Sobre la diferenciación social
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Sobre la diferenciación social

Investigaciones sociológicas y psicológicas

  1. 272 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Sobre la diferenciación social

Investigaciones sociológicas y psicológicas

Descripción del libro

El escrito que se ofrece en este volumen constituye el primer libro sociológico de Georg Simmel, inédito hasta ahora en español. Partiendo del principio de que "todo está en un intercambio de efectos con todo", el sociólogo y filósofo berlinés, que al momento de publicación de este libro tiene 32 años, adelanta temas centrales de sus escritos posteriores, a saber: la consideración de lo social en el dinamismo de su acaecer; el vínculo entre individualismo y cosmopolitismo; el individuo como intersección de los círculos sociales; lo social como un nexo moral así como la tensión entre el individuo y las grandes masas. Estas investigaciones constituyen, sin duda, un aporte fundamental a uno de las pocos hilos conductores de la teoría sociológica que, a través de Herbert Spencer, Émile Durkheim, Norbert Elias, Niklas Luhmann y el propio Simmel, llega hasta nuestros días: la teoría de la diferenciación social.

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Información

Año
2017
ISBN del libro electrónico
9788497849791
IV
El nivel social
En términos generales, se observa que lo raro e individual, que se aparta de la norma, goza de una estima que se anuda a su forma misma y, dentro de unos límites amplios, es independiente de su contenido específico. Ya en el lenguaje, la «rareza», sin necesidad de aditamento alguno, tiene a la par el sentido de algo exquisito y «muy especial», algo bueno en particular, mientras que lo común, lo propio del círculo más amplio, lo que no es individual [Unindividuelle], al mismo tiempo refiere a lo innoble y carente de valor. Para explicar este tipo de concepción es razonable señalar que todo lo bueno, todo lo que provoca un sentimiento de felicidad en la conciencia, es raro. Pues este disfrute queda trunco con una rapidez extraordinaria y, con el aumento de su frecuencia, se produce un acostumbramiento que, entonces, una vez más, constituye el nivel que un nuevo estímulo tiene que superar para llegar a la conciencia. Por lo tanto, si se comprende que lo bueno es causa de los estímulos vitales de la conciencia, no se requiere ninguna forma especial de pesimismo para atribuirle la rareza como predicado necesario. Si hay claridad sobre ello, la inversión psicológica resulta muy evidente: que también todo lo raro sería bueno. Así, en términos lógicos, es falso que porque todo a = b, también debe ser todo b = a. No obstante, el pensar y el sentir fácticos incurren innumerables veces en esta falacia: cierto estilo artístico o cierto estilo de los objetos cotidianos nos agrada, y antes de que nos demos cuenta, se transforma para nosotros en medida del gusto en general. La proposición «el estilo M es bueno», en la práctica se transforma para nosotros en «todo lo bueno tiene que lucir el estilo M»; el programa de un partido político nos parece correcto y de pronto no consideramos correcto nada que no esté en este programa, etcétera. De esta inversión de la proposición de que todo lo bueno es raro, puede provenir la valoración invariable de lo más raro.
A ello se agrega un aspecto práctico. Como un hecho y una tendencia, la igualdad con los otros, sin duda, no tiene menor relevancia que la diferenciación, y ambos aspectos, en las formas más variadas, constituyen los principios más importantes de toda evolución exterior e interior, ya que la historia cultural de la humanidad puede ser interpretada como la historia de la lucha y los intentos de conciliación entre estos principios. No obstante, sólo para la acción del individuo la diferencia frente a los otros tiene una relevancia mucho mayor que la igualdad. La diferenciación frente a otros seres es lo que en gran medida desafía y determina nuestra actividad. En efecto, dependemos de la observación de sus diferencias cuando queremos servirnos de los otros y adoptar la posición conveniente entre ellos. El objeto