Ensayo Económico
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Ensayo Económico

Una temporada en el infierno de las finanzas

  1. 247 páginas
  2. Spanish
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Ensayo Económico

Una temporada en el infierno de las finanzas

Descripción del libro

El antropólogo y periodista Joris Luyendijk sabía tanto como cualquier hijo de vecino sobre los misterios de la actividad financiera: apenas un par de tópicos. Los banqueros eran para él unos tiburones que urden siniestras intrigas en un mundo felizmente ajeno al nuestro. Hasta que le encargaron explorar las aguas del dinero. Pertrechado con los instrumentos de las ciencias sociales y el olfato de un sabueso, nuestro audaz investigador se arrojó sin miedo al tanque de los escualos, también conocido como City londinense. Durante dos años de inmersión conversó con ejecutivos y secretarias, con entusiastas y escépticos, con triunfadores y derrotados; interrogó a agentes de bolsa, especuladores, informáticos, contables y relaciones públicas: más de doscientos individuos que (a menudo sin advertirlo) rompieron el código de silencio para sacar a la luz las entrañas de la fiera. Esos delatores involuntarios mostraron sus vergüenzas y sus vanidades; hablaron de acuerdos opacos, inversiones fraudulentas y enredos laberínticos; explicaron la feroz mecánica de los contratos, las prebendas y los despidos, la angustia de los objetivos desorbitados y el vértigo de las cifras astronómicas; alardearon de ascensos fulminantes y lamentaron caídas bochornosas; denunciaron el abrumador chantaje de los incentivos; celebraron o deploraron la embriaguez de los sueldos mayúsculos. Algunos incluso reconocieron que en el año 2008, tras el hundimiento de Lehman Brothers, acopiaron alimentos, compraron oro y prepararon la evacuación de sus hijos al campo. Casi todos coincidieron en que los hábitos no han cambiado desde entonces. Nadie, en el fondo, entendía nada.Luyendijk emergió de su temporada en el infierno con una incertidumbre pavorosa. ¿Y si el auténtico enemigo no fuesen esos brujos incapaces de gobernar su propia brujería? ¿Y si la famosa mano invisible sostuviera una bomba cuyo detonador no tiene ni amo ni lógica? Aquí seguimos: a la espera del próximo estallido.

