Capítulo II
América Latina e inicios en la política
En sus primeros años de militancia política, el vehículo de politización más importante de Javier Couso fue la música. En 1989, entró a formar parte de Sin Dios, una banda de hardcore punk con raíces en la autonomía libertaria, a la que se incorporó como batería. El grupo alcanzó cierto éxito, lo que permitió a sus integrantes realizar tours por toda España y casi por todo el mundo. Es así como Couso entró en contacto por primera vez con las redes internacionales del movimiento libertario y con América Latina. A partir de aquel momento comenzó a seguir los acontecimientos más relevantes y a viajar con frecuencia a distintos países de la región. Se relacionó con los integrantes de las guerrillas de los ochenta, vivió las revoluciones progresistas de principios del siglo xxi y conoció a figuras políticas como Fidel Castro o Hugo Chávez. América Latina se convirtió, hasta el día de hoy, en uno de sus principales temas de interés.
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¿Cómo te definirías políticamente?
Es complicado. Quizá como socialista revolucionario, entendiendo por revolucionario el cambio de raíz de los pilares de una sociedad capitalista en su fase neoliberal e injusta. La aproximación política con la que más me identifico es con la del periodo de gobierno de Chávez. Me gusta cómo entendió lo que significa el Estado y cómo le otorgó una dimensión de integración regional. Fue hábil en la definición de una estructura militar apegada a la Constitución y a la defensa del pueblo, sin olvidar que los sectores estratégicos deben estar en manos del Estado y que la prioridad ha de ser la redistribución del poder y de la riqueza.
Hugo Chávez es un nombre habitual entre tus referentes políticos. Tuviste la oportunidad de conocerlo, ¿cómo fue el encuentro personal con él?
Fue un gran momento personal e histórico, porque lo conocí en Argentina, en la Cumbre de los Pueblos en Mar del Plata. La alianza de los países latinoamericanos con Gobiernos de izquierda había conseguido doblar la mano a Bush para enterrar el ALCA. El ALCA era un tratado de libre comercio que dejaba a América Latina a disposición de multinacionales, poderes financieros y del Gobierno de Estados Unidos. Esa victoria propició un momento integrador que dio paso a la ALBA, UNASUR o la CELAC. Es decir, se estaba alcanzando la materialización de una integración regional autónoma como alternativa a la globalización unipolar neoliberal.
A Chávez lo conocí durante una cena, en ese marco triunfante y de encuentro, a la que asistieron personalidades de la izquierda latinoamericana y española. Había un ambiente victorioso, intercambiamos nuestras impresiones durante horas y hasta se cantó. Se había celebrado una gran marcha de cientos de miles de personas y un mitin.
Cuando presencié ese acto, pude conocer al Chávez cercano, magnético y clarividente. Era un personaje muy alejado de la caricatura que presentaban los medios de comunicación, pero entendí por qué lo hacían. Chávez era un enemigo muy superior y lo único que les quedaba era ganar la batalla propagandística, a través de la caricatura y el esperpento para demonizarlo y alienarlo de la opinión pública global.
Yo había trabajado durante años junto a mi hermano entrevistando a personajes de todo tipo, políticos, reyes, empresarios, etc., y aprendes a diferenciar perfectamente cuando estás frente a un personaje excepcional. En España se hizo una caricatura de él, pero la visión del mundo que tenía Chávez era impresionante. Era un tipo muy culto e inteligente, uno de esos personajes extraordinarios que da la historia. Era, además, una persona de trato increíble y su figura tenía un significado muy especial. Me fascinaba el modo en que logró situarse como lo opuesto a esos Ejércitos latinoamericanos que se habían plegado a EEUU para ocupar su país y cometer genocidios contra su propio pueblo.
¿Hugo Chávez es la figura política más importante para ti?
Es una de las más importantes. De Chávez me atrae su entendimiento de la democracia y el camino que abrió hacia esa idea socialista de redistribución, igualdad y soberanía. Pero también me gustan otras figuras. En 2005, conocí a Fidel Castro y también me impresionó. Y, entre los que también admiro, pero no he conocido personalmente, está De Gaulle. A pesar de que fuera de derechas, creo que representaba un tipo de liderazgo muy interesante.
