La democracia en la neblina
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La democracia en la neblina

  1. 120 páginas
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La democracia en la neblina

Descripción del libro

La democracia parece estar atravesando por una espesa neblina. El sistema político más prestigioso desde el fin de la Segunda Guerra Mundial -reforzado aún más después de la caída del muro de Berlín- ha pasado a ser cuestionado por unos y otros. Hay quienes la rechazan abiertamente como sistema de gobierno, o piensan que sus resultados son pobres, que está aplastada por los poderes económicos, que las élites políticas no representan a la ciudadanía y se han convertido en una casta endógena que protege sus propios intereses y privilegios. Prácticamente está bajo sospecha en todas partes y desde las nuevas tecnologías comunicacionales se cuestiona persistentemente el funcionamiento de las instituciones, ampliando defectos y subestimando virtudes. Tiempo nublado para el ethos democrático que nos interpela con alarmantes preguntas: ¿estamos llegando al final de la democracia representativa? ¿La era de la información, lejos de expandir la democracia, produce pulsiones autoritarias? ¿Las nuevas generaciones prefieren otras opciones o no tienen ninguna? ¿Se perdió la memoria de las monstruosidades totalitarias y ya no provocan horror? ¿Preferimos renunciar a la gestión de la polis con tal de ver nuestros deseos individuales complacidos? Con gran lucidez y documentada información el autor nos acompaña en el recorrido de las interrogantes, guiados por la perspectiva del vertiginoso desarrollo científico y tecnológico, el cambio climático y pandemias amenazantes que recalcan el poder y la fragilidad de la humanidad. Una serena reflexión por la historia, el presente y el futuro de la democracia. Y sus dilemas, que ineludiblemente culminan en la certeza de hacer los cambios necesarios para no poner en peligro su subsistencia.