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Información

Año
2016
ISBN del libro electrónico
9788494174940
Edición
1
Categoría
Finanzas

1

Tras el muro de silencio

Al buscar los pros y contras del coche eléctrico yo había empezado de cero, sin hacer ninguna investigación previa. El hecho de adoptar la perspectiva de un novato había obligado a los entendidos a usar un lenguaje simple, y decidí usar esa misma estrategia para abordar este proyecto. Lo que necesitaba ahora era una pregunta propia de alguien que no sabe nada del tema. Pregunté a amigos y conocidos en Ámsterdam y Londres qué les gustaría saber del mundo de las finanzas. Casi todos estaban enojados sin poder explicar exactamente por qué. Nadie parecía entender lo que en realidad había ocurrido durante el colapso del banco norteamericano Lehman Brothers en 2008 o la crisis que vino después, la mayor crisis de pánico financiero desde los años treinta. «Si puedes ayudarme a entender cómo va eso de las finanzas, te lo agradecería —me decían todos—, pero sé que a los dos días me habré olvidado de todos los tecnicismos.» «Muy bien —respondía yo—. ¿Hay alguna cuestión sobre las finanzas o los banqueros que te preocupe tanto como para recordar la respuesta?»
Fueron conversaciones difíciles porque la gente primero necesitaba sacar toda la indignación acumulada: «¿No te parece increíble —preguntaban— que hayamos tenido que rescatar a los banqueros y ninguno de ellos haya tenido que devolver los bonus que recibieron? Los recortes afectan a los más vulnerables, y mientras tanto los directivos de la banca siguen regalándose enormes bonificaciones, incluso en los bancos que sólo se mantienen en pie porque los rescatamos». Finalmente advertí que todos mis amigos estaban preguntando lo mismo: ¿cómo es posible que esta gente viva con la conciencia tranquila? Ése parecía un buen punto de partida, aunque quizá convenía formularlo de una manera más sutil.
Una vez instalado en Londres saqué mi agenda, contacté con las personas que conocía y les pedí que me presentaran a gente que trabajara en la City. Conseguir la información llevaría tiempo, por supuesto, y mientras tanto tendría la oportunidad de explorar mi nuevo hogar. Siempre había puesto Londres en la misma categoría que Berlín y París: la capital de un gran país europeo. Pero Londres es tan grande como Berlín, Madrid y París juntas.
Fui en metro hasta el centro y di un paseo. Y pude comprobar que «la City» es un término que ya no se ajusta a la realidad. En el sector financiero de Londres trabajan entre 250 000 y 300 000 personas, un montón de puestos de trabajo que empiezan a estar distribuidos por toda la capital. Al oeste, cerca de Picadilly Circus, está el discreto y adinerado barrio de Mayfair, donde uno puede ver a los más intrépidos inversores cuya profesión consiste en jugar con dinero ajeno: los que dan rienda suelta a la ludopatía con capital, inversión y fondos de cobertura, así como con capital riesgo. Luego está la histórica «City» o «Square Mile» [milla cuadrada] próxima a la estación de metro de Bank, donde un grupo de grandes bancos como Goldman Sachs están rodeados por iconos arquitectónicos como la Catedral de San Pablo, el Banco de Inglaterra y el distinguido edificio de la antigua Bolsa de Londres (convertido ahora en restaurante y centro comercial). Más hacia el este, hacia el Aeropuerto de la Ciudad de Londres, se llega a Canary Wharf, una antigua zona portuaria donde numerosos bancos e instituciones financieras tienen sus oficinas centrales. Canary Wharf tiene atractivos y relucientes rascacielos de cristal y un enorme centro comercial, todo rodeado de jardines muy cuidados, y cada rincón sometido permanentemente a la mirada de cámaras de vigilancia. El gueto es de propiedad privada con servicio de vigilancia privada, algo que los activistas que se reúnen para protestar descubren inmediatamente: a excepción de los 45 metros que rodean la estación de la Jubilee Line, hasta el último centímetro de Canary Wharf es privado.
Durante varios días me dediqué a pasear por la ciudad. No había recibido ni una respuesta a mi solicitud para establecer contacto con expertos financieros. Estaba empezando a preocuparme cuando un amigo que había conocido en Jerusalén me invitó a una fiesta donde me presentó a «Sid». Sid tenía treinta años largos, era alto y ancho de hombros, hijo de emigrantes. Después de hacer carrera como operador de bolsa para varios bancos importantes, había montado con unos cuantos colegas una agencia de corredores de bolsa, una compañía que compra y vende productos en los mercados para sus clientes a cambio de una comisión. Ya era hora de ayudar a la gente a entender cómo funcionaba la City, me dijo Sid a modo de bienvenida. ¿Por qué no iba y pasaba un día con ellos en su empresa? La única condición era que no hiciera público su nombre ni mentara su compañía: «Nuestros clientes no verían con buenos ojos que habláramos con la prensa».
