1. Crisis del sistema
y deseos de cambio
La mundialización es el contexto, lo sabemos de sobra. En principio, puede ser positiva para todos (si lo miramos desde el punto de vista del acceso a Internet para pueblos, etnias y colectivos que antes estaban aislados y que aún puedan estarlo). La realidad no es exactamente así: 1. La Red es por ahora cuestión de unos pocos; más de 7.000 millones de habitantes en 2014; de ellos, unos 2.400-2.500 millones tienen acceso habitual y fácil a Internet. De esos cibernautas, más del 78 por ciento se concentran, por este orden, en Asia, Europa y América del Norte. 2. Todo o casi todo lo que circula por la Red puede ser controlado (YouTube sufre censuras en todas partes). Era la gran asignatura pendiente del Estado. Todo Estado, como sabemos por Maquiavelo y Weber, posee o debe poseer el monopolio de la violencia y del control ciudadano, en mayor o menor medida, con formas más o menos sutiles. Internet era un arma nueva que dotaba al ciudadano de una notable capacidad de acción. Ya existían antes del 11 de septiembre de 2001 (ataque contra Estados Unidos) programas de control como el Echelon. Pero, tras el ataque, tanto Microsoft como AOL permiten a los servicios secretos leer los correos de sus clientes. Se trata de combatir al terrorismo.
En el contexto está también el terrorismo. Existe. Pero, además, es la nueva arma con la que justificar la presencia de un enemigo al que, como es norma en la Historia, se le agranda y se le otorga el don de la ubicuidad, todo para demostrarle al ciudadano el sentido del Estado mercantil y democrático, así como para adornar de legitimidad los negocios de armamento y materias primas básicas (gas, petróleo, productos de la minería...). Es preciso que el ciudadano piense y sienta lo necesarias que son las fuerzas armadas, por ejemplo. Eso se lleva a cabo creándole inseguridad, confusión cognitiva (por infobesidad o infoxicación, por ejemplo), inventando o acrecentando la importancia del mal. ¿Quiénes son los encargados de provocar estas emociones? En esencia, los medios de comunicación. El terrorismo ha sustituido al comunismo, es la bestia negra del siglo xxi. Pero el anticomunismo sigue ahí, como siempre, y se aplica de manera fácil y ligera y de forma despectiva y condenatoria a quien se estime menester. Como siempre.
Es importante el lenguaje. Se trata del discurso dominante, ahora llamado lo políticamente correcto. Pero no es más que el discurso de los vencedores, como es habitual en la Historia. Los medios lo recogen y lo proyectan (me refiero a los medios de referencia, conectados con grandes grupos de comunicación que ejercen su labor según la dinámica y la ideología del mercado). En los países donde domina un régimen autoritario no mercantil (Cuba, Corea del Norte, Irán en cierta medida...) sucede algo esencialmente igual: el discurso deriva de un poder socio-económico. Lo que planteo aquí es, de nuevo, esta cuestión: en Occidente no debería ser así, en Occidente la teoría derivada de las llamadas revoluciones burguesas de los siglos xvii, xviii y xix, con la Ilustración como idea superestructural y todo lo derivado de ella (declaración de derechos, constituciones, códigos, separación razón-religión, acceso al saber para todos, etc.) debe hacer posible que los ciudadanos sean cultos y libres. Pero no es así.
El ciudadano occidental no es libre porque está sometido a estructuras subliminales y cotidianas de poder (las presiones de su entorno laboral; las presiones psíquicas procedentes de la sociedad, que originan por ejemplo préstamos bancarios que se tienen por imprescindibles; las necesidades creadas artificialmente por los mensajes de los media; las presiones del Poder cuando ese ciudadano quiere saber demasiado y saca los pies del plato en el que se cocina el discurso políticamente correcto; las presiones de la religión, los prejuicios de conciencia derivados de ésta; el clientelismo; el escaso conocimiento de cuanto le rodea...).
