Indómito y entrañable
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Indómito y entrañable

El hijo que vino de fuera

José Ángel Giménez Alvira

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Indómito y entrañable

El hijo que vino de fuera

José Ángel Giménez Alvira

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Indómito y entrañable recoge el periplo vivido por el autor, José Ángel Giménez Alvira y su mujer Carmen, desde el día en que Toni llega a su casa y a sus vidas haciendo que estas den, en palabras del autor, "un viraje de ciento ochenta grados". El lector descubrirá un proceso adaptativo complejo por ambas partes: por un lado los padres, que pueden llegar a sentirse solos e incomprendidos social e institucionalmente; por el otro los hijos, que no pueden desprenderse de quienes son ni del propio bagaje genético y familiar, pues "necesitan tener un campo de acción que no rechace de plano todas sus costumbres, hábitos, valores y conductas". Desde la distancia necesaria para poder analizar y detallar la difícil contienda que tienen que lidiar día tras día los adoptantes, el autor ofrece muchas claves de tipo técnico y educativo para todos aquellos padres que puedan encontrarse en una situación similar o que estén barajando la posibilidad de la adopción. Se trata de un hermoso y emotivo relato que nos muestra la convivencia con un hijo adoptivo, los problemas cotidianos derivados y las medidas empleadas para tratar de resolverlos, así como la evolución psicosocial del menor a través de un viaje que debe ser emprendido desde el amor y el humor y vivido como lo que es: una maravillosa aventura y un compromiso de por vida.

