Del umbral de la piel a la intimidad del ser
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Del umbral de la piel a la intimidad del ser

Imaginarios de la realidad psicocorporal

Ignasi Beltrán Ruiz, Maria Beltrán Ortega

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  1. 350 páginas
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Del umbral de la piel a la intimidad del ser

Imaginarios de la realidad psicocorporal

Ignasi Beltrán Ruiz, Maria Beltrán Ortega

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Información del libro

La piel es la receptora de las infinitas vibraciones de nuestro entorno, un espejo giratorio de nuestra profundidad. Constituye un umbral de tránsito entre la interioridad y la exterioridad del cuerpo, entre lo más personal y lo más social, entre la intimidad y la forma de presentarse y exponerse al mundo.En el trasiego constante que llevamos a través de su frontera suelen conformarse caminos muy profundos; tanto, que horadan su virtualidad hasta que caemos por un agujero, como en el cuento de Alicia en el país de las maravillas. Pero en este caso, el trayecto consiste en transitar por nuestra propia historia, por nuestros traumas, por el proceso de todas nuestras generaciones hasta llegar a un mundo de consciencia sin fronteras. En ese lugar, el cuerpo ya está presto para ser el vehículo de nuestra alma; por lo tanto, la piel, en sus sofisticados grafismos de superficie, lleva encriptada la ruta del camino a nuestra esencia.En este libro hemos querido diagramar ese viaje intrépido, con origen en el umbral del pergamino vivo de nuestra piel y destino en la intimidad de nuestro ser. Lo hemos concebido desde la desnudez de nuestra experiencia y llevando como único equipaje algunos imaginarios de la antropología del cuerpo, del posicionamiento humano y de la psicoterapia somática.

