CAPÍTULO 1. LA CATEDRAL DE SANTIAGO
Muchos de los conceptos que se usan en las investigaciones -y también en la vida cotidiana- pueden entenderse de un modo restringido o extendido. Así ocurre con el término «institución». Siguiendo a la RAE, puede definirse como una «Cosa establecida o fundada» o un «Organismo», y este último es un «Conjunto de oficinas, dependencias o empleos que forman un cuerpo o institución». En ambos casos se trata de una definición restringida. Una definición extendida implicaría incluir dentro del término el «Conjunto de leyes, usos y costumbres por los que se rige [...]», como también hace la RAE. Siguiendo la misma lógica, podríamos agregar, entre otros, a las personas que trabajan en su interior, sus vínculos con el contexto urbano -que por cierto incluye a otras instituciones- y la significación que tiene para los habitantes de la ciudad.
En el presente capítulo y los que siguen se entenderá el término de un modo extendido y se hará referencia, por tanto, a músicos, repertorios y prácticas que con frecuencia trascendían el espacio físico en el que se hallaba emplazado el organismo en cuestión. Sin duda, esto hace más justicia a instituciones como la catedral y los conventos, que interactuaban permanentemente entre ellos y con el resto de la ciudad.
Organización, estructura y financiamiento de la vida musical catedralicia
El siglo XVI
Aunque la existencia de una capilla musical compuesta por cantores e instrumentistas haya aparecido tradicionalmente como una condición sine qua non para que una catedral fuera considerada interesante para la musicología, su presencia parece haber sido excepcional en las catedrales americanas del período, especialmente durante sus primeras décadas de existencia. En el caso de Santiago, los datos encontrados indican que la catedral no contó con una capilla permanente hasta 1721, como se verá. Esto no quiere decir que antes no tuviera cantores o instrumentistas a su servicio, pero su presencia y sus vías de financiación fueron irregulares. Al mismo tiempo, parece ser que no existía aún una diferenciación entre el sochantre y el maestro de capilla, sino un solo sujeto que se ocupaba de la actividad musical en su conjunto.
Según su acta de erección, basada en la de Cuzco, la catedral de Santiago tenía solo dos puestos directamente vinculados con la música: el chantre, que debía enseñarla y dirigirla, y el organista, que debía tocar los días festivos y otros que dispusieran el obispo o el cabildo. Además, debía contar en teoría con seis eclesiásticos con «raciones enteras», que entre otras tareas debían cantar las pasiones, y seis con «medias raciones», a quienes correspondía cantar «las epístolas en el altar, y en el coro las profecías, lamentaciones y lecciones».1 Sin embargo, un documento de 1773 afirma que la «cortedad» de los diezmos había alcanzado solo para costear las cinco dignidades que integraban el cabildo y cuatro canónigos, pero ninguno de los doce racioneros y medios racioneros indicados en el acta de erección.2 Aunque estos recuentos a posteriori deban aceptarse con reserva, pues generalmente dan por hecho que la historia es un progreso continuo y que la situación inicial no puede haber sido mejor que la presente,3 algunos documentos que citaré más adelante confirman que no todos los cargos que preveía el acta de erección pudieron instituirse, hecho que probablemente dé cuenta de un desajuste entre el contexto para el que originalmente fue pensada (Cuzco) y una ciudad como Santiago, cuyos recursos eran más limitados.
De todos modos, las actas de erección del siglo xvi no tenían por objetivo la conformación de una capilla con vista a la interpretación de música polifónica; más bien buscaban asegurar que las celebraciones cantadas incluyeran el canto llano, para lo cual bastaba un personal como el indicado: el chantre, el organista y algunos clérigos cantores.
Pero, en la práctica, el puesto de chantre quedó reducido a una dignidad más entre las cinco que componían el cabildo: el tesorero era ascendido a maestrescuela; una vez que lo conseguía buscaba ascender a chantre; y más adelante a arcediano y deán; todo ello con independencia de sus conocimientos musicales. De esto se quejó el obispo fray Diego de Medellín en 1578, en un testimonio que ha sido citado por varios autores: «El chantre Fabián Ruiz de Aguilar, para cuyo efecto se precisa saber de canto para regir el coro, no sabe un solo punto de canto ni sé con qué conciencia fue admitido, ni él lleva la renta de ella. He puesto un sochantre a cuenta de su prebenda entretanto que se determinan algunos negocios que tiene feos y públicos».4
Esto que parecía tan reprobable a Medellín acabaría siendo la norma: como se verá, con posterioridad a Aguilar comenzó a destinarse sistemáticamente una porción de la renta del chantre al sueldo de un sochantre que se ocupaba de dirigir la música catedralicia. El problema de base parece haber sido la dificultad para encontrar clérigos con una buena formación musical. Siempre según Medellín, en 1580 la catedral contaba con siete prebendados, pero «Todos siete hoy no es uno. No saben ni aun un punto de canto, y aun el que sabe cantar no es grande eclesiástico ni sabe regir un coro [...]».5 Cinco años más tarde Medellín continuaba con sus quejas, aunque ahora matizadas por juicios positivos sobre algunos miembros del cabildo:
Las cualidades de estos seis prebendados son estas: el deán es muy idiota y de poco juicio; el arcediano no tiene tanto saber como su título significa, ni ha vivido tan limpiamente como lo requería su grado [tachado su grado] porque tiene hijos acá, y ha tenido tractos y contractos con scándalo del pueblo. El maestro scuela [sic] es hombre docto y diestro en judicatura, y muy virtuoso. El tesorero es hombre grave y comisario del Santo Oficio. Los dos canónigos son hombres llanos y buenos sacerdotes. Y todos ellos tienen una cualidad, que es: ninguno de ellos sabe cantar; empero siguen su coro como son obligados y se sirve el oficio divino, por ventura, tan bien como en otras iglesias de más renta, lo cual no se hacía así en sede vacante.6
Medellín confirma en su carta que a la sazón no había racioneros ni medios racioneros, por no existir la renta suficiente. Al parecer su recomendación de eliminar dos prebendas para poder financiarlos no fue acogida.