Una semana más tarde, poco después del amanecer, llegué a las oficinas de Sid en una calle bulliciosa del corazón histórico de la City. Sid ya me había dicho que en el mundo de las finanzas hay una clara división entre quienes ven a sus hijos por la mañana y quienes los ven por la noche. Los que trabajan al son de «los mercados» tienen que levantarse muy temprano para estar a punto cuando éstos abren; esta gente ve a sus hijos por la noche. La jornada laboral de la otra parte del mundo financiero no arranca con el bullicio del parqué de los mercados, entre sus huestes abundan abogados y negociadores de fusiones y adquisiciones; ésos pueden llevar a sus hijos a la guardería o al colegio, pero trabajan hasta muy tarde prácticamente cada noche. Cuando uno ve a financieros almorzando en algún lugar de la City, éstos siempre pertenecen a esta segunda categoría. Quienes trabajan con los mercados comen pegados a la pantalla de su ordenador.
«Busca algo que hacer un momento —dijo Sid—, necesito acabar mi informe para los inversores antes de las siete y media.» Se fue a su escritorio, donde un impresionante despliegue de pantallas de ordenador mostraba tableros de cotizaciones, gráficos y toda suerte de datos. Por todas partes había teléfonos y televisiones con los canales de noticias económicas. Faltaba menos de una hora para que abrieran los mercados; una concentrada expectación llenaba la sala. Sentí en el estómago la tensión previa a un partido importante de la copa mundial de fútbol.
Sid me explicó que su informe contenía análisis y consejos para las inversiones de sus clientes: sobre todo fondos de pensiones, aseguradoras y gestores de patrimonios ajenos. Calculó que sus clientes reciben al menos 300 mensajes de ese tipo cada día: «Intento ser breve y directo, pues el período de atención de los clientes no permite más de una página. Lo más que se puede esperar es que lean unos pocos párrafos».
En sus notas él no hace referencia a compañías concretas, pues hay equipos enteros de investigadores que se dedican a eso en otros sitios, dijo. Su objetivo es proporcionar lo que describió como «la vista de pájaro del conjunto de la economía». El resto del día se dedicaba a comentar las novedades y actualizar sus notas.
¿Era como un comentarista deportivo y los mercados como el partido a retransmitir? Después de pensarlo un momento, dijo: «Tal vez, excepto que mi análisis está dirigido a los entrenadores y los jugadores en el campo —entre sus clientes hay también agentes de bolsa en bancos importantes—, no tanto al público que contempla el partido. Todos los que estamos aquí hemos trabajado en grandes bancos, así que sabemos lo que eso significa. La vida del agente de bolsa puede ser muy solitaria. Te especializas en un área particular, la industria automovilística, por ejemplo, y ése es tu “nicho”. Puede que seas el único que trabaja ese nicho, quizá con un ayudante, pero eso es todo. Nuestros estudios son como una caja de resonancia para nuestros clientes, una especie de segunda opinión. Les pasamos buenas ideas pero también perlas de sabiduría que pueden usar para quedar bien con sus jefes».
Los mercados abrieron y durante media hora todo el mundo parecía estar extremadamente ocupado. Los brókeres se comunicaban a gritos: «¿Has visto el oro a 1670?». A medida que las cosas se iban calmando, una bróker cuyo trabajo era «meterse» en el mercado y encontrar un comprador para lo que sus clientes quisieran vender, y viceversa, miraba con un ojo el diario Sun mientras con el otro vigilaba sus pantallas. «¿Qué diferencia hay entre un bróker y su cliente? —me preguntó—. Un bróker solo dice “¡jódete!” después de colgar el teléfono.»
Apunté eso en mi cuaderno y me acerqué a un hombre de veintitantos años que se masajeaba la sien con los dedos. Tenía la vista fijada en cuatro pantallas y se acercaba tanto que casi tocaba con la nariz una de ellas. Me explicó que estaba haciendo «análisis técnico». En otras palabras: buscaba tendencias en el precio de las acciones de un grupo determinado de empresas, y en función de esas pautas aconsejaba sobre las inversiones apropiadas. Los mercados le habían interesado desde que estaba en la escuela secundaria. No sabía mucho de economía y pronto se dio cuenta de que sólo los grandes inversores pueden pagarse sofisticados y costosos estudios como los que hacía Sid. Y entonces descubrió el «análisis técnico», una manera de trabajar con datos disponibles públicamente para estudiar los mercados. «Llevo unos cuantos años haciendo esto —dijo—, y es sorprendente ver con cuánta frecuencia es cuestión de intuición, de reconocer y detectar pautas de manera inconsciente.»
«¡Eh, tú!, ponte a hablar con nuestro invitado holandés», ordenó en broma Sid. Y me vi sentado junto a un hombre bienhablado y ligeramente ojeroso que debía de estar próximo a los treinta años. Me dijo que como agente de ventas se consideraba afortunado. No se tenía que levantar hasta las cinco y media de la mañana, mientras que la gente como Sid lo hacía a las cinco. Yo tomaba rápida nota de todo esto en mi cuaderno cuando la bróker que leía el Sun me pasó un papel doblado que decía: «Severamente enajenado, pero por lo general inofensivo». El agente de ventas cogió el papel y se lo lanzó a la bróker sonriendo mientras encogía los hombros: «Eso es lo que se entiende por humor bursátil en un sitio como éste».