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Información

Editorial
Hakabooks
Año
2020
ISBN
9788418575549
Categoría
Psicología
Categoría
Psicoterapia
1
LA FRONTERA DE LA PIEL
En ese espacio poético entre yo y el mundo, entre la piel y el cosmos, entre lo etéreo y lo material, empieza este viaje de lo somático y sensorial a lo energético y transpersonal.
Se llamó frontera porque tantas veces fue llamado coraza, se llamó frontera porque definió el espacio entre lo mío y lo que no soy yo, porque lo imaginamos como un margen que define nuestra casa y le pone un límite, porque la frontera es el espacio de separación entre dos mundos, pero no olvidemos que ese margen, si lo pensamos, queda como un mero trámite de transición que dista mucho de separarnos del otro lado.
Es porque existe frontera que vamos con la curiosidad y el temor a recibir lo de fuera, lo ajeno, intentando descubrir cuánto de nosotros hay más allá de la piel. Sin darnos cuenta siquiera que es precisamente lo externo lo que moldea lo que somos nosotros en esencia, esa densidad del cuerpo que permanece contenida y sujetada por una realidad externa que le da forma, como el agua dentro de un jarrón.
Nos empapamos de la vida, decidiendo, en fracciones de segundo, si vamos a ser más o menos permeables al impacto, haciendo un balance de riesgos que nos deja dependientes, esclavos de nuestra historia. Y no es un defecto, es defensa y aprendizaje, adecuación al momento y crecimiento personal (o individual).
Cuando aprendemos a utilizar nuestra frontera, a establecer un límite que nos es saludable y a colocarnos de manera pulsante con nosotros y con el mundo, podemos establecer un diálogo amoroso entre las dos realidades, la de dentro y la de fuera, ampliando nuestro horizonte y proporcionándonos la posibilidad de ir más allá de lo individual para fusionarnos con una realidad más amplia, más extensa, con mucha más información que la que nos proporciona nuestra historia de vida. Nadie dijo que eso dejaba de ser un «nosotros», pero la formalidad requiere de esa distinción para dejar atado y bien estructurado el límite entre lo que soy o no soy yo.
Eso permite que nos presentemos al mundo de una manera ordenada, sin quedar desparramados en la experiencia. Implica quedarse en lo predecible, lo esperable para mí y para mis relaciones de intimidad, aquello que asegure la consistencia de mis acciones y la pertenencia al clan, a mi clan, aquel espacio de seguridad que me procura el sustento emocional que necesito.
Acostumbrados a movernos entre creencias que abogan por la belleza interna más allá de lo físico, de la imagen y del estereotipo social, se ha estilado escuchar frases alentadoras y vacías de significado, muchas veces promovidas desde pequeños y a través de los mensajes de algunas películas de dibujos animados que prometían, con entusiasmo, que «la belleza está en el interior», aunque momentos después la niña se encuentre con la incongruencia de la realidad, donde lo estético y la farándula ganan por mucho la batalla a ese privilegio de lo interno, que debe ser solo de unos cuantos, porque lo que más se estila es «ser el más»: el más atractivo, el más tatuado, el que más nota ha sacado, el más preparado y el que tiene más seguidores en las redes. O ser «el mejor», que pasa por ser el personaje que mejor crea los bailes en TikTok, o puede convertirse en una lucha por ser «EL MEJOR», en mayúsculas, sin saber con exactitud qué adjetivo vendría detrás y procurando, desde ahí, tener el mayor número de likes en las redes, sin importar lo que hagas ni quién eres, solo la cantidad de ocurrencias que, combinadas con una pizca de azar y otra de sinsentido, te permitan divulgar un vídeo de un minuto al máximo de gente posible. Un video efímero y fugaz, que deberá ser seguido de otro tras otro, de la misma índole, para no caer en el olvido a una velocidad estrepitosa.
Nunca la impermanencia había sido tan violenta y atroz como lo es ahora y como tienen que vivirla tantos jóvenes atrapados en este círculo vicioso que implica «estar en el mercado online». La impermanencia se pervierte en su sentido filosófico y se convierte en una empresa de vacuidad espiritual, donde el valor de las cosas y las personas es breve, se gasta y se reemplaza. Un consumismo de usar y tirar, donde todo, incluso las personas, caduca rápido.
Desde una mirada psicoterapéutica y más allá de las frases de Walt Disney, me voy a detener ahora en la importancia de lo externo; sí, la imagen es importante y muchas veces determinante. Lo bello también está en el exterior, en la piel, en el umbral entre esos dos mundos, en ese espacio que traduce a la vez el idioma de dos realidades diferentes pero íntimamente idénticas. Yo soy mi piel porque ahí alberga mi historia y el fino velo que me protege de la amenaza. Ahí yace la memoria emocional de lo vivido: mis heridas, mis cicatrices, el dolor, y también el placer, la excitación, el amor y la conexión con la vida. La piel es bella porque se presenta como un mapa susceptible de ser interpretado. Nos devuelve una imagen, pero no estereotipada y sujeta al canon de belleza del momento, sino individualizada, irrepetible, un paisaje único para cada persona. Aquí lo bello deja de tener un significado vacío para llenarse de sentido y SENTIDOS.