del interés práctico es aquello que nos proporciona ventajas o desventajas frente a ellos, pero no aquello en lo que congeniamos, lo cual, más bien, constituye el fundamento dado por sentado de cualquier acción en curso. Darwin relata que en sus diversos contactos con criadores de animales no encontró ninguno que haya creído en el origen común de las especies. El interés en aquella desviación que caracteriza a la variedad buscada por el criador, y que otorga a ésta su valor práctico, absorbe de tal manera a la conciencia que no hay ningún lugar disponible para la igualdad en los aspectos principales con las otras razas o especies. Resulta comprensible que este interés por la diferencia de lo que cada uno posee se extienda también a todas las otras relaciones del yo. En términos generales, puede decirse que frente a la relevancia objetiva equivalente de la igualdad con una generalidad, por un lado, y la individualización, por otro, para el espíritu subjetivo, la primera existirá sobre todo de forma inconsciente y la última de forma consciente. La funcionalidad orgánica ahorra conciencia en aquel caso porque es más necesaria en éste para los fines vitales prácticos. Hasta qué punto, sin embargo, la representación de la diferencia puede oscurecer la de la igualdad, tal vez no se evidencia en ningún ejemplo de manera más instructiva que en el conflicto confesional entre luteranos y reformados, en particular en el siglo xvii. Apenas tuvo lugar la gran ruptura con el catolicismo, el todo se escindió en partidos por las cosas más nimias y con frecuencia se escucha decir a los fieles: ¡Se puede compartir una comunidad con los papistas antes que con aquellos que pertenecen a la otra confesión! ¡Hasta tal punto puede ser olvidado lo fundamental por encima de la diferenciación, lo que unifica por encima de lo que separa! Es fácil de comprender que este interés por la diferencia, que constituye el fundamento de la propia conciencia de valor y de la acción práctica, se intensifica de manera psicológica, generando una estima por la diferencia y, asimismo, que este interés se convierta en algo que tiene un sentido, ante todo, práctico como para producir una diferenciación también allí donde, en realidad, no hay ninguna razón objetiva para ello. Así se percata uno de que las asociaciones —desde organismos legislativos hasta comités para el divertimento— que tienen puntos de vista y fines por completo homogéneos, después de un tiempo, se disgregan en partidos que se comportan entre sí de la misma manera que lo hace la totalidad de la asociación que los abarca, por ejemplo, frente a un partido movido por una tendencia muy diferente. Es como si cada individuo sólo sintiera su importancia de manera tan intensa en la oposición con otros que esta oposición se generaría de forma artificial donde no existe con anterioridad, donde la totalidad de lo que hay en común, dentro de lo cual se busca ahora la oposición, se funda en la unidad frente a otras oposiciones.
Si la primera causa mencionada para la valoración de la diferenciación fue de carácter individual-psicológico y la segunda basada en motivos individuales y sociológicos mezclados, ahora puede detectarse una que tiene un carácter histórico-evolutivo. Cuando el mundo orgánico atraviesa una evolución paulatina desde las formas inferiores hasta las más elevadas, las características más ordinarias y primitivas son las más antiguas. Pero si son las más antiguas, también son las más extendidas porque el patrimonio de la especie se dejará en herencia a cada individuo con tanta más seguridad cuanto mayor sea la antigüedad de su adquisición y consolidación. En breve, los caracteres adquiridos, como siempre lo son, en un grado relativo, los más sofisticados y complejos, aparecen siempre de manera variable, y no se puede decir con contundencia que todo ejemplar de la especie tomará parte de ellos. Por lo tanto, la antigüedad de una característica anuda la conexión real y sintética entre su naturaleza rudimentaria y su propagación. Entonces, si nos parece que la cualidad de lo individual y raro sería la superior, sin duda, desde este punto de vista, a menudo, se trata de la