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Curso de Sociología General I
Conceptos fundamentales (Cursos del Collège de France, 1981-1983)
- 616 páginas
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Curso de Sociología General I
Conceptos fundamentales (Cursos del Collège de France, 1981-1983)
Descripción del libro
El pensamiento de Pierre Bourdieu no es una foto o una película de la realidad. Al contrario, busca descubrir cosas invisibles, las relaciones que no se dejan fotografiar, las estructuras ocultas, incorporadas al punto de presentarse como naturales.
En este Curso de Sociología General I. Conceptos fundamentales, Bourdieu expone qué es para él la sociología, cuál es su objetivo y qué significa ser sociólogo. Hay que volver, dice, a los conceptos fundamentales para transmitir en qué consiste el genuino trabajo del investigador e inculcar una forma original de pensar en lugar de un cuerpo de conocimiento establecido que empobrece o automatiza la investigación.
En un tono didáctico, valiéndose de referencias empíricas y de comentarios en no pocas ocasiones irónicos, Bourdieu no solo expone paso a paso y de un modo sistemático conceptos esenciales como "habitus", "campo" o "capital"; además, revisa la noción de la sociología como ciencia de las instituciones y analiza las operaciones de nominación y clasificación, los ritos que legitiman lugares y posiciones para determinados agentes sociales.
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Información
Categoría
Ciencias socialesCategoría
Teoría socialCLASE DEL 2 DE NOVIEMBRE DE 1982
Posiciones y disposiciones / Los dos estados de la historia / El sentido del juego / El conocimiento práctico / Inmersión en el juego e illusio / Las transferencias afectivas de la libido doméstica y el conformismo / Crítica del discurso económico / Las condiciones económicas de las prácticas económicas
Había intentado plantear la cuestión del estatus del sociólogo y terminé con una pregunta que ustedes quizá olvidaron y a la que hoy no responderé directamente: ¿la ciencia de la relación científica con la práctica acaso conduce a una nueva forma de la ambición hegeliana tal como había intentado describirla aquí? Indico de inmediato dos diferencias que me resultan importantes (y creo que hay otras). En primer lugar, una vez que se constituye como tal, la distinción entre el sujeto científico y el agente práctico [en su comportamiento corriente no científico], de la manera en que la describí, recuerda al científico que, en tanto agente práctico, permanece necesariamente situado en el mundo social que describe y, por ende, que no hay posición absoluta, y que es incluso inútil intentar buscar una posición absoluta. Señalo esto porque creo que es una tentación permanente de las ciencias sociales, cuyo iniciador tal vez haya sido Hegel. En cada época, los sociólogos buscan el lugar privilegiado a partir del cual el mundo social se presentaría al pensamiento en su verdad –luego de la burocracia, estaba el proletariado; luego, las nuevas clases obreras; luego, los estudiantes, etc.[1]–. Se trata de una ilusión fundamental que se explica sociológicamente, pero que a pesar de esto no tiene fundamentos sociológicos. Así, me parece que la reflexión que propuse la última vez muestra, entre otras cosas, que esta búsqueda siempre renaciente del lugar privilegiado del pensamiento del mundo social es inútil.
Segunda diferencia: el sujeto científico, tal como lo había descrito rápidamente al concluir, no es un sujeto individual ni un sujeto colectivo, sino esta suerte de encuentro extraño entre los habitus socialmente constituidos y el campo de competencia para la producción [del discurso] legítimo del mundo social; es entonces una suerte de agente colectivo sometido a fluctuaciones históricas tales que no podríamos concederle una suerte de destino que lo conduciría inevitablemente –si no de inmediato, al menos en lo sucesivo– a un dominio absoluto del mundo social. Si el sujeto científico es un campo científico, todos los conocimientos de la sociología están a merced de un golpe de Estado o de una revolución, de derecha o de izquierda y, como hoy querría desarrollar, estamos obligados a cuestionar las filosofías finalistas de la historia.
Así, una vez señalado brevemente lo que a mi entender constituye la diferencia fundamental entre la relación científica y la relación práctica con el mundo social, querría analizar lo que para mí constituye el conjunto de características más típicas de la lógica de la práctica y de las relaciones prácticas en el mundo práctico, para luego intentar oponer la teoría del habitus, como la concibo, a dos formas de representación de la acción: la teología finalista individualista y la teología colectiva.
