
- 236 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Descripción del libro
A través de la lectura de cuatro obras fundamentales, Madame Bovary, El rojo y el negro, La piel de zapa y El paraíso de las damas, S. Münnich analiza la idea del deseo en su manifestación explícita en los personajes de esas novelas, pero también en la posición ideológica de los autores.
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Información
Categoría
LiteraturaCategoría
Ensayos literariosFlaubert: Deseo amar y ser amada como en las novelas
a. Dificultad de decir algo definitivo sobre Madame Bovary59
La novela se publicó en 1856 y yo estoy convencida de que a ningún escritor le puede ser ajena la historia de su propio país, ni siquiera a Flaubert, del que siempre se ha dicho que lo único que realmente le importaba era la literatura, implicando con eso el estilo y no la ideología. Se dice –y sus papeles íntimos lo confirman– que despreciaba su tiempo, lo que era corriente en los escritores de su generación. Y hasta hoy llega ese desprecio puesto que en su estudio sobre los años 1848-1875, el historiador Hobsbawm dice que «no puede ocultar un cierto disgusto, quizá un cierto desprecio por la época que está tratando, si bien la admiración por sus titánicos logros materiales y el esfuerzo por comprender hasta lo que no agrada, mitigan en parte estos sentimientos» (2007:16). Flaubert parece haber sentido algo parecido, una gran admiración por la Revolución Industrial y sus impresionantes logros económicos, un desprecio que no ocultaba ante la mezquindad del pensamiento burgués y su aprovechamiento político y económico y alguna inclinación compasiva, aunque nada de revolucionaria por la condición de los desposeídos.
A Flaubert no le fue indiferente la Revolución de 1848. La experimentó muy de cerca, ya que viajó expresamente a París para verla. No vio la masacre que hicieron los soldados del rey en el boulevard des Capuchines, donde mataron a más de 80 personas, pero sí pudo ver como al día siguiente París se llenó de barricadas. Con su amigo Du Camp observaron desde una posición privilegiada las luchas entre los amotinados y los soldados de la Guardia Real en las callejuelas cercanas a la Plaza Royal. Vieron a los soldados defender la causa de la monarquía, también vieron a una mujer muy parecida a la de la pintura de Delacroix, con su larga melena desordenada, su pecho y hombros casi desnudos que blandía un enorme cuchillo carnicero. Vieron como la multitud se apropió de varios carros cargados de heno para prenderles fuego y quemar a los soldados. Y escucharon asombrados el anuncio de que la Guardia Nacional había logrado la victoria, que el rey Luis Felipe había huido y que cualquiera podía entrar al palacio real. Dentro vieron a la multitud burlándose del dimitido monarca, sentándose entre carcajadas en el trono, disfrutando el desayuno que los reyes no habían alcanzado a probar y a los dos los asustó un grupo exasperado que gritaba «muerte y victoria» mientras disparaba sobre los espejos y mobiliario. Fuera del palacio presenciaron escenas salvajes de saqueos e incendios, y Du Camp reflexionó que todas las revoluciones siempre operaban igual: «las inician los simplones, colaboran los tontos, la impulsan los pícaros y después se aprovechan de ella los oportunistas que sacan buen provecho» (Wall. 2009:190). El comentario de Du Camp revela su sentimiento de clase. Ni él ni Flaubert podían ignorar la miseria en que vivían los trabajadores, especialmente con la crisis agrícola, en que la opción era morir de hambre o pelear contra la autoridad. Estos pobres eran hijos de otros trabajadores, que durante la Revolución habían muerto por el mismo deseo de justicia, sueños de cambio que ahora tenían aterrorizada a toda Europa, y según Hobsbawm:
con razón, pues la revolución que estalló en los primeros meses de 1848 no fue una revolución social sólo en el sentido en que movilizó y envolvió a todas las clases sociales. También lo fue en sentido literal, el alzamiento de los trabajadores pobres en las ciudades, especialmente en las capitales de la Europa central y occidental […]. Suya, y casi sólo suya, fue la fuerza que derribó los antiguos regímenes desde Palermo hasta las fronteras de Rusia. Cuando el polvo se asentó sobre sus ruinas, pudo verse a los trabajadores –en Francia decididamente trabajadores socialistas- que en pie sobre ellas exigían no sólo pan y trabajo, sino también una nueva sociedad y un nuevo Estado (2007: 308).
La confrontación más importante entre el orden prevalente y las fuerzas revolucionarias fue en junio, cuando a los trabajadores los asesinaron masivamente; 1500 cayeron en las luchas callejeras. Dos tercios correspondieron al gobierno, pero los poderosos contratacaron y luego de asesinar a 3000 trabajadores, detuvieron a 12.000 para ser deportados a los campos de concentración argelinos.
