El que no sabe que no sabe es un necio; apártate de él.
El que sabe que no sabe es sencillo; instrúyelo.
El que no sabe que sabe, está dormido; despiértalo.
El que sabe que sabe, es sabio; síguelo.
PROVERBIO ÁRABE
La experiencia educativa es de una complejidad enorme y exige de maestros y profesores un alto grado de sensibilidad y asertividad. El día a día nos enfrenta a los retos de la motivación, de la calidad y solidez de los contenidos y de la gestión de conflictos de todo tipo. El entramado burocrático de nuestra profesión actúa a veces como una niebla que no nos deja ver los objetivos más nobles y más persistentes en el tiempo. Estos objetivos van más allá de una buena formación académica, pero sin ella no son posibles. Los sedimentos que ha dejado en nuestros alumnos el caudaloso río de los años de escuela, las metas más sublimes de esos años, son la formación de una personalidad sana y equilibrada y el placer del aprender en sí mismo, la curiosidad mantenida.
El innovar en sí mismo, sin nada añadido, es un valor sin sentido. Se puede innovar a peor. El cambio es necesario y motivador, porque moviliza nuestra imaginación y nuestra mejora personal, pero existe un sustrato de valores en los que debemos basarnos para alcanzar los objetivos últimos.
Existen unos verbos indispensables para educar bien, para conseguir que la capacidad de hacernos preguntas y de vivir cuidando de nuestro equilibrio y de la felicidad sea intemporal y se mantenga con luz, como una vela permanentemente encendida. Observar, escuchar, comunicar… verbos mágicos. Hay otros muchos, y son nuestro motor vital para vivir el aula con sentido.
| | Cuando educamos, los detalles son importantes, y somos capaces de atender a ellos cuando de forma interior conjugamos verbos básicos en todos sus tiempos y con todas sus conexiones: “me cuido de”, “ayuda a”, “ayudaremos para”, “me ayudaron con”, “tendré cuidado en”... |
Son expresiones que nos mantienen en la intensa experiencia que vivimos los educadores. Como el tiempo se nos escapa de las manos, algún día o en algún momento nos olvidamos de ocuparnos de los detalles realmente importantes en educación. Si pensamos un poco, tras una decisión precipitada o equivocada, descubrimos que se esconde un déficit de sensibilidad y un olvido de esos verbos imprescindibles.
La complejidad de la profesión docente requiere grandes dosis de sensibilidad, asertividad y autoestima. La tarea, nuestra tarea, es complicada y trasciende al tiempo, sabemos que se prolonga más allá de aquel curso o aquella materia. No existe solo un trasvase de conocimientos, porque somos conscientes de que son necesarias unas actitudes de fondo y unas voluntades que los impulsen. Cuidado con las recetas mágicas.
El único “principio” general posible es comunicar pasión, vivir el aula, transmitir energía, generar retos, aupar voluntades. Albert Camus recibió el premio Nobel de Literatura en 1957. Este escritor francés reconoció al Sr. Germain, su maestro en Argel, el mérito de haber despertado su curiosidad y su talento. Esta es la ambiciosa y humana finalidad de la educación: inspirar, impulsar, ilusionar.
Albert Camus debió recordar que, en aquella humilde escuela, aquel maestro consiguió hacer brotar, para siempre, una insaciable curiosidad:
París, 19 de noviembre de 1957
Querido señor Germain:
Esperé a que se apagara un poco el ruido de todos estos días antes de hablarle de todo corazón.
He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza no hubiese sucedido nada de esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo.
Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser un alumno agradecido.
Un abrazo con todas mis fuerzas,
Albert Camus
El mensaje de Albert Camus es la síntesis del verdadero sentido de la educación: el sentido de inspiración. Las posibilidades de desarrollo personal y el goce del conocimiento son tesoros contenidos en el baúl personal y único de cada alumno, del que los maestros deberíamos tener la llave. No podemos preocuparnos solamente de cumplir programas. No se puede asimilar vital y significativamente un programa si no existe un ambiente favorable al aprendizaje. Favorecer la inspiración de cada alumno es una finalidad en sí misma, es uno de los núcleos de una educación sensible y de calidad. Los profesores tenemos que ser sensibles a las percepciones y sensibilidades.
