Que les den cárcel por casa
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Que les den cárcel por casa

  1. 250 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Que les den cárcel por casa

Descripción del libro

La lucha contra la corrupción, la injusticia, inequidad, y demás problemas políticos y sociales que azotan al país, han sido los protagonistas en las crónicas de Juan Gossain, las cuáles se publican en el periódico El Tiempo. A través del análisis, la investigación y entrevistas, el autor escribe sobre los temas y casos actuales, en donde lo primordial es hablar con la verdad. Es por esto que nace la necesidad de agrupar los textos más relevantes y recientes, para así asegurar que el paso del tiempo no los deje en el olvido, pues todos los temas tratados en este libro han afectado a la sociedad colombiana casi desde los tiempos de la colonia, como ocurre con el caso de la corrupción. En este libro contiene un texto inédito, en el que Gossain condensará el espíritu de cada una de las partes que le siguen. Luego, encontraremos tres secciones de crónicas: la primera, Crónicas históricas sobre la corrupción, en donde encontramos todas las crónicas alusivas a este tema; la segunda, Bandidos modernos y actualidad, en donde refrescaremos la memoria con los casos más mediáticos que se han presentado en los últimos años en el país, y, por último, la sección Luz de esperanza, que será la encargada de devolvernos la fe en nuestros congéneres.

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Información

Año
2020
ISBN del libro electrónico
9789587579161
Categoría
Literatura
Bandidos modernos y actualidad

La verdad completa: ¿por qué son tan caras las medicinas en Colombia?