Y nuestra psique empieza a traducir la individualidad de nuestra frontera como un lugar que puede ser entendido y atendido, abordado como un aliado con el que hacer equipo y al que aprender a amar. Y en esa posibilidad, de repente, nuestra psique es rescatada, porque no se queda solo con el recurso de lo racional, sino que amplía su horizonte para incluir la riqueza y profundidad que nos proporciona la realidad corporal. Ahora ya no hay solo psique, ya no hay solo cuerpo, hay psicocorporalidad; como en la famosa y bella escultura de Canova, Psique reanimada por el beso del amor; desde aquí, inicia una relación de consciencia y acercamiento entre dos facetas de nosotros mismos que juntas suman y nos recolocan en la vida con una mayor cantidad de recursos para mirarla. La memoria de la piel acude al rescate de nuestro psiquismo como una nueva posibilidad de afrontamiento que transgrede las normas de la rigidez y del control para enfocar, como la flecha de Eros, la vida con una mirada AMA-ble.
Cuando trabajamos con la frontera en psicoterapia, no podemos dejar de hablar de exposición. Porque la piel es también defensa. Tallada por la caricia de la evolución, perdió las escamas, perdió el plumaje, perdió los caparazones y el pelaje, y quedó desnuda y expuesta, sin guardaespaldas ni centinelas, sin secretos, en la primera línea de fuego; aquella que, como en un escenario, te deja al descubierto ante todas las miradas de un público curioso. En su desnudez utilizamos la postura para compensar tanta exposición abriendo o cerrando nuestro cuerpo al mundo y trazando con ello una disposición emocional. O bien más abierta y disponible, para la rabia y la expresión de la alegría expansiva, o bien más contraída y cerrada, más disponible para emociones como la tristeza y el miedo. S. Keleman (Anatomía emocional, 2003) llamó a estas tendencias extralimitadas e infralimitadas, respectivamente. A mí me gusta verlas como una polaridad expresiva que deja ver los dos extremos de un contínuum emocional que va de lo más expansivo a lo más contraído.
2
Las improntas tempranas.
El viaje de la piel
Ahora es el momento de encontrar, bajo la piel del dolor y la angustia, ese Misterio del Bien (que algunos llaman Lo Santo, o Dios, o Realidad Fundante o Brahma, o Naturaleza Búdica, o...) y descansar en él, respirándolo y agradeciendo su potente presencia inserta en la condición humana. Su profunda belleza moral, reconfortándonos y sintiéndonos orgullosos de pertenecer a esta especie que es capaz de ello en forma tan sencilla, realizando esa tarea crecedera como si no tuviera importancia. ¿Importancia? No sé. Significado: mucho.
Ana Gimeno-Bayón
Sesión clínica IEF:
«La dimensión transpersonal en tiempos de pandemia», ٢٠٢٠
2.1 La memoria emocional del útero, nuestra primera frontera
Si hablo de frontera no puedo dejar de mencionar la primera de ellas, aquella que guarda nuestra memoria emocional más primaria, aquella que asistió a nuestro desarrollo y cuidó de nuestra vulnerabilidad más delicada, el útero. Él es nuestra primera casa y el espacio que nos preservó la vida antes de nuestra llegada al mundo. Nos proporcionó el calor del primer abrazo y el masaje primordial que nos permitió ver la luz.
Es en la memoria de este periodo de desarrollo de nuestra vida que absorbemos una de nuestras primeras improntas emocionales (previa a ésta tendríamos la vivencia de las expectativas y el deseo de los padres en relación al proyecto de ma-paternidad) en lo que se refiere al bienestar o malestar relacionado con las fronteras y el espacio personal, la protección y la defensa del territorio. De esta manera, podemos resonar con la memoria de un útero que acogía con amabilidad calurosa nuestra presencia, y nos proporcionaba espacio y calor, nutrición y un dulce balanceo que acunaba con paciencia nuestra gestación; o bien tener la memoria de un útero tenso, impaciente e incómodo, que se resistía al espacio y que apretaba nuestro desarrollo con un pálpito inquietante, mecía las aguas como cuando se avecina una tormenta y amenazaba la quietud con la brusquedad de un pulso que empuja para salir.
Todas estas percepciones, íntimamente unidas a la realidad emocional de la madre durante la gestación, impactan en el feto, que capta, interpreta y recibe esta información a través del líquido amniótico. Desde ahí la frontera podrá ser percibida como una protección que me da sosiego y descanso, un espacio donde sentirse a salvo y protegido, o como un lugar claustrofóbico e incómodo que me priva la expansión y compromete mi libertad coartando el movimiento y limitando mi individualidad.
Si traducimos esta memoria uterina a la vida adulta, nos encontramos con resonancias que hacen referencia al tipo de comportamiento que se puede desarrollar ante las fronteras físicas reales: ascensores, muros, habitáculos pequeños y, en general, espacios en los que no tengo la salida disponible cuando yo quiero: trenes, aviones, casas aisladas. Hay personas que viven estos espacios como una amenaza y que intentan evitar el contacto con ellos sin entender por qué. Por supuesto, además de la memoria uterina, existen otros aspectos relacionados con las vivencias y experiencias personales, que nos proporciona la riqueza de la vida y la interpretación personal que cada uno hace de ella, que también inciden, apoyan o modifican la memoria improntada en el inicio. Incluso también nos encontramos con personas que padecen fobias específicas que están relacionadas con aspectos traumáticos posteriores a la gestación.
