MEDIODÍA
12:00 JOSÉ MARÍA RAICH Y ROS DE OLANO (BARCELONA)
—No lo sé, Bermúdez, no lo sé. Llevo toda la mañana intentando contactar con mi hija, y no hay manera. Tú tráelo a casa y ya nos apañaremos.
—Pero no puedo hacer el viaje yo solo con la criatura. ¿Y si se mea? ¿Y si se caga? ¿Y si me para la policía…?
—Pues que te acompañe alguna de tus amigas.
—Sí, claro…
Bermúdez se levanta, se rasca las patillas, da una vuelta por el despacho, resopla, se vuelve a sentar:
—Está bien, pero quiero diez talegos más.
—Bermúdez…
—Es lo que me va a costar convencer a alguna de las chicas.
Me lo quedo mirando fijamente, tiene el labio perlado de sudor:
—Cinco.
—Ocho.
—Siete.
—Siete y medio.
No sé por qué me tienen que tocar siempre a mí los filibusteros.
—Está bien.
Aprieto el botón del interfono:
—¿Yolanda?
—¿Dígame, señor Raich?
—Haga el favor de meter siete mil quinientas pesetas más.
—Como usted mande, señor Raich.
—En el sobre, quiero decir, no en el maletín.
—Por supuesto, señor Raich.
Escribo en un papel el teléfono del Ritz:
—Si hay algún problema, me llamas a este número.
Bermúdez coge el papel, lo guarda en un bolsillo de la gabardina, se levanta:
—No se preocupe, señor Raich, todo va a salir estupendamente.
—Eso espero, Bermúdez, eso espero.
Bermúdez desaparece y llamo otra vez a Montse. Dejo que suene el teléfono hasta que se corta la señal. Vuelvo a llamar a Pablo, esta vez a la oficina.
—Clavería & Rull, abogados, ¿dígame?
—Con el señor Clavería, por favor.
—¿De parte de quién?
—De su suegro.
—Lo siento, señor, pero no está. Se fue ayer por la tarde a Benasque…
Maldito vago. Seguro que tiene los espermatozoides podridos de tanto rascarse las pelotas. Aprieto el botón del interfono:
—¿Yolanda?
—¿Dígame, señor Raich?
—Prepáreme una aspirina.
—Ahora mismo, señor Raich.
Alzo la cabeza y miro la hora, pero el péndulo del reloj no se mueve. Me levanto, salgo del despacho, cojo el abrigo, tomo la aspirina que me tiende Yolanda con esos dedos suyos de estudiante de música que debieron de asir el instrumento de su profesor como si fuese la flauta mágica de Mozart.
—Yolanda, ¿qué le tengo dicho?
—¿De qué, señor Raich?
—Del reloj de mi despacho.
—Que hay que darle cuerda todas las semanas.
—¿Y esta semana le ha dado cuerda?
—Sí, señor Raich, el lunes.
—Pues a partir de ahora le dará cuerda dos veces por semana.
—Como usted mande, señor Raich.
—Por cierto, si llama mi hija Montse dele el número del Ritz y dígale que tengo que hablar con ella urgentemente.
Cojo el ascensor, salgo a la calle, paro un taxi en Primo de Rivera:
—Al hotel Ritz.
—Adonde usted quiera, caballero.
A estas horas no debería haber mucho tráfico, pero la avenida está congestionada. El taxista parece leerme el pensamiento:
—Es por culpa de los estudiantes, han convocado una manifestación en la plaza Universidad. A la cárcel los mandaba yo a manifestarse.
El taxista exhibe una herradura oxidada en el salpicadero. En la radio suena una canción de moda y el hombre gira el dial cuando el estribillo empieza a pedir «libertad, libertad, sin ira, libertad».
—Si es que no hay derecho, hombre. Se piensan que la calzada es suya.
Alguien se ha dejado un Tele/eXpres en el asiento de atrás. Me pongo las gafas y lo ojeo. La viñeta de Tísner critica la inflación mostrando a una aldeana que se impacienta porque el agua del pozo no sube, por mucho que la bombee. «Ya subirá, mujer», le responde el marido con cara de circunstancias. Qué poca gracia tiene el rojales este, la verdad. Siempre igual. El otro día, la misma mujer se lamentaba: «Tenemos la leche más cara de Europa», y el marido respondía: «Será por lo de las vacas flacas, digo yo». Con tanto cinismo lo único que conseguirán es que los precios se disparen…
—¿Qué le decía? Ahí los tiene.
Levanto la vista del diario, miro por la ventana, varias docenas de estudiantes se concentran en la puerta de la universidad a la espera de que empiece la manifestación. Contra la fachada del edificio han desplegado una pancarta enorme en la que puede leerse: «Amnistía total», y otras más pequeñas con lemas como «Llibertat d’expressió», «La amnistía o la vida», «José Luis, mai t’oblidarem», «Tu herida es la nuestra, Rafael»…
—Aquí lo que tendrían que hacer es lo que han hecho en Italia, prohibir las manifestaciones durante una temporada, ¿no le parece? Mi padre no sabía leer, pero no se cansaba de repetir estos versos:
Oyendo hablar a un hombre, fácil es
conocer dónde vio la luz del sol.
Si os alaba a Inglaterra, es un inglés.
Si os habla mal de Prusia, es un francés.
Si os habla mal de España, es español.
