Pero yo vivo solamente de los intersticios
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Pero yo vivo solamente de los intersticios

  1. 256 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Pero yo vivo solamente de los intersticios

Descripción del libro

"En la primavera de 1986, el introvertido Peter Handke accedió a conversar durante cuatro días sin tregua con el teórico Herbert Gamper sobre su trayectoria literaria. Sin ningún guion, Handke se entregó a la obstinada y lúcida interrogación de su interlocutor, quien exploró, con él, todas las incertezas y los abismos de la escritura. El resultado fue el presente diálogo, transcrito con suma fidelidad, para brindar al lector la espontaneidad, el ritmo y el brillo de un pensamiento vivo.

Galardonado con el premio Nobel en Literatura 2019, Peter Handke ensaya en estas vibrantes páginas algo así como una poética de su escritura y nos descubre los entresijos de sus criterios estéticos. En esta aventura, el vértigo de la página en blanco y el absurdo de la existencia constituyen ya no un límite, sino un modo de alentar el deseo del lector y despertar el artista que alberga. Compartida, como el pensamiento de esta entrevista, es la sustancia inmaterial del taller del escritor, toda la potencia de la escritura.


"Su franqueza y radicalidad supera todo lo visto hasta ahora."
Christoph Kuhn, Tages-Anzeige"

