Atención temprana y familia
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Atención temprana y familia

Cómo intervenir creando entornos competentes

Sonsoles Perpiñán

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  1. 256 páginas
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Atención temprana y familia

Cómo intervenir creando entornos competentes

Sonsoles Perpiñán

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¿Cómo trabajar con las familias de niños y niñas con trastornos del desarrollo, para generar entornos competentes? ¿Cómo conseguir que las familias sean realmente competentes en el cuidado y acompañamiento de sus hijos?Un libro sencillo, muy práctico y lleno de ejemplos de experiencias reales, que propone un modelo eficaz para desarrollar la intervención con familias, basado en reforzar la competencia de los padres desde una perspectiva ecológica.Ofrece una propuesta metodológica en la que se describen los objetivos a alcanzar, los contenidos que pueden ser generadores de competencia o de estrés en las familias, y las estrategias mediante las cuales se desarrolla la intervención.Presenta estrategias de intervención y describe con detenimiento el proceso y las fases de las entrevistas, las reuniones y algunos programas de Intervención Familiar especialmente significativos en Atención Temprana (AT). En esta obra psicólogos, médicos, trabajadores sociales, educadores y otros profesionales de la Atención Temprana y de la intervención con familias, encontrarán un análisis detallado de cómo funciona el ámbito familiar, cuáles son sus necesidades y cuáles son las emociones que experimentan cuando aparece una situación de trastorno o riesgo en su hijo.

