Capítulo VI
Los balances recientes, el recurso de la teoría y el horizonte de un oficio
Dentro de la tradición de escritura de la historia en Colombia, la historia profesional representó una ruptura en tres niveles: el temático, el político y el metodológico. Sin embargo, las condiciones de la nueva época iniciada en los años ochenta se inauguran con la eclosión y el enfrentamiento abierto contra un fenómeno como el narcotráfico, la puesta en marcha de las políticas neoliberales, el derrumbe del mundo soviético y la redacción de una nueva Carta constitucional, que cambiaron el panorama del ejercicio de la escritura de la historia. Los historiadores tuvieron la urgencia de replantearse sus puntos de partida y sus horizontes.
La preocupante crisis de los referentes teóricos, utilizados comúnmente como una especie de recetario, dio vía libre a las reflexiones metodológicas. Infortunadamente, la aproximación a muchos de estos esfuerzos indica que su formulación aprovecha la muy extendida idea de que la metodología se equipara a la investigación y no funciona como la contrastación de los modelos con la investigación particular.
Pese a la crisis de referentes, la institucionalización de la disciplina histórica en Colombia fue un hecho innegable. Sin embargo, las tareas de las licenciaturas en historia se quedaron cortas cuando sus metas se limitaron a formar profesores y no investigadores. No obstante, se abrieron programas de posgrado en el área, pero debido a la ausencia de historiadores de formación básica, la apertura de estos programas benefició a profesionales venidos de otras carreras, especialmente sociólogos, politólogos, antropólogos y abogados.
Las condiciones de la década de los noventa abrió también, de una manera sorprendente, el abanico de los temas que trataron los historiadores. La irrupción de las cuestiones relacionadas con la historia de las mentalidades predominó en el panorama de los años noventa. La hegemonía de los temas coloniales cedió su lugar al álgido periodo de fines del siglo XIX y principios del XX. De igual forma, las nuevas corrientes culturalistas se superpusieron a los esfuerzos socioeconómicos que predominaron durante las tres décadas anteriores. No obstante, esta transformación en los intereses y los métodos, los historiadores mantuvieron los límites temporales de sus trabajos. El siglo XX permaneció como un tema de las otras ciencias sociales.
También son notorias las dificultades de las universidades públicas en particular, en torno al tema del “orden público”. Mientras en los años sesenta las universidades públicas formaron científicos sociales como “expertos” que apoyaron las decisiones políticas, en los años setenta y ochenta los programas en ciencias sociales se leyeron desde el Estado como los focos de la insurrección. Las universidades que habían acogido los programas de licenciatura en ciencias sociales, incluida la historia, tuvieron que cerrar durante largos periodos estas carreras. Esto ocasionó intermitencias y produjo situaciones paradójicas, como aquella que señalaba la existencia de más programas de posgrado en historia que pregrados. Los efectos de esta situación se reflejaron en las dificultades que ha tenido el desempeño de la “comunidad” de historiadores. La más patente, a mi juicio, es la ausencia del debate dentro de la disciplina histórica y el predominio de profesionales de las otras ciencias sociales en la realización de los estudios históricos más recientes. No basta, pues, con la existencia de los programas de pregrado y posgrado y la realización regular de los congresos nacionales; falta aún la consolidación de la reflexión historiográfica en el interior de la comunidad científica de los historiadores.
Los rasgos de una disciplina
profesional consolidada
Los avatares de los programas de pregrado en historia en las universidades colombianas no solo han dependido de la situación “subversiva” con la que los distintos gobiernos señalaron este tipo de estudios, al igual que los de la sociología y la antropología, sino también las dificultades propias de instituciones burocratizadas en exceso. Es revelador que los estudios de historia en la Universidad Nacional de Colombia tuvieran en su seno el primer programa de pregrado en el país en 1962 y que seis años más tarde lo hubieran cerrado por cuestiones administrativas y las dificultades para tener un cuerpo docente adecuado. El Departamento de Historia siguió funcionando como unidad de servicios para otras carreras de la Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas y solo hasta 1992 se abrió el pregrado en historia. Prácticamente pasaron treinta años sin que funcionara la licenciatura en historia en la principal universidad pública de Colombia. Pese a ello, hasta 1989, se abrieron cinco maestrías en historia, incluida una en la Universidad Nacional en Bogotá, lo cual representaba una anomalía si se supone que la carrera de historia debería tener ciclos sucesivos de formación.1
Hasta fines de los años ochenta, el pregrado en historia solo se desarrollaba en cuatro programas que se definían como tal: el de la Universidad de Antioquia; el de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín; el de la Universidad del Valle, y el de la Pontificia Universidad Javeriana. Todos ellos tenían como objetivo primordial la cobertura de los programas curriculares en escuelas, colegios y universidades que tuvieran carreras con materias relacionadas con la historia. En estos espacios competían con los egresados de las carreras de ciencias sociales y de educación, que tenían algún énfasis en historia. La mayoría de los profesores de historia se formaban, y todavía se forman, en programas de licenciatura en ciencias sociales, que se constituyen en torno a una combinación de estudios de historia, geografía y pedagogía.2
La relación entre la estructura universitaria y la investigación histórica en Colombia es muy estrecha. Los avances de la investigación en historia no pueden llevarse a cabo sin la existencia de un acumulado de experiencias de investigación. Estas experiencias descansan en la formación de los profesores que dictan y orientan los cursos y los programas de historia, unido a la estructura y apoyo que dan las universidades y las bibliotecas y los archivos para desarrollar las tareas de investigación. A fines de los años ochenta, dentro de los programas de pregrado y de posgrado en historia, fue detectada la abundancia de los profesores que carecían de títulos de posgrado. Tal situación se empezó a subsanar en el transcurso de los años noventa; aunque con la característica de que los estudios de maestría se inscribían en una combinación entre estudios nacionales y en el extranjero; mientras que los títulos de doctorado solo fueron obtenidos en el extranjero.3
Si bien la formación de posgrado no garantiza necesariamente la existencia de la investigación histórica, la ausencia de un buen número de profesores de nivel de posgrado da un indicio de las falencias en la formación de los estudiantes de historia, esto sin contar las dificultades en los recursos bibliográficos y archivísticos y la presencia y el contacto con investigadores extranjeros. La investigación está ligada a la viabilidad de los recursos para llevarla adelante, así como de las políticas de docencia e investigación de las universidades. Uno de los grandes problemas detectados desde los años noventa, en cuanto a los profesores con estudios de posgrado en el área de historia, radicaba en el hecho de que una gran parte de su tiempo lo dedicaba a la docencia y no a la investigación. Pese a los reclamos de Juan Friede y Jaime Jaramillo Uribe desde los años sesenta, en Colombia no existe la figura del investigador ni una institución dedicada exclusivamente a la investigación histórica, más bien para subsanar esta falencia y cubrir los déficit presupuestales y de cobertura de la docencia, se creó el eufemismo burocrático del “profesor-investigador”.