Su trabajo en ventas es pasar a su grupo de clientes los análisis de Sid o de otros técnicos con la esperanza de convencerlos para vender o comprar algo mediante su servicio de corretaje. Era una especie de filtro, me explicó, porque conocía muy bien las necesidades de sus clientes: algunos prestaban atención a la psicología del mercado cada día y preferían leer análisis técnicos, mientras que otros se enfocaban en los aspectos «fundamentales» y de larga duración, como podía ser la solidez financiera de una corporación. Me señaló su pantalla: «Mira mi lista de clientes. Llevo años trabajando con esta gente. Muchos de ellos vinieron conmigo cuando cambié de compañía. Los negocios se hacen con una persona, no sólo con la compañía para la que trabaja. Después de todo, hay dos tipos de vendedores: los que saben escuchar, y los agresivos que hacen que los demás hagan lo que ellos quieren; a éstos a menudo les salen bien las cosas, pero como yo por lo general pertenezco al primer grupo, espero aguantar hasta el final». Le pregunté si aguantaría. Se mostró dubitativo: «En este momento, me pregunto por qué hago esto. El horario es terrible y la retribución puede serlo también por largos períodos de tiempo».
Trabajaba como autónomo, su sueldo dependía de las comisiones y el negocio se había ralentizado mucho desde la crisis. Mientras tanto, sus gastos fijos eran elevados: subscripciones a servicios de datos financieros, sistemas telefónicos, ordenadores con tres, cuatro o cinco pantallas, invitar a clientes a cenas y copas... «Tienes que ser muy duro e insensatamente optimista ante la vida para pasar por todo esto sin caer en demasiadas crisis nerviosas o acabar alcoholizado.»
Para entonces, los mercados de Londres y del resto de Europa ya estaban cerrando, lo cual me permitió tomarme un respiro. De modo que así era un pequeño parqué bursátil. Lo que acababa de ver era parte de los «mercados financieros» que suelen salir en las noticias: «Esta mañana los mercados financieros reaccionaron positivamente ante los resultados de las elecciones en Alemania». Todos esos números en las pantallas parecían apuntar a un universo exacto e inequívoco, pero al mismo tiempo daban la sensación de algo ilusorio, como si se tratara de un juego de ordenador sin consecuencia alguna.
Una vez todos habían acabado con sus trámites digitales, llegó la hora de ir al pub. ¿Había sido un buen día? No para el técnico analista: los precios no se habían «comportado» como él había previsto. «Mañana será otro día.» Sid tampoco estaba muy contento. Su nota había pronosticado una intervención del banco central suizo: «La buena noticia es que quince minutos más tarde el banco central suizo de hecho intervino —dijo—. La noticia menos buena es que, por culpa de un malentendido, mi nota no fue enviada. Si hubiera salido, probablemente yo habría ganado puntos con mis clientes, que habrían visto cómo mi predicción se cumplía —bebió otro trago de cerveza—. En el supuesto, claro está, de que hubieran leído mi nota».
Ese día con Sid fue la mejor introducción a la City que podía esperar, pero fue también un golpe de suerte. Mis otras peticiones de entrevistas habían sido ignoradas o habían recibido una respuesta retórica: «¿Por qué debería yo dedicar mi tiempo a contribuir a que la gente entienda mejor cómo funcionamos cuando lo que quieren es tener motivos para odiarnos?». Otros indicaron que no confiaban en el Guardian, y muchos simplemente respondieron de manera educada pero firme con un «no, gracias» por mucho que les suplicara y me rebajara ante ellos.
Miré de nuevo a Sid y después de otra cerveza finalmente entendí de qué se trataba: un código de silencio controla el mundo de las finanzas. Sid y sus compañeros eran sus propios jefes, pero los empleados de bancos y otras compañías financieras se arriesgaban a perder su trabajo, ser demandados judicialmente y ver dañada su reputación si los sorprendían hablando con la prensa. Y a ver quién consigue trabajo en la City después de eso. Las cláusulas de indemnización estipulan explícitamente que uno no puede divulgar nada sobre su experiencia en la empresa.
Por u...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Índice
  4. Dedicatoria
  5. Cita
  6. Introducción
  7. 1. Tras el muro de silencio
  8. 2. El planeta de las finanzas y la crisis
  9. 3. La aclimatación
  10. 4. El dinero de los demás
  11. 5. Cuando se recibe la llamada
  12. 6. Cada uno debe valerse por sí mismo
  13. 7. Islas en la niebla
  14. 8. ¿Hay buenas noticias?
  15. 9. Godverdomme
  16. 10. Los amos del universo
  17. 11. Dentro de la burbuja
  18. 12. Nadie aprecia a los profetas de la fatalidad
  19. 13. La cabina de mando vacía
  20. Metodología
  21. Agradecimientos
  22. Nota
  23. Créditos
  24. Colofón