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Información

Año
2020
ISBN de la versión impresa
9788418193194
Miércoles, 9 de abril de 1986
La mañana del 9 de abril de 1986 —era un día de viento cálido del sur, más caluroso de lo habitual— me encontré con Peter Handke delante de la casa que habitaba en el Monchsberg. Me llevó antes que nada a la almena de la torre, desde donde se divisa la parte sur de Salzburgo, allá abajo en la llanura y la montaña, el macizo de Untersberg y el Staufen. Le pregunté por el Bosque de Morzg, cuyo extremo sur era visible, y por la comarca donde habitó Loser, el de El chino del dolor. Él me preguntó si estos escenarios me interesaban y a ello se refirió luego mi primera pregunta cuando estuvimos sentados junto a la mesita, emplazada delante del pozo de agua con su roldana, en medio de la sombra de los árboles y yo había efectuado ya el inevitable movimiento de conectar el grabador para que el juego pudiera comenzar. Lamentamos ambos que las voces de los pinzones y de los paros no pudieran ser trasladadas al papel; un poco risueñamente se me ocurrió luego, una y otra vez en el curso de la conversación, introducir alguna pregunta en el concierto. Le relaté una visita muchos años antes a Thomas Bernhard, que él me llevó sin ser preguntado al despacho del abogado Moro (en Ungenach) en Gmunden y me mostró un par de árboles atacados por unos escarabajos de la corteza, que estaban situados en el linde de una de sus fincas, a los que había transformado en su fantasía en el bosque del General en Die Jagdgesellschaft (La partida de caza). ¿No le daba él, Handke, también un gran valor al escenario?
HANDKE: Sí, también son importantes para mí los escenarios. Pero pienso, cuando remito al otro al lugar, que se sentirá más bien confundido y quizá lo considere una presunción. Yo siempre tengo conciencia cuando paso. Luego pienso, por ejemplo, en el lugar donde se produjo la pedrada, siempre pienso en él. (El chino del dolor).
GAMPER: ¿Está más adelante, en la hondonada?
H.: Sí. También está allí una cruz esvástica disimulada, se la puede ver todavía, donde yo mismo compré un spray color gris piedra y la rocié para cubrirla. Siempre pienso en ella al pasar, o casi siempre. Somera o expresamente.
G.: Esta mañana yo vi también una cruz blanca, una cruz normal, en un haya, más adelante.
H.: ¡Ah! Hay muchos árboles aquí, pero hay... no sé bien qué clase de personas son: tal vez se sientan próximos al Movimiento Greenpeace y no lo entienden bien, y por eso pintan con spray cruces blancas en cualquier árbol, tanto si está sano como si está enfermo. Me parece bastante lamentable que se desfigure la naturaleza mediante signos, sin contemplarla siquiera una vez, sólo porque se piense que todo está muriéndose, sin asegurarse de ello en lo más mínimo. ¿Lo vio usted? Casi cada árbol tiene una cruz blanca de ésas.
G.: Solamente vi uno.
H.: Allá abajo junto al Salzach, los plátanos y los castaños y aquí arriba cualquier árbol sin discriminación. Una vez, un par de individuos se procuraron una noche de aventuras, pasaron del otro lado de la montaña con el tubo de spray, y creyeron que hacían una buena obra. Y todas las personas que no lo examinan con suficiente atención piensan que estos árboles están condenados a muerte, o que están muriéndose. Aquellos hicieron simplemente una cruz. A mí me han preguntado con frecuencia: ¿cómo? ¿También este árbol se está muriendo? Muchas veces no se miran acertadamente las cosas, sino que la gente ve solamente los signos y piensa: ¡Ajá!, éste también tiene que ser talado. Han pasado ya unos dos años y esas cruces de spray se decoloran paulatinamente con la lluvia, con lo cual ya no se las ve así.
G.: ¿Y el árbol sobrevivirá?
H.: Bueno, eso no lo sé. No estaban enfermos. Quizá lo estaba éste o aquél, pero en el ínterin se han cortado árboles en la Alameda Hellbrunn que estaban sólo ligeramente enfermos, y cuando los habían cortado, árboles muy viejos, árboles centenarios, se advirtió que hubieran podido salvarse muy fácilmente. Allí se ven por todas partes cepas de árbol y por los anillos de la madera se ve que estaban en buen estado. Es una histeria muy extraña.
G.: ¿Se los cortó por un par de síntomas externos de enfermedad?
H.: Sí, efectivamente. Nadie se ha cerciorado de cómo está el interior de un árbol. Es una lástima, son árboles de doscientos, trescientos años, que seguramente hubieran vivido aun cien, doscientos años más.
G.: Y la cruz esvástica, ¿existió realmente?
H.: Muchas. Las hay en todo el Monchsberg, puedo mostrarle todos los lugares donde todavía hay cruces esvásticas. Un par de ellas, como dije, las recubrí yo con spray, pero no queda muy bien, porque la pintura es difícil de borrar de la piedra. Una vez que lo estaba haciendo —allí van a pasear todo el día muchas personas—, se enojaron, como era de esperar: «usted no debería meterse en cosas que no le conciernen». Renegaron verdaderamente porque las cruces esvásticas habían desaparecido. Para mí era insoportable ver eso, pasar cada día por allí y tener que verlo. Pensé: ¿por qué no lo hace nadie de la municipalidad, de la administración? Entonces lo hice yo mismo.
G.: ¿Aquellas personas no advirtieron que usted no estaba simplemente rociando las rocas con spray, sino que borraba cruces esvásticas?
H.: No vieron nada de lo que yo hacía. Sólo vieron a alguien que rociaba spray sobre las piedras, las cruces esvásticas ni las ven.
G.: ¿Usted no les explicó?
H.: ¡No! Me enfurezco enseguida tanto que no puedo explicar nada.
G.: ¿Y nunca vio a nadie pintando con spray allá arriba, in fraganti?
H.: Me gustaría mucho. Una vez vi una cruz esvástica que todavía estaba fresca, la pintura se pegaba todavía a los dedos al tocarla y entonces... me apuré a borrarla. Pero no había nadie. (Ríe).
G.: ¿Qué hubiera hecho?
H.: Bueno, yo hubiera... lo sé. De alguna manera hubiera... ¿qué se dice en el tribunal cuando uno quiere disculparse?... Les hubiera pedido explicaciones, dicho eufemísticamente. En ese momento era capaz de cualquier cosa. Podría mostrarle muchos lugares que, por decirlo así —como usted decía de Thomas Bernhard— existen y son aquellos lugares. Pero uno siente mucha timidez porque piensa: un libro es un libro y un lugar es un lugar. En el libro, los lugares siempre son para el lector algo distinto y además más amplios y además más fructíferos que cuando uno lo lleva allí y dice, como en una peregrinación o en un recorrido turístico, ése es el árbol o... Yo siento timidez. Cada cual tiene, en sí, cuando ha leído algo, la imagen y luego se deleita con la imagen. La ocasión es luego siempre decepcionante y hasta fastidiosa. O lo encuentra él mismo, el lector se pone sobre el rastro y lo sigue. Pero cuando el autor en persona, o algún epígono del autor, lo conduce allí, como un guía extranjero... creo que eso no va.
G.: Sin embargo, el lugar es más importante en usted que en Thomas Bernhard.
H.: Sí, yo soy un escritor de lugares y siempre lo fui. Para mí son los lugares, más aún, los espacios, las delimitaciones los que suscitan las vivencias. Mi punto de partida no es nunca una historia o un hecho, un acontecimiento, un lugar. Me gustaría no describir el lugar, sino relatarlo. Ése es mi gran placer. Puede ser solamente un río, o la nieve que cae en un jardín determinado o en un árbol determinado junto al que paso o en una determinada corteza, y eso me da inmediatamente el deseo de comenzar. Ahora digo «comenzar» en vez de «escribir». Y que luego esos relatos, en los cuales no hay nada, concluyan de vez en cuando en acontecimientos, es algo que lamentablemente es imposible evitar. Me gustaría más que no estuvieran: que no hubiera una pedrada en la historia del chino.
G.: También a mí me gustaría el libro sin ella.
H.: Usted encuentra en mí un oído abierto, señor Gamper. Pero allí es ineludible. Escribí Lento regreso, creí que escribía solamente el río y el cielo y la tierra. Entonces viene el conflicto por sí mismo; el conflicto y, por consiguiente, también la historia, le sobreviene a usted en el medio. Adalbert Stifter es quizás el único que ha logrado a medias, sin intriga, sin conflicto, sin nudos... narrar una historia natural con Nachsommer. Quizá cuando uno es viejo o... no lo sé... cuando uno es más viejo. Pero después de la historia de este siglo es enormemente rápido: uno tiene siempre el deseo de hacerlo, de escribir una larga historia sin acontecimiento, pero el paisaje se le escapa a usted entre las manos cuando quiere narrar el paisaje sin conflicto. Así, lo que en Lento regreso yo denominé «prohibición del paisaje», termina concretándose como drama. Usted quiere solamente el yo, el yo que percibe, que obse...

Índice

  1. Introducción
  2. Miércoles, 9 de abril de 1986
  3. Tarde del 9 de abril de 1986
  4. Jueves, 10 de abril de 1986
  5. Viernes, 11 de abril de 1986
  6. Tarde del 11 de abril de 1986
  7. Sábado, 12 de abril de 1986