Hace siete años escribí una crónica titulada En Colombia es más barato un ataúd que un remedio, sobre los abusos y despropósitos que se cometen con el precio de los medicamentos. Desde entonces, he escrito seis veces sobre el mismo tema. Y estoy dispuesto a escribir quinientas veces si con eso contribuyo, aunque sea un poquito, a impedir los atropellos contra la gente.
Perdónenme la crudeza, pero a este país le han mentido tanto, y lo han engañado a lo largo de tantos años, que ya es hora de hablarle francamente, sin eufemismos, disimulos ni arandelas. Aquí hay gente tan pobre y las medicinas son tan caras que quien no se muere por la enfermedad, entonces, compra la droga, pero se muere de hambre.
Además de rebuscar por todas partes, de investigar y preguntar, de meterme en todos los rincones y de husmear en laboratorios y farmacias, esta vez me senté a conversar larga y detenidamente con una verdadera autoridad en esos asuntos, dirigente gremial de los fabricantes colombianos de productos farmacéuticos.
Se llama José Luis Méndez, nació en Bucaramanga y se graduó de médico en la República de Ucrania gracias a una beca que le concedió el Icetex. Es el presidente de la Asociación de Industrias Farmacéuticas, conocida como Asinfar, que agremia a las empresas productoras de medicamentos, especialmente genéricos, de origen latino y americano.
“Entre nuestros asociados hay compañías colombianas, argentinas, mexicanas, canadienses”, me explica el doctor Méndez. Aprovecho de inmediato para ir al grano. El tema no da espera ni tardanzas. Le suelto, a quemarropa, la primera inquietud.
—¿Por qué son tan caros los medicamentos en Colombia? ¿Tiene algo que ver el hecho de que sean producidos aquí o que vengan importados?
—La verdad verdadera —responde él, sin titubeo— es que tenemos dos tipos de precios de medicamentos. Por un lado están los importados, que, en general, tienden a ser altos. Con gran frecuencia esos medicamentos son exclusivos de un laboratorio y no tienen competencia. Esa circunstancia es aprovechada por quienes los importan y los venden, que suelen ser las empresas multinacionales farmacéuticas.
La variedad de precios
En el otro extremo están los remedios que se producen en Colombia. Como una curiosidad, vale anotar que estos productos nacionales forman más del setenta por ciento de todas las medicinas que se venden en el país, pero en precios representan menos del treinta por ciento del mercado. De ese tamaño es la realidad.
—De hecho —prosigue el señor Méndez—, los precios de los medicamentos fabricados en Colombia se encuentran entre los más bajos del continente. En cambio, los precios muy altos corresponden a los productos importados, fabricados en el exterior, que no tienen competidores porque son monopolios protegidos por unas leyes que impiden registrar esos medicamentos en versiones genéricas. Además, como esos fueron los primeros en entrar al mercado colombiano, siguen promoviendo el mito de ser mejores que sus competidores, aunque tengan la misma composición, eficacia y calidad. Lo único distinto, irónicamente, es el precio.
Las materias primas
En este preciso momento de la conversación me siento obligado a hacer una pregunta que me parece natural y obvia:
—¿Y por qué el Gobierno colombiano no promueve la elaboración de esos mismos productos aquí, en el país? ¿Es que los intereses económicos no dejan?
—Dependemos de ellos —responde el presidente de Asinfar— porque, para empezar, no tenemos las materias primas para producirlos, ni para analizarlos, ni para hacerles control de calidad. Todo eso es importado y pertenece a monopolios. No existe en Colombia una industria química que nos suministre esos materiales. Ni siquiera para producir los empaques en que vienen los medicamentos. En cambio, eso es, precisamente, lo que están haciendo ahora países como India, Corea del Sur, Brasil y Argentina para abaratar sus productos.
Como si fuera poco con semejante panorama tan sombrío, el doctor Méndez me explica que “en la venta de remedios al público, a través de farmacias y boticas, el Gobierno colombiano actúa solamente como regulador, pero debería hacerlo como controlador, para prevenir los abusos en los precios que se presentan todos los días. Asinfar ya le entregó al Gobierno Nacional una propuesta para promover y estimular la benéfica competencia de precios”.
Cuarenta años sin estímulos
Parece insólito, y hasta sería chistoso si no fuera trágico, saber que en Colombia es muchísimo más fácil conseguir licencia para importar un remedio que obtener un permiso para fabricarlo aquí mismo.
—Es facilísimo importar una medicina —comenta el doctor—, pero hay toda clase de trabas e impedimentos para producirla. Desde hace unas cuantas semanas, precisamente, hemos iniciado una nueva ronda de reuniones con el Gobierno para ver si, por fin, se pueden remover esos obstáculos.
—¿Por fin, dice usted? —le pregunto asombrado—. ¿Es que ya lo han intentado antes? ¿Qué está haciendo el Estado para estimular o incrementar la producción de medicamentos colombianos?
—En los últimos cuarenta años, y hasta este momento, NADA (póngalo con mayúsculas). Ahora llevamos tres meses reuniéndonos con el Gobierno para buscar la forma de fortalecer la producción nacional. Hemos logrado grandes avances, lo que nos permite ser optimistas. Ojalá que ahora sí.
La triste realidad, según el análisis que hace José Luis Méndez, es que existe una enorme diferencia entre los requisitos que se exigen a los productores locales y las facilidades de ingreso que tienen los medicamentos importados.
La autonomía sanitaria
Este asunto del abastecimiento de medicinas a todo un país se ha vuelto tan importante que en el mundo entero ya se habla de la autonomía sanitaria, que es el derecho de la población a tener un acceso oportuno a remedios de calidad con precios razonables. Es una de las nuevas formas de la verdadera libertad y de soberanía. Pero, para lograr eso, hay que promover la competencia legal y fortalecer la capacidad interna de producir.
—En aras de la verdad, debo decir que en este momento —comenta con tristeza el doctor Méndez— esa soberanía está en riesgo en Colombia por varias razones: primero que todo, por el crecimiento gigantesco en ventas de medicamentos que son monopolio de algunas empresas y por la falta de transferencia de esas tecnologías hacia nuestro propio país. Y, en segundo lugar, por la falta de incentivos y estímulos a la producción local de remedios de bajo costo, que deberían ser los de mayor interés para el país porque son los que se usan para tratar las enfermedades más comunes entre nosotros. Lo más insólito en este caso es que, desde hace muchos años, es el propio Estado el que defiende y promueve los monopolios extranjeros, e impide la competencia legal y la producción de medicamentos de calidad a mejor precio.
Veamos los precios
Tal como lo he hecho en mis crónicas anteriores, y con el propósito de darles a ustedes ejemplos concretos y con nombres propios, les presento una breve lista de varios medicamentos y sus precios en Colombia, comparados con otros países de la región y hasta de otros continentes:
Crestor. Para controlar los niveles de colesterol en la sangre. Importado desde Puerto Rico. La caja de treinta unidades por veinte miligramos cuesta en Colombia $269 100 pesos. En Uruguay vale el equivalente de $132 242 pesos colombianos. En Argentina, el equivalente de $135 762 pesos nuestros, y en Ecuador, el equivalente es de $132 480. ¿Por qué en esos tres países los precios son similares, pero en Colombia cuesta el doble?
Singulair. Para alergias como el asma y la rinitis. Fabricado en Inglaterra. En Colombia vale $215 650 y en España cuesta el equivalente de $121 920 pesos. En Costa Rica equivale a $131 910 pesos nuestros.
Norvas. Para controlar las oscilaciones de la presión arterial. Caja de treinta tabletas de diez miligramos. En Colombia cuesta $254 400. En Guadalajara, México, equivale a $120 400 –menos de la mitad– y en Guatemala el equivalente es de $129 690.
Tasigna. Uno de los medicamentos más costosos del mundo. Para cánceres especialmente resistentes. En Colombia, la caja de 112 cápsulas de doscientos miligramos vale $7 526 700. En Sevilla, España, su precio en euros equivale a $4 723 012 pesos colombianos.
En estas andanzas de periodismo me encontré un medicamento al que el Gobierno le fijó un precio máximo para el público de $15 000 pesos. Lo están vendiendo a $112 000.
Epílogo
Como si fuera poco con todos los problemas que padecen los usuarios del sistema de salud colombiano, como si no bastara con la falta de atención al enfermo y los saqueos a las empresas de salud, o con las citas demoradas tres meses, esta monstruosa carestía de los medicamentos está generando otra gravísima consecuencia: la automedicación, que busca abaratar los remedios.
—Ese supuesto y engañoso autocuidado —me dice el médico cartagenero Martín Carvajal— no solo es irresponsable y peligroso, sino que a veces es peor que la misma enfermedad. Sobre todo en pacientes especiales, como embarazadas, ancianos y niños desnutridos. Para que vayan viendo en las que andamos.