Más allá de lo espacial, hay personas que viven con angustia «sentirse apretadas» en general: en una cola, en el metro, en un abrazo (aunque sea de una persona querida) o en un juego cooperativo. Y personas que necesitan este contacto para sentirse amparadas y protegidas, como si el sostén más allá de su propia piel les proporcionara esa sensación de pertenencia que les «sujeta» los miedos y les permite esconderse de la realidad y desaparecer del punto de mira, confundiéndose en el grupo.
Los niños pequeños realizan espontáneamente este gesto de protección cuando se sienten expuestos. Se esconden debajo de la falda de mamá, o debajo de su camiseta, o cogen sus manos para que le tapen la carita, agazapados con fuerza a las piernas de su madre e intentando desaparecer, como cuando todavía estaban en su vientre y nadie los veía. Es un acto reflejo que procura mantener la simbiosis y sumar en protección, ser engullidos de nuevo por la frontera de mamá y sentir que ocupan un espacio mucho mayor del que les proporciona su cuerpecito, todavía muy pequeño para sostener la tremenda invasión a la que muchos adultos los exponen con una presencia contundente y autoritaria, muchas veces irrespetuosa en lo que a fronteras se refiere, y otras tantas acompañada de frases acordes a lo anterior: «dame un beso», «eso es de niños pequeños y tú ya eres mayor», «déjate de tonterías y vamos a jugar», «¿tienes vergüenza?», etc.
Este tipo de conducta, tan frecuente en el niño, que todavía y desde la inmadurez puede contar (o al menos eso es lo esperable) con el sostén de la dependencia saludable con la madre, va moldeando y ayudando al desarrollo de su propia frontera, que se irá arraigando de un modo seguro cuanto mejor se le asegure la dependencia amorosa con el vínculo primordial, el vínculo materno. Y cito aquí una de las frases de E. Erikson con relación al desarrollo que más bella me parece: «La dependencia de hoy asegura la libertad del mañana». Y hablamos aquí de libertad en un sentido bien amplio, porque lograr ser personas adultas y libres es una tarea no poco complicada a la que se han referido numerosos autores.
Con relación al tema y en otra época, escuchábamos a Georges Moustaki cantando: «Ma liberté Longtemps je t’ai gardée», aludiendo a la libertad guardada, como un tesoro, como una perla. Erich Fromm habló del miedo a la libertad (1941), Ramón Rosal también acuñó el término cuando diferenció entre la «libertad de» y la «libertad para» (Gimeno-Bayón y Rosal, 2001, p.50). Dicho autor llevó a la concreción estos conceptos filosóficos, que ya habían sido acuñados antes por Erich Fromm, y añadió como aportación personal, el «cómo nos puede liberar» la vivencia de ciertos valores (Rosal, 2011 p.87-90 y 2012).
Así como la «libertad de» aludía a la capacidad de soltar un guion de vida preestablecido, las presiones culturales y los impulsos insanos en general; la «libertad para» hacía referencia a lo que hacemos después de liberarnos de todo lo anterior, a cómo utilizamos nuestra creatividad una vez estamos libres de ataduras.
El tipo de hombre con «libertad positiva», o comportamiento «espontáneo» representa el hombre que –favorecido por las circunstancias estructurales adecuadas– emplea al máximo su capacidad de participación creadora en la gradual configuración de sí mismo y en su participación, en colaboración con los demás sujetos creadores, en la configuración de su entorno cultural y social. Se trata de mostrar el ideal de una sociedad compuesta por el mayor número posible de sujetos creadores y por el menor número posible de no creadores, de autómatas o engranajes de una inmensa maquinaria.
R.Rosal, 1985, IEF
Y es que apreciamos la libertad como un bien, que aunque no sea tangible, permite nuestro movimiento de expansión, de salida al mundo, de expresión, de pensamiento, de afiliación y de toda la creatividad de lo humano. Todo un movimiento de liberación que es sofisticado en el adulto pero que inicia y tiene sus primeros vestigios en el útero materno, en el movimiento primario de agresión hacia la supervivencia que alberga en el nacimiento. Y que continúa en la superación de la simbiosis inicial con la madre y con la dependencia hacia los cuidados y atenciones que vivimos en los primeros años de vida.
Por lo tanto, en la frontera de la piel, nos encontramos con un primer mensaje relacionado con la conquista de la libertad personal, aquella que ha viajado a través de la primera matriz (Grof. S., 2015) o la matriz uterina (también llamada matriz de agua, aludiendo al líquido amniótico) y ha conquistado la independencia personal, la resolución de la simbiosis primaria.
Cuando en las sesiones de psicoterapia nos encontramos con personas que no han superado o, mejor dicho, que tuvieron un impacto en este primer eslabón de...

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