La relación de apego
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La relación de apego

Posiblidades educativas

Carmen Ávila de Encío

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La relación de apego

Posiblidades educativas

Carmen Ávila de Encío

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Información del libro

El ser humano nace indefenso y tiene un lento desarrollo madurativo. Por ello necesita de una relación de apego personal, fundada en la necesidad de recibir y dar amor. Esta relación precisa de la vida familiar y es el soporte para que padres, educadores y orientadores puedan desenvolver la acción educativa, que les es propia.Los primeros capítulos pretenden familiarizar al lector con el apego, para después mostrar los efectos de autoestima y apertura posibilitados por una relación de apego segura, así como los recursos educativos que ofrece.El último capítulo reconduce todos los anteriores a la necesidad de que la acción educativa se desarrolle mediante objetivos concretos, de tal modo que el último objetivo sea que el educando pase a ser el actor de su propia educación.

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Información

Año
2019
ISBN
9788427724372
Edición
1
Categoría
Education
II.
EFECTOS Y RECURSOS EDUCATIVOS

5. Autoestima

Una vez que hemos abordado el vínculo de apego en sí, a partir de este capítulo nos centraremos en su interacción afectiva, desde la que pueden aplicarse múltiples recursos educativos. Comenzaremos por la autoestima y su posibilidad de educarla. Este capítulo se completará con un epígrafe sobre cómo ajustar la autoestima. “Valgo porque me esfuerzo”.
Amar y ser amados, motor del mundo humano
La autoestima se basa en que toda persona necesita y quiere antes que cualquier otra cosa amar y ser amada, esto es, establecer una relación íntima, estable y confiada con otra persona. Y sobre esta necesidad, y para colmarla se asienta el vínculo de apego que actúa como base segura y refugio emocional del menor del siguiente modo:
En su función de base segura, el vínculo de apego crea en el niño autoestima, seguridad en sí mismo porque es querido: “valgo porque me quieren”.
Esta seguridad afectiva facilita su apertura cordial al entorno: “quiero porque soy querido”. Sin embargo, el entorno aceptará o rechazará al niño, se le abrirá como campo de expansión o le opondrá resistencia.
Y, de nuevo el vínculo de apego acudirá en su ayuda, ahora como refugio emocional que restaurará y ajustará su autoestima lo que facilitará una nueva apertura.
Estas observaciones, “valgo porque me quieren” y “quiero porque soy querido”, nos muestran que el motor del mundo no es el egoísmo sino el amor: el amor como constituyente de la persona en la autoestima, y el amor como cohesión social en la apertura.
Es cierto que el mundo se va a mostrar, sin perjuicio de sus muchas cualidades, también como violencia que da jaque al amor originario, como ruptura del amor, que es amor olvidado, insatisfecho. Pero ésta es una segunda reflexión en la que, pese a todo, el amor que no muestra su presencia gratificante brilla por su ausencia, como un reclamo. El jaque violento no es jaque mate porque el amor herido muestra que lo genuino es la salud afectiva. Y, es sobre ella, sobre la que necesita asentarse la identidad de los hijos.
Alta y baja autoestima
La autoestima, como ya se ha explicado (véase capítulo 2), es una pregunta: ¿cómo me valoro yo a mí mismo? O, de un modo más genérico, ¿cómo me siento yo conmigo mismo? Si la valoración es alta hablamos de alta autoestima; si es baja, de baja autoestima. Es cierto que enjuiciar la autoestima simplemente de alta o baja, sin matizar, es como estimar en la paleta de los colores el blanco y el negro, omitiendo toda la gama de los grises. Por eso aconsejamos al lector que piense bien su respuesta sobre la autoestima de su hijo según su caso particular. Para ello es preciso atender a los siguientes factores:
La aceptación o rechazo del entorno, sus propias capacidades, hábitos y estrategias para responder a él. Abordaremos más adelante la autoestima desde el punto de vista “valgo porque me esfuerzo”.