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Información

Año
2020
ISBN del libro electrónico
9789563248098

Parte I
Una larga travesía


1. El nacimiento de la idea democrática

La democracia que conocemos actualmente es la democracia moderna. Ella dio sus primeros pasos hacia fines del siglo XVIII y tuvo como acontecimientos fundacionales la reforma inglesa, la Revolución francesa y el proceso de independencia de Estados Unidos, y se gestó teniendo como hábitat político el Estado-nación moderno y como base económica la Revolución industrial y el surgimiento del modo de producción capitalista.
Su gestación histórica fue larga y nada fácil, y se realizó a través de muchas sedimentaciones. Supuso el tránsito del súbdito al ciudadano, del poder absoluto al poder relativo, de la intolerancia y el aplastamiento de quienes pensaban distinto a una convivencia e incluso reconocimiento de las diferencias, de la pluralidad al pluralismo, de la noción de enemigo a la noción de adversario, de la igualdad de derechos civiles y políticos por sobre castas y estamentos. Recorrió en estos procesos un largo camino, cuyos primeros brotes comienzan en el siglo XVI, en la alta modernidad hasta la baja modernidad actual, siguiendo las categorías que propone Alain Touraine1 .
Así transcurrió paso a paso el asentamiento de la idea democrática. Este transcurso fue todo menos el fluir de un largo río tranquilo y bucólico.
Su camino se realizó a través de turbulencias, guerras, masacres, expansiones coloniales, crisis, revoluciones y contrarrevoluciones hasta lograr consolidarse en algunos países de Occidente y convertirse en un régimen durable y lentamente más inclusivo.
Pero si bien esta democracia moderna es una realidad históricamente reciente, tiene en su nombre y su origen una referencia fundamental en el mundo antiguo, en el Occidente un tanto excéntrico que fue la Grecia Antigua de la cual surge en primer lugar la etimología del término demos, que significa pueblo, y kratos, que significa poder, vale decir, “poder del pueblo”. A partir de ese concepto se nos abre un vastísimo campo de interpretaciones y diversas formas de entender cómo ese poder se pone en acción.
Hablamos de la Grecia del siglo V y IV a. C. y de la democracia antigua, que si bien comparte nombre con la democracia moderna y se inspiran en un mismo principio de legitimidad basado en que las decisiones son tomadas por los ciudadanos, en el resto son muy diferentes.
La democracia antigua tiene una existencia comunitaria, reúne a un número relativamente pequeño de gente y se ejerce de manera directa. La polis griega era habitada por alrededor de 35 000 habitantes y quienes tenían derecho a tomar decisiones eran entre dos mil y cinco mil personas, todos de sexo masculino, nacidos en la ciudad y que no realizaran trabajo manual ni de servidumbre, cosa que le correspondía a los esclavos, quienes estaban excluidos del proceso de toma de decisiones al igual que las mujeres y los metecos (extranjeros).
Algunas decisiones eran tomadas de manera restringida por la Asamblea, que contaba de quinientas personas, y existían además diversos magistrados con capacidad decisional.
Bajo la influencia de Pericles (495 a. C. - 429 a. C.) la polis ateniense vivió su siglo de oro, siendo elegido muchas veces como estratega por la Asamblea, y lo hizo muy bien acompañado de Aspasia de Mileto (470 a. C. - 400 a. C.), una mujer estupenda e inteligente cuya autonomía de pensamiento le valió muchas críticas de sus enemigos, algunas bastante procaces. Ambos convirtieron a Atenas en una cuna de las artes y la filosofía.
Pericles fue una víctima ilustre de la peste que asoló Atenas en tiempos de la guerra del Peloponeso. Plutarco nos relata que resistió varias semanas la infección y continuó entregando lúcidamente sus consejos, pero finalmente sucumbió. Un manto de orfandad cubrió la ciudad.
Los tres grandes filósofos clásicos, Sócrates (470 a. C. - 399 a. C.), Platón (427 a. C. - 347 a. C.) y Aristóteles (384 a. C. - 322 a. C.), hijos del siglo de oro, dedicaron gran atención a la política, sin embargo tanto Platón en La República como Aristóteles en Política y Ética a Nicómaco tienen una visión crítica del concepto de democracia. Platón la emparentaba con la demagogia y Aristóteles con los intereses de parte de los más numerosos o los más pobres.
Claro, sus reflexiones tenían que ver también con el hecho de que sus vidas transcurrieron durante el período del crepúsculo del siglo de oro en el cual las formas de gobierno imperantes en Atenas comenzaron su decadencia.
El tamaño exiguo de las polis explica tanto el florecimiento como el fin de la democracia antigua, pues la extensión territorial comienza a propiciar otras formas de gobierno.
El concepto de democracia decayó por siglos, prácticamente hasta el siglo XIX, para comenzar a legitimarse esta vez en espacios de grandes números2 .
Durante el largo período que el concepto de democracia necesitó para redorar sus blasones, fue el concepto de “república”, del latín res publica (cosa de todos), el que más se aproximó a la idea democrática, las más de las veces adquiriendo formas aristocráticas u oligárquicas y las menos con una presencia plebeya.
Será el concepto republicano el que usarán los revolucionarios franceses significando algo más que la ausencia de monarquía, y también la usarán Kant y los padres fundadores de Estados Unidos.
Roma, antes de generar la estructura netamente imperial, adoptará una organización republicana de la cual sobrevivirán varias instituciones hasta avanzada su decadencia.
Repúblicas es el término que recibirán, primero en el Medioevo y después en el Renacimiento, las ciudades-Estado que logran gobernarse de manera autónoma, principalmente en Italia, en los entresijos de la alianza entre la espada y la cruz que caracterizó al feudalismo.
“Principados o repúblicas” dirá Maquiavelo; mucho más tarde, Kant dirá “República o despotismo”3.

