La resiliencia en entornos socioeducativos
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La resiliencia en entornos socioeducativos

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La resiliencia en entornos socioeducativos

Descripción del libro

Ofrecemos tres buenas razones para leer este libro y para tenerlo como guía o como punto de referencia, al cual volver para dialogar con él. La primera razón viene dada por ser un término emergente. Por fin la resiliencia es un concepto del cual no solo hablan algunos expertos sino que ha llegado a la comunidad educativa, a los medios de comunicación y a la sociedad. Es un concepto, una metáfora de las posibilidades que hay que conocer y promover, tanto a nivel personal como comunitario: y más aún en momentos de crisis. La segunda razón es porque se trata un libro diferente al resto de la literatura existente sobre resiliencia. Aborda los elementos clave que dan sentido a la resiliencia y aquellos que la pueden promover. Ofrece una mirada plural, a través de personas que aportan su reflexión teórica, junto a su experiencia y buenas prácticas que han implementado con éxito para el desarrollo de la resiliencia en diferentes entornos socioeducativos. La tercera razón es porque todas sus páginas se han pensado para cada lector, para cada lectora. Van encaminadas y dirigidas a ellos y ellas, a su felicidad. Si el término resiliencia nos parece aún demasiado lejano, podemos pensar en nuestra felicidad, porque el camino de la resiliencia es un camino que conduce a ser feliz.