Cuando nos lamentamos de la falta de rendimiento de nuestros alumnos deberíamos preguntarnos, siempre, si estamos en la senda de inspirarlos. La forma de transmitir conocimiento es tan importante como el conocimiento en sí mismo. Si nos preocupamos de la forma de transmitirlo, de inspirar, potenciamos en el alumno una motivación desde dentro, que favorece el desarrollo personal y la creatividad; en caso contrario nos limitamos solo a motivar de forma extrínseca: éxito o fracaso, aprobar o suspender…
Los verbos del aula son los verbos del maestro. Nuestro papel se desarrolla de forma mucho más eficiente si los sentimos. En gran medida contribuyen también a nuestro equilibrio interno y, por derivación, a la naturalidad y energía necesarias para que las capacidades de nuestros alumnos naveguen en todo tipo de aguas. Todos los docentes nos enfrentamos, cada día, a las inclemencias del tiempo emocional. Cuando el mar está agitado, tenemos que aportar calma y, quizás, cuando existe una calma excesiva, conviene mover el agua para que el oleaje nos proporcione nuevas sorpresas. Equilibrar. Un concepto vital. Mantener la ilusión de navegar entre conocimiento y sabiduría, que son conceptos diferentes pero relacionados. Cuidar que el asombro siempre brote de nuevo. Asombrar. Mimar la sensibilidad hacia lo artístico. Sentir.
Muchos pensamos que el auténtico sentido de la educación se basa en comunicar inspiración y energía a los alumnos. Este sentido auténtico es intemporal.
| | Los logros de una educación de calidad no son algo efímero; consisten en valores, incluso sensaciones, que resisten el paso del tiempo. El maestro se acerca más al artesano que al trabajador de la era industrial. |
Cuando un torno con barro húmedo gira, las manos dan forma a un objeto que pretendemos perfecto, y es nuestro esmero en dar esa forma lo que consigue la cercanía al jarrón que habíamos idealizado. En cada giro podemos notar algo que observar y cuidar, algo que pulir; el oficio se transforma entonces en experiencia vivida y en emoción positiva, como la vivida por el ceramista que consigue bellas formas con el barro, dándole forma, decorándolo, convirtiéndolo en materia que contiene sentimiento.
Vamos a extraer la esencia de algunos verbos esenciales para educar de manera artesanal, con sentido. Sentirlos como propios nos va a dotar de la asertividad y de la fortaleza interna que se requiere de un buen maestro. Y de felicidad. Y de pasión. Ingredientes básicos para diseñar un buen menú educativo, con sabores compartidos con nuestros alumnos, cuya mejora continua constituye siempre nuestro objetivo principal. Conseguir este avance permanente del alumno representa esfuerzo, pero también lo representa una larga excursión y, sin embargo, nos sentimos felices y satisfechos de haber caminado. Después de conversar con un alumno de su comportamiento, una profesora, sonriendo irónicamente, me comentó: la alegría de educar. Había leído mi libro. Reímos. Claro que experimentamos la alegría de educar. Pero no es gratis; el esfuerzo y la dedicación son absolutamente necesarios. Muchos maestros pasan por algunos momentos de tensión, pero debemos enfocarlos desde la asertividad, la reflexión y el equilibrio.
He optado por inspirar como primer verbo educativo. Pienso que resume perfectamente el cúmulo de motivaciones y sentimientos que el profesor debe comunicar en el aula. Actuar con cada alumno de esta forma, procurando en todo momento que se plantee preguntas, que contemple el error como un factor más del aprendizaje (y no como un sello negativo), que se constituya en el actor principal, nos dota de la naturalidad con la que debemos transmitir el deseo permanente de aprender.
De forma latente, estamos transmitiendo al alumno lo que Bertrand Russell denominaba sentido de reverencia, el sentido educativo más profundo y más útil, porque dota a nuestros alumnos de la capacidad constante para mejorar de forma continua y del deseo de hacerlo.