conclusión errada de una inducción que, sin embargo, suele ser cierta. La diferenciación, de hecho, también puede tener lugar desde el lado de la fealdad y la maldad. Sólo un análisis más profundo muestra aquí que en el carácter muy diferenciado de la maldad, tanto en sentido ético como estético, la diferenciación concierne, sobre todo, a los medios y la forma de expresión, de modo que algo que es bueno y útil en sí, justifica el juicio negativo sólo a causa del fin malvado para el que es utilizado y que en sí no ostenta ningún ser diferenciado. Éste es el caso con todos los refinamientos del sibaritismo y la inmoralidad. Asimismo, observamos el modo decisivo en que las manifestaciones de fealdad, que remiten a los niveles de evolución primitivos y que, de todas maneras, nos cautivan, logran esto por medio de una mezcla de rasgos muy individuales. Un ejemplo frecuente de ello es la así llamada «beauté du diable».
Todavía es más frecuente toparse con juicios de valor de este tipo cuando en vez de preguntarnos por la valoración de lo raro, lo hacemos por la de lo nuevo. Todo lo nuevo es raro, cuando no con relación al contenido actual de la conciencia, sí con relación a la totalidad de las experiencias, no siempre con relación a las experiencias más inmediatas, pero sí con relación a las anteriores que siguen estando presentes de alguna forma psíquica para que aquello se pueda destacar en tanto nuevo. Lo nuevo es lo que se diferencia de la masa de lo habitual y se presenta en el tiempo como raro e infrecuente por su contenido. Sin embargo, apenas es necesario mencionar qué valoración goza lo nuevo como tal, más allá de su contenido. Esta valoración se debe, en especial, a nuestra sensibilidad por la diferencia, la cual sólo es estimulada por aquello que se destaca del nivel previo de la sensibilidad y, sin duda, contribuye así a dar lugar por primera vez a la experiencia de que lo viejo —que está extendido a través de la serie temporal y espacial—, que es la configuración primitiva frente a lo más tardío, representa una parcela de tiempo limitada a través de lo existente. Así encontramos que en la India el orden estratificado de los oficios depende de su antigüedad: en general, los más nuevos tienen una valoración más elevada, según mi punto de vista, porque han de ser los más complejos, refinados y difíciles. En contraste, si también muchas veces nos topamos con valoraciones de lo viejo, consolidado y conservado por mucho tiempo, esto descansa, por su parte, en razones muy reales y transparentes que, tal vez, le quiten fuerza a aquella valoración respecto a los fenómenos singulares, pero no la pueden destruir. Lo que aquí conduce con facilidad al error es que tendencias tan generales como la valoración de lo nuevo y raro o de lo viejo y extendido en general, son interpretadas como causas del fenómeno singular, como fuerzas o leyes psicológicas naturales y, sin duda, luego se cae en la contradicción de que una ley natural parece expresar justo lo contrario que la otra. Más bien, los principios generales de ese tipo son la consecuencia de la coincidencia de fuerzas primarias, sólo expresiones sintetizadoras de fenómenos que resultan de causas que tienen que investigarse en especial en cada caso. A partir de tal inconmensurabilidad de posibilidades de combinación de esas causas primarias, se aclara la discordancia de las tendencias generales, que sólo se presenta como una contradicción cuando son interpretadas como causas generales, leyes que tienen una validez general y, por lo tanto, exigen una aplicación simultánea y simétrica a cada fenómeno. Constituye una certeza el hecho de que tras permanecer un tiempo suficiente en la conciencia como meros fenómenos derivados, en el transcurso de la vida anímica, se convirtieron estas tendencias en causas de otros sucesos psíquicos. Sin embargo, en ningún caso puede falsearse a tal punto el carácter derivado de la aparición necesaria de las tendencias de este tipo que, a su vez, éstas reciban una apreciación opuesta. La prueba de la necesidad de que lo nuevo y raro sea valorado, no se resiente por el hecho de que también lo viejo y heredado sea valorado.