No tenía razón Du Camp en que fueran simplones ayudados por tontos los que levantaron las barricadas para ser arrasados por las fuerzas del orden y por los que se subieron al carro de los triunfadores. El movimiento estuvo constituido por diferentes grupos sociales, alentados por las nuevas teorías socialistas, que exigían cambios estructurales al sistema. A Flaubert, según lo que testimonian algunos de sus biógrafos, sólo parece haberle importado la revolución desde un punto de vista literario y estético, pero ¿cuando en el verano de 1848 fue a mirar lo que estaba ocurriendo sólo quería juntar material para escribir La Educación Sentimental y Madame Bovary? Es posible, Flaubert siempre antepuso el arte a la política. Consideraba negativos los períodos de agitación social, lo molestaba mucho tener que dilapidar su tiempo ‘en discusiones políticas estériles e inconducentes con sus amigos escritores’. Se puede pensar también, tomando en cuenta la reacción que tuvo 23 años después frente a la Comuna, que esta indiferencia era un anuncio de su indignación contra el movimiento socialista de 1871.
Para Hobsbawm «1848 aparece como la única revolución de la historia moderna de Europa, que combina la mayor promesa, la más amplia meta y el éxito inicial más inmediato, con el más rápido y completo fracaso […] no es accidental que el documento de aquel año que ha tenido el efecto más duradero y significativo sobre la historia del mundo fuese el Manifiesto Comunista» (2007: 27). Las revoluciones de 1848 «surgieron y rompieron como grandes olas y detrás suyo dejaron poco más que el mito y la promesa». La burguesía tuvo miedo y se unió a las fuerzas más conservadoras. Incluso los más radicales se marginaron, divididos entre su genuina simpatía por el pueblo y su feroz sentido de la propiedad. Ya reprimidos los ánimos revolucionarios, los grandes empresarios se sintieron más seguros cuando en 1850 la Asamblea Nacional votó una ley electoral que eliminó el sufragio universal masculino y recuperó el voto censitario, lo que dejó fuera a tres millones del registro electoral, entre los que había mayormente artesanos y obreros. En 1852, Luis Napoleón promulgó una nueva Constitución que reforzaba los poderes del Ejecutivo. Como la antigua Constitución le impedía reelegirse, disolvió el Parlamento, y se autoproclamó emperador, lo que fue aprobado por el Senado y ratificado por un referéndum popular.
Marx analizó brillantemente el golpe del 18 de Brumario. El análisis va desde 1848 a 1852, examina las luchas y debilidades de las diversas fuerzas sociales y la habilidad de la reacción en aprovecharlas para robustecer el orden existente. En su exposición se hace evidente que el golpe no fue producto de la voluntad de Luis Bonaparte, sino de la lucha de clases. Su descripción, que ha servido de modelo para estudiar otras revoluciones semejantes, explica las vinculaciones entre los acontecimientos políticos, las ideologías de los diferentes grupos sociales y las condiciones económicas. Al comienzo Luis Bonaparte fue un emperador autoritario, mantuvo una severa censura de prensa y un control policial estricto, limitó los derechos individuales y silenció a la oposición. Posteriormente fue evolucionando a posiciones más liberales gracias al desarrollo económico y los avances industriales, entre los que tuvo relevancia la red ferrocarrilera y la industria siderúrgica.
Según prueba Marx, uno de los estamentos sociales más afectados por este régimen fue el de los campesinos, ardientes partidarios de Luis Napoléon. Creían que la parcelación de la tierra y que su entrega en propiedad los beneficiaría, pero se equivocaron, porque se convirtieron en deudores y esclavos de la Banca, y en vez de las cargas feudales de antes sufrieron las hipotecas. Se volvieron normales los embargos, las subastas y las adjudicaciones forzosas, y los campesinos se vieron obligados a desertar con sus familias a las ciudades, para encontrar allí su aliado en el proletariado urbano.
En MB no hay referencias a acontecimientos políticos, en parte porque la novela tiene su desarrollo en dos pequeños pueblitos de provincia y lo que pasa en París apenas resuena allí. Pero hay un capítulo extraordinario, por su calidad literaria, que ironiza los discursos políticos de las autoridades agrícolas de la región y de ciertos personajes importantes de la capital. Lo característico de los discursos de estos políticos es su afirmación radical de las políticas de gobierno, entre ellos destaca la ironía de que ‘por fin los obreros pueden dormir en paz’. En esta retórica abundan las ideas sobre la importancia del progreso, vinculadas al desarrollo del capitalismo. Pero en contra hay la realidad de lo que ocurre en Tostes y Yonville, los dos pueblitos donde viven Charles y Emma. El padre de la joven, a pesar de ser propietario de una granja bien cultivada, tiene varias deudas que pagar, de allí su interés por casar a Emma con Charles. Su futuro yerno no pide dote. Por otra parte, en la narración de la Feria de Agricultura, una de las compensadas por las autoridades es una viejecita, que como recompensa a una vida entera de entrega a la tierra recibe un premio miserable. El texto no se refiere a los demás campesinos de la región, lo cual parece significar que el caso de la viejita es ejemplo destacado del destino del campesinado. Una vida de trabajo duro con una recompensa pobre.
