Las pantallas y el cerebro emocional

Joan Ferrés i Prats

• Editorial: Gedisa Editorial
• Año: 2014
• ISBN del libro electrónico: 9788497848060
• Categoría: Languages & Linguistics
• Categoría: Communication Studies

En nuestros días, la era de las nuevas tecnologías y la era del cerebro se dan la mano. El cerebro emocional es el eje en torno al que pivota la actividad mental, según nos revelan las últimas investigaciones. De este modo, en un mundo en el que la mayor parte de las comunicaciones son mediadas por pantallas sólo se puede garantizar la formación integral de las personas si se les proporciona una competencia mediática que atienda a los procesos mentales de carácter emocional e inconsciente. En la era del prosumidor no podemos ser competentes en la producción de mensajes y en la interacción con mensajes ajenos sin la gestión de las emociones en sus dimensiones movilizadora y cognitiva. Y en la era del cerebro no se puede comprender la razón y la conciencia sin entender los mecanismos emocionales e inconscientes que subyacen a ellas. Este libro es un estudio provocativo e innovador que pone en entredicho algunos de los parámetros tradicionales de la educación mediática. Joan Ferrés nos introduce en una reflexión apasionante sobre la influencia del cerebro emocional. Como nos advierte, la interacción crítica con el nuevo entorno social, la construcción colaborativa de conocimientos y la potenciación de la creatividad solo serán posibles desde la capacidad para reflexionar y gestionar nuestras emociones.

Tercera parte

El poder de la educación mediática

LA METÁFORA DE LA CONCILIACIÓN

8

Criterios para la educación mediática

«La razón sin emociones es tan perjudicial

como las emociones sin razón.»

José Sanmartín

Saliendo al paso de las reticencias

Educación frente a determinismo

Soy consciente de que las reflexiones vertidas a lo largo de estas páginas pueden suscitar reticencias. Es comprensible que algunas aportaciones de la neurociencia provoquen rechazo, porque ponen en tela de juicio la creencia de que somos seres autónomos, libres y mucho menos influenciables de lo que se ha sugerido en esta obra. Pueden incluso producir la sensación de que existe un determinismo en la acción de las pantallas y de que, en consecuencia, poco o nada puede hacer la educación ante ellas.

Si el lector ha sido víctima de esta sensación, el autor ha de advertirle que él mismo no habría convertido la educación mediática en su vocación y en su profesión si no estuviera convencido de que esta educación es determinante en los procesos de maduración personal y de progreso social.

En cualquier caso, para que la educación mediática influya en las experiencias de interacción con las pantallas es imprescindible que influya en la gestión de las emociones que generan estas pantallas.

Vamos a enfrentarnos a las reticencias que puede suscitar la neurociencia recurriendo a los resultados de una investigación que conecta con las aportaciones más relevantes de este libro y que puede servir como punto de partida para la elaboración de unos criterios para una educación mediática coherente y consistente.

Si a una rata de laboratorio se le coloca comida y una descarga eléctrica controlada al final de un corredor, llega un momento en el que la rata se detiene a cierta distancia de ambos. Comienza a acercarse, pero se siente impulsada a retroceder. Comienza a retroceder, pero encuentra fuerzas para volver a acercarse. Se debate en el conflicto. Si se le coloca un arnés para medir la fuerza con la que se acerca y con la que se aleja de la descarga, se descubre que la rata queda atascada en el punto en el que «las dos fuerzas son iguales y se anulan. La atracción es igual a la repulsión» (Eagleman, 2013: 133).

Es un ejemplo maravilloso del peso de las emociones en el laberinto sumergido. Nos movemos por emociones, y en el cerebro humano las emociones están a menudo en conflicto. Si sus fuerzas son similares, pueden bloquearnos. Nos movemos sólo cuando hay una emoción que pesa más que la contraria.

Los grandes profesionales de la comunicación persuasiva son capaces de disminuir la fuerza de aquellas emociones que juegan en contra de sus objetivos y de potenciar la de las que juegan a su favor. Este es precisamente el gran reto de la educación en general y de la educación mediática en particular.

La educación mediática como educación del deseo

Si es cierto que la razón sin emoción es impotente, no hay posibilidad de movilizar, de implicar, de suscitar la participación sin capacidad de hacer sentir, sin pulsar la fibra emocional del interlocutor.

«En contra de lo que quizá sería de suponer, no tenemos un circuito que pide comida, otro que reclama sexo y otro que anhela el reconocimiento social, sino que estamos provistos de un solo sistema multiuso para todo lo que se manifiesta como “deseo”. En esto consiste tanto la fuerza de este programa como el peligro que tiene» (Klein, 2004: 183).

En otros términos, la naturaleza ha dotado al ser humano con dos instintos que han sido claves para la evolución y la supervivencia de la especie: el deseo hacia lo que representa una oportunidad y el rechazo de lo que comporta un peligro. Los seres humanos somos, pues, idénticos desde el punto de vista de que todos nos movemos por deseos y por miedos, por preferencias y aversiones. Lo que nos distingue es nuestra específica base de datos de preferencias y de aversiones. De ahí el acierto de Aristóteles cuando afirmaba que la educación es sobre todo educación del deseo. El deseo como aprendizaje y el aprendizaje de deseos: aprender los deseos más convenient...

Índice

• Prólogo
• Introducción
• Primera parte
• Segunda parte
• Tercera parte