Ahora en el sentido evolutivo tomado aquí en consideración, el carácter rudimentario de lo viejo, frente a lo más joven e individual, tiene como correlato la seguridad mayor de que sea heredado, la certeza mayor de que sea transmitido a cada individuo. Por lo tanto, es evidente que sólo pertenecerá a la totalidad de las grandes masas el ingrediente más burdo de la cultura alcanzada hasta el momento.
Sobre esta base comprendemos la llamativa discrepancia que domina a tantos hombres, entre las convicciones teóricas y la manera ética de actuar, en el sentido de un retraso de ésta por detrás de aquéllas. Fue observado con razón que una influencia del conocimiento sobre la formación del carácter sólo puede tener lugar en la medida en que ésta se derive de los contenidos del conocimiento del grupo social, pues en el momento en que el individuo llega a adquirir un conocimiento realmente individual, el cual, a causa de sus cualidades diferenciadas, trasciende su entorno, en este momento el desarrollo de su carácter y de los lineamientos de su moralidad están culminados hace tiempo. En el período en que se forman estos lineamientos, el individuo se encuentra expuesto sólo a las influencias del espíritu objetivado en el grupo social, el conocimiento extendido de manera general en éste, el cual, sin duda, puede conducir a resultados muy diversos de acuerdo con las características innatas del individuo. Por ejemplo, hay que pensar cuán diversas tienen que ser las consecuencias éticas sobre constituciones naturales fuertes o débiles, hipócritas o sinceras, de la convicción del castigo trascendente que se les mostró socialmente a los individuos. No obstante, si el nivel del grupo es rudimentario, a partir de su efecto sobre la formación ética se hace comprensible que ésta presente escasas coincidencias con aquella formación teórica que luego observamos en el espíritu desarrollado por completo, colmado de contenido individual. Podemos estar convencidos de que la acción desinteresada tiene un valor que, en comparación, es más alto que la egoísta y, no obstante, actuar de manera egoísta; estamos atravesados por la idea de que las alegrías espirituales son mucho más duraderas, carentes de remordimiento y profundas que las sensuales y, sin embargo, perseguimos éstas de manera ciega y salvaje; nos decimos mil veces que el aplauso de la multitud es compensado con creces por el de un par de hombres razonables ¡y cuántos hay que no sólo lo dicen, sino que también lo creen de modo sincero y abandonan cien veces éste por aquél! Esto sólo puede derivarse del hecho de que aquellos conocimientos más elevados y distinguidos no nos alcanzan hasta que la formación de nuestro ser moral esté concluida, y en el momento en el que se está formando, sólo nos rodean las concepciones teóricas más generales, es decir, las más toscas.
Pero si además cada uno de los individuos que compone la masa posee por sí mismo características superiores y más refinadas, a su vez, éstas son más individuales; es decir, el individuo se diferencia por la naturaleza y la orientación de sus características con respecto a la totalidad de los otros que, en términos cualitativos, ostentan características no menos excelsas. El fundamento común del que tienen que distanciarse estas características para alcanzar un nivel más elevado está formado por las cualidades más burdas, heredadas de forma incondicional. En este contexto se comprende el epigrama de Schiller: «Cada uno, si se lo mira por separado, es bastante inteligente y razonable; cuando están in corpore, de pronto, os parecerán unos imbéciles». Y de igual manera el verso de Heine: «Rara vez me habéis comprendido; rara vez os comprendí; sólo al encontrarnos en el fango; nos comprendimos de inmediato». De aquí se desprende el hecho de que comer y beber, por lo tanto, las funciones más antiguas, formen el medio de unión sociable [geselliges Vereinigungsmittel] incluso de personas y círculos muy heterogéneos. También se desprende de esto la tendencia peculiar de caer en el relato de chistes obscenos en asociaciones de caballeros que no carecen de educación. Cuanto más ordinario es cierto ámbito, con más seguridad puede