Flaubert parece haber tenido una fuerte relación afectiva con el campo (allí vivía la mayor parte del tiempo); recuérdese el hermoso pasaje en que Emma, al regresar de Rouen siente el aire de la aldea perfumado por la mermelada que se cocina en todas las casas. Es único en la novela. No hay otro que afirme tan bellamante las costumbres de los campesinos y no contiene ni una pizca de ironía.
Se sabe que Flaubert odiaba la estrechez y mediocridad del pensamiento burgués, que en la novela aparece representado por Homais, el rey del lugar común. El uso que hizo Flaubert de las frases hechas no obedeció únicamente a su desprecio por ellas, sino también a su deseo de representar la realidad tal como la veía, sin suprimir lo grotesco y desagradable. El prodigio de la novela fue haber transformado en poesía esos componentes toscos del lenguaje. Por eso Brombert comenta que «uno de los rasgos destacados del arte de Flaubert es de hecho su habilidad de trasladarse, sin transición, desde lo trivial a lo lírico, o más bien de transmutar lo uno en otro» (79).
Aunque la novela parece burlarse de los clichés, de las frases comunes, de los estereotipos, de las descripciones literarias y de los análisis psicológicos tradicionales, al mismo tiempo acepta que es inevitable escribir desde allí. Esto mismo hizo preguntarse a Pierre-Marc de Biasi si corresponde hablar de ironía en el caso de Flaubert, porque ella supone un sistema de valores estables y conocidos a partir de los cuales se puede juzgar que una palabra o comportamiento es ridículo, pero como en el caso de MB la burla es generalizada y difusa, no es posible determinar qué queda fuera. Por ejemplo, las opiniones de Homais a menudo aparecen ridiculizadas, pero el lector no puede dejar de pensar que muchas de ellas son sensatas y que incluso el propio Flaubert puede haber compartido algunos de estos prejuicios.
En relación a los códigos morales pasa algo parecido. No hay como saber lo que el texto piensa de las acciones de Emma y de su desastroso final. ¿La responsabiliza a ella? ¿A sus padres por no haberla mandado a un colegio que correspondiera a su clase social? ¿A las monjas que no supieron canalizar sus virtudes en una dirección correcta? ¿Al marido, buena persona, pero incapaz de entenderla? ¿A Rodolphe y León, sus dos amantes, que luego de aprovecharla, la abandonaron a su suerte? ¿A Lhereux comerciante vil que supo inyectarle el vicio del consumismo? ¿A las revistas y novelas que le llenaron la cabeza de ilusiones vacías? ¿O a todos y cada uno de estos componentes de la historia, que hacen de ella un articulado con sentido?
Debido a esta falta de orientación la novela fue llevada a juicio. El fiscal y la defensa coincidieron en problematizar los mismos párrafos. Lo que uno encontró digno de castigo al otro le pareció que elogiaba la virtud. Y aunque en bandos opuestos, los dos tuvieron siempre como centro de sus argumentos el valor del matrimonio. Ahora se ve que el pecado de Flaubert fue no haber destacado un claro principio moral, ya sea en las apreciaciones del narrador o en las de los personajes. A LaCapra le parece que el estilo impersonal de Flaubert y el uso del indirecto libre impiden concluir algo definitivo en relación al matrimonio, al adulterio, y a la conducta de Emma. El lector debe decidir por sí mismo si elige considerar las afirmaciones del texto como propias de los personajes, o si se siente comprometido con ellas. No hay guía de lectura, el texto queda abierto.
Quizá lo verdaderamente desorientador viene de lo que el crítico llama estilo dual; en un nivel MB puede ser leída como una novela convencional y en otro como precursora de la narrativa experimental. LaCapra cree que no se puede decir lo mismo de las demás novelas de Flaubert, que por no ser bisagras entre un modelo tradicional y uno experimental, no desorientan. Eso de ser bisagra la hace accesible a un número muy grande de lectores; la mayoría de ellos la lee ingenuamente y los menos desde una perspectiva culta y crítica. Para los primeros el género es esencial e inmutable, para los segundos el género es asunto perspectivesco e histórico. O hay que leer desde códigos indiscutibles, o se está obligado a leer desde códigos inseguros. Y la experiencia puede ser positiva, negativa o risueña. P...
Índice
- Algo sobre el deseo
- Stendhal: Deseo ser noble y morir como tal
- Balzac: Deseo ser libre y no morir
- Flaubert: Deseo amar y ser amada como en las novelas
- Zola: Deseo consumir
- Palabras finales
- Bibliografía