Malos padres
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Malos padres

Modelos de intervención para recuperar la capacidad de ser madre y padre

  1. 331 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Malos padres

Modelos de intervención para recuperar la capacidad de ser madre y padre

Descripción del libro

Malos padres proporciona pautas teóricas novedosas y un enfoque particular para afrontar la problemática de violencia, abuso y descuido de los niños por parte de sus propios padres.Stefano Cirillo nos traslada su experiencia de 30 años como terapeuta especializado en padres de familia que no solo no piden ayuda sino que niegan, además, la necesidad de tratamiento, al no considerarse "malos" en absoluto.El tratamiento de personas maltratadoras debe ser riguroso pues solamente una intervención y una cura eficaces pueden romper definitivamente la cadena de violencia que se trasmiten de generación en generación.Stefano Cirillo nos propone aquí los instrumentos operativos y modelos de intervención que deben guiar a los agentes participantes acudiendo a la ilustración de casos concretos y a un estilo sumamente didáctico.

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Información

Año
2012
ISBN del libro electrónico
9788497846417
Categoría
Psicología
Categoría
Psicoterapia
Tercera parte
Las fases finales del proceso de intervención: pronóstico y tratamiento
5
Sexta fase.
El proceso pronóstico
Una pregunta habitual que me han dirigido cuando he presentado el recorrido evaluativo en un curso de formación es la siguiente: ¿Cuáles son los indicadores que permiten formular un pronóstico positivo o, por el contrario, orientan hacia un pronóstico negativo? Desafortunadamente no existe, a mi modo de ver, una lista de indicadores pronósticos sobre la recuperabilidad de los padres, análoga a la que puede ser redactada con los indicadores de maltrato, descuido o abandono y abuso sexual. Se han reunido algunos listados de indicios que pueden proporcionar una primera orientación, en líneas generales, a los profesionales. Por ejemplo, la guía compilada por Barudy (2001), que reagrupa algunos indicios que tener en cuenta, que prefiguran la mayor o la menor problemática de una situación. Sin embargo, deben ser leídos no como las redes sobre la recuperabilidad, sino más bien como las redes sobre las competencias/incompetencias parentales. Y, a mi juicio, no se trata de ninguna manera de la misma cuestión.
De hecho, quisiera concentrar la atención del lector sobre el carácter esencialmente distinto del indicador de maltrato respecto al indicador de recuperabilidad. El primero es una señal objetiva, que puede ser observada desde fuera, y que independientemente de quien haga la detección debería poderse captar e interpretar del mismo modo; por el contrario, el indicador pronóstico es el resultado de una interacción entre el que maltrata y el profesional. Como hemos comentado en la introducción, el pronóstico nos incluye a nosotros mismos. Esto quiere decir que, llevándolo a un extremo, una pareja de padres que maltrata a sus hijos puede resultar irrecuperable para un evaluador y recuperable para otro, no porque uno de los dos se haya equivocado al formular el diagnóstico sobre la familia, sino porque los dos se han vinculado a la familia en el proceso de asunción con preparación, instrumentos, estado de ánimo y competencias del todo diferentes. Pongamos un ejemplo (como profano) en el ámbito médico, campo que nos es familiar a todos al menos desde la condición de pacientes: una misma enfermedad, por ejemplo una pulmonía, puede tener un pronóstico infausto si el médico está obligado a curar al enfermo en condiciones higiénicas adversas, disponiendo de fármacos inadecuados, y tener un pronóstico más que favorable si el enfermo es internado en un hospital bien equipado y el médico dispone de antibióticos modernos. Así, una familia inmigrada de un país extranjero, que habla mal nuestra lengua y está mal predispuesta hacia nuestros códigos de comportamiento, puede resultar irrecuperable a un evaluador que tiene prejuicios hacia esa etnia y que entra en coalición con la desconfianza de los pacientes y, en cambio, pueden ser tranquilamente