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Crítica de la comunicación
Quien está familiarizado con la práctica de la investigación en ciencias humanas (y sociales) sabe que, contra la opinión común, la reflexión sobre el método muchas veces no precede, sino que viene luego de la práctica. Es decir, se trata de pensamientos de algún modo últimos o penúltimos, para discutir entre amigos y colegas, y a los que sólo legitima una gran familiaridad con la investigación.
Giorgio Agamben
1.1. Arqueologías y genealogías de la crítica
El término arqueología remite a Michel Foucault (1986 y 1996), quien en sus inicios la incorpora junto con el concepto de genealogía (en su lectura de Nietzsche). Ratificando la idea: la genealogía sólo puede comprenderse desde una arqueología (Foucault, 2008: XLV). Por tanto, no es adecuado interpretar, como lo han planteado algunos críticos del teórico francés, que en Foucault existan dos etapas separadas en su obra: una arqueológica y otra genealógica, sino que ambas se solapan. La arqueología es la estrategia de investigación, mientras que la genealogía son sus tácticas. O, en otros términos, sus herramientas.
El término crítica, como decíamos, en este ensayo tiene la triple dimensión: política, visual y cultural. Caos y catástrofe, entonces, es el intersticio entre ellas o, en otros términos, el desajuste entre las tres críticas, porque no se consideran como tres instancias separadas sino como los desbordes de unas sobre las otras (no hay escena visual sin componente político o cultural).
En la actualidad referirse a la arqueología de la crítica no se limita a Foucault, sino que nos conduce a diversos teóricos, entre los que cabe citar en forma especial, para los propósitos de este ensayo, a Giorgio Agamben (2010) o Siegfried Zielinski (2006). Las propuestas teórico-metodológicas de ambos son fundamentales para ampliar el arco temporal de la comunicación y no reducirla a los medios de comunicación, sino que se extiende a prácticas corporales y visuales, a interacciones sociales, políticas y económicas, a intercambios, flujos y conflictos culturales y estéticos.
Giorgio Agamben (2010) en Signatura rerum. Sobre el método, después de décadas de investigación —donde analiza figuras como el homo sacer y el musulmán, el estado de excepción y el campo de concentración—, expone su método a través de tres claves: el concepto de paradigma, la teoría de las signaturas y el conflicto entre arqueología e historia. En los dos últimos resuenan los ecos de Michel Foucault, porque tanto la teoría de las signaturas como la noción de arqueología nos remiten a Las palabras y las cosas, donde hace su discreta aparición, y a La arqueología del saber, donde ya se sistematiza. En cambio, en la noción de paradigma, más allá del infatigable esfuerzo de Agamben, cuesta ubicar al teórico francés.
En Agamben, además, aparecen cada ciertos tramos las huellas de la fenomenología, otro motivo para alejarlo de algunas de las derivas de la escritura de Foucault. Más aún, si consideramos que éste estuvo en los años cincuenta cercano a esa corriente pero sus posteriores trazos arqueológicos, genealógicos o biopolíticos, fueron alejándolo de la visión fenomenológica. Como indica Deleuze (1987: 77), la supremacía que le otorgará Foucault desde Las palabras y las cosas a los enunciados, «es su reacción contra la fenomenología».
Por tanto, antes que Agamben y alejado de la perspectiva fenomenológica, es Gilles Deleuze (1987) quien plantea que más que formaciones de discursividad (relaciones poder-saber) la arqueología de Foucault son las tensas relaciones entre lo visible y lo enunciable. «Foucault ha sabido pintar maravillosos cuadros […]», porque la arqueología es una «manera de decir» y «una manera de ver» (Deleuze, 1987: 76). Foucault, «siempre se sintió tan fascinado por lo que veía como por lo que oía o leía, y la arqueología tal y como él la concebía es un archivo audiovisual» (Deleuze, 1987: 78). El citado Deleuze, después de sus estudios sobre cine (1994; 2007), pasó del denominado pensamiento sin imágenes a las imágenes pensamiento, problematizando, de esa forma, al concepto de imagen pero, en esa oportunidad, como crítica a la representación.
Para una teoría de la comunicación política, visual y cultural, esta importancia que le otorga Deleuze a lo visible en la arqueología, permite deconstruir (o desmontar) las relaciones entre lo visible (visualidad) y lo cultural (como desajuste de la comunicación). En forma paralela, indicar como principal «enemiga» de lo visual a la representación.
No obstante, más allá de su giro hacia lo paradigmático o su cercanía con la fenomenología, cabe reconocerle a Giorgio Agamben (2010: 139) la recuperación del primer escrito de Michel Foucault de 1954, que es una extensa introducción a la obra de Ludwig Binswanger, el psiquiatra de Aby Warburg, El sueño y la existencia (al que volveremos). Éste es uno de los teóricos fundamentales para los estudios de la cultura visual. En ese texto introductorio Foucault ha descrito —o presentido— con mayor precisión «las estrategias y los gestos de la arqueología» (Agamben, 2010).
Aunque tengo que realizarle otra precisión a Giorgio Agamben, porque indica que el término «“arqueología” obviamente está ausente de ese escrito», y en forma obvia (diría ironizándolo) esto no es así, porque es incorporado en forma explícita por Foucault. Quizás sí cabe reconocerle al teórico italiano que la arqueología no se hace presente con las dimensiones que tendrá en Las palabras y las cosas y más desarrollada aún en La arqueología del saber, pero aparece con una definición breve pero muy cercana a la que propone la arqueología de la comunicación: tiempo profundo y penetrante.
