Primera parte
La madre
2
La vida antes del nacimiento
Nunca oí decir «Mi feto querido».
La palabra «feto», en latín, se refiere al huevo, a las membranas, al embrión vivíparo. «¿A partir de cuándo el feto se convierte en persona?» ¿A partir del día catorce, cuando el huevo se implanta y se adhiere a la pared uterina? ¿Después de la semana catorce, cuando las células se organizan en tejidos y luego en órganos? ¿Cuando se mueve, cuando habla?
Los biólogos no saben indicar cuándo nace una persona. Pueden decir que el individuo nace y muere, pero que la vida nunca se interrumpe. Cuando las células sexuales se encuentran para inventar un niño, están vivas. Pero sólo el individuo que resulte de ese encuentro va a nacer y morir. Sus células sexuales van a perpetuarse en otros. Los individuos mueren; la vida, no.
La aparición del sentimiento de persona se construye lentamente: el bebé es imaginado antes de ser percibido, hablado antes de ser oído.
Hasta el siglo XIX en Europa, la muerte de bebés era tan frecuente que el bautismo en el útero en general preocupaba mucho. Cuando un bebé moría antes del bautismo, los padres debían deshacerse del pequeño cadáver, enterrarlo haciendo un pozo en tierra no consagrada. La vida, tan frágil en ese tiempo, hacía que el bautismo fuera urgente; algunos hasta deseaban celebrarlo antes del nacimiento. Trataban de bautizar al niño apenas «llegaba al mundo», es decir, cuando se volvía accesible al hombre exterior, marcándole un extremo del cráneo a través del cuello dilatado del útero de la madre. Así, el rito era realizable: el sacerdote podía esparcir agua en una parte desnuda del cuerpo pronunciando las palabras del sacramento: «Niño, te bautizo en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». En cambio, para otros, como Santo Tomás, era necesario que «el niño naciera a la vida física antes de nacer a la gracia divina».1
Ya en la Edad Media algunas parteras habían intentado ir al encuentro del bebé en el útero, introduciendo una caña o drenajes. En el siglo XIX se fabricaron embudos muy finos que permitían esparcir agua sagrada sobre el bebé que aún estaba en el vientre de la madre. Esa invención del muy creyente doctor Verrier, en 1867, permitía dar al bebé, en caso de muerte, una sepultura cristiana.
Con el transcurso de los siglos, la imagen del feto cambió de formas. El arte cristiano de la Edad Media representaba vírgenes encintas, al niño Jesús de rodillas en el vientre de su madre, en plegaria o de frente en actitud hierática, con su aureola y suntuosas vestimentas.2
Cuando, en el siglo XIV, Giotto pinta una Natividad, el recién nacido está envuelto con fajas estrechas para estirar sus piernas y combatir así la animalidad que podría haberlo hecho caminar en cuatro patas. Mantiene erguida la cabeza y mira intensamente a la Virgen, sonriéndole. Hoy en día, un macho que nada sabe de bebés bien sabe que un recién nacido es incapaz de hacer ese ejercicio muscular.
En el siglo XVI, Leonardo da Vinci dibujó bebés anatómicos, de cabeza grande y en posición fetal. La observación se volvió más natural con Georges de la Tour: la madre sostiene la cabeza del bebé, que tiene los ojos cerrados. Hace poco tiempo que los dibujos del feto en el útero traducen observaciones anatómicas: dentro de la estructura ósea de la pelvis femenina se encuentra un bebé con la cabeza hacia abajo. Pero la imagen sigue muy idealizada: los bebés están cuidadosamente pintados, con bucles rubios que se ensortijan sobre una frente de angelote.
En 1964 pudimos ver las primeras imágenes de un embrión en el útero.3 Obtenidas gracias a nuestros sensores modernos, confieren al feto una representación que depende de nuestras técnicas y, por ende, de la organización de la sociedad donde se efectúa la observación.
La ecografía da una imagen emocionante del bebé en el vientre y modifica nuestras representaciones. Nunca más podremos imaginar un bebé con aureola dentro del vientre de la madre. Hoy en día, observamos en el útero un feto que se chupa el pulgar cuando la madre está cansada, que traga un poco de líquido amniótico, que succiona y saborea el cordón umbilical cuando la madre se pone a tararear alguna canción.
Así observado, el objeto ya no está exclusivamente fundado en la idea que nos hayamos hecho de él. Resulta de un proceso de observación en dos tiempos: la observación de acercamiento, denominada ingenua, durante la cual el observador se deja influir por las informaciones que circulan entre él y el feto; y la observación dirigida, denominada experimental, durante la cual el observador elige un ítem, una parte de un comportamiento, para registrarlo según ciertas condiciones definidas. Ese documento será analizado en el laboratorio para describir la forma y el desarrollo. Luego se cambiarán las condiciones de registro para comprender la función y las causas del cambio.
De ese feto etológico quisiera hablar.
El vientre de las mujeres siempre ha sido un misterio, mágico y demoníaco. Hace niños y pierde sangre, da placer y aprisiona. Ese lugar de las mujeres que produce el orgasmo y del que salen los niños posee el poder fantasmático de destruir y devorar, como la vagina ácida, corrosiva, imaginada por tantos hombres que temen a ese poder femenino.
El «continente negro de la sexualidad femenina» del que hablaba Freud es hoy invadido por los exploradores. Los espeleólogos de los abismos femeninos penetran y se escurren en él, envían sensores, sondas, hidrófonos, cámaras, proyectores. El vientre de la mujer nunca ha sido tan visitado… y el continente negro se aclara.