2. La autonomía de la política

Será Nicolás Maquiavelo (1469 - 1527), ilustre florentino procedente de familia noble y culta pero empobrecida, quien retomará la reflexión autónoma de la política reclamando su particularidad, aunque no desligándola de la reflexión ética de los antiguos.
Su frase “el fin justifica los medios”, que simplifica su pensamiento, le ha procurado a través de los siglos muy mala prensa.
Varios siglos después, Albert Camus le enmendaría la plana de manera magnífica con su frase “en la política son los medios los que justifican el fin”. En todo caso, Maquiavelo no puede resumirse a esa frase. Maquiavelo no es solo un gran pensador, tampoco es enteramente maquiavélico. Es un pensador de la humana fragilidad presente en la política y preocupado de impulsar la sensatez en el gobierno de los hombres. Considera la producción de la historia como la combinación de dos elementos: “la fortuna y la virtud”4.
La fortuna es lo que mucho más tarde podríamos llamar con Marx “las condiciones objetivas”, y más tarde aun, con Max Weber, “la cruda realidad política”, vale decir, las condiciones reales que tiene el gobernante ante sí.
La virtud será la capacidad del gobernante para lidiar de la mejor manera posible con esa realidad, la capacidad de los revolucionarios para impulsar la revolución, nos dirá Marx, “la ética de las convicciones” combinada necesariamente con la “ética de la responsabilidad” del gobernante, nos señalaría Weber.
Cuando ese delicado equilibrio viene a menos, para Maquiavelo una sociedad va derecho al abismo; si se pierde el sentido de la realidad y los deseos del príncipe se convierten en puro voluntarismo solo la desgracia estará en el horizonte.
Cuando no hay un deseo, un proyecto del gobernante, el poder tampoco tendrá buen uso y se volverá un vacío sin futuro. Si no existe ese balance, caminos que pueden parecer virtuosos en sus intenciones pueden conducir a la catástrofe.
Se trata sin dudas de una hipótesis prudencial a partir de una visión antropológica más bien pesimista.
Esta línea de reflexión está también presente en la Utopía de Tomás Moro (1478 - 1535)5, el pensador y político inglés que terminó decapitado por su jefe el rey Enrique VIII, glotón y enamoradizo, quien lo condenó a muerte por no acompañarlo en su divorcio y posterior cisma religioso.
En Utopía describe una república inexistente con formas de gobierno igualitarias y tolerantes, donde se buscan soluciones sensatas a los problemas del diario vivir.
Étienne de La Boétie (1530 - 1563), brillante escritor francés, amigo de Montaigne, murió —el pobre— de peste a los treinta y dos años, pero antes escribió una obra muy importante, el célebre Discurso sobre la servidumbre voluntaria6, en el cual plantea la servidumbre voluntaria al soberano como contrato voluntario para preservar la libertad de cada cual.
Pero la reflexión sobre la política a partir de la observación de las sociedades concretas y su mejor funcionamiento llega a un punto decisivo con Thomas Hobbes (1588 - 1679), quien en 1651 escribe el Leviatán7, cuyo título, como todas las publicaciones de la época, tenía largos subtítulos y melosas dedicatorias a los benefactores de los autores. En este caso rezaba así: “Tratado de la materia, de la forma y del poder de la república eclesiástica y civil”.
La idea del contrato social como base de organización del gobierno, ya presente en La Boétie, alcanza una nueva dimensión. La necesidad del pacto político parte también de una antropología pesimista.
Al revés de la visión posterior de Rousseau, donde el Estado natural prepolítico genera el “buen salvaje” y el contrato social debe refrendar ese espíritu, Hobbes considera que el estado natural significa la guerra de todos contra todos, “el hombre como lobo del hombre”; lo que prima es la rivalidad, la desconfianza y la tendencia a adquirir poder.
Por ello, sabiendo la fragilidad de la libertad y la pasión del miedo a la muerte, plantea un orden político que se enmarca en un principio de delegación al Leviatán, metáfora del mítico monstruo poderoso que permite resguardarse del caos, “caos o Leviatán” dirá nuestro buen Hobbes. Además de la idea de contrato social, aparece en él la idea de representación política que más tarde desarrollará John Locke.
Hobbes, a quien debemos una magnífica descripción de la vida de su tiempo “la vida del hombre es solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta”, tuvo sin embargo una vida larga y bastante mejor que la de los otros iniciadores del pensamiento político moderno. Hubo de adaptarse, sin embargo, a variados protectores, huir y regresar a Inglaterra, y fue acusado de ateo, acusación que en ese tiempo no era un chiste, aunque todo indica que en verdad rondó el descreimiento. Murió tranquilo, ya anciano y muy reconocido.
Le fue bastante mejor que al pobre Tomás Moro y a de La Boétie: el primero por ser hombre de convicciones y tener un jefe algo psicópata, el segundo por mala suerte, la que era común en esos tiempos, aunque nunca terminó de ser un peligro al acecho. Hoy, en plena era de la información, el coronavirus ha puesto al hombre moderno a temblar como un campesino medieval y a su ego en cuarentena.
Maquiavelo tuvo momentos de dulce y muchos de agrás. Fue reconocido, pero desarrollando su quehacer en un mundo cortesano de intrigas conoció el exilio y el aislamiento. Era un hombre de espíritu y humor que escribió una pieza divertida e irreverente, La mandrágora (aquella que dirigió Víctor Jara en Chile siendo muy joven, en los años sesenta), murió bastante solitario y al final señaló a unos amigos que prefería pasar esta vida en compañía del pensamiento de los antiguos clásicos griegos y romanos y la otra también, aunque ello significara estar fuera del paraíso, que se le antojaba algo aburrido con tanto santo. Le apetecía la compañía entretenida de sus maestros de la Antigüedad aunque fuera, con suerte, en el limbo.

