Mecanismos, señales y circuitos neutralizadores de adversidades
Dr. José Bonet
En general, los autores que tratan acerca del impacto de las situaciones estresantes sobre los individuos se focalizan, principalmente, en la reacción al estrés: se pone el acento sobre los circuitos que «prenden» o «activan» la respuesta de estrés; se estudian estos mecanismos, hormonas, señales y circuitos cuya función es defendernos de estas situaciones adversas. Pero, cuando esta activación es muy intensa, repetida o por lapsos prolongados, puede producir daños —a veces irreversibles— tanto en el funcionamiento físico como en el mental. Por lo tanto, utilizaré el espacio que se me ha asignado para indagar específicamente acerca de aquellos procesos que, una vez disparada o activada la respuesta de estrés, tratan de protegernos al desactivar o contener la misma y, así, evitar el «sobredisparo», que puede llegar a ser muy deletéreo. Estos procesos —que podemos llamar mecanismos, señales y circuitos neutralizadores— se ponen en funcionamiento cuando ya pasaron las situaciones adversas y son esenciales en el proceso de recuperación o reparación; por lo tanto, son procesos que forman parte de la resiliencia. Esta última es concebida como una capacidad emergente de la combinación de procesos biológicos, cerebrales, psicológicos y vinculares, que permite a los individuos adaptarse y fortalecerse luego de experimentar situaciones adversas traumáticas. Es un proceso activo: no solo consiste en la ausencia de respuestas patológicas o en la presencia de rasgos extraordinarios. De esta forma, podemos advertir la importancia de comprender los procesos psicológicos, cerebrales y biológicos —sin olvidarnos de los vínculos humanos y afectivos— que ayudarán, por un lado, a desarrollar estrategias dirigidas a afrontar mejor la adversidad y, por otro, a atenuar y contener esas estrategias.
Como un breve preludio a esta exposición, he decidido citar unos versos del poeta César Vallejo que, desde el campo de la literatura, nos pondrán en sintonía con estas delicadas cuestiones que la neurociencia moderna pretende iluminar:
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Estas primeras estrofas del poema «Los heraldos negros» ilustran, de manera dramática, los momentos de adversidad, trauma, estrés y sufrimiento, como solo pueden hacerlo el arte y la sensibilidad de un poeta.
Como decíamos, para atravesar estas situaciones, la evolución nos ha provisto de mecanismos, señales y circuitos que nos permiten activar la defensa y optimizar el afrontamiento, pero también de otros que nos ayudan a sobreponernos, restablecer la calma, restañar el equilibrio y contener esa activación que precisamos para enfrentar la desventura. Podemos decir, en suma, que son guardianes de la salud, protectores de la salud mental, neutralizadores de adversidades, promotores del proceso de recuperación y proveedores de cierta inmunidad psicológica (véase la figura 1).
Figura 1.
El objetivo de esta exposición será tratar de identificar cuáles son las señales y los circuitos biológicos y mentales asociados con respuestas de afrontamiento exitosas; por lo tanto, necesarios para conformar una capacidad de resiliencia adecuada. Es decir, aquellos que ayudan a recobrarnos luego de enfrentar a «los heraldos negros» de la vida.
Una idea básica: la matrix funcional
Ante todo, propongo que pensemos el funcionamiento humano como una matrix (matriz) funcional psiconeuroinmunoendocrinológica a partir de la comunicación estructural, funcional, interactiva y constante entre los sistemas nervioso, endócrino e inmune y el psiquismo. Los sistemas corporales funcionan de una manera interactiva, intermodulada o interregulada, lo que fundamenta la concepción de red de trabajo. De estas interacciones recíprocas surge la respuesta adaptativa: una red funcional al servicio de la adaptación y la supervivencia.
El cerebro es el organizador central, el decodificador principal de los diferentes estímulos sensoriales externos, corporales subjetivos internos y cognitivos. El cerebro recibe la información, la decodifica, la evalúa, la interpreta y envía respuestas motoras, emocionales y conductuales. Esta información va y viene, de una manera bidireccional, por vía nerviosa, hormonal o inmune, lo que constituye los principales sistemas de comunicación del organismo, con llegada a cada órgano del cuerpo.
Los mecanismos, las señales y los circuitos neutralizadores son componentes centrales de esta matrix funcional; su participación es esencial para el funcionamiento adecuado de esta red. Dentro de ellos, vamos a incluir y estudiar el cerebro evaluador, ciertos recursos psicológicos y vinculares, los genes y polimorfismos protectores, los factores neurales de neuroplasticidad y crecimiento neural, las hormonas o señales químicas de la resiliencia, el reflejo neural antiinflamatorio y la respuesta de relajación. También vamos a referirnos a unas células inmunes, que se denominan linfocitos T reguladores y tienen un efecto contenedor de la respuesta inmune.
