Orientación vocacional: Pienso luego elijo
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Orientación vocacional: Pienso luego elijo

Testimonios, reflexiones y ejercicios para una buena elección

Mariano Muracciole, Nicolás Larocca, Esteban Beccar Varela

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Orientación vocacional: Pienso luego elijo

Testimonios, reflexiones y ejercicios para una buena elección

Mariano Muracciole, Nicolás Larocca, Esteban Beccar Varela

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Información del libro

Pienso luego elijo es una herramienta imprescindible para los adolescentes que se encuentran pensando en su proyecto futuro, quienes encontrarán aquí elementos para apropiarse del proceso de elección. Asimismo, se brindan sugerencias y estrategias destinadas a profesionales interesados en la temática, educadores y padres.

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Información

Año
2020
ISBN
9789876918893
Categoría
Education

CAPÍTULO 1
Encrucijada

Terminar la escuela no es algo tan sencillo de tramitar interiormente, porque durante muchos años esta nos contuvo, ordenó nuestra vida y nuestras actividades. De pronto, nos encontramos fuera de la escuela y nos enfrentamos a la necesidad de decidir por nosotros mismos cómo queremos continuar con nuestra vida. Y no todos vivimos esto de igual manera. Se trata, por un lado, de dejar algo atrás, aceptando la consecuente e inevitable pérdida, y, por el otro, de asumir lo que aparece como novedoso.
Algunos anticipan estos cambios con entusiasmo, los que también son motivo de angustia e incertidumbre para muchos otros. Te proponemos que utilices esas sensaciones internas como generadoras de movimiento e iniciativa para investigar, conocerte aún más e informarte.
Enfrentarse a un mundo de nuevas posibilidades genera incertidumbre y, muchas veces, por no tolerar ese no saber qué va a ocurrir se realizan elecciones en forma apresurada. En ocasiones asumimos como natural el proyecto de comenzar a estudiar una carrera sin antes preguntarnos si realmente estamos convencidos y preparados para hacerlo. A esta altura del partido, estarás un poco cansado de que te pregunten qué vas a hacer después del colegio. Este es un buen momento para detenerte a pensar y para apropiarte de esa pregunta.
Es importante que tengas presente que la elección que realices no va a definir a modo de sentencia el resto de tu vida, sino que va a marcar el inicio de un camino que luego podrá transformarse, conectarse con otros, desviarse por algún tiempo o regresar al ya transitado desde otro lugar y con otras experiencias vividas.