Según Russell, “la reverencia requiere imaginación y fervor vital; requiere más imaginación respecto a los que tienen menos consecución o menos poder actuales (…). El maestro sin reverencia (…) menosprecia fácilmente al niño por aquellas inferioridades externas”.
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Pongamos en nuestros ojos y en nuestra mirada unas gotas de afecto y de ternura, de actitud positiva y de gusto por la vida, de creatividad, de gratitud, de humanidad.
SEBASTIÀ SERRANO
Cuando educamos tenemos que observar. Ante nosotros no tenemos un grupo, sino niños y niñas, adolescentes cargados de ilusiones, de problemas, de esperanzas y de preguntas. Ante nosotros, a escala reducida, la complejidad del mundo. En cada uno de nuestros alumnos reside un potencial y unos anhelos que deberíamos reconocer.
Pero observar es un verbo de amplio significado. Existe un observar hacia afuera y también un mirar hacia dentro. Debe resultar un ejercicio agotador intentar darnos generosamente pero no saber cómo, porque no nos conocemos: si algo falla en nuestro espejo interior, nuestra labor como docentes puede ser un tanto estéril. Por lo tanto, tenemos que identificar nuestro yo para poder comunicarnos de manera eficiente y empática en el aula.
Observarnos a nosotros mismos es necesario.
| | Cuando educamos, nuestra capacidad de observar es determinante para que todo acabe funcionando, pero se requiere también la exigente actitud de autoconocernos. |
Es evidente que la profesión docente requiere paciencia, equilibrio, ética y una buena dosis de autoestima, y también la capacidad de tomar decisiones lo más justas posible, es decir, la capacidad de ejercer la autoridad de forma implícita, como valor y no como una política de artificio, destinada solamente a imponer nuestra ley. Por lo tanto, los métodos de selección del profesorado deberían basarse en la consideración de un tema de fondo: intentar determinar si el futuro docente se identifica con estas características básicas.
En el aula, el día a día nos depara sorpresas de todo tipo, ante las que hay que mostrar siempre una actitud implicada, basada en unos buenos niveles de autoestima y en la carga ética y consecuente de nuestras decisiones. Sin embargo, parece que estos aspectos, imprescindibles, no son suficientemente tenidos en cuenta a la hora de decidir qué candidatos accederán a la profesión (Luri, 2008).
Existen algunas claves sencillas para gestionar mejor nuestra mente y, por lo tanto, para que pueda quedar libre de los nudos que estrangulan nuestra imaginación y perturban nuestra personalidad. Tenemos que ser conscientes de nuestros propios condicionamientos, de aquello que damos por supuesto, pero que nos limita de manera inconsciente. Esos principios que damos por válidos, a lo mejor nunca contrastados frente a una realidad, pueden manipular nuestro conocimiento, nuestras decisiones o acciones y nuestro pensamiento.
Todos los docentes hemos vivido la experiencia de alumnos “casi imposibles”. Si hemos tenido éxito, si hemos aportado impulsos positivos para conseguir una evolución positiva de ese alumno “difícil”, normalmente se ha debido a la identificación de esos supuestos que nos ligaban a un solo tipo de solución. Una vez detectada la causa, hay que obrar en consecuencia, y podemos articular valores alternativos en los que inspirarnos.
De alguna manera, reestructurando y reinventando nuestro propio yo, colaboramos en abrir horizontes para nuestros alumnos. A partir de estas experiencias, nuestra labor en el aula puede crecer, y nosotros con ella (Skolimowski, 2016).
Las sensaciones, gestos y miradas que acompañan a nuestro código lingüístico, mucho más elaborado, dicen mucho de nosotros. Transmiten, sin un medio aparente, de persona a persona, de alumno a profesor, y en los dos sentidos, una cantidad ingente de información sobre nuestro estado de ánimo o nuestras emociones. El milagro es posible gracias a nuestras neuronas wifi o neuronas espejo, que tienen la c...