Seamos libres
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Osvaldo Bazán

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"Porque es hora de que les dé vergüenza de una vez por todas arrear pobres, manosearlos, jugar con su miseria. Que les dé vergüenza celebrar una lealtad de morondanga al que más chorea. Que les dé vergüenza ser nietos putativos del fascismo mussoliniano, el de 'al amigo, todo; al enemigo, ni justicia'." Este libro trata de la impunidad, del choreo y de la venganza, los tres pilares básicos en los que se asienta el gobierno de Fernández-Fernández, y de cómo ciertos intelectuales, artistas, periodistas y empresarios son cómplices del desastre. "Seamos libres" propone alternativas para cambiar el rumbo y contrarrestar este presente de loas a los dictadores venezolanos, verdades precocidas, testigos torturados y ahorcados, presos comunes liberados, presos distintos en mansiones robadas, jueces perseguidos, jubilados estafados, derechos humanos violados, consagración del pobrismo, reformas judiciales direccionadas para el beneficio propio, periodistas patoteados, marchitas, sarasas y cosos. Para que Ezeiza deje de ser la salida.Para que recuperemos la República para todos los argentinos. ¿Cómo fue que llegamos a pensar que no podíamos?

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Información

La peste
Fue un tiempo de joggineta y streaming. De delivery de comida, zoompleaños y chicos volviéndose locos en clases por Zoom sin juegos ni risas.
Fue el año de la peste china, la mejor excusa que encontró el gobierno coso para encerrar el país a fuerza de dnu dudosamente constitucionales.
Ni la salud ni la economía fueron salvadas por un Estado que ni supo ni quiso ni pudo cuidarlas.
El presidente Coso y la vicepresidente no mostraron nunca empatía por el sufrimiento de sus conciudadanos en su año más terrible.
De sobreprecios en alimentos de primera necesidad hasta asesinados por salir en bicicleta; de tecitos curativos al karaoke vacío de Tecnópolis.
Un registro de la desidia del peor gobierno de la historia.
Un cuento chino
Al principio, si es que alguien se acuerda del principio, fue difícil. Nos enfrentamos a una situación inédita. Todo era culpa de un chino que no le pegó al punto de cocción del murciélago. Por eso se le empezó a decir “virus chino”, pero enseguida se le sacó el “chino”, no se le pudo decir más “chino”, porque el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (inadi) se enojaba.
Igual, es cierto que nació en China por la ingesta de menús estrafalarios con productos que siguen respirando mientras se los están comiendo.
Es cierto que se ocultó y Xi Jinping dijo claramente a sus súbditos: “No se hagan los rulos”, mensaje que, por lo que se ve en cualquier negocio oriental de cercanía, fue acatado masivamente por la población.
Es cierto que se desparramó rápidamente por todo Occidente, el mejor cliente de la dictadura china. Divino Occidente, hay que decirlo, fomentando el Frankenstein de ojos rasgados, al que estuvo comprándole todo por dos pesos durante años, despreocupándose de las evidentes violaciones a los derechos humanos que solo puede cumplir una organización de más de 90 millones de personas como es el Partido Comunista Chino. “¡Necesito el telefonito nuevo, el que te saca las fotos y te las da vuelta y les pone aroma!”, grita Occidente cual quinceañera caprichosa.
Los fabricantes piensan: “Si lo hago en Occidente, tan jodidamente derechoso como es, con esas exigencias de salarios mínimos, horarios de trabajo, vacaciones y esas molestias de las democracias liberales, sale demasiado caro. Se lo compro a China, que al ser comunista no tiene esos problemas”.
Milán necesita que cambiés las tonalidades de los colores una vez por mes. Imposible con obreros que exigen condiciones sanitarias, indemnizaciones y seguros por accidentes de trabajo. Compremos en Pekín y desfilemos en París. Francia continúa muy liberté, egalité, fraternité solo para ella, mientras los chinos se joden, China lidera las superligas, y todos contentos.
Mientras Occidente se castigaba por no ser todo lo progre que debiera, ayudaba a China a crecer, porque, como muy bien dijo nuestro ministro de Coso, Ginés González Coso, China queda lejos.
En realidad, no tan lejos: el virus es tan chino como la base Bajada del Agrio, de Neuquén, que la presidenta-vice le cedió en su momento a China y que, como prueba de buena voluntad, cuando era construida tenía un centro de visitantes que mostraba la transparencia del proyecto. Hoy, el centro de visitantes está rodeado por un alambrado de púas de casi tres metros de alto y solo atiende con citas previas que pocos consiguen. Su programa espacial está dirigido por el Ejército Popular de Liberación chino, el ejército de ese país donde el partido es el Estado. En el lugar, solo trabajan empleados chinos. Al final, como Rosario, “cerca, China siempre estuvo cerca”. Se le escapó el dato al ministro Coso.
Así que el virus es chino, pero para no ofender a nadie no se le dirá así, aunque zika viene del bosque de Zika; ébola, del río Ébola; el hantavirus, del río Hanta, y siguen los éxitos. Por no hablar, claro, de la gripe española. No ofendamos a China, la mejor creación comunista de Occidente.
El virus al que no se le puede decir chino mandó a prisión domiciliaria a tres cuartas partes del planeta y recortó todo tipo de libertades haciéndole honor a su nombre prohibido.
Las autoridades de Wuhan les mintieron a sus habitantes sobre la gravedad y el número de casos. Recién el 22 de enero, a tres meses de iniciada la pandemia, decidieron aislar la ciudad. Eso solo es posible en un país con medios de comunicación dirigidos o cooptados por el Estado, con población acostumbrada a obedecer y no cuestionar a la autoridad.
