Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI
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Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI

Erik Olin Wright

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El capitalismo ha transformado el mundo y aumentado nuestra productividad, pero a costa de un enorme sufrimiento humano. Nuestros valores compartidos –igualdad y equidad, democracia y libertad, comunidad y solidaridad– pueden proporcionar la base para una crítica al capitalismo y ayudar a guiarnos hacia una sociedad socialista y democrática.Erik Olin Wright ha compendiado décadas de trabajo en este manifiesto conciso y estrictamente argumentado: analizando las variedades de anticapitalismo, evaluando los diferentes enfoques estratégicos, y sentando las bases para una sociedad dedicada a la prosperidad humana. Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI es un argumento urgente y poderoso a favor del socialismo, y una guía incomparable para ayudarnos a alcanzarlo. Otro mundo es posible.

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Capítulo IV
Un destino fuera del capitalismo: el socialismo como democracia económica
Siempre es más fácil criticar la situación existente que proponer una alternativa creíble. Por eso los nombres de los movimientos de protesta social incluyen a menudo el prefijo «anti-». Las movilizaciones antibélicas se oponen a la guerra. Las protestas antiausteridad se oponen a los recortes presupuestarios. Las protestas antiglobalización se oponen a unas políticas neoliberales de integración capitalista a escala mundial cuyas reglas sólo benefician a las empresas multinacionales y a las finanzas globales. E incluso, cuando un movimiento se denomina por sus aspiraciones positivas –el movimiento por los derechos civiles; el movimiento ecologista, el movimiento feminista–, a menudo las exigencias se enmarcan principalmente como el fin de algo: el fin de las leyes Jim Crow de segregación racial; el fin de la discriminación en materia de vivienda; el fin del perfilado racial por parte de la policía; el fin de la fracturación hidráulica o fracking; el fin de la discriminación en el empleo por razones de sexo; el fin de las restricciones al matrimonio de parejas homosexuales.
La cuestión aquí no es que las personas que participan en dichos movimientos no estén firmemente comprometidas con valores o esperanzas positivos para un mundo social muy diferente. El movimiento por los derechos civiles que se produjo en la década de 1960 en Estados Unidos encarnaba profundamente los valores de igualdad, democracia y comunidad. El problema es que resulta mucho más difícil formular exigencias unificadoras en torno a alternativas positivas que en torno al desmantelamiento de las soluciones opresivas existentes. En el movimiento estadounidense por los derechos civiles, estaba claro qué significaba la exigencia de poner fin de las leyes segregacionistas; estaba mucho menos claro qué significaba la exigencia de establecer nuevas políticas e instituciones inclusivas que proporcionasen buenos puestos de trabajo para todos, acabaran con la pobreza y fomentasen la participación política de la gente común. En cuanto el movimiento por los derechos civiles de los años sesenta pasó de centrarse casi exclusivamente en la antidiscriminación y la igualdad de derechos a un programa de igualdad positiva en torno a cuestiones de poder y oportunidad económica, y comenzó a articular la necesidad de establecer instituciones alternativas para alcanzar estos objetivos, la unidad del movimiento se hizo añicos.
Hasta las últimas décadas del siglo XX, los anticapitalistas radicales tenían una idea muy clara de cuál era la alternativa deseable al capitalismo. La llamaban «socialismo». Las disensiones entre quienes se declaraban socialistas eran mucho más agudas en referencia a cómo efectuar el cambio –¿hacía falta una ruptura revolucionaria o podía efectuarse la transformación gradualmente mediante reformas?– que en cuanto a las instituciones fundamentales de destino. Grosso modo, el socialismo se entendía como un sistema económico en el que la propiedad privada era sustituida por la propiedad estatal de los principales medios de producción, y los mercados eran sustituidos por alguna forma de planeamiento integral pensado para cubrir necesidades y no para maximizar beneficios. Por supuesto, había muchos detalles que concretar, y en ocasiones las ideas sobre dichos detalles podían desatar grandes polémicas, pero los contornos básicos del socialismo en cuanto alternativa al capitalismo parecían bastante claros.