POSICIONES Y DISPOSICIONES
La vez pasada, respecto del análisis que propuse de la orthè doxa, de la «acción correcta» como encuentro casi azaroso entre un sentido práctico y un sentido objetivamente inscrito en las estructuras objetivas, indiqué que la acción social lograda, es decir, positivamente sancionada por las leyes objetivas de determinado campo social, era en cierta forma producto de una coincidencia entre dos encarnaciones, si puede decirse, de la historia: una en cuerpos y otra en cosas u objetos[2]. Tomé como ejemplo la relación con la herramienta, la relación con el instrumento, viejo análisis que solo retomo para recordarlo: quien utiliza el instrumento está hecho para el instrumento y, por eso, el instrumento parece estar hecho para él; y la ilusión de finalidad que produce, por ejemplo, la conducta virtuosa –hay un análisis muy interesante de Hegel sobre la relación entre el sujeto actuante y su cuerpo, en que el virtuoso sostiene con su cuerpo una relación mágica de acción inmediata[3]– se disipa desde que esta relación mágica aparece como producto no de una armonía preestablecida (de tipo biológico, por ejemplo), sino de un encuentro entre un cuerpo socializado y objetos constituidos socialmente. Cuando un cuerpo socializado encuentra objetos estructurados según las mismas estructuras con las cuales él también está estructurado, se realiza esta suerte de ajuste inmediato que da a las conductas una apariencia de finalidad.
Para quitarle al análisis lo que podría tener de aparentemente filosófico (para quienes interpreten la palabra en el sentido peyorativo), podría tomar un ejemplo de una serie de investigaciones que acabo de realizar. Cuando se analiza un espacio social como el del patronato, el episcopado o el profesorado, se constata un fenómeno muy interesante: existe una suerte de correspondencia entre, por un lado, el espacio de los agentes sociales caracterizados por las propiedades vinculadas a los individuos biológicos –edad, sexo, origen social, origen geográfico, títulos escolares, etc., según el caso–, esto es, el espacio que se constituye a partir de las propiedades asociadas a las personas, a esos individuos biológicos, y, por el otro, el espacio que se construye a partir de las propiedades asociadas a las posiciones –es decir, en el caso del patronato, las empresas caracterizadas por la cantidad de empleados, por el capital, etc., y en el caso de las posiciones de los profesores, por la disciplina, el establecimiento, la antigüedad del establecimiento, etc.; en el caso de un espacio de obispos, las características del obispado, la cantidad de hermanas de la caridad, la cantidad de establecimientos privados vinculados con determinada diócesis, etc.–. Cuando se construye en forma separada estos dos espacios y se los superpone (no entro en detalles sobre el mecanismo que permite realizar este relacionamiento), se observa una correspondencia bastante exacta entre el espacio de las posiciones y el espacio de las disposiciones. Podríamos decir que todo sucede como si las posiciones hubieran elegido a los individuos mejor dispuestos a ocuparlas o, al contrario –lo que corresponde al discurso más frecuente y al lenguaje de la vocación–, que todo sucede como si los individuos hubieran escogido las posiciones mejor hechas para permitirles expresar sus disposiciones, su vocación, sus gustos, sus dones, etc. Para no demorarme, señalo: existe una suerte de homología estructural entre dos espacios de propiedades que, si reflexionan al respecto, son muy distintas; por ejemplo, por un lado, las características de una empresa, como su tamaño, la cantidad de personas controladas o la estructura del capital poseído, y por el otro, el hecho de que el patrón sea polytechnicien o no, haya pasado por la ENA (Escuela Nacional de Administración) o por una superintendencia impositiva, etcétera.
Estos dos espacios construidos con propiedades tan distintas pueden ser estructuralmente homólogos, con desfases cercanos que son a su vez interesantes: la constatación de la homología vuelve particularmente significativos los casos de desfase, de posiciones en falso –retomaré estos problemas cuando analice la noción de campo–, y la relación de discordancia entre posiciones y disposiciones que sitúa a las personas en posiciones en falso suele dar lugar a innovaciones. En el caso de la discordancia, hay una suerte de lucha –una vez más, es una descripción muy antropomórfica: esta es la gran dificultad de la descripción científica del mundo social– entre la posición y las disposiciones de su ocupante, en la que nunca se sabe quién saldrá triunfante: o bien las disposiciones triunfan y el cargo se reestructura en función de las disposiciones del portador, o bien las posiciones triunfan y transforman las disposiciones del portador. No cabe duda –debo decirlo porque, una vez encarada la cuestión, no puedo detenerme aquí– de que el asunto de esta lucha depende de las posiciones y las disposiciones, y una ciencia rigurosa debe conocer las propiedades de las posiciones que tienen más posibilidades de triunfar sobre las disposiciones.
Para avanzar rápido, en un espacio social, por ejemplo, hay posiciones duras y posiciones blandas, y una posición de maestro de primaria es más dura que una posición de educador especializado. Así, las personas que importen disposiciones no conformes a una posición dura tendrán grandes probabilidades de ser vencidas por la posición, de ser menos fuertes que ella, mientras que las personas que importan disposiciones desfasadas y discordantes a una posición blanda tienen grandes probabilidades de modelar la posición conforme a sus disposiciones. Esto explica, entre otras cosas, que las personas que tienen ciertas disposiciones se dirijan más bien hacia una posición blanda que hacia una posición dura[4].