Además, la autoestima del niño dependerá del modo en que él perciba el cariño y el esfuerzo de sus padres. Y es que hay personas que saben reconocer lo que reciben y lo que hacen, mientras que otras lo atribuyen todo a la suerte o por el contrario a su propio esfuerzo sin más reflexión.
Desde estos criterios se puede valorar la apreciación que los hijos hacen de sí mismos, medir su autoestima. Teniendo en cuenta que tanto la autoestima alta como la baja pueden acarrear consecuencias negativas y necesitar de una actuación correctora por parte de los padres.
Las personas con autoestima alta pueden llegar a creer que lograrán todo por sí mismas y caer en la autocomplacencia. A este tipo de personas convendría mostrarles todo lo que han recibido: su misma vida, su educación, el cariño de sus padres y su esfuerzo por educarles, sus capacidades y recursos, sus amigos.
Las personas con autoestima baja tienden a considerar que media una distancia insalvable entre su ideal y sus posibilidades. A este tipo de personas convendría hacerles ver que su libertad no consiste en quejarse de los medios de los que disponen, sino en actuar con ellos y sobre ellos hasta donde sea posible, considerando que cada nuevo éxito abre nuevas posibilidades.
Pero, además de situar al niño en unas mínimas coordenadas de sentido común, lo que los padres pueden hacer para que su hijo tenga una autoestima adecuada es reforzar y ajustar su autoestima. Reforzar su autoestima, fortaleciendo su seguridad en sí mismo desde la seguridad que le dota el vínculo de apego, lo que abordaremos en el apartado siguiente bajo el título “valgo porque me quieren”. Y ajustar su autoestima de tal modo que aprecie su esfuerzo, lo que trataremos más adelante en el apartado “valgo porque me esfuerzo”; desarrollando sus capacidades afectivo-sociales, intelectuales; y la necesaria fuerza de voluntad para que su realidad se acerque lo máximo posible a su ideal.
Reforzar la autoestima: “valgo porque me quieren”
Todos los padres quieren a sus hijos. Y no a todos igual, sino a cada uno de un modo especial y único. Pero con eso no basta: los hijos necesitan saberlo y, más aún, sentirlo porque la afectividad se asienta antes en el sentimiento que en la razón. Su autoestima, su valoración de sí mismo, depende de modo decisivo de este cariño paterno y materno. Y para hacérselo llegar los padres pueden atender a los criterios que expresamos a continuación.
Conocer a cada uno de los hijos en su singularidad
Todo padre cree conocer a sus hijos. Y de un modo u otro esto es así. Pero siempre queda en el aire la pregunta de si los conocen a cada uno en profundidad. Para responder a esta pregunta, es necesario coger papel y lápiz y comenzar a proponer preguntas. Es mejor hacerlo por escrito que de cabeza, porque obliga a concretar, a no tomar esta reflexión a vuela pluma, de modo intermitente y circunstancial. Hay que procurar que la reflexión sea sistemática.
Un primer paso es que los padres formulen preguntas sobre la salud física, la capacidad deportiva, el desarrollo emocional y afectivo-social, el intelectual (lógico-matemático, verbal), el nivel cultural (lecturas y medios audiovisuales), la creatividad (técnica, artística), el aspecto lúdico (hobbies, aficiones), el desarrollo ético, moral y religioso. Y se plantearan también el temperamento, el carácter y el desarrollo de la personalidad. En cada uno de estos campos los padres no se quedarán en una improvisación, sino que intentaran una descripción, tanto del modo en que el hijo es, como del modo en que obra y ve esa parcela de la realidad. También hay que plantear si destaca o no en ella, si le gusta o no, si puede mejorar o no, si como padres se le puede o no ayudar, si necesita ayuda de profesionales. Si se quiere hacer una reflexión seria, los padres advertirán rápidamente que hay muchos datos que desconocen. Así que se puede archivar de momento el escrito y buscar discretamente más información.
Un segundo paso es el de observar de modo detenido su comportamiento en diferentes situaciones: cuando está solo, con sus hermanos, con los amigos a los que tal vez se les pueda invitar a casa con alguna excusa, en el colegio al llevarle o al recogerle, en todos los ambientes en los que su vida se desenvuelve.