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Información

Año
2017
ISBN del libro electrónico
9788427722712
1/ LA RESILIENCIA HOLÍSTICA Y SU APLICACIÓN AL ENTORNO ESCOLAR
EL ORIGEN TERMINOLÓGICO DE RESILIENCIA
Cuando se escucha por primera vez la palabra resiliencia en castellano no suele tener muy buena acogida. Por su similitud fonética con otras palabras de este idioma puede resultar difícil de pronunciar y de recordar. Tal vez por este motivo las primeras publicaciones escritas en el territorio español la evitaban, hablando de «superación de adversidades» sin nombrarla. Incluso ha sido traducida del inglés como «resistencia»; término más amigable, pero incapaz de trasmitir la fuerza de un concepto rico y complejo que se aplica en general al enfrentamiento efectivo de la adversidad que da lugar a ganancias y mejoras.
En el marco latinoamericano, más acostumbrado a importar anglicismos, esta palabra se incorporó mucho antes que en España, lo que explica el adelanto en cuanto a número de investigaciones y programas centrados en torno a la resiliencia tanto personal como comunitaria.
Sin embargo, el término inglés de procedencia: resilience, no tiene una raíz sajona, sino que procede del latín resilio-resilire. Los diccionarios etimológicos ofrecen el significado de «botar, rebotar o saltar de nuevo», sin hacer referencia al contexto en que se usaba originalmente.
Aunque la palabra latina no sobrevivió al proceso de incorporación y adaptación al castellano, sí podemos hallar en el diccionario de la Real Academia Española de 1726 otras palabras como «botar», «resaltar» y «resurgir» que hacen referencia a resilire como etimología. En el análisis de las definiciones proporcionadas podemos encontrar claves sobre el significado más profundo del concepto original de resiliencia.
Así, por ejemplo, en la mencionada edición de la RAE encontramos la siguiente entrada para la palabra botar: «Botar la pelota, u otra cosa arrojada: Es surtir o levantarse en alto habiendo dado en tierra, por ser más poderosa la resistencia y virtud del paciente, que la actividad y fuerza del agente. Lat. Resilire».
En la primera parte de la definición existe de manera implícita una sorpresa: algo que se levanta pese a haber «dado en tierra». En la segunda parte, observamos la explicación del suceso en forma de juego de fuerzas en la que el paciente (el suelo) vence al agente (la pelota o cosa arrojada). Curiosamente, esta manera de ver y comprender la resiliencia forma parte de la base conceptual de diversas formulaciones teóricas, vigentes en la actualidad, en las que la resiliencia está ligada a procesos de superación de la adversidad que son vistos como extraordinarios, y en los que además se suele observar la presencia de fuerzas positivas que contrarrestan los factores negativos.
Otras concepciones sobre la resiliencia tienen que ver con la explicación científica acerca de la propiedad que permite que ciertos objetos reboten: la elasticidad. Se da la circunstancia de que la época en que se formula la ley de la elasticidad, la segunda mitad del s. XVII, es muy cercana al momento en que se introduce la palabra resilience en el idioma inglés. Por este motivo, la elasticidad pasa rápidamente a formar parte del significado de resiliencia; obviando el anacronismo que se produce ya que el término latino resilire describía un fenómeno observable, no una propiedad específica de ciertos objetos.
No obstante, esta concepción de resiliencia ligada a la elasticidad también ha dado sus frutos en planteamientos que relacionan la resiliencia con la capacidad de ser flexible y volver a un estado anterior positivo después de una disrupción (Flach, 1988).
A partir de planteamientos más o menos cercanos a estos significados originales se fueron desarrollando distintas maneras de abordar la investigación sobre resiliencia que, atendiendo al marco geográfico en el que surgen, pueden agruparse en torno a la escuela anglosajona, la escuela europea y la escuela latinoamericana.
LA INVESTIGACIÓN SOBRE RESILIENCIA
La escuela anglosajona
La escuela anglosajona se desarrolla principalmente en EEUU y Reino Unido donde es posible distinguir dos generaciones de investigación sobre resiliencia.
Las primeras investigaciones toman como foco la infancia en situaciones de riesgo. Uno de los estudios más conocidos que contribuyó ampliamente a la difusión del concepto de resiliencia es el realizado durante más de treinta años por Emmy Werner y Ruth Smith, con 698 niños y niñas expuestos a riesgos prenatales, perinatales y postnatales, nacidos en 1955 en la isla de Kauai (Werner y Smith, 1982).
Estas dos psicólogas encontraron entre la población estudiada, 201 niños y niñas que a la edad de dos años tenían un alto número de indicadores de riesgo biológicos y psicosociales, por tanto, cabía esperar que llegaran a manifestar trastornos del desarrollo y psicopatologías. A pesar de esto, 72 evolucionaron favorablemente sin intervención terapéutica y se hicieron jóvenes adultos competentes y bien integrados. A estos niños y niñas que, a priori, eran vulnerables, pero lograron superar las duras circunstancias de su infancia y vivir con plenitud, les llamaron «resilientes».
Las investigaciones de esta primera generación se centraron en identificar los factores de protección frente a los riesgos y señalaron características de la personalidad como la autoestima, la competencia, la empatía y el sentido del humor, junto con la presencia de apoyo por parte de algún adulto significativo. En su formulación teórica la resiliencia es vista como lo opuesto al riesgo, aunque investigadores como Beardslee (1989) y Garmezy (1991) la plantean también como la capacidad de recuperación ante un trauma.