recuperable para un evaluador que conoce y aprecia los modelos culturales de estos usuarios, o que se siente cómodo trabajando con técnicas de intervención no exclusivamente de tipo verbal como el colega anterior. Por eso no considero científicamente correcto hablar de indicadores pronósticos en abstracto; se trata de captar en el ámbito concreto de cada caso singular los indicadores que registren cómo la familia responde a nuestra intervención.20 Para ser aún más claros, la pregunta del magistrado a la cual deberemos responder («¿Son recuperables estos padres? ¿Podemos pensar en devolverles al niño en una condición de suficiente seguridad?») debe ser traducida en nuestra mente del siguiente modo: «¿Somos capaces de recuperar a estos padres? ¿Podemos garantizar que nos comprometemos a restablecer las condiciones de seguridad suficientes para que el niño pueda volver a su casa?».
Veamos entonces cómo podemos esquematizar el proceso de pensamiento que subyace a la formulación de un pronóstico. Partamos del elemento más concreto: el daño. Obviamente, éste es el primer dato que debemos observar; es decir, si el daño persiste o no. Pero dado que pusimos en marcha una medida de protección para interrumpir el daño, sería un fracaso evidente de la intervención de tutela que el daño mismo prosiguiera, es decir, si el menor, durante el recorrido evaluativo, continuase siendo víctima de abusos o golpeado o sufriendo otra situación similar de maltrato. Pero algunas medidas de protección sobre algunos daños en particular pueden ser menos eficaces, por lo que la simple constatación de la permanencia o no del daño puede tener ya de por sí un valor pronóstico. Por ejemplo, si un niño se asigna a los servicios a causa de una relación distorsionada con la madre, a quien le cuesta muchísimo separarse de él, y una de las indicaciones dadas a la madre es la de mandarlo a la escuela con regularidad, el hecho de que al término de la evaluación la frecuencia escolar del niño se haya regularizado o no, puede ser un primer indicador. También en el caso de Nino, que no recibía normas por parte de su madre, el hecho de que la residencia —en la entrevista— registre que al final de las sesiones de evaluación Mónica lo contenga apropiadamente y el niño acepte con docilidad la autoridad de la madre, o bien que no se asista a algún cambio, constituirá un indicador directo sobre el daño.
Muchas veces la medida de protección impide esta observación: ¿cómo podemos saber si hay riesgo de una recaída en la violencia física o en el descuido o abandono si el niño es alejado de sus padres? Ana, cuya niña ha sufrido abusos dos veces, ¿seguirá siendo todavía tan desatenta y escasamente protectora hacia su hija?
El pensamiento pronóstico debe fundarse aquí sobre dos indicios indirectos: el reconocimiento y la producción de hipótesis etiopatogénicas. La idea de que el decaimiento de la negación vuelva menos probable la repetición del comportamiento inadecuado está fundada sobre el efecto protector que atribuimos a la capacidad del progenitor de entrar en contacto con las necesidades del hijo, de ser empático con sus sufrimientos, y por tanto de dejar de negar su responsabilidad («Se lo merecía», «Se lo estaba buscando», «Yo no quería, no es mi culpa»), o el impacto («¿Qué tiene de malo? A todo el mundo le pasa», «Después de todo, no es tan grave»). La acción de maltrato se vuelve egodistónica y aflora el sentimiento de culpa, con un efecto evidente de disminuir el riesgo de reincidencia.
Volvamos a ocuparnos de Ana, a la que dejamos en la elaboración de la sesión con la hermana y la tía. En esa reunión individual pudimos constatar cuánto camino había hecho esta madre que empezó negando los hechos. Y me comunicó: «Quería también comentarle que me llegó al centro una carta del juez que decía que había sido archivado el hecho respecto a que yo habría llevado a Jessica y a su amiga a casa de aquel hombre» —sobre el episodio se abrió una investigación penal y ella fue interrogada—. «El abogado me dijo: “¿Ha visto que ha sido absuelta, que ha sido justificada?”