Pese a todo, en la década de los ochenta, la transformación en la escritura de la historia era una realidad palpable en el ámbito cultural y educativo de Colombia. La apertura de los programas de licenciatura en historia, así como de los posgrados y la aparición de nuevas publicaciones periódicas ratificaron esta presencia institucional. Una distribución tal de los “saberes” llevó poco a poco a una situación paradójica a principios de los años noventa. En la década de los ochenta existían cinco programas de posgrado en historia pero solo cuatro licenciaturas en historia. Para fines de la década de los noventa, la situación cambió radicalmente, en 1999 existían nueve programas de pregrado en historia, quince programas de especialización, orientados particularmente en el ámbito de la enseñanza de la historia, y cuatro programas de maestría en esta área.
La actividad histórica trató de permanecer y renovarse en el ámbito social colombiano durante la década de los noventa. En 1995 se aprobó el Doctorado en Historia en la Universidad Nacional de Colombia, que inició labores en 1997. Muchas de las universidades privadas del país les brindaron un impulso a los estudios históricos al apoyar posgrados en el área y fomentar, particularmente, las publicaciones periódicas. En este punto, es importante destacar el papel central de las revistas académicas para facilitar la difusión de los trabajos de investigación histórica. Además del consabido e importante Anuario de Historia Social, la década de los noventa vio florecer y apuntalarse, entre otras, a la revista Historia Crítica, de la Universidad de los Andes; Memoria y Sociedad, de la Universidad Javeriana, y la revista Historia y Sociedad, de la Universidad Nacional de Colombia, seccional Medellín. De igual modo, un importante medio de difusión de los trabajos históricos ha descansado en la renovación del Boletín Cultural y Bibliográfico de la Biblioteca Luis Ángel Arango desde los años ochenta. Por otro lado, desde 1987 surgió la idea de consolidar la comunidad científica de historiadores en torno a una organización, que finalmente obtuvo reconocimiento jurídico en 1991 como Asociación de Historiadores de Colombia. Las actividades de esta organización descansan en el apoyo a la organización de los congresos nacionales de historia desde 1990. De esta manera, la historia alcanzó la estabilización de una disciplina profesional, consolidada en el ámbito universitario colombiano, y de una constante presencia en la vida social y cultural del país, aunque ya sin el impacto que ofrecía la novedad que suscitó en los años sesenta y setenta.
Durante los años ochenta se mantuvo la línea de impulsar proyectos editoriales para el gran público. El éxito editorial de las dos décadas anteriores llevó a animar otra serie de trabajos colectivos como La historia de Colombia (1985-1987), de la editorial Oveja Negra, que publicó textos de historiadores jóvenes en el formato de fascículos. Igual sucedió con la Historia de Colombia (1985-1987) de la editorial Salvat. Bajo este designio también se convocaron algunos trabajos históricos en la Gran enciclopedia de Colombia (1992), publicada por el Círculo de Lectores. Estos proyectos no tuvieron mayor trascendencia en el ámbito disciplinar y se quedaron más en el plano empresarial que académico; por lo tanto, no pudieron igualar ni el éxito ni la calidad del Manual de historia.4 A pesar de ello, tampoco puede perderse de vista que tales empresas editoriales dejaron en claro la existencia de un mercado importante sobre el que se podía sustentar la presencia social del trabajo de los historiadores.
La existencia del “boom histórico” de los años sesenta y setenta y la regularización de la presencia de la historia profesional sirvieron para la consagración y la consolidación de muchas de las conclusiones e interpretaciones acuñadas en la década de los setenta. Esos hitos interpretativos hacen parte del panorama que se despliega en el desenvolvimiento de la historia profesional más reciente. La consagración de algunos lugares comunes interpretativos sobre el pasado nacional, basados en las versiones del marxismo vulgar y el dependentismo, se fundamentan en las dificultades que tiene la formación de los historiadores. Esta situación ha impedido llevar a cabalidad una recepción crítica de los trabajos de investigación histórica realizados en el ámbito nacional durante los años setenta y algunos de los trabajos realizados por investigadores extranjeros. De ahí la persistencia en el panorama editorial y escolar colombianos de obras de divulgación realizadas con los criterios interpretativos de los años setenta, que se re...