En cierto modo, cada uno de los capítulos constituye un espacio-tiempo que revela, por una lado, las raíces de su conciencia política, el estado de las relaciones de fuerza a nivel internacional, así como los movimientos de ideas en acción, y por otro, la materialidad de su pensamiento y la evolución del campo de estudios interdisciplinares sobre la cultura y la comunicación."

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Información

Año
2014
ISBN del libro electrónico
9788497848039
1
Un horizonte cosmopolita
Imaginario de la ocupación
Me comentó que fue un niño de la guerra. ¿Qué es lo que entiende por eso?
En mi niñez, mi imaginario estuvo marcado por el período de la Segunda Guerra Mundial. Cuando, en mayo de 1940, las tropas del Tercer Reich hicieron entrada en el pueblo en el que mi familia habitaba, en Boussu-lez-Mons, en Bélgica, no lejos de la frontera francesa, yo no tenía más que cuatro años y unos pocos meses. No obstante, dicho recuerdo me quedó grabado. Estaba sentado con mi abuelo materno, en la plaza Mayor. A la vista de los tanques y de los soldados alemanes, vi revivir en él, generalmente poco locuaz, la memoria de una generación que, entre agosto de 1914 y el 11 de noviembre de 1918, había experimentado la misma agresión y que había sufrido numerosas vejaciones causadas por el ejército de ocupación; se trataba de unas fuerzas armadas especialmente brutales. Y esta memoria era aún más viva como consecuencia de haber sido artillero de fortaleza y uno de los pocos supervivientes de su casamata de haber sido intoxicado de por vida por un gas utilizado en la guerra e internado durante más de cuatro años en el campo de prisioneros de Soltau, en La Baja Sajonia. El me impidió recoger los caramelos que los soldados lanzaban, con el pretexto de que estaban envenenados.
La invasión de Bélgica —a pesar de su neutralidad, a diferencia de Gran Bretaña y de Francia, que habían declarado la guerra a Alemania desde finales de 1939— fue una guerra relámpago, una Blitzkrieg; por tierra, mediante las divisiones de carros de asalto, los Panzer y con el apoyo masivo de la aviación. A la inversa de su padre Alberto I —el rey-soldado, que, entre 1914 y 1918, resistió a la ofensiva alemana, junto a sus tropas en el frente del río Yser, en el norte de Bélgica—, el rey Leopoldo III (1901-1983) capituló sin condiciones. El ocupante le asignó residencia en su castillo de Laeken. Mientras tanto, en Londres se reconstituye un gobierno en el exilio y numerosos militares expatriados se integran en las fuerzas británicas o canadienses. Los primeros recuerdos de la guerra los constituyen las familias en ruta hacia el éxodo. Para quienes, como mi madre, que se quedó sola con sus hijos, a raíz de la movilización de mi padre, lo cotidiano era acudir al refugio situado en la bodega a cada alerta. Otros recuerdos eran los soldados franceses, que entraron en territorio belga para atacar por la retaguardia a la ofensiva alemana y que exhortaban por los tragaluces para que los niños se callasen. Era el ensordecedor ruido de los cazas stukas cayendo en picado.1 Era la retirada de las tropas francesas y de la desbandada del Ejército belga. Era mi padre movilizado, que consiguió escaparse de la cautividad, entrando en casa, negro por el polvo y vestido como un mendigo. Y, después, durante los meses de junio y de julio, el recuerdo era el espectáculo de las columnas de prisioneros franceses que el ocupante dirigía hacia los campos de prisioneros, en Alemania. Era la primera vez, en mi vida que, veía hombres de piel negra entre los prisioneros, fusileros de las colonias del Imperio francés.
¿Qué otros recuerdos guarda de los primeros momentos de la invasión?