. Yo no lo comparto. ¿Se acuerda de que yo entendí que había sido perjudicial para las niñas que me las hubiera llevado conmigo? Estoy de acuerdo en que la jueza diga: “La señora no ocultó los hechos… La versión de la niña es contradictoria… La madre tomó precauciones… Cerró la puerta; no se continúa el proceso”. Me parece bien. Pero se equivoca el abogado en decir: “¿Ha visto que era inocente?”. Antes yo también pensaba así y habría dicho: “¿Ha visto que tenía razón, que no hice nada?”. Ahora ya no pienso igual. He comprendido que me equivoqué llevándome conmigo a las niñas para hacer coincidir dos cosas imposibles de unir: a la vez que pretendía cuidarlas, hacer lo que me daba la gana…, una cosa sucia, en fin. Es cierto que el juez debe tener en cuenta los artículos, debe estar sobre los hechos, y no sobre los sentimientos: a éstos le prestará atención la persona, tal vez con su psicólogo. Pero se equivoca el abogado en decir que estoy justificada».
Más adelante en la misma reunión, en tono apesadumbrado, dijo: «Cuando vi que no me moría, entiende, después de algunos años de descubrir que soy seropositiva, decidí tener un niño para que me ayudase a apegarme a la vida. No es que después me hubiera desinteresado de él, después de que me apegaba a la vida: yo ya sabía que iba a quererlo, y además tenía a un hombre, tenía una casa, una situación bastante normal… Aunque si esto no era del todo verdad, digamos que me lo contaba así a mí misma y lo creía cierto… Pero al menos la casa estaba, donde estoy ahora, porque tener un niño para tirarlo por ahí nunca me lo habría permitido, y de hecho, ya me entiende, he hecho interrupciones de embarazo». «¿Y el miedo de que naciese seropositivo?». «Estaba también esa posibilidad. Pero ellos —se refiere a los médicos de la sala especializada— fueron muy buenos, se podía hacer, no era la primera… Y después, a medida que el tiempo pasaba, el miedo crecía: ¡Virgen Santa! y si mi niño nace enfermo… Después cuando Jessica nació, ellos enseguida dijeron que los valores se normalizarían, ellos saben si seguirá la enfermedad o no… Pero cuando yo la tuve en brazos, me parece que me sentía mal, en aquel tiempo, no era normal como estaba yo, ahora me río (lloró)… La niña me miró y me pareció que me estaba juzgando, parecía que me dijese “mírame como estoy de mal por tu culpa”, no por la enfermedad, sino porque no estaba limpia al cien por cien por dentro, una cosa extraña…, con todas las inyecciones y las extracciones que le debían hacer, y yo dije: “No la cojo más en brazos”. Y ahí por suerte estaba Gabriel: se portó muy bien entonces. La tenía en brazos y trataba de dármela, me decía: “No es verdad, mira, la niña te quiere…” (lloró)».
El pleno reconocimiento de la mujer —de hechos, conciencia, responsabilidad e impacto—, expresado con tanto nivel de participación y tanta fuerza emotiva, constituía un importante factor de pronóstico positivo, y debía de dar lugar a un movimiento autocrítico y reparador.
El segundo elemento sobre el que se funda el pensamiento pronóstico cuando la medida de protección puede interrumpir el daño es el efecto que nuestra hipótesis etiopatogénica haya producido sobre la hipótesis etiopatogénica del usuario: formulamos una explicación que nos pareció convincente y sobre ella intentamos involucrar al paciente, dispuestos, obviamente, a modificar, descartar, integrar o atenuar nuestra hipótesis sobre la base de sus reacciones y de sus argumentaciones.
¿Este trabajo ha tenido buenos efectos sobre las construcciones del paciente y sus vivencias? El padre, abandonando las defensas de negación, ¿manifestó una expansión de su conciencia, un correlato emotivo coherente con las teorías etiopatogénicas propias que venía formulando? Sin embargo, no debemos imaginarnos un discurso técnico o abstracto; más bien frases simples, que muestren la adquisición, ya sea de un pensamiento o de una afectividad nueva.
Dijo Fausto: «Sí, es verdad, me equivoqué también esta vez al poner a los niños en medio de Renata y de mí…, y después sufrían, especialmente la mayor… Pero cuando la vi con él, me subió la sangre a la cabeza. Y después le dije a la niña: “¿Has visto a tu mamá cómo se maq...

Índice

  1. Agradecimientos
  2. Prólogo
  3. Prefacio
  4. Introducción
  5. Primera parte
  6. Segunda parte
  7. Tercera parte