Mi intención no va más allá de traer a la memoria este fenómeno que, en general, el discurso científico ignora y que, por sí solo, necesitaría varias sesiones. Supongamos, por ejemplo, que, detrás de su escritorio, un funcionario ejerce una acción represiva con complacencia. Nos preguntaremos si esta propensión a la agresividad está inscrita en la posición o si está inscrita en las disposiciones del agente que ocupa la posición, pero, muy a menudo, es un falso problema: no se trata de tener en cuenta lo que remite a la posición y lo que remite a la disposición, sino de comprender qué hace que tal disposición está en esa posición; así, es cuestión de explicar el espacio de las posiciones y el espacio de las disposiciones y las trayectorias que conducen hacia las diferentes posiciones las diferentes disposiciones. Espero que no piensen que estoy jugando con las palabras: esto corresponde a realidades y espero que cada uno de ustedes haga funcionar pequeños ejemplos e ilustraciones empíricas que correspondan a estos análisis. Para mí, este análisis hace énfasis en una característica importante del mundo social. El pequeño funcionario represivo, descrito por Crozier[5], que explota las propiedades inscritas en la posición que ocupa para expresar concretamente disposiciones que solo pueden expresarse porque encuentran sus condiciones de expresión en la posición, desafía la alternativa efecto de posición/efecto de disposición. Ahora bien, muy a menudo se imputarán las acciones de tipo represivo que se observan en ciertas disposiciones a las disposiciones pequeñoburguesas, «represivas» por reprimidas, de las personas que ocupan estas posiciones; o bien se dirá que están inscritas en la lógica de la burocracia subalterna, etc. Desde mi punto de vista, una descripción rigurosa debe dar cuenta de la correspondencia, o de la no correspondencia, entre disposiciones y posiciones (por ende, de los dos sistemas y de su encuentro en el caso específico). Para desarrollar un poco más, tomaré otro ejemplo: todos vimos cómo luego de Mayo del 68 aparecieron personas que presentaban un habitus discordante en relación con lo que estábamos acostumbrados a ver en ciertas posiciones. Por ejemplo, allí donde los inspectores de autobuses o de metro eran hasta el momento pequeñoburgueses bien afeitados, bien peinados, ajustados a la función como estaba definida en otra época (es decir, represiva, controladora, controlada, etc.), vimos aparecer personas cuyos signos externos traicionaban una suerte de habitus más laxista, más desenvuelto, una distancia respecto del cargo: por ejemplo, los inspectores de autobuses o de metro barbudos, con habitus que hasta una época un poco anterior se encontraban más bien en cierta categoría de intelectuales. Este es un caso de discordancia en que la lucha, en cierta medida, entre disposiciones y posiciones –por supuesto, esta no es una lucha cara a cara entre el nuevo inspector barbudo y su posición destinada a ser ocupada por un individuo bien afeitado– compromete toda la estructura, todo el espacio de las posiciones: las llamadas al orden vendrán de todo lo que está alrededor, porque si en la lucha con su posición el individuo en consideración logra imponer sus disposiciones, todo el espacio cambiará, ya que es por definición la posición –la palabra misma, «posición», situs, lo dice– relacional, de modo que aquel que logra movilizar su posición moviliza todo el espacio. Asimismo, por lo general, hay personas que insisten en que el espacio no se mueva.
Con esto creo que ustedes deberían haber entendido un poco lo que quería decir. De esta suerte de coincidencia –creo que es la palabra menos peor– entre la posición y la disposición –que es tal que no tiene mucho sentido preguntarse si la función produce el órgano o bien el órgano produce la función–, resulta una acción de tipo orthè doxa. En cierta medida, los agentes caerán en esta acción sin que haya sido constituida objetivamente, intencionalmente, como tal, y esto tiene consecuencias concretas respecto de la cuestión del sujeto –en definitiva, es la cuestión que siempre tenemos en mente cuando planteamos la cuestión de los fines o la cuestión del sentido de la acción–. Por ejemplo, la acción que consiste en reprimir con maldad a los adolescentes que andan en moto de a dos está inscrita en el rol del gendarme o del agente de policía, pero al mismo tiempo podría no ejercerse si el gendarme tuviera cierta «distancia del rol». Tomo este concepto de Goffman[6], que caracteriza ciertas posiciones que piden distancia respecto del rol. Lo importante es que la exigencia de esta distancia del rol crece con la posición social: cuanto más nos elevamos en la jerarquía de las posiciones –esto es así en casi todos los campos–, más […] la definición de la posición [implica] que aquellos que la ocupan tengan, respecto de la posición, cierta distancia, cierta libertad. Les recuerdo que la última vez mencioné esta definición de la excelencia como arte de jugar con la regla del juego. Cuanto más alto esté uno en un sistema –sea cual sea–, en mayor medida este forma parte del cumplimiento de estar a distancia de la posición. Para un gendarme, no hay muc...
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- Situación del Curso de Sociología General en la obra de Pierre Bourdieu
- Anexo. Resúmenes de los cursos publicados en el Annuaire du Collège de France