1. Cómo funciona la conformidad
¿Por qué, y cómo, la gente hace lo que otros hacen? Para responder esta pregunta necesitamos distinguir entre los asuntos difíciles y los asuntos fáciles. Es razonable especular que, cuando la gente confía en que tiene la razón, mostrará una mayor disposición a hacer lo que considera mejor y a rechazar las opiniones de la muchedumbre. Varios experimentos confirman esta hipótesis, pero también presentan algunos giros importantes. Sobre todo sugieren tres cuestiones en las que haré hincapié a lo largo de estas páginas:
1]Las personas firmes y seguras de sí mismas tienen una influencia particular y pueden hacer que grupos por lo demás idénticos avancen en direcciones radicalmente distintas.
2]La gente es muy vulnerable a las opiniones unánimes de los demás y por lo tanto es probable que un único disidente, o una sola voz sensata, tenga una influencia enorme.
3]Si la gente parece pertenecer a algún grupo del que desconfiamos o que nos desagrada, o a alguna clase de “grupo de afuera”, es mucho menos probable que influya en nosotros, aun en los asuntos más simples.1 En efecto, quizás hagamos o digamos todo lo contrario (“devaluación reactiva”). Y si la gente forma parte de un grupo al que también nosotros pertenecemos, es mucho más probable que influya sobre nosotros, tanto en los asuntos fáciles como en los difíciles. Los lazos de afecto tienen un gran influjo en cómo reaccionamos a lo que otros dicen y hacen.
Diré mucho sobre la vida cotidiana, pero mi objetivo es ver cómo estas cuestiones afectan la política y las leyes. Empecemos por repasar algunos estudios clásicos.
ASUNTOS DIFÍCILES
En la década de 1930, el psicólogo Muzafer Sherif realizó unos sencillos experimentos sobre percepción sensorial.2 Se metió a los sujetos de estudio en un cuarto muy oscuro y se colocó un puntito de luz a cierta distancia frente a ellos. Por efecto de una ilusión perceptual, la luz, que en realidad estaba quieta, parecía moverse. En cada una de varias pruebas, Sherif le pidió a la gente que calculara la distancia que la luz se había movido. Cuando se les preguntaba, de manera individual, los sujetos no coincidían entre sí y sus respuestas variaban de una prueba a otra. No es sorprendente: como la luz no se movía, cualquier cálculo sobre la distancia era dar palos de ciego.
Pero Sherif dio con unos resultados sorprendentes cuando se les pidió a los sujetos que actuaran en pequeños grupos. Ahí los cálculos individuales convergían, y muy pronto surgía una norma grupal para establecer la distancia correcta. La norma, de hecho, permanecía estable en los grupos a lo largo de diferentes pruebas, lo que daba lugar a que diferentes grupos hicieran cálculos completamente diferentes y confiaran en ellos.3 Aquí hay una clave importante sobre cómo grupos similares, y de hecho naciones similares, pueden converger en creencias y acciones muy diferentes tan sólo por variaciones modestas e incluso arbitrarias en los puntos de partida. Piensa en los medios de comunicación interactiva, y en algunos aspectos de internet como un todo, como si fueran una versión contemporánea de los experimentos de Sherif. La gente converge en normas grupales, aun si sus cálculos individuales empiezan en lugares radicalmente distintos, y esas normas se vuelven bastante estables con el tiempo. Grupos diferentes pueden acabar en diferentes universos epistémicos, ya sea que el tema se refiera a la migración, el acoso sexual, el Medio Oriente, el comercio o los derechos civiles.