1. Francisco

¿Qué carrera elegir? La elección de una carrera universitaria suele representar un problema para muchos. Y yo no fui la excepción a la regla.
En algún punto, me hubiera gustado tener la convicción de quien prácticamente nace sabiendo que será médico o abogado, aunque, por otro lado, me hubiese perdido de todo lo que experimenté desde mi primera “aventura” universitaria hasta que obtuve mi título algunos años (¡y carreras!) después.
Mi camino no fue para nada convencional, aunque sí lo fue mi decisión inicial, a la cual llegué a partir de los resultados del “clásico” test de orientación vocacional. Elegí de manera apresurada, sin informarme demasiado acerca de la carrera o de su consiguiente profesión, ni analizando en forma crítica la elección tomada.
Así, todos los boletos fueron a parar a Administración de Empresas, la que decidí estudiar en la Universidad Católica Argentina (UCA). La verdad es que el tema parecía simple: era una carrera amplia en la que se aprendía un poco de todo y, llegado el caso, en el futuro podría hacer un posgrado para especializarme en aquello que más me hubiera gustado durante la cursada. ¡Problema resuelto!
Hice el curso de ingreso mientras estaba en el último semestre de la secundaria, por lo que iba al colegio hasta las 16.30 y de ahí me dirigía a pleno centro porteño para cumplir con las tres horas del curso. Esto lo hacía tres veces por semana.
Sin estudiar, y haciendo más vida social que académica, el resultado no pudo ser otro: ¡reprobado! Fue entonces cuando decidí abandonar el curso de ingreso para repetirlo en agosto del año siguiente y enfocarme en terminar el colegio.
La decisión no me salió gratis, ya que mis padres –quienes me habían dado total libertad y apoyo en la elección de la carrera– no estaban de acuerdo en que me pasara los primeros ocho meses del año trabajando de hijo. De esta manera, empecé a trabajar de cadete para la compañía de mi viejo.
A fines de agosto del siguiente año (y continuando con el trabajo que tenía), me anoté nuevamente en el curso de ingreso y lo aprobé con relativa facilidad.
Al año siguiente, mi cabeza seguía totalmente inmadura respecto del tema “universidad”. Tanto era así que, durante todo ese año, me dediqué a jugar al fútbol en una cancha que estaba pegada al edificio de la universidad con un grupo de compañeros con quienes, además, solíamos visitar el hipódromo de Palermo para hacernos algunos “mangos” que, por supuesto, destinábamos a la reposición de pelotas o al desayuno del primer recreo.
Se imaginarán que estas actividades ocupaban gran parte de mi tiempo –y del de mis compañeros–, por lo que el estudio era algo que no abundaba. De hecho, recuerdo que, en esa época, nos agarraba el ataque de estudiar la noche anterior a los exámenes; nos juntábamos en la casa de alguno y, después de unos intensos treinta minutos de concentración, el resto de la noche se pasaba velozmente en los terribles enfrentamientos de fútbol en el Nintendo.
Con estos antecedentes, no hay que ser un genio para saber que no había posibilidad alguna de que me fuera bien. Así fue. Terminé el año recursando cinco de las ocho materias.
El tema era simple: ¡no estudiaba nada! En un arrojo de rebeldía, me fui de la UCA y, después de charlar con un amigo, decidí hacer una prueba estudiando Publicidad en la Universidad del Salvador. Tanta era mi desorientación en esa época que duré una hora y media en el curso del ingreso. Todavía hoy me acuerdo y me río de aquella situación. “¿Qué estoy haciendo acá?”, me preguntaba mientras el profesor daba su clase.
En ese entonces, llegó el momento de empezar a afilar un poco la punta del lápiz. Elegí la Universidad de Buenos Aires (UBA), con su famoso Ciclo Básico Común (CBX), el cual ya había “frenado” a más de uno. Por lo tanto, el nuevo desafío iba a concluir en uno de estos resultados: perdería un año más de mi vida o haría un año más de estudio. “¡Qué fiaca!”, pensaba. ¿La carrera? Administración de Empresas o Economía. Los primeros dos años eran comunes, por lo que tenía tiempo para decidir con cuál continuar.
Fueron dos años en los que, aplicando método y un poco de estudio, pasé los parciales –incluso, las notas que sacaba en los primeros eran tan buenas que me alcanzaba para ir a final directamente–. Por otro lado, en esos tiempos hubo factores que complicaron mis estudios: además de tener un trabajo común y corriente (era inspector impositivo de la DGI), daba mis primeros pasos como deportista profesional. Tuve algunos viajes al exterior (por los que me pagaban muy bien) que me hicieron perder los segundos parciales y que apenas me permitieron regresar una semana antes de los finales. Así, sin haber estudiado nada durante mis viajes, nunca rendí los finales.
Entonces (ya había corrido bastante agua bajo el puente), llegó el momento de decidir si quería estudiar o si quería trabajar sin un título universitario. Por suerte, decidí estudiar.
Siempre me había gustado relacionarme con gente de otros países y hacer negocios con esas personas. Por eso, elegí la carrera de Comercio Exterior, que en aquel momento recién empezaba a ser considerada una alternativa válida. Elegí la Universidad Argentina de la Empresa (UADE), la cuarta en mi historial.
Tenía veintiún años y compartía la clase con chicos de diecisiete y dieciocho años. Ya no estaba para andar perdiendo el tiempo por ahí. Hice la carrera en cuatro años, promocionando más de la mitad de las materias y sin reprobar un solo final. ¿Qué había cambiado desde el primer día del curso en la UCA? Creo que, básicamente, el saber que quería estudiar, el tener una especie de plan en la cabeza y cierta claridad de lo que tenía que hacer para recibirme.
Es importante mencionar que no me pasé cuatro años “tragando” libros a lo loco y sin hacer nada más que estudiar. Todo lo contrario; nunca dejé de hacer deportes, de salir a divertirme o de trabajar; sencillamente, apliqué método a todas mis actividades. Un poco de estudio todos los días, prestar mucha atención en clase y no mucho más. Por supuesto, esto fue lo que a mí me funcionó; cada uno tendrá que encontrar “su propia receta”. Hoy trabajo como gerente comercial para una de las compañías productoras de aceite de oliva más importantes de la Argentina.
No hay que alarmarse si uno siente que no tiene una vocación muy marcada al finalizar el secundario, y tampoco hay que desmotivarse si uno debe cambiar de carrera. Tal vez, en ese momento, eso supone un problema, pero hay que saber que todo está relacionado, que el camino que recorremos es nuestro y que siempre se aprende algo, tanto de lo bueno como de lo malo. Por último, con mi relato queda claro que el análisis previo a la elección de una carrera es fundamental para todo aquel que quiera estudiar. Cuando uno tiene información, las cosas se simplifican notablemente.
Recién cuando Francisco se decidió genuinamente a estudiar, asumiendo su elección, pudo comprometerse y finalizar la carrera. El hecho de no querer estudiar una carrera puede deberse a múltiples motivos. Una opción válida también puede ser elegir no estudiar. La elección, en este caso, puede estar orientada a tener una experiencia laboral, a aprender una ocupación que no requiera de formación oficial o a dedicar un tiempo para conocerse con mayor profundidad y para definir qué hacer. Más allá de lo que se espera que hagas, es importante que seas consciente de que sos vos el que lo va a hacer y no otro. Por eso, ¿estás dispuesto a comenzar una nueva etapa en tu vida?

2. Ramiro

Decidir a los diecisiete años qué carrera estudiar no fue nada fácil para mí. En ese momento, no encontré una persona que me guiara o un profesor con el cual me identificara como para acercarme a charlar del tema. Tampoco podía apoyarme demasiado en la opinión de mis amigos, quienes, si bien eran de extrema confianza, estaban en la misma que yo. De lo único que estaba seguro era de que no quería seguir los pasos de mi padre como ingeniero agrónomo.
¿Qué hice para resolver esa situación y encaminarme hacia una elección? Lo primero fue agarrar la famosa Guía de estudiante, y analizar las carreras y sus planes de estudio...

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