El camino por recorrer
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El camino por recorrer

Guía para un liderazgo espiritual de éxito

Jere D. Patzer

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El camino por recorrer

Guía para un liderazgo espiritual de éxito

Jere D. Patzer

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Información del libro

Mientras el mensaje y la misión permanecen inmutables, la iglesia de Dios en el siglo XXI necesita hombres y mujeres que puedan ver el camino por delante con claridad y ofrecer el evangelio en formas que tengan sentido para la gente que vive en una era digital. El Dr. Patzer es reconocido como líder de líderes. Administrador exitoso durante los últimos veinte años, Parzer cuenta con un bagaje para equipar a los futuros líderes con la visión, la inspiración y las destrezas que se requieren para transformar la iglesia y la cultura. Él comparte ese bagaje en "El camino por recorrer": un libro para líderes cristianos lleno de consejos prácticos, entretenidos, cómicos y que llegan al corazón. Ya sea que usted sea el presidente de una organización o un líder laico de jóvenes de tiempo parcial, encontrará estrategias contemporáneas, pero basadas en la Biblia, que lo convertirán en una persona con un mensaje particular, comisionada espiritualmente, que Dios (y su iglesia) necesitan ahora.

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Información

Año
2020
ISBN
9789877981834

Capítulo 1

La iglesia que lideramos

El relato bíblico nunca ha sido más preciso que cuando dice: “Su enemigo el diablo ronda como león ru­giente, buscando a quién devorar” (1 Ped. 5:8, NVI). De hecho, recientemente he notado con consternación las palabras de Elena de White, que dice: “El poder de Sata­nás de tentar y engañar es diez veces más grande ahora que en los días de los apóstoles” (Spiritual Gifts [Dones es­pirituales], t. 2, p. 277).
Para confirmar la profecía de Daniel que habla acer­ca del aumento del conocimiento en el tiempo del fin, Ro­bert Tuttle, ex gerente general de la millonaria SPX Corpo­ration, ha dicho que el conocimiento acumulativo del hombre se ha duplicado en la última década y se duplicará nuevamente cada cinco años. Bill Gates, fundador de Mi­crosoft, dice que los negocios van a cambiar más en los pró­ximos diez años que en los últimos cincuenta.

Hay cambios radicales que están afectando el mundo y la iglesia

Vivimos en un tiempo de cambios radicales. Y si existen cambios radicales en el mundo de los negocios, por simple lógica lo mismo está ocurriendo dentro de la iglesia. La Iglesia Adventista del Séptimo Día ha sido descripta en forma prominente en un extenso libro escrito por un re­nombrado erudito norteamericano, William S. Bainbridge. Afortunadamente fue muy compasivo con nosotros. Decla­ra que los adventistas del séptimo día “han ocupado su lu­gar entre las principales denominaciones”. Luego continúa con esta perspectiva interesante: “Al igual que otras deno­minaciones conservadoras, la IASD ha luchado para preser­var sus creencias y prácticas fundamentales a la vez que confronta los desafíos de un mundo que va cambiando rápi­damente” (The Sociology of Religious Movement [La sociolo­gía del movimiento religioso], pp. 107, 108).
El cambio que se está dando en el mundo y en nues­tra iglesia es muy dinámico. Y, como líderes del pensamien­to eclesiástico, debemos caer en la cuenta de que necesita­mos tener una forma de pensar totalmente nueva para satis­facer estos cambios. Si ser consciente del cambio está pri­mero en importancia, entonces responder a esto debiera ser el próximo paso. Mientras tanto, la autoridad y la integri­dad de la organización están siendo desafiadas desde aden­tro, y se están multiplicando las falsificaciones y las aberra­ciones teológicas.

Es imperativo una respuesta oportuna

La visión, la misión, el enfoque y el compromiso para el futuro casi se han convertido en clichés. Tom Peters y Ro­bert H. Waterman (h.), autores en administración, hablan de “preparados, apunten, fuego”. Una cosa es tener compromiso y visión, pero otra diferente es influir en ellos de manera oportuna. Según recuerdo, Wayne Gretzsky, el famoso jugador de hockey, una vez dijo: “Yo no patino hacia donde está el disco. Patino hacia donde va a estar”. En el contexto bíblico, Noé no construyó el arca en medio de la lluvia.
El renombrado Lee Iaccoca, de Chrysler, es un ejemplo clásico de un visionario moderno. No sólo soñó, sino que también actuó según sus sueños. Hace pocos años atrás Iaccoca le preguntó a uno de sus ingenieros:
–¿Crees que se venderá un convertible otra vez?
La respuesta del ingeniero fue:
–Llevará tres años diseñar uno.
Iaccoca replicó:
–¡No! ¡Serrucha el techo de un auto y dámelo esta tarde!
Mientras conducía por la ciudad, contó las manos de las personas que lo saludaban y señalaban. Al año siguiente, Chrysler tenía un nuevo modelo convertible en el mercado.
Los desafíos de hoy demandan una respuesta oportuna como nunca antes en la historia. Como miembros de iglesia, sería mejor que usted y yo estemos preparados (a pesar de la complejidad y de la dificultad) para dar respuesta a los desafíos que se presentan en nuestra iglesia.

