CAPÍTULO V
TALADRANDO LA “CORTINA DE HIERRO”: UNA ACELERADA EVOLUCIÓN DE LOS DESPLAZAMIENTOS HUMANOS
Así anduvieron unos días, el Gordo atendiendo su amor y desentendiendo sus obligaciones y el Flaco atendiendo las de ambos y a Irina, la intérprete, una rubia, delgada, de espejuelos, insoportablemente culta y cumplidora, que no se cansaba de explicar hasta la saciedad las inagotables exposiciones de los museos a los que Larisa y el Gordo jamás iban, escuchando en una consigna que pronunciaban al unísono. “¡En la cultura y la vida…”, comenzaba diciendo el Gordo, y Larisa remataba en el español que había aprendido en la cama: “Escoge la vida!”.
Para Moscú, las giras internacionales de representantes culturales de alto vuelo debían diseñarse con rigor para transmitir una positiva disposición hacia el subcontinente latinoamericano. A la inversa, el Kremlin abrió también los candados de sus puertas hasta hace poco herméticas a un flujo creciente de personalidades extranjeras. Las fronteras, que antes de 1959 parecían infranqueables, se flexibilizaron, aunque a un ritmo diferente según cada caso: muy aceleradamente para quienes viajaban desde la “Isla de la Libertad”; de forma más paulatina en lo que concernía a los chilenos. Dos mundos que hasta ese entonces se ignoraban casi completamente comenzaron a descubrirse gracias, en parte, a los desplazamientos de un conjunto cada vez más robusto de intermediarios. Pero si estos periplos eran una expresión tangible de las convergencias ideológicas cubano-soviéticas, el aumento sustancial de delegados chilenos, sobre todo a partir de 1964, ponía en evidencia las ambigüedades que hilvanaban la mirada local hacia la esfera del Este. Veremos que, si bien en términos generales la mayor presencia de viajeros latinoamericanos obedecía a una revaluación de la política de Moscú, no debemos escatimar las especificidades de las dinámicas regionales para comprender la complejidad de este fenómeno.
Un acercamiento fulminante: la “ritualización” de los desplazamientos soviético-cubanos
Ya antes de la consolidación de la alianza URSS-Cuba en 1961, los soviéticos se esmeraban en hacer descubrir en el territorio de la Isla a grandes figuras de su cultura, mientras que simultáneamente impulsaban la llegada de estudiantes y artistas cubanos. En una primera fase (1959-1961), la frecuencia creciente de los viajes proporcionaba una prueba irrefutable de la voluntariosa postura del Kremlin, sirviendo también como una oportunidad para sondear en suelo cubano la naturaleza ideológica de la aún enigmática revolución de Fidel Castro. En la medida en que las afinidades recíprocas se fueron robusteciendo, las primeras incursiones se multiplicaron a un ritmo explosivo. El mundo del Este se transformó en el principal destino para los habitantes caribeños, muchos de los cuales atravesaron el océano Atlántico con la intención de seguir alguna formación especializada o efectuar una gira política o artística.
Las interacciones humanas: una expresión del acercamiento político
Después de breves meses de ambigüedad respecto al modelo comunista, los líderes revolucionarios en Cuba operaron una decidida política de apertura hacia el mundo del Este, permitiendo, ya desde fines de 1959, un auge tangible de los desplazamientos en dirección a la URSS. El periodista Honorio Muñoz dio cuenta a mediados de 1959 de las actividades de una delegación cubana en Moscú conformada por la estudiante Telma Bordón y el obrero de una fábrica de tabaco Inaudi Kindelán. En esta misma época, Alberto Alonso encabezó un equipo de bailarines que recorrió Moscú, Riazán, Stalingrado, Krasnoiarsk, Novorossiisk y Sotchi, brindando cerca de 50 presentaciones en escenarios soviéticos, todas las cuales fueron coronadas con una entrevista privada con la mítica Galina Ulanova. Junto con ellos, nueve percusionistas cubanos, un coro dirigido por Nilo Rodríguez y la famosa Orquesta América tuvieron también la posibilidad de explorar la superpotencia socialista.
Si antes de 1959, las invitaciones estaban reservadas a un número restringido de simpatizantes del PSP, el advenimiento de la revolución diversificó rápidamente el perfil de los visitantes. La URSS devino igualmente en el destino privilegiado para una joven generación de estudiantes becados, como Enrique Ubieta o Carlos Fariñas –una de las grandes figuras de la música cubana–, quienes obtuvieron financiamientos para formarse profesionalmente en Moscú. Con el paso del tiempo, una verdadera ola de estudiantes –cerca de 8.000 jóvenes por año en la década de 1980– comenzó a vadear los mares del Atlántico para instalarse en la URSS gracias a la formalización de numerosos convenios de intercambio.
Jrushchov y su equipo no escatimaron esfuerzos a la hora de desvelar las simpatías de la cúpula soviética, reflejadas en el envío de delegados culturales de primer orden. Roman Karmen, probablemente el documentalista más popular de la escena soviética, aterrizó en Cuba por primera vez en octubre de 1960 con la misión de captar imágenes de las transformaciones incipientes de la revolución. Sus esfuerzos se materializaron con el lanzamiento del filme Alba de Cuba (1961) y con la recopilación incansable de miles de metros de película (sesiones del Consejo de Mini...