»Pero ¿cómo no vamos a hablar mal de España, con lo que está ocurriendo?
Por el espejo retrovisor veo cómo el taxista se mete en la boca una peladilla y no tardo en escuchar un crujido sordo, como de huesos quebrados. Me hurgo disimuladamente la nariz y saco un moco espléndido, cremoso, sanguinolento, hago una pelotilla, la impulso con el índice varias veces, como si fuera un chaval jugando a las chapas, pero no consigo deshacerme de él, lo pego debajo del asiento y vuelvo al Tele/eXpres. En la sección de pasatiempos, una joven morena y en paños menores sonríe a la cámara pícaramente, rodeada de un crucigrama a medio hacer, una tira cómica de Charlie Brown y el horóscopo del profesor Lester.
—O, si no, darles una lección. Como al chaval ese de San Sebastián. Aunque dicen que el desgraciado estaba tranquilamente en su coche, esperando a que pasara la manifestación, y la pelota de goma le entró por la ventana… Sea como fuere, yo estoy con Martín Villa: «Lo nuestro son errores. Lo otro son crímenes». Bueno, ya hemos llegado.
El hombre detiene el coche, aprieta el botón del taxímetro. Saco un billete de cien y se lo tiendo. Mientras espero el cambio veo pasar por la acera de enfrente a una niña con un perro. Me quito las gafas para ver mejor, estas lentes bifocales no me acaban de convencer, tendré que hacerle caso a Gustavo y probar unas de esas que llaman progresivas. Anda, pero si parece la hija de la señora Leticia…
—Aquí tiene, caballero.
Cojo el cambio y salgo del taxi. Cuando vuelvo a mirar, la niña y el perro han desaparecido. Saludo al portero del Ritz, le dejo el abrigo y atravieso el hall. Estoy harto de tantos cócteles. No hace ni dos meses que fundaron la CEE y ya me han invitado a cinco o seis. Y ahora van y dicen que se quieren aliar con Fomento, con la AEI, con la CGEE, con la CNE y con no sé cuántas siglas más para formar una megaconfederación de empresarios. Menos cócteles y más ladrillo, coño, más ladrillo. En el salón de fiestas ya ha empezado el piscolabis, y varias azafatas que huelen a Heno de Pravia pasean bandejas llenas de canapés con caviar ruso, foie gras normando, picadillo de cangrejo, jamón de jabugo, salmón ahumado, champán francés. Detengo a una que pasa por mi lado, me llevo a la boca un dátil envuelto en bacon crujiente y me sirvo un Bitter Kas. El salón de estilo Liberty está lleno de políticos, de empresarios y de gente con guiones en el apellido que discuten, beben, comen, ríen y saludan a los que van llegando. Paso junto a un grupo en el que lleva la voz cantante el marqués de Munt, con su conjunto de tweed color ceniza y su fular estampado:
—A ver si sabéis qué es un Suárez.
Nadie responde.
—Un Suárez es… ¡un chuletón de Ávila poco hecho!
La risa del marqués es la primera en estallar, seguida por el eco de su claque. Paso de largo y me acerco a otro grupo en el que distingo a varios miembros de Ageurop.
—¡Hombre, José Mari!
Jaime Campmany me recibe con un gesto teatral, que culmina con un abrazo vacío:
—Nos has pillado in fraganti hablando de la minga de Napoleón. ¿Te has enterado de que va a salir a subasta? Dicen que es tan pequeña que aconsejan ir con lupa…
La carcajada de Campmany rivaliza con la del marqués de Munt.
—Pero déjame que te presente a Mariano, el director de campaña del referéndum.
Un joven con barba y gafas de carey me ofrece una mano lánguida. Campmany se pone a cantar:
Habla, pueblo, habla,
tuyo es el mañana.
Habla y no permitas
que roben tu palabra…
»¡No me digas que no es para quitarse el bombín!
Me disculpo y continúo hacia el fondo de la sala. Voy cazando al vuelo canapés y frases sueltas. Devoro un pincho de tortilla de patatas mientras escucho:
—… pues dicen que el grupo Bilderberg ha invitado a Fraga a su próxima reunión.
—Eso es porque no han visto las fotos de su baño en Palomares.
—A mí me han dicho que también han invitado a Felipito, pero que no va a ir, aunque se muera de ganas…
Picoteo unos tacos de jamón.
—… perdiendo lo que no está escrito. Y no sólo nosotros, sino todas las empresas de la construcción. Pero hay que aguantar lo que haga falta, ¡ni una peseta más a esos cabrones!
Aparto las alcaparras y me como el salmón.
—I pensar que els progres es conformen amb aperitius de vi de garrafa, patates, olives i foie gras La Piara!
Ataco unas croquetas de bacalao.
—… no será la primera vez que un banquero recibe amenazas.
—No, pero ahora corre la voz de que tienen en el punto de mira a varios empresarios…
En una esquina descubro a Ferrer Salat departiendo discretamente con el comisario Sánchez Gala. Cuando me ven llegar, cambian de tema.
12:40 SOLITARIO VI (BARCELONA) Tras un buen rato andando, divisamos a lo lejos una muchedumbre. No hemos dejado de caminar desde la fuga del canódromo, si exceptuamos la parada en el parque para recuperarnos de la carrera, deshacernos del bozal y compartir dos rebanadas de pan untadas con una crema marrón, dulce y empalagosa. A partir de entonces hemos deambulado, intentando evitar la...