Enfrentar el futuro mientras recordamos el pasado

El camino del siglo XXI parece que se nos viniera encima tan rápido como la pista que está frente a los niños en esos videojuegos de carreras de autos. Necesitamos mirar hacia adelante a través del parabrisas para evitar cada obstáculo o bache posible. Al mismo tiempo debemos darle una mirada al espejo retrovisor, prestando atención por dónde hemos pa­sado. Frases tales como “Volver al futuro”, “Inténtalo nueva mente por primera vez” y otras por estilo debieran ser más que meros lemas publicitarios ingeniosos.
Tenemos una herencia tremenda de la que estamos legítimamente orgullosos. No tengamos miedo de regresar a las bases.
Nunca podré olvidar la clásica frase del famoso en­trenador de los Green Bay Packers, Vince Lombardi, cuan­do se puso de pie frente a su equipo de fútbol americano, esperando motivarlos, enfatizando las bases. “Señores”, dijo, “esto es una pelota de fútbol americano”. Les enseñó a sus jugadores la ejecución superlativa en el contexto de los fun­damentos básicos.
Por lo tanto, repasemos los verdaderos principios fun­damentales del sistema eclesiástico que conducimos. Y en ese contexto quisiera sugerir una premisa absolutamente bá­sica. Se ilustra fácilmente con un triángulo equilátero.

Mi tesis

Mi premisa básica en este libro es simplemente ésta: Creo que Dios erigió nuestra iglesia profética al inspirar su teología, la que impulsa su misión, hecha posible por medio de su organización. En términos gráficos, se parece a esto:
Todos estos tres elementos están intrínsecamente li­gados. Los tres están divinamente ordenados. Los tres son profundamente significativos. Aminorar cualquiera de las partes hará que la totalidad se derrumbe o posiblemente im­plosione con consecuencias drásticas.
Permítanme defender esta tesis.