Se continuará la recogida de datos, tercer paso, hablando los padres indirectamente de él con diferentes personas que lo conocen: sus abuelos, hermanos, profesores, padres de sus amigos, etc.
En el cuarto paso, los padres recordarán también otros tiempos, mirando álbumes de fotos o vídeos antiguos, cuadernos escolares desde sus primeros años, trofeos deportivos, diplomas, regalos que les han hecho con motivo del día del padre y de la madre, o releyendo las cartas a los Reyes Magos.
Después de todo esto, pudiera parecer que los padres han recopilado información en exceso, pero falta lo fundamental que es el quinto paso: dedicar tiempo a hablar con el hijo de todo lo anterior y de lo que él quiera contar. Esto es esencial para conocer un dato que no constaba: su propia opinión sobre sí mismo.
Es importante que este trabajo se vaya haciendo de forma paralela por el padre y por la madre, y que después lo pongan en común. Quizá después de este listado que ha pretendido ser exhaustivo el lector entienda que hemos omitido alguna materia o que hemos exagerado un tanto. Pero, en cualquier caso, este elenco de actividades puede servir para responder a la pregunta inicial: ¿conocen los padres en profundidad a cada uno de sus hijos?
Reflexionar sobre el trato con los hijos
Una vez que nos hemos detenido en el conocimiento de los hijos, podemos pasar a reflexionar sobre cómo es el trato con ellos. Caben dos situaciones extremas, negativa y positiva, que el lector sabrá compensar. Trato negativo es aquél en el que el niño se siente minusvalorado, lo que repercute directamente en la percepción que él tiene de sí mismo. Aquí, incluso con la mejor voluntad, no es difícil encontrarnos ante los dos siguientes supuestos:
El uso de las comparaciones con otras personas, ya sean sus hermanos, sus amigos, primos o vecinos, que no son infrecuentes en cuestiones menores: “ya podrías ayudar como tu hermano, ya podrías sacar buenas notas como tu amigo”. Estas comparaciones no estimulan al niño porque la persona con la que se le compara no actúa como modelo, sino como adversario, al que puede llegar a coger animadversión. En cambio, sí pueden ser adecuadas las comparaciones positivas del menor consigo mismo: “cuento que seas tan educado como el sábado”.
Los calificativos despectivos, dichos más o menos en serio o en tono burlesco: “patoso, llorón, caprichoso, tímido o cabezota”, respondan o no a su modo de ser y a las intenciones con que los padres los formulan, pueden hacerle entender que no le aprecian y bajar su autoestima. Pero, aunque no fuera así, tampoco van a causar buenos efectos. Por el contrario, las manifestaciones de aprecio: “el habilidoso, el lector, el deportista, el relaciones públicas, el trabajador”, sí suelen ocasionar un estímulo.
Frente a la posición anterior, que quiere obtener beneficios con recriminaciones, es más eficaz la acción de los padres que lo intentan con métodos positivos.
Las manifestaciones de cariño y buen humor. Un “¿qué tal te ha ido hoy?”, “¡cuánto me alegro de verte!” y otras semejantes, contribuyen a crear un clima de distensión que facilita la confianza mutua y aleja las posibles borrascas. En ocasiones, la intensidad afectiva tendrá que ser mayor, si lo está pasando mal. Un modo de hacerlo es hablar con él de aquéllos temas que le interesan o en los que destaca, como modo de compensar las circunstancias adversas.
Los elogios selectivos. Consiste en alabar aquello que se desea potenciar, sea en él mismo o en otras personas. Por ejemplo, si lo que se pretende es que se apunte a un grupo de teatro, le pueden llevar a ver una representación y a la salida comentar con él cómo ha actuado cada uno de los actores, lo interesante que es mover emocionalmente al público, la función del teatro como entretenimiento social y cultural. Y a continuación, se le hablará de sus dotes para hacer teatro, aunque sean mínimas.
Generar confianza como medio para obtener el éxito