contarse con la comprensión de todos, y esto se hace tanto más dudoso cuanto más se eleva uno porque, en idéntica proporción, más diferenciado e individualizado se hace el ámbito del caso. Las acciones de las masas se corresponden con esta caracterización. El Cardenal de Retz comenta en sus memorias, donde describe las prácticas del Parlamento parisino en la época de la Fronda, que muchas corporaciones, por más que incluyan a personas distinguidas y cultas, sin embargo, en la deliberación y el proceder común, actúan siempre como la plebe; es decir, gobernadas por las mismas representaciones y pasiones que el pueblo innoble. Sólo esto es común a todos, mientras que las representaciones y pasiones diferenciadas son diferentes en diferentes personas. Cuando una masa actúa de una manera homogénea, lo hace siempre sobre la base de las concepciones más sencillas posibles. Es muy limitada la probabilidad de que cada uno de los miembros de una gran masa disponga como parte de su conciencia y sus convicciones de un complejo de pensamientos variados. Dado que a la luz de la complejidad de nuestras circunstancias, toda idea simple tiene que negar de modo radical a un conjunto de otras pretensiones, comprendemos el poder de los partidos radicales en momentos en que las grandes masas son movilizadas y la debilidad de los partidos conciliadores que reclaman el derecho para ambos lados de la contraposición, y comprendemos, asimismo, por qué, en efecto, aquellas religiones que rechazan de la manera más ruda y unilateral toda mediación, toda incorporación de componentes de otro tipo, consiguieron el mayor señorío sobre el ánimo de la masa.
En apariencia, se contrapone a esto la aseveración que se escucha con cierta frecuencia de que las comunidades religiosas serían tanto más pequeñas al ser más reducida su base doctrinaria y que la importancia de las creencias estaría en relación proporcional con el número de creyentes. Dado que es parte de un espíritu diferenciado dar cabida a un gran número de concepciones, se sigue de ello que los grupos más amplios se encontrarían en un estado de diferenciación espiritual mayor, en caso de que, como tales, representasen a la masa de creyentes más diversa. Una vez reconocido este hecho, se advierte que es una confirmación de la regla, en vez de constituir una excepción. Pues en el ámbito religioso, la unidad y la simplicidad requieren de una profundidad del pensar y el sentir mucho mayor que una variedad multicolor, como también, frente al monoteísmo, la aparente diferenciación que muestra el politeísmo constituye una etapa primitiva.
Si el nivel del miembro de un grupo es muy bajo, en términos relativos, el área común al individuo y el grupo será grande. Sin embargo, considerado en sentido absoluto, esto mismo que hay en común tendrá que ser tanto más tosco y ordinario a medida que crezca la cantidad de individuos de aquel tipo, dado que, desde luego, sólo es posible una coincidencia elevada cuando los componentes individuales del grupo ostentan esa coincidencia. El carácter relativamente rudimentario del desarrollo de los miembros de un grupo —relativo con respecto al patrimonio grupal— supone, al mismo tiempo, un carácter absolutamente rudimentario de este último y a la inversa. Sería una conclusión convincente, aunque superficial, considerar que en caso de una diferenciación elevada entre los individuos, el área de lo común se reduciría cada vez más, limitándose a las características y funciones indispensables y, por lo tanto, más ordinarias. De hecho, nuestro tratamiento anterior se basa en la idea de que, cuanto mayor es la amplitud de un círculo social, menor tendrá que ser el área de lo común y, a su vez, que la ampliación sólo será posible mediante un aumento de la diferencia...

Índice

  1. Prefacio a «Sobre la diferenciación social» de Georg Simmel
  2. I Introducción.La teoría del conocimiento de las ciencias sociales
  3. II Sobre laresponsabilidadcolectiva
  4. III La expansión del grupo y la formación de la individualidad
  5. IV El nivel social
  6. V Sobre el entrecruzamiento de los círculos sociales
  7. VI La diferenciación y el principio del ahorro de energía