A finales del siglo XX, pocos críticos del capitalismo conservaban mucha confianza en esta interpretación tan estatalista de una alternativa deseable al capitalismo. El fracaso definitivo de los intentos históricos de construir una alternativa atractiva al capitalismo en la Unión Soviética, China y otros lugares desacreditaron la idea de establecer un planeamiento central absoluto, burocráticamente dirigido, tanto por el carácter enormemente represivo de esos procesos estatales concretos como por las ubicuas irracionalidades producidas por estas economías. ¿Pero significa esto que los mercados deban desempeñar una función central en cualquier alternativa viable al capitalismo, o necesitamos imaginar una forma de planeamiento completamente nueva? ¿Es la propiedad estatal de los medios de producción esencial para superar el capitalismo, o acaso una economía poscapitalista admite distintas formas sociales de propiedad? Los anticapitalistas de hoy conservan el diagnóstico y la crítica al capitalismo, pero hay mucha menos claridad respecto al carácter de una alternativa deseable, viable y factible, que sea potencialmente capaz de sustituir al capitalismo.
Dadas todas estas ambigüedades, quizá debería abandonarse la palabra misma, «socialismo». Las palabras acumulan significado a través de los contextos históricos y tal vez el término socialismo haya quedado tan pervertido por su asociación con los regímenes represivos del siglo XX que ya no logre servir de denominación genérica para las alternativas emancipadoras al capitalismo. Aun así, en las primeras décadas del siglo XXI, la idea del socialismo ha recuperado parte de su prestigio moral. Una encuesta efectuada por Gallup en 2016 indicaba que una mayoría de los estadounidenses menores de treinta años tenía una opinión favorable del «socialismo». Y en cualquier caso, en buena parte del mundo, el lenguaje del socialismo sigue siendo el utilizado para hablar de una alternativa justa y humana al capitalismo, y ningún otro término ha ocupado su lugar. En consecuencia, seguiré utilizándolo aquí.
Este capítulo desarrollará una forma de pensar en el socialismo como destino posible tras el capitalismo. En el siguiente apartado, presentaré una forma concreta de plantear estructuras económicas alternativas. Este análisis implicará la incursión en una teoría social bastante abstracta, pero hace falta para precisar algunos conceptos básicos. Por último analizaré con mayor concreción algunos de los componentes de una economía socialista que, de manera verosímil, podrían servir para hacer realidad los valores emancipadores.
UN CONCEPTO DE SOCIALISMO CENTRADO EN EL PODER
Una forma de abordar el replanteamiento de la idea de socialismo es poner el foco en la manera como se organiza el poder dentro de las estructuras económicas, en especial el poder sobre la asignación y el uso de los recursos económicos. Invocar el poder abre, por supuesto, la caja de Pandora de las cuestiones políticas. Pocos conceptos son más debatidos por los teóricos sociales que el poder, de modo que aquí adoptaré un concepto deliberadamente básico: poder es la capacidad de hacer cosas en el mundo, de producir efectos. Es lo que denominaríamos una noción del poder «centrada en el agente»: las personas, actuando tanto individual como colectivamente, usan el poder para conseguir cosas. En los sistemas económicos, usan el poder para controlar la actividad económica: asignando inversiones, escogiendo tecnologías, organizando la producción, dirigiendo el trabajo, etcétera.
El poder es la capacidad de hacer cosas, pero esta capacidad puede adoptar muchas formas distintas. Dentro de los sistemas económicos destacan en especial tres formas distintas de poder: el económico, el estatal y lo que yo denominaré el «poder social». Los dos primeros son conocidos. El poder económico se basa en el control de los recursos económicos. El poder estatal, en el establecimiento y la aplicación de normas en un territorio. El poder social, tal y como yo uso la expresión, mana de la capacidad de movilizar personas para acciones colectivas voluntarias, en cooperación. Si el ejercicio del poder económico consigue que los individuos hagan cosas sobornándolos, y el ejercicio del poder estatal, obligándolos, el ejercicio del poder social consigue que las hagan convenciéndolos.