Foucault indica, en ese temprano texto de 1954, una década antes que Las palabras y las cosas, que el método de interpretación onírica, debería ser un método de cotejo, tal como lo utiliza la arqueología para las lenguas perdidas, un método de confirmación tanto por la probabilidad como por el desciframiento de los códigos secretos.
Lo que me interesa destacar de Agamben (2010: 140), empero, es la perspectiva arqueológica de Foucault que retoma en ese escrito, donde el «“movimiento de la libertad” que en esa introducción se atribuye al “sueño y a la imaginación” comparten con la arqueología “significados y objetivos”». Para trazar una arqueología de lo visual, a su vez, es interesante, como lo destaca el teórico italiano, la crítica foucaultiana al psicoanálisis (una ciencia arqueológica como la definía Vilém Flusser), donde se cuestiona que ese campo de conocimiento nunca haya «logrado hacer hablar a las imágenes». Esta precisión es destacable porque los estudios de la cultura visual, deconstruyen las imágenes de diversas épocas y culturas. Si, además, lo ampliamos hacia el terreno de la decolonialidad de las miradas (lo retomaré en los próximos capítulos), nos encontramos con un potente planteamiento teórico-metodológico.
A lo anterior hay que sumarle, que Foucault le añade a la imagen, los términos imaginario e imaginación, en sus tempranas críticas a las tesis existencialistas (en la figura de Sartre) y fenomenológicas (aunque más cercanas a éstas siempre desbordándolas). Hay que recordar que uno de los primeros textos de Foucault, El nacimiento de la clínica, se subtitula: «arqueología de la mirada».
Vilém Flusser definía a las ciencias arqueológicas como aquéllas que trabajan con los residuos, las basuras, y ubicaba, entre ellas, al psicoanálisis, la ecología y la antropología, nosotros sumamos a esa lista a la comunicación. Porque estas últimas, se ubican en los bordes y en los márgenes. Zielinski, por su parte, considera a la arqueología como la búsqueda del tiempo remoto de las técnicas de ver y oír, el intento de desciframiento de los códigos secretos. Como diría Kracauer (2010), una teoría crítica es una teoría que trabaja con los métodos de la novela policíaca o novela negra, es decir, con los indicios.
Con referencia al segundo eje: la genealogía. Ésta no es una temporalidad lineal sino quebrada, múltiple, diversa y diferencial. En términos de Nietzsche (1932): «cuando el pasado habla, siempre lo hace como un oráculo: sólo si eres arquitecto del futuro y conoces el presente lo comprenderás». La genealogía, como escribimos en otro texto reciente (Silva y Browne, 2014; Silva, 2014), sólo puede comprenderse desde un lenguaje figurado, de un discurso cargado de imágenes. En esa característica radica su fuerza, porque donde algunos siguen prefiriendo pensar en ciencias sin imágenes (y radican ahí el concepto de razón y representación), la genealogía no puede desprenderse de ellas. Genealogía, por tanto, no es historia, como arqueología no es un pasado perdido al que se retorna para comprenderlo desde su parálisis temporal, sino tiempo remoto y profundo, como bien lo comprendió, para el estudio de las imágenes visuales, Aby Warburg. Son, por lo mencionado anteriormente, cruces de temporalidades y de espacialidades, o, en otras palabras, tiempos «intempestivos» (término que tanto define a Nietzsche como a Benjamin).
«El arqueólogo tiene una experiencia del tiempo completamente distinta de la del historiador, una experiencia “espacializada”, en la cual la anterioridad y la posterioridad se derivan o se deducen de la profundidad de los estratos o de su nivel de sedimentación (el tiempo, por decirlo así, se infiere a partir del espacio)» (Pardo, 2011: 101). La crítica es devenir, no historia; es coexistencia de planos y no sucesión de sistemas. Espacios como márgenes, rizomas y hendidura del entre. Discontinuidades, diseminaciones e imposibilidad de retornar al origen (Derrida, 2008), al inicio, y menos aún, es una línea recta que nos conduce hacia un final. En esos espacios de los márgenes no hay interioridad ni exterioridad sino fuera de marco o escena.
Vivimos una época […] donde «no se niega» sino que se retorna, «se desanda el camino, se desafían los límites, se vuelve a un punto donde el discurso no existe, o existe sólo a condición de mostrar ese desvío del afuera, de aparecerse como su propio cauce exterior, nunca como presencia, sino como discontinuidad, como reflejo o simulacro de sí mismo» (Fernández Gonzalo, 2011: 18).
La genealogía, por todo lo indicado, es una crítica, y más aún, un cuestionamiento a la idea ilustrada y moderna de progreso, como enseñó Walter Benjamin. La genealogía no es continua sino discontinua, no es constructiva sino deconstructiva y, diría más, destructiva, es, en resumen, devenir, como un tiempo-salido-del-tiempo. Es una compleja red de desviaciones y derivaciones, de caminos que se extravían y no siguen una línea recta. «Podemos avanzar por carreteras rectas y bien pavimentadas, pero también por callejones sin salida, desvíos largos y cortos, pasadizos secretos, curvas pronunciadas y vistas repentinas y sorprendentes» (Rodowick, 2013: 37).
La genealogía le aporta a la arqueología el movimiento sísmico de las temporalidades, a su vez, ambas se oponen «a la búsqueda del origen» (Foucault, 1992: 8). Aquélla se contrapone, también, a la identidad como origen y referencialidad. Además, junto con la arqueología, se oponen a la representación, porque para ambas el pasado es simulacro, máscara y performances. Arqueología y genealogía son los términos apropiados para trazar una cartografía de la comunicación política, visual y cultural, en este ca...