Capítulo 1
La educación como realidad
«Educación» es una realidad de la que todos tenemos experiencia. Todos hemos sido educados, seamos o no conscientes de ello, por lo que hemos vivido experiencias de formación a lo largo de nuestra existencia. Además todos opinamos sobre cómo debe ser la educación, sobre qué es buena o mala educación, quién es una persona educada y quien carece de ella. Pero también sucede que muchas veces no nos ponemos de acuerdo. En ocasiones porque estamos refiriéndonos a cuestiones diferentes, al tener cada uno sus propias experiencias educativas y partir de parámetros distintos. Decimos saber de educación por haber experimentado en nosotros mismos la acción de distintos educadores, y cada uno repite sin más esos mismos esquemas de la enseñanza recibida en otros escenarios.
Por otro lado, no podemos obviar que tanto los estados como las propias instituciones ven en la educación el verdadero motor de desarrollo, por lo que se dedica cada vez más tiempo, dinero y esfuerzo a planificar un sistema educativo de calidad y a «obligar» a los ciudadanos a pasar por este sistema.
A lo largo de las leyes que organizan los sistemas educativos de las naciones democráticas, se incide en la relevancia de la educación al afirmar que de ella dependen tanto el bienestar individual como colectivo, al ser la mayor riqueza y el principal recurso de un país y de sus ciudadanos, tal como se expone en el preámbulo de la última ley de educación de España (LOE, 2006). Y ésta se convierte en caballo de batalla de posiciones y concepciones que identifican o enfrentan a los individuos, por lo que no hay duda de que nadie permanece indiferente ante este tema.
De ahí que resulte difícil clarificar qué es la educación, habida cuenta de la multiplicidad de términos y conceptos a los que hacemos mención al referirnos a diferentes hechos y acciones que denominamos educativas. Ante este hecho puede entenderse la dificultad de pretender un significado unívoco de este término. Pero esto no debe impedir el esfuerzo que todo profesional de la educación debe llevar a cabo para lograr una clarificación de conceptos que, sin duda, redundará en beneficio de la mejora de su tarea profesional, independientemente del contexto en que la ejecute.
En este sentido, este primer capítulo pretende, como resulta lógico, reflexionar sobre qué es educación. Todos llegamos con una noción preconcebida tanto debido a nuestra propia experiencia como a las influencias de nuestro entorno. Pero estas ideas previas no deben condicionar nuestro trabajo como profesionales, por lo que se hace imprescindible en estudios relacionados con el ámbito educativo saber reflexionar y profundizar sobre qué es educación y los diferentes conceptos que la fundamentan.
1. EL HOMBRE Y LA EDUCACIÓN
La naturaleza educable del ser humano
Al hablar de educación abordamos de forma inevitable al ser humano. Reflexionar sobre educación sin referirnos a la persona es algo imposible, ya que es algo propio y exclusivo de la naturaleza humana. El hombre es, sin duda, una realidad psicofísica compleja que cuenta con la característica más peculiar de todos los seres vivos: nace biológicamente indeterminado, lo que le lleva a que a lo largo de su vida deba desarrollarse y resolverse a sí mismo. Es decir, «(…) es un ser corpóreo, pero es más que su cuerpo; se trata de un sujeto individual, pero necesita de la sociedad formada por sus semejantes; sus capacidades cognoscitivas se orientan no sólo a la contemplación teórica sino también a la acción práctica y a la producción técnico-artística; y experimenta una serie de necesidades materiales, biológicas, cognitivas, afectivas, estéticas y transcendentes que tiene que satisfacer» (García Amilburu, 2003: 210). En suma, debe enfrentarse a la satisfacción de unas necesidades primarias, a la vez que, paulatinamente, es llamado a la resolución creativa de necesidades superiores específicas de su especie. Necesita del otro y de los otros para desarrollar todas sus posibilidades, a la vez, que es el único animal capaz de salir de sí mismo para actuar en beneficio de otros humanos o de su entorno.
Ser hombre conlleva saber actuar sobre sí mismo, adecuar la vida interviniendo en el proceso de la propia naturaleza al asumir la configuración de su biografía y, en consecuencia, de la historia (Lassahn, 1991). Para ello, necesita desarrollar sus capacidades, conocer las posibilidades que se le presentan y convertirlas en situaciones reales para él y los suyos, reflexionar sobre sí mismo… Es decir, el hombre debe hacerse a sí mismo para ser capaz de responder de su propia vida. Ahora bien, estas consideraciones únicamente se pueden plantear desde la perspectiva de que el ser humano es un ser inacabado. Sólo si consideramos al hombre desde esta aparente indigencia, tal como lo destaca Sacristán (1982), tiene sentido hablar de educación, ya que ésta es la clave radical que justifica la necesidad y la posibilidad de toda acción educativa. Como resulta obvio, cada individuo, en su proceso educativo, no parte de cero, sino de elementos que otros han ido resolviendo o han ido creando, elaborando así un bagaje cultural que nos ayuda a forjar nuestro propio modo de enfrentarnos al mundo. Y en este desarrollo cada uno aporta nuevas ideas que colaboran en el continuo avance de nuestra cultura y en el perfeccionamiento como especie.