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Información

Año
2010
ISBN
9788497845519

La mayoría de edad

Y el adolescente se volvió mayor… O al menos eso decía su carné de identidad y eso decía él, de acuerdo con el mencionado documento. En todo caso, la mayoría de edad legal, como suele ser habitual y especialmente en el caso de Toni, no vino acompañada de la mayoría de edad psicológica. Nuestro hijo siguió siendo adolescente por largo tiempo y comportándose como tal, en un desequilibrio notable con la marcha de su vida que le iba planteando cada vez mayores exigencias a las que él, de momento, no podía responder.
Yo le había advertido que al cumplir los 18 años se iba a encontrar con la tremenda sorpresa de una realidad inesperada, pero él no hacía caso. Esperaba algo mágico, sorprendente y espectacular. Toni no solo creía que iba a obtener su independencia en todos los sentidos, no, él esperaba un milagro. Estaba convencido de que al cumplir los 18 años se iba a volver razonable, serio, le iban a entrar repentinamente las ganas de estudiar, eso lo compaginaría con un trabajo que le permitiese ganar un buen dinero y además se podría despedir de casa de sus padres. Ni más ni menos.
Cuando ese día se levantó por la mañana y observó que todo estaba igual, que no tenía ganas de ir al instituto, como todos los días, que seguía igual de indolente y que, además, no se iba a poder ir de casa de sus padres, como tenía previsto, comprendió que había sucedido algo terrible: acababa de perder un montón de derechos, todos los relativos a su situación de menor de edad y los que ganaba como adulto no le servían, de momento, para nada…
Nos miraba con inquietud, imagino que pensando: «A ver si estos se van a tomar en serio todas las tonterías que he dicho últimamente y me van a poner de patitas en la calle…». Hablamos sobre el tema y nos reímos, pero ahí quedó la sensación de que algo importante había sucedido en su vida que, con toda seguridad, iba a tener consecuencias antes o después y desde luego no iban a ser las que él esperaba.
Lo que la mayoría de edad añadió a la adolescencia de Toni fue la insolencia con la que se comportaba y sobre todo las consecuencias que sus acciones «independientes» tenían para él y para nosotros.
Utilizó sus 18 años para retarnos de una manera más directa y provocativa, dejando siempre tras de sí un rastro de consecuencias que ya no eran en absoluto graciosas. Lo que en la edad infantil y preadolescente podía causarnos una sonrisa, ahora nos provocaba pánico.
Por ejemplo, habíamos acordado con él que sacaría el carné de conducir cuando cumpliese la mayoría de edad porque éramos conscientes de que se trataba de un instrumento necesario en la sociedad en que vivimos, y también porque entendimos que podía ser un elemento importante a la hora de su integración laboral que teníamos prácticamente llamando a nuestras puertas, viendo ya que la etapa escolar de Toni se estaba extinguiendo cada día de manera más evidente.
Este fue otro momento significativo a la hora de poner nuevos conflictos en nuestra vida. Desde el momento que dispuso del permiso de conducir pensó que eso conllevaba el derecho a tener un vehículo propio a su disposición y comenzó una nueva y encarnizada batalla por conseguir sus propósitos. Tuvimos que tomar serias medidas de protección para nuestros vehículos familiares, que más de una vez fueron objeto de utilización, sin que nosotros lo supiéramos, para competiciones por el interior de los garajes de nuestra urbanización que se organizaban clandestinamente entre los nuevos adolescentes, con todo el peligro que eso suponía. Fuimos advertidos más de una vez por los servicios de seguridad, con los que estos nuevos «Fittipaldis» de pacotilla mantenían una pugna abierta, que obligó a distintas intervenciones por parte de los padres… y Toni siempre estaba en primera línea de conflicto como no podía ser de otra manera. Siempre se las arreglaba para disponer de nuestros coches a pesar de las medidas que tomábamos para que esto no fuera así. Aún hoy no sabemos cómo se las arreglaba para conseguir sus propósitos.
Esta utilización indebida se trasladó a todo lo que había en casa.
Disponía con absoluta insolencia de todas nuestras cosas, objetos y elementos de la casa. Desaparecían las botellas de la bodega y no ciertamente las más comunes, se llevaba todo lo que pillaba en la despensa para montarse sus juergas con sus amigos, equipos de sonido, aparatos…, todo era objeto de desaparición, con la terrible consecuencia de que, además, todo lo que salía de casa no volvía jamás.
En cuanto no estábamos en casa, a veces sencillamente un par de horas por cuestiones de trabajo, para ir a un concierto o al cine, montaba unas juergas impresionantes con sus amigos de las que nos avisaban los vecinos, porque el desmadre era tal que trascendía a la comunidad. Tampoco hubiera sido necesario que nos avisasen porque nada más abrir la puerta de casa era evidente lo que allí había pasado…
Poco a poco nos estaba despojando de todo y además, como he dicho, no reparaba en nada. Lo mismo le daba una cosa insignificante que cosas de valor. Y por supuesto desaparecía todo el dinero que era capaz de pillar. No había forma de atajar este comportamiento ni por las buenas ni por las malas. No tenía medida y la cosa llegó a ponerse francamente peligrosa. Llegamos a pensar que vendía los objetos para obtener dinero adicional para sus juergas. Revisaba y registraba toda la casa, sin ningún límite, entrando en nuestras cosas privadas, documentos y todo lo que el lector se pueda imaginar. Hubo que tomar una dolorosa decisión que le explicamos y que fue la única forma de defender nuestra privacidad: tuvimos que poner llaves en ciertos lugares y habitaciones para impedir el acceso a Toni. Además nos vimos obligados Carmen y yo a coordinarnos para que no quedase la casa sola a su disposición en ningún momento porque empezaba a ser lugar de reuniones de gentes y personajes realmente inquietantes. Toni pasó por una época de oscuras amistades, muy marginales y peligrosas… ¡Malos tiempos para nosotros!…