Nuestra teología histórica

Nuestra herencia protestante nos dio una visión ins­pirada y correcta de la inspiración y la revelación. Esta vi­sión no era compleja o difícil de entender.
Para adaptar las palabras de Vince Lombardi, “Señoras y señores, ésta es una Biblia”. Ésta es la Palabra inspirada de Dios. No solamente contiene su Palabra para ser evaluada, criticada, disecada o adaptada debido a datos científicos o arqueológicos; no importa cuán plausible, intelectualmente estimulante o gratificante del ego pueda parecer, como cris­tianos, siempre debemos permitir que la Biblia le informe a nuestra inteligencia en cuanto a ciencia y arqueología.
Ni Cristo ni sus discípulos dedicaron tiempo para se­ñalar las supuestas inconsistencias de las Escrituras, inclu­yendo los relatos de la creación y del diluvio del Génesis. Por el contrario, Cristo recomendó los escritos de Moisés a sus oyentes (ver Luc. 16:29). Si la Biblia pudo predecir es­pecíficamente, con detalles minuciosos, los eventos que ro­dearon el nacimiento y la vida de Jesús, ¿no podría registrar con especificidad y precisión la primera historia de la tierra?
Si Pablo nos escribiera hoy a nosotros en lugar de es­cribirle a Timoteo, creo que diría: “Toda la Escritura es ins­pirada [...] y todavía sigo diciendo toda” (adaptado de 2 Tim. 3:16).
Una vez escuché en la radio que citaban a dos líderes pensadores. El primero era el Dr. Billy Graham, que dijo: “No tengo problemas con el pez que se tragó a Jonás. Si la Biblia dijese que Jonás se tragó al pez, ¡lo hubiera creído!” Y el místico A. W. Tozier dijo: “Dénme Génesis 1:1, ‘En el principio creó Dios’ [...] y no tendré problemas con el resto de la Biblia”.
Soy consciente de que habrá quienes mirarán peyora­tivamente tales actitudes y con presteza las catalogarán de “demasiado fundamentalistas”. Contrastarán esta clase de actitud con ser guiados por el Espíritu Santo, que para ellos pareciera permitirles mayor libertad.
Una cita reciente de Michael Morse, ministro de la Iglesia Unida de Cristo, en el Washington Post, ayuda a ubi­car este contraste en perspectiva y demuestra una conse­cuencia posible, si no natural, de esta falsa dicotomía:
Para algunos cristianos, la Biblia siempre es au­toritativa. Se los llama fundamentalistas. No obstan­te, para otros, Jesucristo es autoritativo. Tomar la Bi­blia en forma literal acarrea toda clase de serias dis­torsiones y crueldades. Tomar a Jesús con seriedad nos lleva a concluir inevitablemente que él creía en estilos de vida llenos de igualdad, mutualidad, com­pasión, compromiso, responsabilidad y amor. Hay mucho espacio en esos estilos de vida para personas homosexuales, incluso para matrimonios homosexua­les (citado en First Things First [Las primeras cosas primero], marzo de 1997, p. 62).
Sin embargo, ser guiados por el Espíritu Santo y ad­herir a la autoridad de la Escritura nunca se excluyen mu­tuamente.
Además, cuando necesitamos amplificación adicio­nal, sé dónde podemos encontrarla. La mayoría de nosotros tenemos un estante lleno de esos viejos libros especiales que necesitan ser desempolvados y usados nuevamente. Ad­mito que en el pasado se ha abusado de ellos y se les ha da­do un mal uso. Pero ahora cayeron en desuso o, como la mis­ma autora predijo, se anula su efecto (ver Mensajes selectos, t. 3, p. 76).
¿Por qué debiera ignorarse a la mensajera del Señor? ¿Por qué debiéramos avergonzarnos de ella y de su ministe­rio? En verdad, hay otras denominaciones que tienen mucho menos que ofrecer con sus profetas. Sin embargo los promue­ven. ¿Por qué preferimos basar nuestras creencias en algún científico, arqueólogo o psicólogo poco conocido cuyas teo­rías cambian con cada nuevo descubrimiento, cuando tene­mos a la mensajera de Dios, quien, si bien entiendo, es:
  • El cuarto autor más traducido en la historia de la literatura?
  • La escritora más traducida en la historia mundial?
  • El autor norteamericano más traducido, hombre o mujer?
Recientemente di una charla para un gran grupo de administradores de la salud y mencioné que no me avergon­zaba el hecho de que mientras hacía un doctorado en Ad­ministración Eclesiástica y un magíster en Administración Comercial, bajaba algunos de esos viejos libros del estante, les quitaba el polvo y los leía de tapa a tapa: la Biblia, la se­rie de El conflicto de los siglos, los nueve tomos de Testimo­nios para la iglesia y las biografías de Elena de White. Tenía que hacerlo debido a mi necesidad personal de volver a las bases. Quería volver a familiarizarme con las verdades que contienen, y subconscientemente, si hubiera necesidad, apuntalar mi personalizado y fundamental modus operandi de administración. Quería que estos libros fueran más que lindos libros devocionales. Y puedo testificar que todavía son relevantes y dinámicos en el siglo XXI.
Ciertamente, los tiempos han cambiado. Los nom­bres, las ciudades y las personas son diferentes. Pero los te­mas de fondo y los principios básicos son idénticos. ¿Cómo podemos de algún modo olvidar o no lograr entender que el Dios que inspiró a la gran visionaria Elena de White con conocimiento para establecer nuestras instituciones de sa­lud, nuestras instituciones educativas o nuestra iglesia, tam­bién nos proveerá del conocimiento suficiente para que és­tas alcancen el éxito ahora y en el futuro? Fue él quien nos pidió (nos ordenó en realidad) ser cabeza, no cola. Y él también nos ha hecho recordar que los del mundo a veces son más sabios y más sensibles a la verdad que los que se su­pone que son la luz.
En la Palabra de Dios y en los escritos de Elena de White he encontrado consejos y filosofías que por cierto harán que seamos cabeza, si los seguimos. Son consejos que nos garantizan el éxito, incluso cuando pareciera que fuéra­mos en contra de la sabiduría humana más avanzada o con­vencional. Ellos contienen mejor información que cual­quier libro teológico, arqueológico, psicológico o de admi­nistración que jamás se haya escrito.