Esto es como un circuito que está en funcionamiento permanente, pero cuando esta matrix se obstruye, o alguno de sus circuitos neutralizadores no funciona, la sinapsis se estresa, los circuitos se engranan, el cerebro se atasca, el cuerpo se agota y el sujeto se agobia. Entonces son necesarias las intervenciones externas —terapéuticas—, que intentarán actuar específicamente, según su modalidad, en los diferentes puntos de la red.
Comencemos por uno de los componentes de la red que tiene una función nuclear, consistente en definir qué es peligroso, qué es un desafío o una amenaza, o qué es benigno: el cerebro evaluador.
¿Es peligroso o no?: el cerebro evaluador
En este punto vamos a ocuparnos del proceso que determina que algo sea considerado peligroso, amenazante o benigno para el individuo. Es importante decir que este proceso es el que confiere cierta variabilidad individual a la respuesta de estrés, de tal forma que no todo es estresante para todas las personas. Ya en su momento, Epicteto —filósofo estoico, que nació esclavo y luego fue liberado por la importancia de sus aportes— sostenía en sus enseñanzas : «Las personas no sufren por las cosas del mundo, sino por la visión que tienen de esas cosas». Del mismo modo, Marco Antonio, su alumno, escritor y emperador de Roma, decía: «La felicidad de tu vida depende de la calidad de tus pensamientos». Estas ideas podrían ser consideradas como los antecedentes de lo que luego se llamará «evaluación cognitiva», un proceso psicológico nuclear en la interpretación de los eventos.
La teoría de la evaluación cognitiva data de la década de los sesenta y fue propuesta por los profesores Arnold y Lazarus. Su idea central es que las emociones son provocadas por la evaluación cognitiva de eventos y situaciones; esta evaluación es considerada determinante de la experiencia emocional, ya que influye en la percepción del evento. La premisa básica consiste en que las emociones son respuestas adaptativas que reflejan las apreciaciones de las características del entorno significativas para el bienestar del organismo. Por lo tanto, se puede definir la evaluación como «aquel proceso que tiene lugar de forma continua durante todo el estado de vigilia y determina las consecuencias que un acontecimiento dado provocará en el individuo». Esta evaluación del evento estresante otorga una variabilidad individual acerca de cómo se toman los sucesos, permite una buena capacidad de afrontamiento y enfatiza el efecto protector de una adecuada evaluación cognitiva de los eventos.
Otro aspecto importante en la actualidad es considerar la evaluación cognitiva como un proceso esencialmente transaccional entre el individuo evaluador y el contexto o medio ambiente en el cual se produce el evento. La estimación no se determina simplemente por las características objetivas del estímulo o por las características disposicionales del individuo, sino que parece ser el resultado de una interacción iterativa entre el estado motivacional y fisiológico corporal del individuo. En esta interacción se evalúan no solo las implicaciones de las circunstancias del estímulo, sino también su relación con las necesidades, recursos y habilidades del individuo. O sea, se trata de concebir la evaluación no solo como el proceso propiciado por cambios ambientales o internos, sino como un proceso recursivo dinámico de valoración. Este proceso continúa con otra reevaluación, que es necesaria ante entornos siempre cambiantes, con un flujo de información continuo, y que debe monitorearse para ir corrigiendo evaluaciones previas con el objetivo de disponer de respuestas dúctiles.
En la actualidad, se consideran algunos criterios fundamentales que participan en el proceso de evaluación cognitiva: la novedad, la detección de la relevancia, la congruencia de objetivos, el sentido de agencia, y la compatibilidad con normas y valores, entre otros. Son criterios que intentan complementar la comprensión del proceso de evaluación llevado a cabo por el sujeto.
Desde los inicios se ha discutido acerca de si la evaluación contiene procesos automáticos o deliberados. Si bien el concepto de evaluación cognitiva da la idea de ser un proceso «más controlado», actualmente se dice que no debe obviarse la participación de aspectos «más automáticos» en este proceso. Esta observación surge de investigaciones y estudios llevados a cabo en el proceso de evaluación de animales no humanos.
Teoría de la evaluación es el nombre dado a un grupo de teorías, que considera la evaluación cognitiva de una situación como un proceso complejo que d...