El caso de Semana: la ética, los derechos y los deberes de la prensa

De entrada, y desde la primera línea, quiero dejar rotundamente en claro que yo no soy juez de nadie ni árbitro del trabajo ajeno. Líbreme Dios. Por eso, lo que viene a continuación no es una crítica al periodismo y a los periodistas. Es, eso sí, una autocrítica que empieza por mi propia cabeza. Soy el primero en incluirme en esta crisis.
La opinión pública es la que me habla del tema dondequiera que voy y en cualquier parte, los comensales en un restaurante o los vendedores ambulantes en la mitad de la calle. Además, en los últimos tiempos se ha puesto de moda que lo inviten a uno diariamente a congresos y seminarios, a foros y encuentros, a debates y asambleas para hablar siempre del mismo asunto: la actual crisis del periodismo en el mundo entero y, particularmente, en Colombia. Eso demuestra que, por fortuna, entre los ciudadanos hay interés y preocupación por un problema tan inquietante.
Para empezar, por lo que he leído, visto y oído en varios medios, los periodistas y las empresas de comunicación reclaman, con razón, su derecho a informar libremente. Pero olvidan, sin razón, su obligación de informar éticamente. Obligación, digo, de informar correctamente, oportunamente, imparcialmente, con veracidad e independencia. Son los principios inmutables del oficio.
No le demos más vueltas al asunto: lo que quiero decir es que todo derecho lleva implícito un deber. Por eso es que el derecho a tener una prensa libre incluye la obligación de ejercer esa libertad con honradez. Entre los dos, derecho y obligación, forman una unidad. En eso consiste la integridad moral.
Como consecuencia de ello, nadie puede reclamar su derecho si no cumple con su deber. Son inseparables. Los periodistas tenemos derecho a ser libres, pero estamos obligados a ser éticos. Los griegos antiguos decían que un hombre es verdaderamente honesto cuando mide sus derechos con la misma regla de sus deberes.
¿Para quién trabajas?
Un periodista auténtico no es más que un fiscal que trabaja al servicio de la opinión pública. Ahora recuerdo lo que me sucedió hace ya varios años. Un funcionario del palacio presidencial me preguntó en Bogotá:
—Usted trabaja para RCN, ¿verdad?
—No, señor —le respondí—. A mí me paga RCN, pero yo trabajo para la gente.
Poco después, en diálogo con un grupo de estudiantes de periodismo, en la Universidad Tadeo Lozano, uno de ellos me preguntó:
—¿Es verdad que hay periodistas a los que compran con un almuerzo?
—Desgraciadamente, es verdad.
—¿Alguna vez han intentado comprarlo a usted con un almuerzo? —insistió él.
—Muchas veces —le confesé.
—¿Cuándo fue la última vez?
—Hace apenas una semana.
—¿Y usted qué contestó?
—Que si no me había dejado comprar cuando no tenía con qué pagar el almuerzo, menos me voy a vender ahora que estoy a dieta.
Las redes sociales
Este deterioro de la calidad tanto informativa como ética de la prensa empezó a notarse hace cosa de veinticinco años, cuando surgieron las redes sociales en el mundo entero, como un prodigio de las nuevas tecnologías y del talento humano, para conectar a la gente entre sí, directamente, sin intermediarios.
Con el paso del tiempo y el vértigo de los nuevos inventos, las fuentes que originan las noticias comprendieron que ya no necesitaban a los medios de comunicación para divulgarlas. Bastaba con abrir su propio portal. Ese fue el primer cambio revolucionario. Con el paso del tiempo, la situación se ha vuelto tan crítica para los medios tradicionales que, según las investigaciones más confiables, solo el veinticinco por ciento de los jóvenes entre dieciocho y treinta años se enteran de las noticias en la prensa. El 75 por ciento restante las busca en internet.
El vendaval de la locura humana. Las redes, sin control de nadie, y sin manera de que uno pueda verificar lo que dicen, se volvieron mentirosas, manipuladoras, ladinas. Y, además, triviales y faranduleras. Se llenaron de aprovechados y farsantes. Mentiras que vuelan por celulares y computadores.
La desgracia quedó completa cu...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Portada
  4. Créditos
  5. Contenido
  6. Para empezar: un mensaje a los lectores
  7. Crónicas históricas de la corrupción
  8. Bandidos modernos y actualidad
  9. Luz de esperanza
  10. Contracubierta