No nos excusemos. Leámoslos, respaldémoslos y, sí, citémoslos públicamente.
Creo sinceramente que a medida que retornemos a la Biblia y a los escritos de Elena de White, descubriremos que predicen en forma clara y unificada nuestro papel único en los desafíos que enfrentamos.
Están aquellos que abogan por la idea de que debiéra­mos desechar el bagaje de algunas de nuestras doctrinas his­tóricas y únicas. En un ataque feroz y astutamente persuasivo, Kenneth Richard Samples declara en su prólogo del li­bro The Cultic Doctrine of Seventh-day Adventists [La doctri­na sectaria de los adventistas del séptimo día] de Dale Ratz­laff: “Algunas de la creencias distintivas adventistas que fueron originadas por sus pioneros todavía atormentan a la iglesia contemporánea”.
Un desafío similar que ha ganado aceptabilidad en algunos círculos es la noción de que los adventistas pueden picotear y elegir (como si fuera un restaurante teológico gi­gante) qué doctrinas son importantes. Cuando una persona fue cuestionada por su postura, ésta respondió: “Soy lo sufi­cientemente adventista”. Pero nuestra relación con Dios y con su iglesia debe tener un fundamento más firme que ése. Nuestras doctrinas, si bien son defendibles, individualmen­te están unidas y son inseparables. Hay un hilo de oro que las une y le brinda armonía, simetría y belleza a nuestro mensaje. Como líderes no debemos permitir que se rompa.
Permítanme brindarles algunas ilustraciones. Recien­temente, un amigo declaró en nuestra clase de Escuela Sa­bática que no debiéramos tomar tan literalmente el relato de la creación de Génesis 1. “Por ejemplo”, dijo, “si acepta­mos la historia de la creación como está escrita, el sol no fue creado hasta el cuarto día. Sin embargo la Biblia dice: ‘Y fue la tarde y la mañana un día’ [Gén. 1:5]. Pero no podría ha­ber habido una tarde y una mañana el primer día sin sol”.
Ahora bien, yo no soy científico, y reconozco que los creacionistas enfrentan desafíos para los que no tienen res­puestas. Además, respeto el hecho de que tengamos erudi­tos deseosos de lidiar con problemas que la mayoría de los líderes eclesiásticos no tratamos regularmente. Sin embar­go, existen consecuencias significativas para nuestro siste­ma de creencias en su conjunto si comenzamos a permitir que nuestra ciencia le informe a nuestra teología en lugar de que nuestra teología le informe a nuestra ciencia. La Bi­blia siempre debe ser la autoridad suprema, ya que “es im­posible que Dios mienta” (Heb. 6:18). Y la verdad es que si nos alejamos de la creación de veinticuatro horas y siete días consecutivos, definidamente perdemos el significado de un día de descanso semanal en el séptimo día.
No tengo la respuesta de cómo pudo haber una tarde y una mañana antes de la creación del sol. Pero sí tengo su­ficiente fe como para creer que Dios creó el mundo; enton­ces tiene sentido para mí que si quiso comenzar con una se­cuencia de oscuridad y luz antes de que haya sol, también podía arreglárselas con eso. De hecho, Dios puede haber querido decir simbólicamente a las generaciones posteriores: “Quiero que adoren al Hijo Creador, no al sol creado poste­riormente”. Como quiera que lo haya hecho, sospecho que ésta es sólo una de las tantas preguntas de una serie comple­ta que él nos responderá a lo largo de toda la eternidad.
Algunos adventistas ridiculizan la creencia en un di­luvio universal como si fuera imposible. No obstante, per­mítanme compartir con ustedes tan sólo dos de las tantas razones de por qué creo que realmente ocurrió. Primero, la Biblia lo dice. Segundo, si Dios estuviera hablando sólo de un diluvio local, entonces cada vez que saliera un arco iris éste haría de Dios un mentiroso, porque ésta es su señal pa­ra recordar que nunca más habrá otro diluvio universal. Los diluvios localizados no cumplen los requisitos.
De igual manera, si no hay diluvio universal, enton­ces tenemos un problema con la columna geológica: tene­mos que el espectro de la muerte ocurrió antes de que haya registro del pecado. Si eso es verdad, entonces tenemos un problema con la expiación sustitutiva. Y ciertamente tene­mos problemas con el relato de la creación de veinticuatro horas y siete días que aparece en la Biblia.
Actualmente están quienes defienden una escatolo­gía condicional: minimizan, si no eliminan, la amenaza de las leyes dominicales. Proponen que el sábado no será la prueba final y, además, que el cuerno pequeño de Daniel 7 tiene otras explicaciones más contemporáneas que la Iglesia Católica. Incidentalmente, no hace muchos años, algunos de los nuestros aplicaron estos símbolos al comunismo.
El hecho es que cualquiera que lea literatura actual como Las llaves de esta sangre o La mujer que cabalga la bes­tia, o quien haya viajado por países católicos, puede ver la validez de la declaración de Elena de White en El conflicto de los siglos de que la Iglesia Católica permanece sin cam­bios. De hecho, ella dice: “Y téngase presente que Roma se jacta de no variar jamás [...] Está acumulando ocultamente sus fuerzas y sin despertar sospechas para alcanzar sus pro­pios fines y para dar el golpe en su debido tiempo” (El con­flicto de los siglos, p. 638).
Irónicamente, si hoy estuviera escribiendo los enca­bezados para los tabloides, estaría tentado a escribir: “La princesa Diana, la Madre Teresa y la Madre María unidas en el cielo, a la espera de visitar la tierra a comienzos del siglo XXI”.
Con esta dinámica que barre la nación es natural que la doctrina del remanente que nos hace singulares y, en rea­lidad, nos da nuestra razón de ser...

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