3. Camino a la tolerancia

Junto a quienes abrieron la reflexión sobre la autonomía de la política —relativa, por cierto— hubo quienes abrieron el camino de la reflexión sobre la tolerancia. Ambos aspectos serán fundamentales para el surgimiento posterior de la democracia moderna.
Entre los filósofos más destacados en esta construcción están René Descartes (1596 - 1650), Michel de Montaigne (1533 - 1592) Erasmo de Róterdam (1466 - 1536), Giovanni Picco della Mirandola (1463 - 1494) y Baruch Spinoza (1632 - 1677), quienes fueron pavimentando un pensamiento que desde distintos ángulos comienza a comprender y defender la legitimidad del disenso, el valor de la diversidad, la virtud de la reflexividad y el debate. Señalan que el poder no requiere solamente de la fuerza y el aplastamiento de aquel que difiere, que se puede convivir con individuos de religiones e ideas diversas, incluso sacando provecho de ello para un mejor gobierno.
Las guerras de religiones en Europa entre los siglos XVI y XVIII dieron lugar a múltiples enfrentamientos entre países y al interior de ellos. En la llamada Guerra de los Treinta Años tomaron parte casi todos los reinos y principados. El fanatismo religioso fue desintegrándose en la medida que los muertos comenzaron a contarse por decenas de miles, las hambrunas eran recurrentes, los ejércitos se diezmaban y los gobernantes caían en bancarrota junto a sus países.
Fueron tiempos inhóspitos de crueldades y matanzas que no hicieron excepciones. “En septiembre de 1572, el papa Pío V celebró en la iglesia de San Luis rey de los franceses, en Roma, acompañado por 33 cardenales, una misa de acción de gracias por la masacre de San Bartolomé ocurrida en París el mes anterior cuando 15 000 hugonotes o protestantes franceses fueron asesinados por grupos católicos”8 . Claro, es necesario agregar que tampoco Lutero, Calvino y sus seguidores tenían excesos de ternura con sus contradictores.
Para ellos también el asesinato era mucho más excusable que la herejía.
Théodore de Bèze, sucesor de Calvino, dice: “Libertas conscientae diabolicum dogma” (La libertad de conciencia es una doctrina diabólica), muchos herejes “partidarios de la libre conciencia” son castigados con la muerte por su tendencia a la tolerancia9 .
La paz de Westfalia surge por fin como una respuesta sensata que no solo diseña un nuevo mapa de Europa, sino que significa un paso gigantesco para la secularización de la política. Fue en buena parte un triunfo de los filósofos de la tolerancia.
Ellos tuvieron recorridos de vida muy distintos. Spinoza fue marginado a causa de su autonomía intelectual por la comunidad judía de Ámsterdam, y aislado debe pulir lentes para sobrevivir. Erasmo siempre fue “quitado de bulla”, su rechazo a los extremos y las condenas lo deja con pocos amigos por los conflictos con la Reforma protestante, y muere en completa soledad.
Descartes, al contrario, es un viajero impenitente reconocido por las cortes; de tanto dar vueltas termina muerto de frío en la Suecia de la Reina Cristina, y cuando digo “muerto de frío” no es una metáfora, sino que una realidad: falleció por neumonía. Sin embargo, en 1980, en la Universidad de Leiden, se encontró una carta diciendo que alguien había ayudado a la neumonía con una dosis de arsénico.
El inclasificable Montaigne, padre del ensayo, quien gusta de escribir encerrado en la torre de su castillo, escéptico ante casi todo, es gozador de la vida y estoico a la vez. Su talante rechaza lo categórico, las verdades absolutas y las reglas a seguir; su preocupación es el buen vivir, vivir sin miedo a la inevitable muerte, comprensivo de las diferencias y enamorado de los clásicos antiguos. Respetado por los reyes, rechazaba ser cortesano, incluso de un grande como Enrique IV, pero no era indiferente a influir en los acontecimientos políticos buscando compromisos y soluciones negociadas.
Renacentista de la primera hora y erudito, Picco della Mirandola centró su reflexión en el humanismo, la libertad de conciencia y la dignidad humana. Su obra Las conclusiones no le gustó al papa Inocencio VII y debió refugiarse en la Florencia de los Medicis, donde, bajo la influencia de Savonarola, se hizo dominico. Pero su vida religiosa duró muy poco: lo envenenó su secretario cuando tenía treinta y un años.
La verdad es que en la Italia del Renacimiento el envenenamiento era bastante banal, circulaba sin salvoconducto entre príncipes y cardenales.
Los filósofos de la tolerancia dieron pasos importantes para crear las condiciones de la futura democracia, abriendo el camino para quienes comenzaron a darle forma a la idea.

4. Los precursores

Los precursores de la democracia pueblan el llamado Siglo de las Luces. Ellos preceden o acompañan los grandes procesos políticos del siglo XVIII y a la vez el salto que se produce en las ciencias, la tecnología y la medicina, que generará un cambio exponencial en el crecimiento demográfico y, d...

Índice

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Índice
  4. Introducción
  5. Parte I Una larga travesía
  6. Parte II Democracia a la vista
  7. Parte III La democracia en la globalización
  8. Parte IV La democracia a mal traer
  9. Conclusión ¿Cómo salir de la neblina?
  10. Agradecimientos
  11. Notas