El invasor era la imagen que mi abuelo materno me había transmitido de las tropas alemanas entrando en Boussu. Pero algunas semanas más tarde, una columna alemana se instaló en nuestra calle para hacer la comida. Arrastraban pequeños remolques enganchados a los camiones y equipados con grandes cazuelas, donde hacían la sopa, y en donde los soldados venían a llenar sus tarteras. Esta cantina ambulante estaba justamente estacionada delante de nuestro domicilio. En esa época yo tenía la escarlatina y no podía salir de la habitación, situada en el primer piso, con vistas sobre la calle. Tenía por tanto una vista vertical sobre la persona que preparaba y distribuía estos alimentos. A su vez, éste podía también verme. Mientras, pegada la nariz al cristal, musitaba un eslogan publicitario muy conocido en esa época, en la que se hacía sentir la penuria del café: «achicoria Pacha, quien la ha bebido la beberá». El marmitón me vio, sonrió e hizo un ademán con la mano. Evidentemente no me oía, pero mis gestos le habían agradado. Durante un breve instante, me había mostrado que era una cosa distinta de un agresor, que había en él algo de humano. Necesité cierto tiempo para interiorizar este antagonismo de amigo/enemigo. No lo entiendes, pero al mismo tiempo percibes que hay algo esencial que está a punto de suceder.
¿Y cómo era la vida cotidiana en este período de ocupación?
Para el niño que yo era, el universo de la ocupación estaba constituido, en primer lugar, por las incursiones de los bombarderos aliados, la ocultación de las fuentes de luz, el ulular de las sirenas, el ruido de los disparos de las defensas antiaéreas, el sobresalto en plena noche y la búsqueda de protección en los sótanos y en los refugios. Y, a veces, a la mañana siguiente, observabas con atención las esquirlas o los pequeños fragmentos de metralla proyectados en el jardín o en el patio de la casa, e incluso, a veces, en los campos, la carcasa de una fortaleza volante angloamericana, abatida por la noche, que había hecho un gran cráter, mientras ingenuamente te preguntabas qué habría pasado con la tripulación. Por el contrario, no existía la posibilidad de franquear la zona de seguridad cuando era un caza alemán el que se estrellaba contra el suelo. Alarmas, la verdad es que hubo muchas. Porque, entre 1940 y 1944, vivía en dos lugares, situados no lejos de objetivos considerados estratégicos, como eran los nudos ferroviarios y los campos de aviación. Estaban también tanto las noticias como los rumores sobre los deportados y sobre las tomas de rehenes como consecuencia de las represalias que el ocupante ejercía contra las acciones de la Resistencia. Y los rexistas, colaboradores valones dirigidos por Léon Degrelle,2 pavoneándose con sus uniformes. Eran tiempos de racionamiento y de privación, y de los que se aprovechaban del estraperlo; y la imagen de mi madre volviendo, en bici, después de ir a una granja, con un kilo de mantequilla, indignada por el precio de­sorbitado que había tenido que pagar.
¿Existen imágenes de la guerra más impactantes que otras de las que se acuerde?
Las únicas imágenes de la guerra que transcurría fuera de las fronteras, a las que yo tenía acceso, eran construidas a través de la censura y de la propaganda del ocupante, las actualidades cinematográficas, si bien, en mi caso, éstas eran esporádicas, porque los lugares en los que yo vivía estaban relativamente poco expuestos a este tipo de medio. Hacía falta desplazarse hasta una gran ciudad, en nuestro caso Mons, para así poder asistir a las salas de cine. Y a éstas, mis padres iban poco. Las imágenes, eran sobre todo las que aparecían en Signal, la revista bimensual de actualidades y de propaganda alemana, lanzada en abril de 1940, un mes ante de la invasión. Signal era elaborada por los corresponsales de guerra (periodistas y fotógrafos) de la «Propaganda Kompanien» (PK), con presencia en cada rama del Ejército, y se editaba en 25 lenguas, circulando en todas las zonas ocupadas. La edición se imprimía en los talleres locales. Así, por ejemplo, en francés, se imprimía en los talleres de Ediciones Hachette. Es en esta revista que vi los reportajes fotográficos, en color, sobre el Afrika Korps y la campaña del mariscal Rommel3 en Cirenaica (África del norte), y sobre la campaña llevada en Rusia por el general Guderian.4 Si recuerdo el nombre de estos dos jefes de la guerra es porque, a menudo, ellos aparecían en la mencionada revista, y lo hacían de un modo heroico. Aparte de los personajes de este tipo, lo que me impresionaba era el despliegue del arsenal tecnológico. Y más particularmente, el relacionado con la aviación, los carros de combate y los submarinos. A veces también ciertas imágenes de Signal encontraban su antídoto en canciones, como en el caso de las relativas a la línea Sieg­fried, que era la línea de defensa alemana, de unos 630 kilómetros, que discurría desde la frontera de Holanda a la de Suiza. Se trata de un refrán que, siendo un niño, cantaba por lo bajo y que me acompañó durante toda la guerra, mientras esperaba la Liberación: «Nosotros iremos a colgar nuestra ropa en la línea Siegfried…», o como aquélla otra, salida del music-hall: «It’s a long way to Tipperary. It’s a long way to go…» (Hay un largo camino hasta Tipperary. Hay un largo camino para llegar…). Eran las generaciones anteriores las que nos las habían transmitido, después de haberlas entonado, durante la Primera Guerra Mundial.