Pero ¿quién ocupaba el puesto de sochantre en esta época? Según Medina lo hacía el clérigo Cristóbal de Molina, quien era buen músico y tenía en su palmarés el haber enseñado clave a una hija del conquistador Francisco Pizarro antes de venir a Chile.7 Sin embargo, Molina falleció ese mismo año y al parecer llevaba ya tiempo sin decir misa, «por su mucha edad; y es como niño que aun el oficio divino no reza».8 Es probable, por tanto, que ocupase el puesto de forma nominal mientras en la práctica lo desempeñaba el clérigo Juan Blas, quien, «aunque mestizo», era según Medellín «virtuoso y buena lengua»:
Éste es un clérigo hijo de un conquistador de estas tierras y es el mejor eclesiástico que ara [sic] está. Sabe muy bien la lengua de la tierra y la del Pirú. Ha oído artes y teología, que encima es muy honesto y muy virtuoso y muy celoso de la salvación de estos naturales. Merece cualquier merced que Vuestra Majestad fuere servido hacerle porque aliende [sic] de las virtudes dichas es muy buen cantor y gentil escribano, y sin él el coro de esta iglesia vale muy poco.9
El puesto de cura de la catedral que Blas desempeñaba no impide que pudiese ocupar la sochantría. Como explica Geoffrey Baker, la asignación del «curato» de alguna iglesia a los músicos fue una forma frecuente de incrementar su escaso salario en algunas catedrales americanas.10 Sin embargo, el hecho de que Blas fuese mestizo no dejó de despertar recelo en los miembros del cabildo, quienes pretendían que las plazas de cura fuesen asignadas a clérigos «españoles», es decir, peninsulares o criollos. Así lo expresaron al rey en una carta de 1585:
Con la afición que tiene el prelado que al presente tenemos de ordenar mestizos, después que los tiene ordenados de sacerdotes, los prefiere a los demás sacerdotes españoles, en perjuicio de esta Iglesia catedral y nuestro, porque siempre ha puesto por cura de españoles en ésta a los tales mestizos. Como fue a un Juan Blas que lo fue más de cuatro años hasta que murió; y después de muerto, inmediatamente, puso por cura a otro mestizo, que se dice Gabriel de Villagra, con haber cura beneficiado propietario, nombrado por Vuestra Majestad, muy bastante para el servicio de la iglesia, por ser pocos los parroquianos y el beneficio muy tenue, y somos informados que ha scripto a Vuestra Majestad para que presente al dicho Gabriel de Villagra en prebenda de esta iglesia. A Vuestra Majestad suplicamos nos haga merced de que este mestizo ni otro se provea a prebenda [...]11
De los documentos revisados se desprende que no se trataba de una simple «afición» de Medellín por los mestizos, sino de la solución que el obispo había encontrado para suplir la escasez de clérigos «españoles» con sólidos conocimientos musicales. En su carta de 1585 ya citada, Medellín había presentado al rey a Villagra como uno de los dos curas que en ese momento tenía la catedral (el otro era Jerónimo Vásquez), agregando que «es hábil porque sabe bien la lengua de esta tierra, que es mucho menester para confesar y doctrinar los indios que en el pueblo residen, y también sirve de sochantre, que es hábil para ello, y tañe el órgano y con él se hace muy bien en el coro, y es virtuoso y de buen ejemplo; lo que hasta agora se le da a cada uno de estos curas rectores son sesenta pesos de sus derechos».12
El cuadro se completa con una carta posterior (20-1-1590) que Medellín envió al rey para defenderse de nuevas acusaciones que le había hecho el cabildo por haber continuado ordenando mestizos pese a las órdenes contrarias de la corona:
Cuando agora catorce años con las bulas de cruzada vino facultad para dispensar en muchas cosas, dando la limosna que allí venía señalada, entonces ciertos mestizos hijos naturales de padres nobles y conquistadores de Chile, aplicados a cosas de la Iglesia, se aprovecharon de las dichas dispensaciones y entonces se ordenaron tres o cuatro, todos hábiles para sus oficios y para la conversión de los indios, y de buen ejemplo.
Después acá ningún mestizo de este obispado se ha ordenado de orden sacro ni aun de órdenes menores, si no son dos muchachos que saben cantar para que con decencia pudiesen servir al altar y coro; y al presente ningún sacerdote hay mestizo sino solo uno, virtuoso y provechoso para la doctrina de los naturales y uno solo de órdenes menores que sirve en la sacristía y coro [...] y vive nuestro señor que todo esto es verdad y que lo que scribieron [sic] a Vuestra Majestad fue gran malicia y también envidia, porque los dos sacerdotes mestizos de los tres que han residido en esta obispado eran habilísimos para el coro, y ambos a dos han sido sochantres, muerto el uno luego el otro, y con muy buen ejemplo y edificación del pueblo; empero los prebendados que maldicto [sic] el punto saben, ni aun entonar un salmo [...].
Estando scribiendo esta carta se murió el sacerdote mestizo de que en ella se hizo mención que había al presente en este obispado, ...