En la segunda generación del marco anglosajón, el foco de estudio de la resiliencia se amplía a la adolescencia y la atención se centra en determinar de qué manera se consiguen los resultados resilientes, desarrollando una visión de la resiliencia como proceso. Sin embargo, existen claras divergencias entre investigadores que proponen que la resiliencia debe evaluarse siguiendo indicadores de adaptación o competencia social (Luthar, Cicchetti y Becker, 2000) y otros, como Rutter o Grotberg, que defienden criterios más flexibles y adaptados a la diversidad de los procesos resilientes (Grotberg, 1999; Rutter, 1999). Esta generación muestra especial atención a la búsqueda de aplicaciones prácticas en el campo de la promoción de la resiliencia.
La escuela europea
En la escuela europea se asienta la idea de la resiliencia como proceso de superación de la adversidad y, de manera específica, de los traumas. Esta perspectiva cobra fuerza de mano de Boris Cyrulnik para quien «la noción de resiliencia trata de comprender de qué manera un golpe puede ser asimilado, puede provocar efectos variables e incluso un rebote» (Cyrulnik 2001:40).
A diferencia de la escuela anglosajona, la persona tiene un papel más activo, no tanto como poseedora de características específicas, sino como sujeto de su propia historia, que teje dentro de su contexto social y cultural. El marco narrativo personal tiene gran importancia ya que a través del relato del trauma se favorece la acción terapéutica que lleva a la resiliencia. Además, la resiliencia es concebida como una fuerza presente en todas las personas que necesitan de los demás para nutrirse y manifestarse.
La escuela latinoamericana
La escuela latinoamericana continúa desarrollando los aspectos más prácticos de la resiliencia a través de modelos y programas que se centran principalmente en la resiliencia comunitaria. Este enfoque busca, ante todo, determinar las condiciones sociales, las relaciones grupales así como las manifestaciones culturales y valores comunitarios que están en la base del proceso resiliente colectivo. La resiliencia latinoamericana según autores como Melillo (2004) traspasa el ámbito de lo psicológico a lo social a través del compromiso activo con la justicia y el bienestar de la propia sociedad en su conjunto.
En la actualidad tanto las líneas de desarrollo teórico, como las propuestas de trabajo en torno a la resiliencia, no pueden enmarcarse dentro de escuelas determinadas. Las fronteras geográficas han quedado sobrepasadas gracias al rico intercambio que se realiza, principalmente, a través de internet. Las nuevas ideas y las prácticas basadas en distintos modelos son divulgadas y conocidas en cualquier rincón del planeta. Esto ha facilitado la creación de redes de colaboración y de equipos de investigación trasnacionales y multidisciplinares. Los rígidos parámetros que enmarcaban las teorías anteriores sobre resiliencia van cediendo y ahora se aplica a todos los grupos de edad y a las más diversas situaciones que conlleven la superación personal o grupal de adversidades.
Estas tendencias se concretan en propuestas innovadoras que buscan integrar distintas perspectivas teóricas y prácticas como la de Carol Kumpfer (1999). Así mismo, el modelo holístico de resiliencia aquí referido se integra en esta nueva corriente que ha sido denominada como tercera generación de investigación en resiliencia.
LA PERSPECTIVA HOLÍSTICA DE LA RESILIENCIA
La perspectiva holística de la resiliencia busca señalar y dar cabida a la diversidad y complejidad de los procesos de resiliencia. El carácter holístico de este modelo se concreta en dos aspectos fundamentales. Por un lado, en la afirmación de la universalidad de los procesos de resiliencia, presentes en todos y en todo (la palabra holismo proviene de la raíz holos, que en griego significa todo). Por otro, en el reconocimiento de que aún teniendo en cuenta la multiplicidad de factores que intervienen en distintos planos y entornos para conformar los procesos de resiliencia, ésta es siempre mucho más que la suma de sus partes. Este modelo holístico coincide, por tanto, con la visión original del holismo propuesta por Smuts (1926) en la que el todo es mayor que la suma de sus partes en constante evolución creativa.
El modelo holístico de resiliencia integra y engloba elementos de varias propuestas teóricas y de trabajo anteriores. Esta perspectiva incorpora la visión de la resiliencia como procesos dinámicos y diacrónicos, que se desarrollan dentro de marcos ecológicos. Además, toma en consideración la diversidad de los procesos y la importancia del marco narrativo. A partir de esta base común, se avanza hacia una propuesta innovadora sobre resiliencia en cuanto al marco conceptual, la metodología y la puesta en práctica.
Este modelo holístico requiere de una terminología que permita integrar la complejidad y el dinamismo de los procesos resilientes. En las primeras investigaciones los elementos clave de la resiliencia se denominaban factores de riesgo y factores de protección, lo que podría resultar apropiado dado el modelo médico que se aplicaba a la investigación social y al hecho de que estas investigaciones se focalizaban en torno a la infancia en diversas situaciones de riesgo. Sin embargo, a medida que ampliamos el marco de estudio a otros grupos de edad y a situaciones de adversidad muy diversas, este modelo conceptual resulta inadecuado. En este sentido Grotberg (1999:5) propone el uso del término factores de resiliencia en vez de factores de protección.