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Información

Año
2019
ISBN
9788427725553
Edición
3
Categoría
Bildung
III. METODOLOGÍA
6. Objetivos de la
Intervención Familiar
en Atención Temprana
El presente capítulo trata de desmenuzar cuáles son los objetivos de la intervención familiar. ¿Por qué y para qué intervenimos con las familias? Definir unos objetivos es el primer paso en un proceso de intervención. El profesional elegirá y priorizará aquellos objetivos que sean pertinentes a cada familia y a cada momento del proceso.
Los objetivos generales de la intervención familiar en un programa de Atención Temprana son los siguientes:
1. Colaborar con la familia en el diseño adecuado del contexto físico, social y afectivo en el que el niño se desenvuelve.
2. Ayudar a las familias a mantener unas relaciones afectivas eficaces con el niño y a lograr un ajuste mutuo.
3. Proporcionar información, apoyo y asesoramiento adecuados a las necesidades de cada familia.
4. Potenciar los progresos en las distintas áreas del desarrollo para lograr la independencia del niño.
5. Favorecer el acceso a los distintos recursos personales y sociales que fomenten el desarrollo y la autonomía del niño y de la familia.
La enumeración no implica un orden jerárquico de los objetivos, todos están en el mismo nivel de significación. Será el profesional quien priorice, junto con la familia, el orden de abordaje de los mismos. Cada uno de estos objetivos generales se divide en otros operativos que concretan aún más la finalidad de la intervención familiar. Todos estos objetivos se definen en térmi-nos de: colaborar, favorecer, asesorar, etc., contemplando la intervención como un proceso de ayuda. Es la familia la que tiene que lograr las distintas habilidades. La intervención del profesional de Atención Temprana pretende potenciar, andamiar la adquisición de las mismas y dotar a las familias de progresiva autonomía en el desempeño de sus funciones.
A continuación desarrollamos cada uno de estos objetivos que hemos enunciado.
1. Colaborar con la familia en el diseño adecuado del contexto físico, social y afectivo en el que el niño se desenvuelve
La acción conjunta de los profesionales y los padres pretende mejorar tres aspectos básicos del contexto: el ambiente físico, las rutinas y los hábitos, y la interacción social.
El ambiente físico
Los padres irán siendo cada vez más competentes para definir el ambiente físico en el que su hijo se desenvuelve, teniendo en cuenta lo siguiente: elegir adecuadamente los objetos, cuidar las condiciones ambientales, proteger al niño de los riesgos, y evitar la hipoestimulación y la sobreestimulación.
Elegir adecuadamente los objetos que maneje su hijo, sus juguetes, el mobiliario, en función de su edad y su capacidad. Según sus teorías implícitas y sus creencias sobre el desarrollo o sobre las necesidades de sus hijos, les ofrecen unos materiales u otros, unas tareas u otras, y no siempre son las adecuadas a su edad.
Recuerdo a una madre que me consultaba con mucha frustración por qué su hijo no era capaz de hacer puzzles. Se trataba de un niño de 2 años con riesgo neurológico por alta prematuridad. Indagué sobre lo que ella entendía por puzzles ya que es una palabra con significados diversos. Esta mamá, con su mejor intención, ofrecía a su hijo puzzles de varias piezas que componían una sola figura. Atribuía sus fracasos a un posible problema cognitivo pero insistía en proponerle este material en la consideración de que eso mejoraría su capacidad. A lo largo de una entrevista comprendió que no se trataba de dificultades específicas de su hijo, simplemente le estaba selec-cionando un objeto y una tarea poco apropiadas para su edad cronológica, sometiéndose ambos a situaciones de frustración que para nada resultaban favorables.
También es frecuente ver a niños de edades avanzadas que aún utilizan el biberón para tomar la leche o duermen en la cuna en lugar de en la cama.
A través de la intervención familiar se abordarán temas relativos a los objetos que constituyen su ámbito estimular ajustando las atribuciones de las familias relativas a las necesidades o al calendario evolutivo de su hijo.
Cuidar las condiciones ambientales. Puede parecer obvio cómo tienen que ser las condiciones de temperatura, de luz o de ruido habituales para un bebé pero no siempre es algo que los padres tengan tan claro. A veces supeditan estas condiciones a sus propias necesidades o a las de otros miembros de la familia. Puede tratarse de situaciones carenciales cuando cohabitan muchas personas en un espacio reducido, pero también puede deberse a falta de criterios claros en los cuales se da poca prioridad a este tipo de necesidades. Por ejemplo, en la escuela infantil, donde generalmente las condiciones de temperatura suelen ser adecuadas a las necesidades de los niños, observamos con mucha frecuencia, como unos niños acuden excesivamente abrigados y escasamente otros.
Las condiciones de ruido o iluminación pueden determinar el sueño del bebé. Éste necesita un ambiente tranquilo. No significa que la casa tenga que estar en un silencio total, pero puede ser conveniente que se le retire a otra habitación para dormir. Hay que ir adecuando dichas condiciones a la edad de los niños. Cuanto más pequeños son, menor tolerancia a las condiciones extremas.
En la intervención familiar también se abordarán estos temas si se ve la necesidad, bien a demanda de las familias o cuando el profesional observa un desajuste significativo entre las necesidades del niño y la respuesta del ambiente.
Proteger al niño de los riesgos. Los niños con trastornos del desarrollo, como todos los demás, son susceptibles de accidentes en el hogar: caídas, ingestión de productos u objetos, manipulación incorrecta de objetos, etc. En función de sus características, estos riesgos pueden aumentar o disminuir, lo que sí varía es el umbral de edad a partir del cual requieren vigilancia. El niño con déficit cognitivo es susceptible hasta una edad mayor dado que la comprensión del contexto es menor. El riesgo de caídas, en los niños con discapacidad motora, por ejemplo, o en aquellos con trastornos de conducta o hiperactividad es mayor, por lo tanto las familias tienen que desarrollar una mayor capacidad de control para evitar accidentes y también una capacidad de respuesta ajustada ante ciertas situaciones que entrañen peligro.