En suma, la educación es algo específico y exclusivo de la naturaleza humana. Desde que el ser humano existe, ha necesitado de la educación. Se ha exigido por su propia naturaleza un proceso de optimización, de humanización. Ha necesitado recibir la influencia de otro/s para pasar del estado natural de hominización en el que nace, al de humanización, con el fin de responder realmente a su naturaleza inacabada. Todos conocemos cómo todo hombre se apoya en una naturaleza biológica definida, propia de los homínidos. No obstante, su comportamiento no se limita ni a una respuesta biológica predeterminada, ni a una relación de ajuste entre su organismo y su medio ambiente. En él, por ejemplo, los instintos son eclipsados por su inteligencia (Sacristán, 1982), y en él se posibilita el aprendizaje «(…) como proceso de génesis de nuevas conductas y modos de comportamiento ante situaciones novedosas» (Pozo Andrés, 2004: 27), lo que conlleva que sea un ser radicalmente abierto al mundo que le rodea, y que su conducta esté dirigida a configurarse como hombre, a humanizarse, para lo que reclama necesariamente la intervención de sus iguales.
Por ello, antes de pretender explicar y definir qué es educación, tenemos que intentar precisar y comprender al hombre, actor y agente de la educación. De hecho, en toda propuesta educativa subyace un modelo antropológico, un modo de atender y entender al ser humano que condicionará, después, el sentido de la educación y de toda las propuestas de intervención que se desprendan de ella. La educación necesita una imagen del hombre, ya que sin ella sería imposible proyectar su actividad.
Nadie discute que el hombre es un ser sumamente complejo, en el que todas sus dimensiones están perfectamente integradas. Todo en él está interrelacionado. Es un ser individual, que exige la relación con los demás para hacerse a sí mismo. Está capacitado para trascenderse, para abrirse al entorno en el que vive y así desarrollar todas las capacidades que posee en potencia. No se encuentran en él condicionantes que determinen su modo de vivir, por lo que puede adaptarse a las más diversas situaciones y escenarios. Pero esta misma indeterminación, que no le encierra en ningún contexto predeterminado, es la que reclama la necesidad de educación. El ser humano cuando nace manifiesta muy pocas conductas determinadas. Necesita de sus semejantes para sobrevivir durante un periodo de tiempo mucho más largo que cualquier otro ser vivo. En este sentido es un ser desvalido, pero, a la vez, posee la capacidad de aprender, de adquirir conductas que le van a permitir alcanzar los objetivos que se proponga él mismo o la comunidad en la que viva.
Para muchos el hombre es el resultado más logrado y complejo de la evolución, pero, para otros, sin duda, el más débil. Si analizamos esta realidad desde la contemplación de la naturaleza que nos rodea, podría parecer más práctico tener las conductas específicas del adulto de forma innata, sin necesidad de pasar por un largo período de dependencia y de inmadurez, en el que somos seres absolutamente vulnerables y dependientes de los demás. Sin embargo, esta inespecificidad es la que nos garantiza el poder alcanzar el desarrollo propio y diferenciado, al no estar encerrado en ningún hábitat determinado, ni estar condicionado por unas estructuras previamente establecidas. Todo hombre tiene que aprenderlo casi todo, debido a que la información que se transmite hereditariamente es mínima, pues al nacer no es más que una posibilidad. Posibilidad que nos dota de la opción de enfrentarnos de maneras muy distintas a la realidad y de forjarnos a nosotros mismos. Es más, precisamente porque somos finitos nace el anhelo «(…) de ser otro, de ser de otra forma, de negarse a confirmar la identidad heredada y de desear, siempre inacabadamente, configurar una nueva identidad» (Mèlich, 2005: 24). Esta misma posibilidad hace que dependamos de los demás para que, al menos inicialmente, nos proporcionen las condiciones y las oportunidades para aprender y poder optar al desarrollo óptimo de éstas.