Habíamos tenido abierta la batalla por la compra de una moto, como sucede en la mayoría de los hogares conforme los hijos se van haciendo mayores y nuestra postura había sido tajante en ese terreno. No compraremos una moto, en primer lugar porque no la necesitaba para nada, en segundo lugar porque era un artilugio muy caro y él no iba a poder mantenerla: seguros, averías, mantenimiento, combustible…, demasiado para una economía tan precaria como la de Toni, y en tercer lugar porque conociendo a nuestro hijo, la moto iba a ser una fuente inagotable de problemas de todo tipo: huidas, desapariciones, riesgos más que evidentes. Bastantes inquietudes teníamos ya con Toni sin moto como para añadir ese aditamento nuevo a nuestra lista de conflictos y problemas… La cosa había quedado clara y ya no era objeto de discusión. Era un tema cerrado, aunque Toni, con su persistencia habitual, lo hacía presente cada vez que podía. Pues bien, en este momento se reabrió el tema con especial crudeza. Toni ya no solo insinuaba y planteaba… Exigía la moto y todos los días teníamos una acalorada discusión sobre el tema. Le repetimos una vez más lo que ya le habíamos manifestado hasta la saciedad: podría disponer de un vehículo cuando fuera independiente económicamente y pudiese financiarse él mismo la compra del mismo, el gasto de combustible y el mantenimiento. Nosotros no íbamos a cargar con un gasto más, gasto, por otra parte, que considerábamos innecesario y superfluo.
Una vez más su inigualable imaginación, su suicida capacidad de decisión y su empecinamiento le llevaron a conseguir el objetivo al margen de nosotros, costumbre que, a partir de ese momento iba a ser habitual en Toni.
Todos los días al salir del instituto al mediodía venía a buscarme a mi oficina, que estaba muy próxima, y nos íbamos a comer a casa en coche. De esta forma se ahorraba el viaje en autobús. Un buen día apareció como siempre, pero a la hora de subir al coche me dijo que él se iba en su moto. Lo tomé a broma y como un intento más de mantener abierto el tema, forma característica de la persistencia de Toni. Pero de repente observé que, efectivamente, se dirigía a una moto nueva que estaba allí aparcada, se subía a ella y la ponía en marcha… Pensé que se la había prestado algún amigo… Entonces, con toda naturalidad me contó la historia. Yo no salía de mi asombro e indignación, pero la realidad, más tozuda que mi incredulidad, se impuso y tuve que tragar lo que nunca me hubiera podido imaginar. Toni, ni corto ni perezoso, se dirigió a nuestra oficina bancaria habitual, con toda la naturalidad del mundo pidió un préstamo de 300.000 pesetas para comprarse una moto, sobre la marcha y sin más exigencias ni averiguaciones se lo concedieron allí mismo y al rato ya estaba corriendo por las calles de Zaragoza en una flamante moto nueva… Parece increíble pero es verdad. Así, tal cual lo cuento. Toda la garantía que aportó fue una información verbal de que, el día anterior, había conseguido un trabajo por horas en un bar. Eso era cierto pero ¿qué garantía suponía? Creo que llegó a pagar una mensualidad… El resto… los «paganos» de siempre.
Naturalmente tuve interés en conocer las razones por las que la entidad bancaria le había concedido un crédito a una persona tan insolvente como nuestro hijo y me entrevisté con la directora de la oficina. Mi planteamiento fue el siguiente: «Entiendo que esta entidad bancaria tiene su política comercial y trata a sus clientes, mayores de edad, como más oportuno entiende para satisfacer sus demandas y necesidades y ahí no tengo nada que decir. Pero me gustaría saber si es política habitual de la casa conceder a cualquier chaval de 18 años que lo solicita un crédito inmediato de 300.000 pesetas para comprarse una moto…». La directora, naturalmente, me contestó con un «no» rotundo y firme. «Entonces –contesté–, ahora si que tengo interés en conocer las razones por las que le han concedido un crédito a mi hijo con esas condiciones que acabo de describir…» La buena señora se puso muy nerviosa y me contestó que, naturalmente, porque nosotros éramos unos antiguos y solventes clientes de la oficina… Hasta ahí llegaron mi compostura y mis buenas maneras… Es decir, le habían concedido un crédito a nuestro hijo considerando, sin darnos información ni pedirnos opinión, que nosotros íbamos a salir fiadores de la operación. Fueron en ese momento conscientes del disparate que habían cometido, pero ya era muy tarde para echar las cosas para atrás… Se excusaron, nos pidieron mil veces perdón, pero Toni se había salido con la suya una vez más y tenía una moto que acabamos pagando nosotros.
No pasó mucho tiempo antes de que la maldita moto tuviera funesta presencia en nuestra vida. Una noche, a las cuatro de la madrugada sonó el teléfono en casa. Era la policía local para comunicarnos que nuestro hijo había tenido un grave accidente de moto y lo habían trasladado a urgencias. Trataron de tranquilizarnos con lo que se dice siempre: «No se preocupen que el muchacho está bien, etc., etc.», pero ya llevábamos el susto en el cuerpo. Saltamos de la cama y acudimos al hospital donde nos encontramos a Toni en unas condiciones deplorables. Rápidamente nos pudimos hacer una idea de lo que había sucedido, puesto que, aparte de todas las lesiones que se había producido, que se estaban analizando y evaluando en esos momentos, llevaba una considerable cantidad de alcohol en el cuerpo que, sin duda, había sido el detonante de accidente. Le ocurrió llegando ya a casa. Según dijo, un bache le descontroló la moto y cayó al suelo. Allí quedó tirado en la calzada durante cerca de una hora hasta que alguien pasó, lo vio y llamó a la policía. Tenía la pierna derecha destrozada: rotura de fémur, de rodilla, heridas, magulladuras generales, importante pérdida de sangre y algunas cosas más. Un desastre. Toni estaba muy asustado y cuando nos vio llegar rompió a llorar y comenzó a decirnos desde su estado de semiinconsciencia:
«Perdonadme, por favor, gracias por venir, os quiero mucho, no sabéis cuánto os quiero…», y nos abrazaba y cogía la mano. Aquella declaración de amor tan espontánea y directa nos sorprendió mucho porque no era habitual en él y tampoco el llanto. Estaba desproporcionadamente emocionado y sensible; aunque comprendíamos lo especial de la situación, no acabábamos de entender su insistencia.
Algo muy serio, que no sabíamos o no acabábamos de entender, había pasado por su cabeza y lo tenía en un estado especial de crisis emocional. Tratamos de tranquilizarlo diciéndole que allí íbamos a estar con él, que no se preocupase porque ya estaba en manos de los médicos y que se haría todo lo posible para una buena recuperación.
Se durmió plácidamente cogido de nuestra mano y nos dejó muy sorprendidos. Mientras tanto llegó el diagnóstico. La cosa era seria y tenía que pasar por quirófano lo antes posible. Allí evaluarían mejor las lesiones, pero debíamos de hacernos a la idea de una larga estancia hospitalaria… ¡Menudo problema! Nos preguntábamos cómo podría Toni aguantar en el hospital, inmovilizado por un largo tiempo. ¡Lo que nos esperaba! Y no nos equivocamos, pero no adelantemos acontecimientos. Toni despertó al rato más sereno, consciente pero muy dolorido. En ese momento tomó conciencia de lo que le había pasado y nos relató sus sensaciones. Lo más terrible, la hora larga que estuvo tendido en el suelo sin que nadie le atendiese, teniendo nuestra casa a la vista y sin poder hacer nada. Sentía que se moría y tuvo conciencia de que estaba perdiendo mucha sangre.
Nos comunicó que lo que más le dolía era no poderse despedir de nosotros… Nos imaginamos lo terrible que tuvo que ser aquello y los momentos tan angustiosos que vivió. Luego, cuando ya se vio en el hospital no hizo más que repetir que llamasen a sus padres, a lo cual le contestaron insistentemente que ya nos habían avisado. Nosotros acudimos inmediatamente, pero la espera se le debió hacer tan larga que, según nos relató, pasaron por su cabeza un montón de cosas, todas ellas terribles. Una vez más pudimos constatar la inseguridad que nuestros hijos adoptados tienen en cuanto se produce un acontecimiento especialmente significado. Toni nos contó que llegó a pensar que no iríamos al hospital. Seguramente nos habríamos enfadado tanto por el accidente que pensaríamos que ya estaba bien de disgustos y que en ese mismo momento le abandonaríamos… Por eso cuando nos vio aparecer se emocionó tanto, porque ya se había hecho a la idea de que no volvería a vernos. A mí me pareció muy dura esa confesión de inseguridad, cuando no tenía ninguna razón objetiva para pensar así, pero el fantasma del abandono les amenaza siempre, lo mismo que la culpabilidad. Eso fue realmente lo más difícil para nosotros. Constatar su sufrimiento innecesario a todas luces, pero presente como una amenaza inevitable. Curiosamente no pudo librarse de esa impresión en mucho tiempo, por lo que su estancia en el hospital, que se alargó más de un mes durante el que sufrió cinco operaciones quirúrgicas, fue especialmente complicada tanto para él como para nosotros. Cualquier ausencia nuestra que él juzgaba prolongada, bien por razones de trabajo o de descanso, le provocaba una ansiedad desmedida que asombraba a todo el personal sanitario. A su inmovilización, los fuertes dolores que sufría, los interminables pre y postoperatorios, añadía su terror a quedarse solo, bueno no solo, que no lo estuvo en ningún momento, sino sencillamente sin la presencia de uno de nosotros dos, que teníamos que hacer una guardia permanente, noches incluidas, porque no podía soportar nuestra ausencia aunque fuera por unos minutos. Además se agarraba físicamente a nosotros y no nos podíamos alejar de él ni un centímetro… Nos dimos cuenta de que era algo irracional, inexplicable y no atribuible a ninguna realidad. Eran sencillamente sus miedos, sus fantasmas y sus terrores que aparecían todos juntos de repente y le atormentaban de una manera especial. Tenía pánico a quedarse solo, en definitiva, a ser abandonado.
Tras una larga temporada de mucho ajetreo médico, con pruebas mil, entradas y salidas de quirófano, muchos dolores que con su temperamento llevaba muy mal, llegó el momento de salir del hospital… en silla de ruedas. Toni se había convertido en una chatarrería ambulante. Llevaba tornillos, alambres y piezas metálicas por toda la pierna. Le tuvieron que efectuar una reconstrucción total.
Aún hoy está pendiente de pasar por quirófano para extraerle las últimas piezas ajenas que tiene en la pierna afectada. Cuando le explicaron todo lo que le habían hecho se conmovió profundamente porque suponía el fin de su carrera deportiva. Jugaba al fútbol en un equipo federado que había ascendido sucesivamente en los últimos dos años de categoría y tenía expectativas e ilusiones en ese terreno.
Por otra parte era un consumado esquiador. Le aseguraron que podría volver a hacer deporte sin problemas, pero que iba a necesitar un largo período de dura rehabilitación, y eso sí, debía olvidar cualquier expectativa competitiva de alto nivel. Aquello supuso para él una terrible decepción porque era un excel...

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