Tampoco es culto. Igual que sucede con las distancias económicas a escala mundial y en algunos países, las distancias culturales aumentan. «El hombre ignorante ya no es libre», decía Hegel. El ciudadano occidental es analfabeto funcional: de tantos datos que están a su alcance (repito, mediante la llamada infobesidad o infoxicación) acaba por no saber lo que ocurre:
La infobesidad se caracteriza por los signos de padecimiento, fuerte estrés, angustia, ansiedad, frustración ante el exceso de información por el uso de nuestro correo electrónico. Quien padece este trastorno se ve abocado a un estado de ansiedad por leer, abrir correos, categorizarlos, y contestarlos. Esta obsesión acaba desembocando en un caos de estrés y frustración que impide gestionar el correo con normalidad. Según los expertos, el correo no debe consultarse más de 2,3 veces al día.
La noticia —del diario La Vanguardia— sólo habla de emails, y eso que procede de 2014 cuando la fiebre de otras herramientas, como el WhatsApp Messenger o mensajería instantánea, hacía furor entre gran parte de la población española, sobre todo joven, y superaba con creces al email, como indicaba el diario 20 Minutos el 22/4/2014:
El uso de mensajería instantánea supera al correo electrónico por primera vez. Así lo indica la última oleada del Estudio General de Medios (EGM), correspondiente a los meses de febrero y marzo de 2014. El 82,7% de los internautas diarios recurre a apps como WhatsApp o Telegram, frente al 75,5% en la anterior oleada (octubre-noviembre de 2013). El uso del email, por su parte, bajó del 74,1% hasta el 69,5% en febrero-marzo. También entre las dos últimas oleadas ha bajado el uso de redes sociales, el consumo de series y películas en Internet y la compartición de archivos.
Por su parte, El País iba más allá de los datos españoles y llegaba hasta esos países llamados emergentes como India, Rusia, Brasil y México:
«Muchísimas gracias a todos», así comienza el mensaje de Jan Koum, fundador y consejero delegado de WhatsApp para anunciar que la aplicación de mensajería supera los 500 millones de usuarios activos mensuales. La última vez que desvelaron sus cifras fue el 19 de diciembre, entonces rebasaron la frontera de los 400. Es decir, en cinco meses, 100 millones adicionales. India, Rusia, Brasil y México son los lugares donde más han crecido. En Brasil superan 45 millones. España, uno de los lugares donde el uso es más activo, ya tiene 25 millones. En todo el mundo se comparten, a diario, 700 millones de fotos y más de 100 millones de vídeos. WhatsApp insiste en que su medición dista de la competencia en la consideración de los usuarios. En lugar de contar los registros, sólo cuentan a aquellos que han usado su servicio al menos durante el último mes. La aplicación que compró Facebook en febrero mantiene su intención de añadir mejoras. Durante el MWC de Barcelona indicaron que trabajan para añadir llamadas entre móviles. Quizá ese sea el motivo de la despedida del mensaje por parte del consejero delegado: «Podríamos seguir, pero, ahora mismo, es mejor que volvamos a trabajar duro. Esto es WhatsApp y no hemos hecho más que empezar».
De manera que se le puede aplicar al hecho lo que la información de La Vanguardia que acabo de citar considera aplicable al email:
Thierry Venin, investigador del Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS), indicaba que «la urgencia sucede a la urgencia». Afirmaba Venin: «Tan pronto recibimos un email hay que responderlo; caso contrario, el remitente nos llama para preguntarnos si lo recibimos. Además, cuando tenemos un minuto libre vamos al buzón de correo para ver si hay algo nuevo. Es como una adicción».
Puede que al ciudadano no le guste lo que ocurre y sienta esa angustia pero ignora por qué o, si no es así, no es capaz de controlar la situación, ha perdido el enfoque estructural del mundo. Sin un enfoque estructurado del mundo no es posible la formación de una conciencia crítica, afirma Jiménez Segura (en Reig, 1995). Todo este proceso ya lo he explicado con cierto detalle (Reig, 1995 y Reig, 2001). Añadamos a esto que los mensajes audiovisuales, los más vistos, son superficiales, espectaculares y de entretenimiento. Alguien, los programadores y los magnates para los que trabajan, ha decidido que la gente quiere programas de evasión porque llega cansada del trabajo y, se supone, porque no da más de sí mentalmente (esto último no se dice en público pero se da a entender analizando los citados mensajes).