Li Wenliang fue el primer médico que les contó el 30 de diciembre a unos colegas que siete pacientes suyos tenían esta nueva enfermedad. A los cuatro días, lo citaron a la central de Policía y lo acusaron formalmente de perturbar el orden público con sus comentarios falsos. Todo el aparato estatal de medios empezó a llamar “los ocho chismosos” al médico y sus pacientes para denigrarlos. Murió el 6 de febrero, contagiado.
Xu Zhangrun fue el profesor universitario que publicó en las redes un ensayo donde criticaba el irresponsable manejo de Beijing sobre el coronavirus. Ahí decía: “La epidemia ha revelado el núcleo podrido del gobierno chino”. La suerte del profesor no fue un cuento chino: estuvo un tiempo desaparecido, lo suspendieron de su empleo, le hicieron investigaciones que no llegaron a nada. En julio, veinte agentes de seguridad lo sacaron de su casa y lo encarcelaron bajo el ridículo cargo de “pedir prostitutas”.
El 6 de febrero, el periodista Chen Qiushi publicó en las redes las evidencias que tuvo en Wuhan sobre cómo la peste había sobrepasado los servicios de salud de la ciudad. Desapareció ese mismo día y no se supo nada de él por los siguientes siete meses. Apareció a fines de septiembre con vigilancia supervisada en una ciudad lejana. Tuvo más suerte que Fang Bin y Li Zehua, dos blogueros populares que continúan desaparecidos. No se salvan ni los propios. Ren Zhiqiang, millonario, hijo de un exministro y alto funcionario del Partido Comunista, tuvo la osadía de criticar a Xi Jinping por el manejo de la pandemia. Le tiraron con dieciocho años de prisión por la cabeza.
Una de las instituciones más dañadas por el virus fue, paradójicamente, la Organización Mundial de la Salud (oms). Las contradicciones, desmentidas, incoherencias y sinrazones que manejó superaron la dinámica del “vamos viendo” que lógicamente podría presuponerse de un bichito desconocido. Hasta el coronavirus, no sabíamos en qué manos estábamos.
En mayo, con la pandemia desparramándose a niveles estratosféricos, Venezuela solo reconocía diez muertos, muy por debajo de sus países vecinos. Sin embargo, a pesar de la denuncia de la oposición venezolana de que esos números eran increíbles, el presidente de la oms, Pityrosporum Ovale, fue y felicitó a Maduro.
Venezuela decía que tenía diez muertos, al mismo tiempo que la ong Foro Penal reconocía diez presos por hablar de covid. ¿Cómo podía la oms felicitar por su gran manejo de la pandemia a un país sin electricidad en los hospitales y en donde los enfermos tienen que llevar sus propias gasas porque no hay? Uno de los presos es un señor de 70 años, personal de salud, con arresto domiciliario; otro, un bioanalista que mandó un WhatsApp; otro, un enfermero que estaba detenido por subir un video mostrando las condiciones en las que trabajan en su hospital.
En esas manos estaba el mundo cuando llegó la pandemia. Por eso hay que agradecerle.
Gracias, coronavirus, nos recordaste que, nos gustara o no, estábamos en el mundo, pertenecíamos al mismo organismo vital y no éramos ningún ombligo. Es que Argentina, a veces, parece tan entusiasmada con su originalidad que le encantaría vivir lejos del resto, sin comprarle nada a nadie, pero intentando venderles a todos; sin escuchar sus noticias, pero enojándose cuando no la escuchan; tan enamorada de sí misma que no puede ver el universo porque su vanidad no la deja. Si supiera, la pobre.
Gracias, coronavirus, por recordarnos, paradójicamente, que estábamos vivos. Es más, en principio nos recordaste que teníamos presidente, cosa que estaba en duda desde diciembre de 2019 ante el limbo en el que permanecíamos esperando que los negociadores internacionales aceptasen un plan que nadie había visto, pero que estaba, eh, ojo, no vayan a creer, pero como somos los inventores del truco, no vamos a andar mostrando las cartas tan fácilmente. Un juego en el que, como sabemos, la mentira es fundamental.
Gracias, coronavirus. De ahora en más, cuando los demás países nos den dos meses de ventaja, quizá no nos hagamos los cancheritos.
¿Y Argentina?
¿En qué manos estábamos cuando comenzó todo?
Tenemo miniterio
Desde mediados de enero, el exembajador en China, Diego Guelar, encendió las alarmas. No solo sabía lo que se sabía en China. Sabía también la manera en que China ocultaba información de todos los temas, así que suponía que había algo más. Pero el teléfono del ministro Ginés González Coso estaba en vibrador y no lo escuchó, porque a su alrededor una piara de adictos saltaba al grito de “¡tenemo miniterio!”.
A partir de ese momento, la ciencia ficción adquirió una nueva rama, la ficción ciencia, encarnada ajustadamente por el Tenemo Miniterio Ginés. La entrevista que dio el 7 de febrero al académico programa Intratables, de América tv, es una joya del género.
Todo lo que pasó después, los más de doscientos días de una cuarentena sin final, el aniquilamiento de la vida sanitaria, comercial, social y educativa del país, todo, todo, estaba en esas primeras declaraciones del ministro de Coso que a dos meses de anunciado el primer caso en China no tenía la más amarilla idea de sobre qué se estaba hablando. Mientras el periodista Fabián Doman intentaba saber de qué se trataba este virus que, ya se veía en la televisión mundial, no anticipaba nada bueno, Tenemo Miniterio Ginés dejaba estas joyas para la posteridad, muy suelto de cuerpo:
“[El coronavirus] no tiene un mecanismo de transmisión demasiado importante o rápido ni una tasa alta de letalidad”.
“Otra de las ventajas de A...

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