Era el descubrimiento también de medios clandestinos para obtener información. Mis padres escuchaban las emisiones de la BBC en francés, cada tarde, y eso a pesar de que las autoridades alemanas acostumbraban interferir las ondas, buscando a la vez identificar las casas de familias que trataban de escuchar esta radio, así como otras. Al principio, no había más que la BBC. Después, en 1942, vinieron a sumarse las emisiones de la Voz de América.5 Lo que más me intrigaba de la BBC era la letanía de mensajes sibilinos destinados a los movimientos de la Resistencia, de los cuales uno me ha quedado grabado: «Rosemire tiene barba». Evidentemente nunca he sabido lo que este mensaje en clave significaba, pero para mí, que no conocía más que una Rosemire, la jovencita que vivía en la granja de enfrente, y que evidentemente no tenía barba, esos mensajes hacían que diera curso libre a mi imaginación. Lo mismo me sucedía con el nombre de las estaciones de radio extranjeras inscritas sobre el aparato de radio, pero que permanecían mudas cuando intentaba sintonizarlas. Durante toda la guerra, estos nombres me hacían fantasear porque evocaban sitios lejanos, sin que supiera situarlos realmente en el lugar donde estaban. Hilversum (la actual Radio Holanda) o Athlone (la radio irlandesa) eran para mí tan lejanas y misteriosas como Radio Argelia o Radio Rabat.
En junio de 1944, algunos meses antes del desembarco en las playas de Normandía, los aviones ingleses y americanos lanzaron pequeños diarios en papel biblia coloreado titulados El Arcoiris, América en Guerra, El Correo del Aire Ilustrado, etc., conteniendo fotos, balances, mapas de los frentes, instrucciones destinadas a los habitantes de las zonas de combate, y horarios de las emisiones de la BBC en francés y de la Voz de América. Lo que me atraía eran los mapas en colores, con las flechas que indicaban la progresión de las tropas. Recogíamos estos diarios venidos del cielo en los jardines y en las praderas, intentando no ser atrapados por el ocupante. En el pié de página aparecían frases como: «Ofrecido al pueblo belga por la aviación de las Naciones Unidas», «Ofrecido por las fuerzas aéreas libres», «Ofrecido al pueblo belga por el Ejército del aire americano». A la muerte de mi madre, en septiembre de 2002, encontré, en los archivos de mi padre, tres de estas minigacetas que habían caído en nuestro jardín. Mi padre las había conservado en el interior de un sobre que contenía la inscripción: «Recuerdos preciosos 1940-1945». Junto con ellas, había un ejemplar de la prensa clandestina, impreso por la Resistencia. Pero de la existencia de esta prensa nunca me hablaron mis padres; tampoco a mi hermano ni a mi hermana.
Mi afición a las películas de guerra, a la historia de la Resistencia y a las obras de geoestrategia no es ajena a mis vivencias del conflicto cuando er...

Índice

  1. Prólogo
  2. 1
  3. 2
  4. 3
  5. 4
  6. 5
  7. 6
  8. Epílogo
  9. Bibliografía de Armand Mattelart