El modelo holístico incorpora esta propuesta ya que aporta una mayor flexibilidad y claridad en el análisis de los procesos de resiliencia. No obstante, la concepción de la resiliencia en base al binomio riesgo/resiliencia resulta inadecuada desde esta perspectiva, ya que el uso del término factores de riesgo también parte del mismo símil médico que se desea abandonar. Además el factor de riesgo, por su propia definición, tiene una naturaleza proyectiva que obedece a la necesidad de adelantar lo que puede ir mal y, por lo tanto, se asocia a los modelos de prevención.
Teniendo en cuenta que actualmente la resiliencia se emplea como constructo base en modelos destinados a la promoción y mejora de personas, grupos y comunidades, como es el caso de este modelo holístico, el uso de factores de riesgo como oposición a los factores de resiliencia presenta una clara disonancia.
Otro aspecto por el que resulta inadecuado el uso del término factores de riesgo, tal y como señala Ungar (2004), se deriva de la arbitrariedad con la que se suele determinar que algo constituye un factor de riesgo, sin considerar el contexto, el marco cultural y la sensibilidad especial que la persona concreta tenga hacia este elemento.
Asimismo, los factores de riesgo son tomados, comúnmente, como valores negativos absolutos. Sin embargo, según Rutter (1987) existen un tipo de riesgos denominado challenge factors (factores de desafío) que, lejos de suponer una adversidad, representan un riesgo manejable por el individuo que puede movilizar estrategias y recursos personales y/o sociales para salir de ella. Esta observación contradice nuevamente la oposición de riesgo y resiliencia.
Ante esto, el modelo holístico de resiliencia propone un nuevo constructo: la no resiliencia, que estaría formada por todo lo que inhibe, ralentiza o detiene el flujo natural de la resiliencia. Mediante este término se supera el carácter proyectivo y la posible arbitrariedad de los factores de riesgo, ya que los factores de no resiliencia responden a unos criterios observables dentro de una narrativa personal y se determinan a partir de los efectos que han tenido, o tienen, en cuanto a ralentizar u obstaculizar el proceso de superación de la adversidad. Además, los factores de no resiliencia son sensibles a la persona y a los marcos socioculturales específicos.
Para entender mejor la relación entre factores de resiliencia y de no resiliencia se puede utilizar la metáfora de un río. Los factores de resiliencia constituirían el caudal del río en forma de diversos riachuelos que alimentan la corriente. De esta manera, cuantos más factores de resiliencia estuvieran presentes, más caudal tendría ese río. A su vez, los factores de no resiliencia serían los obstáculos que se interponen al curso del río. Frente a unos factores de no resiliencia importantes o numerosos, unos factores de resiliencia escasos o débiles no son capaces de conseguir que el proceso de resiliencia continúe su avance, como sucedería en un río de escaso caudal frente a obstáculos importantes que ralenticen o interrumpan su curso.
La no resiliencia constituye un constructo complementario al de resiliencia y por eso permite la misma versatilidad en sus aplicaciones. De esta manera, podemos hablar de factores de no resiliencia, actitudes de no resiliencia, comportamientos de no resiliencia, estrategias de no resiliencia y resultados no resilientes. Sin embargo, es importante tener en cuenta que la no resiliencia y la resiliencia no son términos absolutos. Es más, en la no resiliencia está la semilla de la resiliencia porque al ir superando los distintos factores adversos se van adquiriendo habilidades y aprendizajes que nos sirven de base para nuevos impulsos resilientes.
Para comprender esta dinámica de los procesos resilientes se puede usar otro modelo: la espiral logarítmica (ver Figura 1.1). Esta espiral describe un movimiento que se va ampliando y que toma como medida para avanzar lo ya recorrido anteriormente. En este sentido, es similar a lo que ocurre en los procesos de resiliencia que tienen más dificultades iniciales, pero que a medida que progresan se hacen más fluidos.
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Figura 1.1. Espiral logarítmica.
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Figura 1.2. Espirales logarítmicas en la naturaleza.
Por otro lado, esta espiral logarítmica sirve para ilustrar la noción de modelo holístico ya que es una estructura que se da de manera natural en un gran número de ámbitos, desde animales o vegetales hasta galaxias lejanas y fenómenos atmosféricos, como muestra la Figura 1.2.
Además, la espiral logarítmica o espiral áurea ha sido fuente de inspiración a lo largo de la historia y ha dado lugar a aplicaciones en campos tan diversos como el arte, las matemáticas, la arquitectura, la filosofía e incluso la economía. En este sentido también existe un paralelismo con la resiliencia, cada vez más abierta a su estudio desd...

Índice

  1. Cubierta
  2. Título
  3. Índice
  4. INTRODUCCIÓN: VOCABULARIOS DE ESPERANZA. LA GENERACIÓN DE POSIBILIDADES
  5. 1/ LA RESILIENCIA HOLÍSTICA Y SU APLICACIÓN AL ENTORNO ESCOLAR
  6. 2/ LA CREACIÓN DE SENTIDO Y LA RESILIENCIA
  7. 3/ EL HUMOR Y LA RESILIENCIA
  8. 4/ PERDÓN Y RESILIENCIA
  9. 5/ AL FILO DE LO POSIBLE
  10. 6/ UNIVERSIDAD Y RESILIENCIA. METAMORFOSIS DEL POTENCIAL HUMANO
  11. 7/ VI(VI)ENDO LA RESILIENCIA
  12. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Y WEBGRAFÍA
  13. AUTORES
  14. Página de créditos