1. HOMBRES Y MUJERES DE FE
El secreto de la santidad de los primeros cristianos no ha de encontrarse en la diferencia de los tiempos.
Ni en la diversidad de los climas, ni en la distinción de las persecuciones, ni en mejor naturaleza, sino en la fe viva que engendraba la caridad y daba sus naturales frutos que son las virtudes.
Virtudes excelentes en medio de las costumbres paganas, y mantenidas con el heroísmo que solo en la fe tiene explicación.
Las mismas verdades que creían los apóstoles, los mártires y los primeros cristianos, creemos nosotros.
Y por desgracia, nuestra fe no ha merecido aún el premio que la de aquellos a quienes sanó Cristo y cuya fe alabó públicamente.
Que nuestra fe sea como la del centurión, como la de la cananea, como la del ciego de Jericó.
Y entonces escucharemos aquellas palabras que acompañaron a los prodigios: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres (Mt 21,22).
El que tiene fe hace las cosas porque cree y deja de hacerlas porque cree también.
Da unidad a tu vida obrando de conformidad con tu fe y creencias.
Inconsecuencia que humilla es la del cristiano cuya vida no concuerda con sus creencias.
No hay fuerza comparable con la que da la fe para obrar.
Si conociendo lo que debéis hacer no lo practicáis, ¿cuál es vuestra fe?
Desde el principio del cristianismo la mujer se significó por su fe extraordinaria.
Al Salvador lo acompañan durante su vida; en el momento de la muerte están allí al lado de la Cruz con María mientras los apóstoles y discípulos se esconden.
Ellas corren presurosas al sepulcro; ellas anuncian la Resurrección, fundamento de nuestra fe.
Y ellas desde entonces y para siempre, ya con su sangre, ya con su sacrificio, son el sostenimiento de la naciente Iglesia.
En mi sentir falta la fe, porque no se medita seriamente sobre los asuntos, sino que todo se mira por encima y con somero estudio.
De la fe, nace el amor; con éste se adquiere la fortaleza, y por él se sufre con perseverancia.
Creí, por esto hablé; mas yo he sido sumamente abatido (Sal 115,1). Hay muchas maneras de creer; pero una sola es la que justifica; de aquí que todos los que creen como debe creerse, manifiestan su fe de modo idéntico.
Creer bien y enmudecer no es posible; lo dice el Real Profeta o sea el Espíritu Santo por boca de David: Creí, por esto hablé.
Es decir, mi creencia, mi fe no es vacilante, es firme, inquebrantable, y por eso hablo.
Los que pretenden armonizar el silencio reprobable con la fe sincera, pretenden un imposible.
Los verdaderos creyentes hablan para confesar la verdad que profesan, cuando deben, como deben, ante quienes deben y para decir lo que deben.
Cuando deben. Se debe hablar para confesar a Cristo, hacer profesión de fe, defender laq doctrina de Cristo, cuando así lo exige el bien de la religión y el provecho del prójimo.
Como deben. Se debe hablar seriamente, sin provocaciones, pero sin cobardías; sin petulancias, pero sin pusilanimidad.
Con caridad, pero sin adulaciones; con respeto, pero sin timidez; sin ira, pero con dignidad; sin terquedad, pero con firmeza.
Con valor, pero sin ser temerarios.
Ante quienes deben. Se debe hablar ante los mayores, los iguales y los pequeños;
Y para decir lo que se debe, sea o no del agrado de los que lo oyen; halague o no a los que escuchan.
Hay quienes pretextando una prudencia mal entendida, omiten la confesión de sus creencias;
Y quienes escudándose en el saber de la carne, que es enemigo de Dios, como afirma el Espíritu Santo, callan cuando deben hablar.
Alguna vez se pretende hacer un servicio a la misma fe, olvidándose de que esa fe que se pretende favorecer con el silencio, se propagó derramando su sangre los primeros cristianos.
Hay también quienes se empeñan en llegar al fin, y contra todo lo establecido por la providencia del Señor, juzgan como medio para atraer a la fe de Cristo lo que no solamente es contrario a ella, sino que está por Cristo reprobado y condenado en mil ocasiones.
A los que enmudecen cuando debieran hablar llama el Crisóstomo traidores por estas palabras:
“No solamente se debe reputar por traidor a su religión el que la ha abandonado abiertamente, sosteniendo la mentira, sino aquel que no la confiesa públicamente, sosteniendo la verdad”.
¡Y hay tantas maneras de negar a Cristo! ¡Y hay tantos que lo niegan por cobardía, por respeto humano, por miedo! ¡Y hay tantos que pretenden hacer confesiones opuestas sin recordar las terminantes palabras del Salvador! El que no está conmigo está contra mí.
Mas yo he sido sumamente abatido (Sal 115,1). Co...