El poder social es fundamental para la idea de la democracia. Decir que un Estado es democrático significa que el poder estatal está subordinado al social. Las autoridades de un Estado democrático utilizan, como en todos los Estados, el poder estatal –el poder de hacer y aplicar normas vinculantes en el territorio–, pero en una democracia política el poder estatal está sistemáticamente subordinado al poder social. La expresión «gobierno del pueblo» no significa realmente «gobierno de la agregación atomizada de individuos separados de la sociedad tomados como personas aisladas» sino, por el contrario, gobierno de las personas colectivamente organizadas de distintas maneras en asociaciones voluntarias: partidos, comunidades, sindicatos, etcétera. Las elecciones son la forma más familiar de conseguir esta subordinación del poder estatal al social. Cuanto más se subordine el poder estatal al social, más profundamente democrático será el Estado.
En lo referente a estas tres formas de poder, el socialismo puede distinguirse de otros dos tipos de estructuras económicas, el capitalismo y el estatismo.
El capitalismo es una estructura económica dentro de la cual la asignación y el uso de recursos en la economía se logra mediante el ejercicio del poder económico. Las inversiones en producción y el control de esta son resultado del ejercicio del poder económico por parte de los propietarios del capital.
El estatismo es una estructura económica dentro de la cual la asignación y el uso de recursos para diferentes fines se logra mediante el ejercicio del poder estatal. Las autoridades estatales controlan los procesos de inversión y producción mediante algún tipo de mecanismo administrativo del Estado, a través del cual ejercen el poder estatal.
El socialismo es una estructura económica dentro de la cual la asignación y el uso de recursos para diferentes fines ocurre a través del ejercicio del poder social. En el socialismo, el proceso de inversión y la producción están controlados por instituciones que permiten a las personas comunes decidir colectivamente qué hacer. Fundamentalmente, esto significa que el socialismo equivale a democracia económica.
Estas definiciones del capitalismo, el estatismo y el socialismo son lo que los sociólogos denominan «tipos ideales». Como ya observamos en el capítulo III, las economías reales son ecosistemas complejos que varían dependiendo de cómo interactúen y se mezclen estas distintas formas de relaciones económicas. Llamar «capitalista» a una economía es utilizar una abreviatura para una expresión más engorrosa, como «un ecosistema capitalista que combina relaciones de poder capitalistas, estatistas y socialistas en el que predominan las relaciones capitalistas». De modo paralelo, una economía es estatista en la medida en la que el poder estatal predomina sobre el poder económico y sobre el social. Y por último, una economía es socialista en la medida en la que el poder social predomina sobre el poder estatal y sobre el económico.
En esta tipología de las formas económicas, no se mencionan los mercados. Puede parecer extraño, ya que muchos debates sobre las alternativas al capitalismo se formulan en términos de mercados frente a planificación. A menudo, de hecho, la idea misma de capitalismo se hace equivaler a mercados. Es un error. Los mercados desempeñarían una función en cualquier economía socialista o estatista viable, así como en la economía capitalista. La cuestión es cómo modelan las diferentes formas de poder el funcionamiento de los intercambios descentralizados dentro de los mercados, no si los mercados existen. Es bien sabido que Angela Merkel, la canciller alemana, pidió una democracia conforme al mercado; lo que necesitamos, por el contrario, es un mercado conforme a la democracia, una economía de mercado que esté efectivamente subordinada al ejercicio del poder democrático.
La idea de las economías como ecosistemas que combinan tipos de relaciones de poder determinados puede usarse para describir cualquier unidad de análisis: sectores, economías regionales, economías nacionales, incluso la economía mundial. Estas relaciones de poder también interpenetran unidades de producción concretas, de modo que determinadas empresas pueden ser híbridos que operan en el ecosistema económico que los rodea. Una empresa capitalista en la que hay un fuerte comité de trabajadores elegido por los empleados y en la que los representantes de los trabajadores participan en el consejo de dirección es un híbrido de elementos capitalistas y socialistas. Dicha empresa seguiría siendo capitalista porque los propietarios del capital controlan las inversiones en la misma, pero es menos puramente capitalista en la medida en que el control sobre su funcionamiento implica también el ejercicio del poder social.