Si observamos los efectos que se obtienen con las expresiones negativas y con los elogios, comprobaremos que estos últimos son más eficaces: el elogio funciona con más éxito que el rechazo porque la confianza de quien tiene autoridad genera motivación y con ello una mejora del rendimiento.
Se trata en último término de lo que se llama efecto Pigmalión que explica cómo la opinión que una persona tiene sobre otra puede influir en el rendimiento de esta última; esto es, que existe una relación directa entre las expectativas sobre una persona y el resultado que ésta obtiene. Esta observación tiene su origen en un pequeño experimento que en los años sesenta realizaron Rosenthal y Jacobson (1968), en una escuela de California. Consistió en dar información falsa a los profesores acerca de la capacidad intelectual de algunos de los alumnos a los que impartían clases. Se les dijo que se había realizado un test de inteligencia y que se había comprobado que determinados estudiantes tenían un gran coeficiente intelectual. En realidad, los niños habían sido seleccionados al azar, sin relación alguna con el resultado del test. El experimento tenía por objeto comprobar si aquéllos alumnos respecto de los cuales se habían generado mayores expectativas en los profesores tendrían un mayor rendimiento y crecimiento intelectual que sus compañeros. Y así fue: las expectativas generaron por sí mismas crecimiento. La eficacia del efecto Pigmalión está hoy reconocida por la comunidad científica y su trascendencia en el ámbito de la educación es importante.
Se trata, en síntesis, de infundir confianza para generar rendimiento y en el caso que nos ocupa, crecimiento. Esta relación entre la opinión de quien tiene autoridad y los resultados obtenidos tiene especial relieve en el caso de la relación de apego porque el niño establece su autoconcepto sobre la opinión que cree que sus padres tienen de él. Por tanto, en la medida en que éstos le infundan confianza y le muestren que creen en sus capacidades y expectativas, las incrementarán.
De forma consciente o inconsciente, los padres transmiten lo que piensan a sus hijos de forma continuada ya sea a través de las palabras, de la mirada o incluso del lenguaje corporal y estos pensamientos contribuyen a forjar la opinión de los hijos sobre sí mismos. Ellos, los hijos, a su vez van a tratar de responder a las expectativas creadas porque vienen de sus padres. Si el niño interpreta los mensajes de forma positiva: “mamá piensa que soy responsable, papá confía en mí”, o también “mi profesor cree que puedo hacerlo”, intentará actuar de modo que satisfaga las expectativas. Si, por el contrario, cree que los padres piensan que es incapaz de cumplir con la mayoría de los objetivos, lo más probable es que acabe compartiendo esta opinión y baje el listón de sus objetivos con el fin de adaptarse a ella.
Elogiar éxitos y elogiar esfuerzos
El elogio genera confianza y, por tanto, facilita el logro. Pero, para que el elogio sea plenamente táctico tiene que tener determinadas características, como son las siguientes: merecidos, los niños saben perfectamente cuando se merecen la alabanza que reciben; si no es merecida, es ineficaz; inmediatos, el elogio debe realizarse de forma inmediata al esfuerzo realizado, de otro modo pierde su fuerza; específicos, el niño tiene que comprender qué es lo que ha hecho exactamente bien; individualizados, el elogio debe dirigirse directamente al hijo que lo merece, sin hacer comparaciones, y repetidos, para que esta nueva pauta de conducta se convierta en hábito hay que reiterar el elogio.
El elogio no tiene por qué ser verbal y directo. También es posible el elogio indirecto: exponer en público el éxito del hijo como, por ejemplo, una fotografía de su triunfo deportivo en el perfil de WhatsApp, contarlo a los familiares y amigos, y otras formas que a los padres les parezcan oportunas.
Como complemento al apoyo por parte de los padres puede ser bueno que el niño se vea elogiado también por otros familiares, profesores, amigos o vecinos; en definitiva, por la vida misma. Cuando el elogio familiar se ve corroborado en otros escenarios, como puedan ser el boletín de notas, o ganar la l...

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