1
La especie humana no ha dicho aún su última palabra
NICOLAS TRUONG: De 1946 a 1985 fue usted diplomático, hasta embajador de Francia ante la ONU. Pero es menos conocido que empezó por la filosofía. ¿Cuáles fueron los primeros autores que lo marcaron?
STÉPHANE HESSEL: Como todos los khâgneux, tuve muy buenos profesores de filosofía. En la École normale supérieure, entre 1937 y 1939, Jean-Paul Sartre, Maurice Merleau-Ponty o Alexandre Kojère ya eran autores que estaban muy presentes. Pero era la figura de Hegel la que innegablemente dominaba aquella época. Su forma de considerar que los progresos de la libertad humana se basan, de etapa en etapa, en aquel encuentro dialéctico entre el amo y el esclavo, a los estudiantes de mi generación nos cautivaba. Al final de una lógica que pone fin a todas las lógicas, Hegel nos dice que nos dirigimos a alguna parte, que la Historia tiene un sentido. Pero la Historia que vivimos con la Segunda Guerra Mundial nos enseñó que todo ese edificio metafísico no se sostenía.
NICOLAS TRUONG: ¿Ya no cree en el sentido de la Historia?
STÉPHANE HESSEL: En todo caso, ya no podemos ser hegelianos. El Estado prusiano era, según Hegel, el apogeo de la libertad política porque garantizaba los derechos fundamentales, un poco al modo en que el politólogo Francis Fukuyama sostiene que hoy sucede lo mismo con el Estado neoliberal. Pero creo, y aquí es el pensamiento de Edgar Morin el que viene en mi ayuda, que es posible, más allá de Hegel, Husserl e incluso Heidegger, alcanzar una verdad que no sería absoluta, teórica, lógica, sino que sería una verdad del espíritu. Esta idea se acerca bastante a ciertas posiciones del budismo. Alcanzando un despertar, la conciencia ya no distingue lo real de lo virtual; no distingue, como nos lo enseñó Merleau-Ponty, espíritu y cuerpo. De modo que ya no creo en el sentido unívoco de la Historia. Pero me siento próximo a los filósofos que suponen que la especie humana no ha dicho su última palabra. Así, la idea de «metamorfosis», cara a Edgar Morin, me parece la buena vía. Su filosofía supera el hegelianismo porque sustituye por lo dialógico la dialéctica, o sea, dos principios que deberían rechazarse el uno al otro, pero que son indisociables para comprender una misma realidad.
NICOLAS TRUONG: Su propia travesía de la Historia, de la resistencia a los campos de concentración, ¿no lo ha llevado más bien a una posición más cercana al «pesimismo» de Walter Benjamin (1892-1940), filósofo crítico respecto de la modernidad, a quien tanto su padre como usted mismo conocieron bastante bien, más que al «progresismo» de Hegel?
STÉPHANE HESSEL: Ése es en efecto el punto central de mis discusiones con Walter Benjamin. Mi padre, Franz Hessel (1880-1941), que tradujo con él al alemán En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, era un amante ilustrado de los paseos, le encantaba ir de un lado a otro, París y Berlín. Fue sin duda uno de los primeros en considerar la ciudad moderna, y Berlín en particular, como un «universo de signos por descifrar», como dice Jean-Michel Palmier. Influyó mucho en los Passagenwerk de Walter Benjamin, textos que el filósofo alemán llevaba consigo, sin duda, cuando se dio muerte. Pero yo no compartía su filosofía de la Historia.
NICOLAS TRUONG: En un texto inspirado por el Angelus Novus de Paul Klee —sin duda su último texto— Walter Benjamin explica que «el ángel de la Historia tiene el rostro vuelto hacia el pasado... Quisiera detenerse un momento, despertar a los muertos, reunir lo que fue destruido. Pero desde el paraíso sopla una tempestad que lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro al que da la espalda. Esa tempestad, he aquí lo que llamamos el progreso...» ¿Por qué no comparte usted esta visión sombría de la Historia, muy comprensible en 1940?
STÉPHANE HESSEL: En efecto, yo pienso todo lo contrario. Por otra parte se lo dije a Walter Benjamin. Tenía veintitrés años y él tenía cuarenta y ocho. Era en Marsella, en agosto de 1940, antes de que se fuera a España y se diera muerte en la pequeña localidad de Portbou, en los Pirineos. «Nos encontramos en el nadir de la democracia, me había dicho. Con la victoria de Hitler ...