Una de las implicaciones de esta forma de plantear los sistemas económicos es que el contraste entre capitalismo y socialismo no debería considerarse una dicotomía simple, en la que la economía es lo uno o lo otro. Podemos, por el contrario, hablar del grado en el que un sistema económico es capitalista o socialista. En estos términos, la estrategia a largo plazo de erosionar el capitalismo, analizada en el capítulo III, plantea un proceso de expansión y profundización de los elementos socialistas en el sistema económico de manera tal que debilite el dominio del capitalismo. Esto significa profundizar y ampliar las diversas formas de organizar democráticamente las actividades económicas.
COMPONENTES BÁSICOS DE UNA ECONOMÍA SOCIALISTA DEMOCRÁTICA
Una cosa es decir que la idea organizadora central del socialismo es la democracia económica, y otra muy distinta detallar realmente el diseño institucional de una economía organizada en torno a esa idea. Tradicionalmente, cuando los anticapitalistas intentan plantear dicho diseño, describen una estructura unitaria de la alternativa imaginada. A veces esta adopta la forma de proyectos precisos. Con más frecuencia, la alternativa se especifica en términos de un único mecanismo institucional distintivo, emblemático, tal como la propiedad estatal con planificación central, la planificación participativa descentralizada o el socialismo de mercado con empresas de propiedad y gestión cooperativas.
No puedo proponer tal estructura unitaria para el socialismo democrático. No creo que se deba sólo a la falta de imaginación (aunque, por supuesto, podría ser). Me parece, por el contrario, muy improbable que un modelo de economía socialista que gire en torno a un único mecanismo institucional sea viable. Muy probablemente la configuración institucional óptima de una economía democrática igualitaria sea una mezcla de diversas formas de planeamiento participativo, empresas públicas, cooperativas, empresas privadas reguladas democráticamente, mercados y otras formas institucionales, sin depender en exclusiva de ninguna de ellas.
En todo caso, el diseño de instituciones económicas en una economía democrática poscapitalista y sostenible evolucionaría a partir de la experimentación y la deliberación democrática. La «sostenibilidad» en una economía democrática igualitaria significa que la configuración institucional en cuestión estaría continuamente respaldada por una amplia mayoría de quienes participan en la economía, puesto que estos tienen el poder de cambiar las reglas del juego si no les gusta cómo funcionan las cosas. Inevitablemente se alcanzarán soluciones intermedias entre los diferentes valores que una economía democrática espera hacer realidad; un conjunto determinado de reglas del juego institucionales es una forma de guiar esas soluciones intermedias. Un sistema estable es aquel en el que los resultados continuos del funcionamiento del sistema a largo plazo refuerzan la aceptación de dichas reglas por parte de la población.
No sé qué configuración institucional de las diferentes formas de organización económica funcionaría mejor, o cuáles serían, en la práctica, las concesiones entre las posibles configuraciones. Pero lo que predigo es que una configuración institucional estable contendrá un conjunto heterogéneo de formas institucionales.
Por lo tanto, en lugar de intentar presentar una especie de proyecto general, efectuaré un inventario parcial de los principales componentes de un socialismo democrático. Muchos de ellos existen ya en las economías capitalistas en diversos grados de desarrollo, y constituyen por consiguiente alternativas inmanentes; otros son propuestas de nuevas soluciones institucionales que podrían aplicarse dentro del capitalismo, al menos de forma parcial, aunque aún no se aplican; y otros probablemente no podrían aplicarse mientras el capitalismo siga siendo el modelo dominante. Tomados en conjunto, constituyen algunos de los ingredientes básicos de un destino democrático más allá del capitalismo.
Renta básica universal
La renta básica universal (RBU) constituye un rediseño fundamental de los mecanismos de distribución de la renta. La idea es muy simple: todo residente legal de un territorio recibe una renta suficiente para vivir por encima de la línea de la pobreza sin ningún requisito de trabajo ni ninguna otra condición. Para pagar la RBU se aumentan los impuestos, de modo que, aunque toda la población la percibe, los perceptores de rentas situadas por encima de cierto umbral serían contribuyentes netos (su aumento de impuestos sería mayor que la RBU que reciben). Los actua...

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