Cuando Sherif introducía un “cómplice” —su propio aliado, sin que los sujetos experimentales lo supieran—, pasaba algo más.4 El cálculo de un solo cómplice, en general mucho más alto o mucho más bajo que los de cada uno de los sujetos de forma individual, tenía un efecto mayor: ayudaba a producir cálculos más altos o más bajos, según correspondiera, dentro del grupo. La gran lección es que, al menos en casos que suponen difíciles cuestiones fácticas, los cálculos “podrían ser impuestos por un individuo que no tuviera poder coercitivo ni mayor pericia, sino sólo la disposición de ser consistente y firme frente a la duda de los demás”.5
Algo quizá más notable sea que los cálculos del grupo se asimilaron por completo, de modo que los sujetos se adherían a ellos incluso a la hora de informar sobre sus propios cálculos, todavía un año después, e incluso cuando participaban en grupos nuevos cuyos miembros ofrecían cálculos diferentes. También se descubrió que los cálculos iniciales tenían efectos entre “generaciones”. En un experimento en el que llegaban nuevos sujetos y otros se retiraban, de tal manera que a la larga la situación era nueva para todos los participantes, el cálculo original del grupo solía permanecer, incluso cuando la persona responsable de haberlo propuesto se hubiera ido tiempo atrás.6 En este pequeño experimento hay dos lecciones sobre la formación y la longevidad de algunas creencias y prácticas culturales: una sola persona o un grupo pequeño puede ser responsable de ellas y, tras un largo periodo, esas creencias y esas prácticas pueden permanecer y volverse definitorias.
¿Qué explica estos resultados? La respuesta más obvia apunta a las influencias informativas producidas por los cálculos de otras personas. Después de todo, los movimientos aparentes son una ilusión perceptual y el sistema de percepción no siempre asigna distancias a esos movimientos. En tales circunstancias, es muy probable que la gente caiga bajo el influjo de un miembro del grupo seguro de sí mismo y consistente. Si una persona parece tener claridad sobre la distancia, ¿por qué no creerle? Hay una cantidad considerable de trabajo teórico y empírico sobre la “heurística de la confianza”, lo que significa que es más probable que la gente siga a quienes expresan confiadamente sus opiniones, pues da por sentado que las opiniones confiadamente expresadas son señal de una mejor información.7 El descubrimiento de Sherif tiene implicaciones fuera del laboratorio y para los salones de clases, las oficinas, los tribunales, la burocracia y los órganos legislativos. Cuando gente desinformada trata de decidir si la migración o el cambio climático son un problema serio, o si debería preocuparse por los niveles de arsénico en el agua potable, es probable que sea receptiva a las opiniones de otras personas seguras de sí mismas y consistentes.8
Lo que es cierto para asuntos fácticos lo es también para asuntos morales, políticos y legales. Supóngase que un grupo de legisladores está tratando de decidir cómo manejar un problema sumamente técnico. Si en el grupo se coloca a un “cómplice” que muestre una considerable seguridad en sí mismo, es muy probable que esa persona pueda mover al grupo en la dirección que esa persona prefiera. También puede pasar si la persona no es para nada un cómplice, sino simplemente un amigo, una vecina, un colega, tu jefe o un legislador con mucha seguridad en el tema de que se trate. Si unos funcionarios públicos o unos jueces intentan resolver un problema complejo sobre el que no tienen certezas, también ellos son vulnerables a los efectos de la conformidad. Asimismo, en paneles judiciales pueden esperarse efectos tipo Sherif si hay un juez seguro de sí mismo y que parece experto. El problema es que los llamados especialistas pueden tener sesgos y sus propias agendas, y producir así grandes errores. Hay sin embargo una importante salvedad a estas afirmaciones, a la que luego volveré: los descubrimientos de Sherif sobre la conformidad disminuyen de forma considerable si el experimentador usa a un cómplice cuya pertenencia a un grupo social diferente se destaque ante los sujetos.9 Si sabes que la persona segura de sí misma pertenece a un grupo distinto del tuyo —uno en el que no confías o que te desagrada—, es probable que no influya sobre ti en absoluto.