Nacemos con disposiciones, no con conductas hechas, por lo que la conducta humana se caracteriza por la plasticidad que le abre a unas condiciones de vida muy diferentes y cambiantes. Esto nos muestra un ser humano plástico, indeterminado, «inespecializado» y abierto a cualquier escenario. Los seres vivos, basta atender a su dimensión corporal, no son desde que empiezan a vivir todo lo que pueden llegar a ser, por lo que deben superar con su propia actividad la distancia que separa esta situación inicial, precaria e imperfecta, de aquella plenitud propia de la especie y de cada individuo, de acuerdo a sus condiciones e intereses (García Amilburu, 2003).
El hombre es un ser capaz de sobrevivir en los ambientes más dispares y que sabe transmitir esos conocimientos acumulados a otros individuos de su misma especie. Es decir, estamos ante un «ser-cultural» que transforma sus respuestas y su conducta en elementos válidos para la relación tanto con el medio, como con los otros y consigo mismo, ya que vive de los resultados de su actividad planeada y común. Es un ser que posee un mundo, que lo trasciende y a la vez está abierto a él. Esto le va a permitir disponer de técnicas y medios para perfeccionar su existencia partiendo de las más variadas condiciones materiales. En definitiva, todo ser humano es un ser cultural y los límites de su desarrollo no están en la naturaleza, sino en los grados de enriquecimiento y perfeccionamiento de su actitud creadora (Escámez, 1981).
Por otro lado, tampoco debemos obviar que no tenemos la opción de vivir en un mundo que no esté atravesado por la cultura, es decir, que no esté mediatizado por el hombre. Por eso la cultura se convierte en la segunda naturaleza de todo ser humano, y en la única en la que puede y sabe vivir. El hombre transforma cada entorno para adaptarse a él y hacerlo posible según los cánones e intereses de cada momento. Esto no es una opción de cada ser humano, sino algo propio de él. La elección radica en el grado de inserción y transformación de cada entorno. Ahora bien, a esta «segunda» naturaleza humana sólo se accede por la educación que desarrollan unos individuos sobre otros (Gehlen, 1980; García Amilburu, 2003), por lo que afirmamos que toda cultura es el modo humano de resolver la vida, de dar respuesta al escenario en el que vive.
Si miramos a los animales comprobamos que estamos ante seres cerrados en el sentido de que biológicamente nacen determinados y toda su conducta está previamente condicionada por el nicho ecológico en el que habitan y que no pueden abandonar. Forman una unidad, muy valiosa, con ese entorno en el que viven, creando ecosistemas de una perfección asombrosa, pero no tienen capacidad para dialogar con este entorno, ni para transformarlo. Responden a una conducta ya esperada e intervienen en la naturaleza de un modo previamente establecido, manteniendo el puesto de cada uno de ellos dentro de una equilibrada cosmovisión, siendo muchas las consecuencias que se derivan cuando se rompe este equilibrio natural. Por último, no olvidemos, los animales nunca se cuestionarán si quieren o no participar en su propio desarrollo y/o en el de los demás, ni se plantearán otro modo de vida posible.
Rasgos característicos del ser humano
A partir de lo que hemos destacado en el punto anterior, subrayamos ya una serie de rasgos característicos del ser humano, que nos ayudan a comprenderlo y a fundamentar la posibilidad y la necesidad de la educación. Así, afirmamos que todo ser humano (Hamann, 1992):
• Vive en un cuerpo, primer elemento que determina, a la vez que posibilita, todo su desarrollo. Vive en un cuerpo y desde él vive su vida, capta y se relaciona con el mundo que le rodea y con los otros que viven con él. No debemos olvidar que estamos ante un cuerpo humano pendiente de su biología, sin duda, pero de una forma determinante de su biografía, ya que no sólo manifiesta lo que es, sino también lo que ha sido y lo que será. Un cuerpo que se personaliza en un rostro, lo más específico e identificativo de cada persona, en unos rasgos que le identifican como sujeto que es dentro de un contexto determinado, en unas manos que nos abren múltiples posibilidades. En definitiva, yo soy porque tengo un cuerpo, clave para mi identidad personal, que me condiciona en la medida en que evoluciona al pasar por las diferentes etapas vitales, por los diferentes ritmos biológicos desde la concepción hasta la muerte.
• Es un ser temporal, ya que su vida se desarrolla en y con el tiempo. Toda existencia se compone de instantes sucesivos, encadenados en un continuum desde que cada uno existe. Así, cada persona nace en un momento histórico determinado, que le dotará de las coordenadas y pautas necesarias para comprender y comprenderse en el mundo, a la vez que vive durante un espacio de tiempo concreto, sujeto al paso temporal que condici...