Se trata de vender mensajes que, a su vez, modelan mentalidades. No estoy seguro de que los programadores y los comerciantes de mensajes no tengan razón (los éxitos de Gran Hermano y Operación Triunfo o La Academia, como se llamaba en América Latina, hacen dudar a cualquiera). Pero tampoco estoy seguro de que la tengan. Creo que la cuestión no ha sido investigada en su contexto más amplio y complejo. Sí lo estoy, en cambio, acerca del dominio mental que estos mensajes producen y de que contribuyen a, como diría Vicente Romano (1993), la formación de la mentalidad sumisa, es decir, a que el status quo no se altere.
El contexto es globalizador, que se dice ahora, marcado por el avance de las nuevas tecnologías. Como todo, las nuevas tecnologías tienen su cara positiva: el acceso rápido a toda clase de datos desde cualquier parte del mundo, las operaciones mercantiles y financieras en Red, el intercambio de conocimientos y la comunicación online. Pero también han creado, están creando, unas generaciones que entran de lleno en lo que antes se definía como analfabetos funcionales: el homo videns, el homo bit, el pulsateclas, el fundamentalista del éxtasis cibernético (Reig, 2001), el humano con cabeza acaso jibarizada por los nuevos desafíos que la tecnología coloca ante nosotros (Serrano, 2013), el nuevo Pulgarcito, la Generación Pulgarcita (Serres, 2014).
Serres coloca ante nosotros y ante las generaciones jóvenes la encrucijada en la que se encuentran, ante la que nos encontramos:
Aquélla o aquél, los protagonistas de Pulgarcita, son miembros de la generación más tecnológica que ha vivido la humanidad. Él o ella tienen la difícil y apasionante encomienda de rehacerlo todo porque el mundo ha cambiado, porque los términos conocer y crear tienen hoy otro significado. Para ellos acceder a la información y conectarse con este nuevo mundo está al abasto de sus pulgares. Alcanzarlo es una cosa pero idear y fijar los fundamentos que deben regirlo otra muy distinta. De Pulgarcita o Pulgarcito depende que las nuevas cartas de la baraja se jueguen en uno u otro sentido.
La Tecnología está ligada a la Economía (y en la Economía están la Comunicación y la guerra). ¿Es nuevo esto? Sí y no. Sí, por la amplitud y rapidez con que el fenómeno se extiende y por las herramientas que utiliza. No, porque esta situación y esta preocupación por los efectos negativos de la tecnología no son novedosas.
Consultemos a Armand Mattelart (2002). Dice el estudioso belga que en 1913 Ananda K. Coomaraswamy, oriundo de la India y formado en Inglaterra, acuña el calificativo «postindustrial». Y añade:
La originalidad de la contribución de Coomaraswamy, especialista en artes de Extremo Oriente, autor de una obra de referencia sobre el budismo y el hinduismo, está en que vincula la idea de una sociedad postindustrial al ideal de reencuentro con la diversidad cultural amenazada por la centralización y la uniformización practicada por un «sistema unitario mecánico», atrapado por una economía de vocación planetaria y ajeno a cualquier consideración sobre el «alma de la especie». Tema grato a las figuras herederas del Renacimiento indio, desde Tagore hasta Sri Aurobindo. En 1917, el término «postindustrial» es recuperado por el militante de la Socialist Guild, el inglés Arthur J. Penty, admirador del utopista William Morris, crítico acerbo de la fe en la máquina (...). Ese mismo año, el ensayo, de gran éxito, publicado con el título de El Estado servil, por Hilaire Belloc, francés nacionalizado inglés, cristaliza la crisis anti...