Desde que se lo considera un objeto científico, ese vientre revela un mundo aun más fantástico que el inventado por nuestras imágenes más alocadas. Y el increíble descubrimiento de esos Cristóbal Colón fue mostrar que los embriones se convierten muy rápidamente en personitas. A medida que se conocía la comunicación con esos bebés, resultaba imposible pronunciar la palabra «feto». Los investigadores terminaron por emplear la expresión «bebé en el vientre», sin haberse puesto de acuerdo. Cuando cerca de la vigesimoquinta semana, uno puede comunicarse con seres que se comportan, actúan y reaccionan a los olores, las palabras, las canciones, las emociones, resulta imposible seguir nombrándolos con una palabra biológica.
Los bebés son competentes mucho antes de nacer. Están dotados de una organización neuropsicológica que los vuelve aptos, antes de cualquier experiencia, de cualquier aprendizaje, para percibir, procesar y estructurar las informaciones que llegan de su entorno.
El descubrimiento reciente de ese pequeño pueblo del continente negro provoca mucha más emoción y plantea nuevas cuestiones. La representación que uno se hace del bebé en el vientre ya no puede ser la imagen de un Cristo aureolado, ni la de un producto biológico. Tendremos que hablar de otro bebé.
No siempre es fácil observar el medio en que se desarrolla el embrión, pero la naturaleza nos ofrece los huevos, verdadera preparación de medios embrionarios fuera de la madre, más cómodos para estudiar y manipular, que se caracterizan por estar envueltos por coberturas líquidas o gelatinosas, por paredes musculares o calcáreas. Ese pequeño mundo que los rodea constituye el entorno ecológico que necesitan.
Sin embargo, ese mundo embrionario no está cerrado, se comunica con el mundo exterior, lo cual ha permitido proponer la hipótesis siguiente: la historia del bebé comienza mucho antes de su nacimiento, dado que las informaciones percibidas por el embrión participan en su desarrollo.
El etólogo Niko Tinbergen,4 al estudiar las crías de gaviota, observó la eclosión de los huevos en una playa holandesa. En primer lugar, una fisura en la cáscara que el polluelo frota con el dorso del pico. Comienza a rasgarla por la cara interna y termina haciendo un agujero en la parte superior del huevo. Eso significa que el polluelo debe girar sobre sí mismo dentro del huevo para adoptar la postura más adecuada para la eclosión.
Cuando sale, los padres lo incuban hasta que el plumaje se vuelve liso y velloso. Si no pueden proteger al pequeño, las plumas se aglutinan y el polluelo muere. Lo sorprendente es que, apenas nace, la cría de gaviota se dirige hacia los padres que la han incubado, hacia ese padre y esa madre que forman una pareja estable, apegada a un territorio donde se turnan para cuidar al pequeño.
¿Por qué misteriosa razón la cría se dirige hacia los «verdaderos» padres? ¿Cómo hace para reconocerlos apenas sale al mundo?
En cuanto está fuera del huevo, la cría de gaviota da un leve golpe sobre la mancha roja del pico de su padre, lo que provoca la regurgitación de una bandeja de frutos de mar tibia, predigerida, adaptada a las necesidades alimentarias del pequeño.
De esa observación ingenua en medio natural, en el silencio de las mañanas de junio, en las playas de Holanda, Niko Tinbergen extrajo una cuestión que motivaría numerosas investigaciones sobre los bebés: el polluelo reconoce, en la hora siguiente a la eclosión, el grito de sus padres. Se inmoviliza apenas escucha el primer grito de su madre. La cataplexia así provocada es tan perfecta que el polluelo se confunde con las rocas, al punto que corre el riesgo de ser pisado. A la primera llamada de la madre, se despierta y acude titubeando, mientras que no reacciona a los gritos de llamada de otros adultos.
A partir de varias observaciones experimentales, se ha intentado dar una respuesta a esas cuestiones planteadas por los polluelos.5 El desarrollo de un embrión de pato dura 27 días; desde el decimoquinto día en el huevo, responde a través de vocalizaciones y de cambios de postura ante las emisiones vocales de la hembra que lo incuba. E incluso responde a los otros patitos que vocalizan en los huevos vecinos.
El calendario de ese desarrollo audiofonatorio siempre sucede de la misma manera. Depende de la velocidad de maduración del sistema nervioso, lo que no impide que el entorno facilite u obstaculice el desarrollo de ese programa. Así pues, un huevo de pata, en una incubadora insonorizada, emite sonoridades vocales mucho más tardías que en medio natural, mientras que un huevo también incubado, puesto en un medio rico en sonoridades, responde mucho antes que en las condiciones habituales de incubación.6
Esos huevos nos invitan a examinar las mismas hipótesis en nuestros bebés, utilizando los mismos medios de observación.
En la isla de Embiez,7 cerca de Bandol, organizamos un coloquio internacional al que invitamos a algunos de los investigadores más avanzados en el ámbito de la etología respecto al nacimiento.
Los trabajos se agruparon en tres temas:
•Las interacciones intraliquidianas, en el útero;
•Las interacciones aéreas, inmediatamente después del nacimiento;
•Las interacciones fantasmáticas: los primeros gestos que se basan en representaciones inconscientes de la madre y que inducen ciertas reacciones del bebé.
Ese día caía una lluvia tropical, como a veces sucede en la región de Var. Esa contingencia meteorológica es importante porque cambia la índole de las presentaciones de un congreso. Obv...