ASUNTOS FÁCILES
Pero, ¿qué pasa si la percepción sí nos ofrece una orientación fidedigna? ¿Y si la gente tiene buenas razones para conocer la respuesta correcta? Algunos experimentos famosos, llevados a cabo por Solomon Asch, exploraban si la gente estaría dispuesta a pasar por alto datos inequívocos de sus propios sentidos.10 En esos experimentos se ponía al sujeto en un grupo de entre siete y nueve personas que parecían ser otros sujetos del experimento, pero que en realidad eran cómplices de Asch. La sencilla tarea consistía en “parear” una línea en una tarjeta blanca grande con una de tres “líneas de comparación” que tenía el mismo largo. Las dos líneas que no correspondían eran sustancialmente distintas, con una diferencia de longitud que variaba entre 2.0 y 4.5 centímetros.
En las dos primeras rondas de los experimentos, todo mundo coincide en la respuesta correcta. “Las discriminaciones son simples: cada individuo monótonamente emite el mismo fallo.”11 Pero, “de pronto, esta armonía se ve alterada en la tercera vuelta”.12 Todos los otros miembros del grupo cometen lo que para el sujeto y cualquier persona razonable es un error evidente, al parear la línea en cuestión con una que es notoriamente más larga o más corta. En esas circunstancias, el sujeto, que en casi todos los casos muestra una confusión inicial e incredulidad ante los patentes errores de los otros, tiene una opción: puede mantener un fallo independiente o bien aceptar la opinión unánime de la mayoría. ¿Tú qué harías? Al final resulta que gran cantidad de personas acaban cediendo por lo menos una vez en una serie de pruebas. Rechazan los datos de sus propios sentidos y concuerdan con todos los demás.
Cuando se les pidió que decidieran por sí mismos, los sujetos se equivocaron menos de 1% de las veces, pero en rondas en las que la presión grupal apoyaba la respuesta incorrecta los sujetos se equivocaron 36.8% de las veces o más.13 De hecho, en una serie de 12 preguntas, al menos 70% de los sujetos secundaron al grupo y se resistieron a los datos de sus propios sentidos por lo menos una vez.14 No debemos exagerar este descubrimiento. La mayor parte de la gente casi todo el tiempo dice lo que en verdad ve, pero el hallazgo más notable de Asch es que la mayoría, parte del tiempo, está dispuesta a ceder, aun a la vista de claras razones que indican que el grupo se equivoca.
Esta clase de experimentos de conformidad han dado lugar a más de 130 series de resultados en 17 países, entre ellos la República Democrática del Congo, Alemania, Francia, Japón, Líbano y Kuwait.15 Un metaanálisis de estos estudios descubrió varios ajustes en los descubrimientos básicos de Asch, con diferencias culturales considerables, pero es justo decir que sus conclusiones básicas se mantienen. Para todos los resultados, el porcentaje de error promedio es de 29%.16 En algunos países, la gente con culturas “conformistas” sí se equivoca más que la de países con culturas más “individualistas”.17 Las variaciones son reales, pero la regularidad general de los errores, con sujetos que se conforman entre 20% y 40% de las veces, muestra el poder de la conformidad en muchos países.
Obsérvese que los descubrimientos de Asch contienen dos lecciones encontradas. En primer lugar, una cantidad considerable de personas son independientes todo el tiempo o casi todo el tiempo. Alrededor de 25% de la gente es independiente de manera sistemática;18 esta gente no se deja influir por el grupo. Además, cerca de dos tercios de las respuestas individuales totales no muestran conformidad. Por lo tanto, “hay pruebas de que existen diferencias individuales extremas” en la susceptibilidad a las influencias grupales, con algunas personas que se mantienen del todo independientes y otras que “siguen a la mayoría sin excepción”.19 Mientras que los sujetos independientes “llaman mucho la atención de los observadores”, pues dan “la impresión de ser inquebrantables”,20 otras personas dan señales de mucha ansiedad y confusión.21 En segundo lugar, la mayoría de los sujetos, al menos parte del tiempo, están dispuestos a ceder ante el grupo incluso tratándose de una pregunta aparentemente fácil sobre la que tienen pruebas directas e inequívocas.
Para los propósitos de este libro, el ú...