Muchos padres consultan sobre si tienen que retirar plantas, adornos etc., de su casa para facilitar la seguridad del niño. Aquello que entrañe un riesgo importante no cabe duda de que hay que guardarlo donde el niño no tenga acceso. Pero eso no significa que el salón de la casa permanezca diáfano o se retiren muebles por el hecho de que el niño se pueda golpear. El bienestar de toda la familia implica la disposición de una serie de objetos, muebles, etc. Recuerdo a una madre de un niño con Síndrome de Down que me contaba:
“Yo no quiero cambiar mi salón, a mí me gusta tener adornos en la mesa baja y plantas. Creo que mi hijo tiene que aprender a respetar todo eso. Tengo que ser una persona normal y no por tener un hijo con Síndrome de Down voy a tener mi casa fea, sin un adorno”.
Tener un miembro con discapacidad no requiere renunciar a dicho bienestar. Hay que enseñar al niño cómo utilizar todos esos elementos con seguridad y cómo enfrentarse a los riesgos.
Evitar la hipoestimulación y la sobreestimulación. Algunas familias creen que estimular al niño consiste en llenar su cuarto de colores, sonidos, móviles, juguetes, etc. como si por el hecho de disponer de una gran cantidad de estímulos visuales y auditivos fuera a potenciarse mejor su desarrollo. Por el contrario también he conocido alguna que, bien por el estado depresivo de los padres o por condiciones de escasez cultural o económica, el ambiente que rodeaba al niño era muy pobre y apenas disponía de juguetes, llamando la atención la ausencia de estímulos.
Es básico que las familias encuentren un equilibrio entre ambos extremos. La clave podría estar en la siguiente pregunta: ¿cómo estaría su habitación si el niño no tuviera ningún trastorno del desarrollo? De este modo la disposición del espacio físico respondería a las características de personalidad de los padres, a sus gustos personales. Pero a esta pregunta habría que añadirle otra: ¿dispone de los elementos indispensables para responder a las necesidades específicas derivadas de su discapacidad?
Si el niño presenta una discapacidad física, el espacio tiene que responder a unas necesidades concretas en cuanto a la eliminación de barreras arquitectónicas, al mobiliario adaptado o a condiciones espaciales que faciliten la movilidad. Cuando hay una discapacidad sensorial, visual o auditiva, habrá que introducir elementos de control del ambiente como sonidos o luces que hagan más fácil la normalización en la vida cotidiana. En los casos de trastorno generalizado del desarrollo puede ser necesario el uso de tableros de comunicación o carteles con signos en algunos lugares de la casa. Son algunos ejemplos que nos pueden servir de reflexión sin agotar en absoluto la totalidad de ayudas posibles.
En el período de tiempo en el que se realiza la Atención Temprana muchos de estos niños, por su edad, aunque no utilizan ese tipo de recursos, pueden estar iniciándose en el uso de los mismos, pero probablemente aún no necesiten cambios sustanciales en la adaptación de la vivienda. No obstante es un buen momento para ir reflexionando con los padres sobre lo que van a ser las necesidades futuras para que vayan adaptándose poco a poco.
Las rutinas y los hábitos
El contexto físico, social y afectivo se construye, no solo con los objetos o las condiciones ambientales, sino también a través de los hábitos que cada familia establece. Dentro de este apartado me gustaría resaltar dos aspectos: cuidar los ritmos y los horarios, y fomentar la autonomía.
Cuidar los ritmos y los horarios. Los niños pequeños necesitan ritmos estables para desarrollarse de forma sana y segura. Las familias se diferencian mucho unas de otras en este aspecto. Algunos padres son muy rígidos con los horarios de sueño, alimentación, etc. Otros se dejan llevar por el momento e instauran cierto desorden en la vida cotidiana del niño. Como en muchos otros aspectos de la educación, hay que buscar el término medio. Una excesiva rigidez potencia la inseguridad o la intolerancia, pero una flexibilidad extrema puede provocar también trastornos. Los niños necesitan un horario claro que facilite sus procesos fisiológicos y su adaptación psicológica. El respeto del ritmo de sueño, alimentación, salidas, etc., favorece su estabilidad. Este aspecto hay que cuidarlo con todos los niños igual que con el que presenta algún trastorno o una condición de riesgo. En estos últimos, el ritmo resulta una condición que favorece su aprendizaje. La exposición repetida a experiencias parecidas facilita la adquisición de hábitos de conducta, y la comprensión del contexto, lo hace más predecible y por tanto más fácil de anticipar, de este modo el niño puede autorregular mejor su conducta.
Fomentar la autonomía. En la crianza de un niño con trastornos del desarrollo o riesgo surgen con más frecuencia actitudes de sobreprotección que se han descrito en capítulos anteriores. Uno de los principales objetivos de la intervención familiar va a ser fomentar la autonomía del niño, ir reduciendo progresivamente la inseguridad de los padres. Los hábitos y las rutinas son el escenario perfecto para trabajar la autonomía.
La alimentación, el aseo, el vestido o el control de esfínteres son temas que se abordan con mucha frecuencia en la intervención familiar. Por la importancia que suponen para el desarrollo físico del niño pero también por lo que implican para su desarrollo emocional. Hemos visto cómo el impacto de la discapacidad tenía mucha relación con la capacidad de independencia del niño. Por tanto no solo es necesario para el niño avanzar en este campo, sino también para la familia. Puede parecer inicialmente que no desean que su hijo haga...

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