Cuando era más joven, admiraba a los referentes vinculados al movimiento anarcosindicalista, que en España fue muy importante, figuras como Durruti, García Oliver, incluso Cipriano Mera o Joan Peiró; hasta a Ángel Pestaña que, aunque fue de los treintistas, luego fundó el Partido Sindicalista. Me impresionaba mucho la base obrera de los ateneos libertarios y todo lo que giraba en torno a los sindicatos obreros.
También me fascinaban los movimientos guerrilleros de América Latina y siempre he sentido mucha simpatía por la lucha palestina. Pude conocer a Arafat y me hubiera encantado conocer a George Habash. Aunque éramos jóvenes cuando estos movimientos se desarrollaron, para nosotros ya eran referencias, porque estábamos muy politizados.
Respecto a España, estando ya en el movimiento libertario, tenía un gran respeto por Julio Anguita. Me parecía un líder capaz de conectar con la sociedad española y creo que era el único político con un alto estándar moral y ético. Y eso lo pagó. Durante un tiempo fue un personaje peligroso, era un objetivo por abatir. Recuerdo que, en el marco de durísimos atentados en Madrid, ponías la radio y presentaban a Anguita como un peligro mayor que ETA. Sus propuestas eran rupturistas y por eso lo intentaron destruir.
¿Cuáles eran los movimientos políticos de referencia? Por ejemplo, ¿qué significaba Mayo del 68 para ti?
Leí mucho sobre ese episodio, pero, cuando empecé a militar, en la década de los ochenta, me interesé mucho más por lo que ocurría en Italia o Alemania. Sentíamos más cercanos los movimientos operarios y autónomos que se dieron en estos países. No pretendíamos apoyarnos en las últimas expresiones de violencia política en Europa, como la Fracción del Ejército Rojo o las Brigadas Rojas, pero para nosotros eran movimientos muy impactantes, porque en España la autonomía obrera fue un fenómeno muy pequeño. Se concentró, sobre todo, en el País Vasco y Cataluña tras la Transición, y de aquello nos llegaron los reflujos.
Dentro del movimiento autónomo, todo eso nos atraía mucho más que el Mayo del 68. Había algunos referentes, pero, por un lado, lo entendíamos como una revuelta snob y, por otro, como si fuera una cerilla, de encendido rápido, que enseguida se vino abajo.
¿Cómo el hijo de un militar acaba militando en grupos libertarios? ¿Era una forma de reacción?
Creo que no, porque mi padre no respondía al típico perfil militar franquista, era progresista. De hecho, él se encontraba en una situación laboral compleja, porque estaba en la Armada, que era una de las estructuras militares más reaccionarias.
Mi madre es de izquierdas y tengo también muchos familiares que militaban en partidos. Así que, más que de reacción, se trataba de permeabilidad política. Recuerdo que mi tía, que era muy activa políticamente, me llevó al mitin contra la OTAN, en el Paraninfo.
Siempre viví la efervescencia política del momento, dentro de un círculo antifranquista. Más tarde, me politicé a través de la música, cuando descubrí el punk y el hardcore.
En la actualidad, no es habitual que la música y la militancia política estén tan interrelacionadas, pero, en el siglo pasado, era frecuente que la música sirviera de vehículo para la politización. Desde tu experiencia personal, ¿cómo funcionó el vínculo entre la música y la acción política?
Llegué a Madrid cuando tenía unos trece años, porque destinaron a mi padre al Cuartel General de la Armada. Me matriculé en el Colegio San Isidoro y, a través de las amistades que hice en el colegio, conocí a las diferentes tribus urbanas de Madrid. Yo venía de Ferrol, una ciudad pequeña en la que la presencia de estos movimientos era insignificante, y la cultura urbana de Madrid me deslumbró.
Al poco tiempo de llegar, comencé a interesarme por el punk. Me impresionaba la estética rupturista, las crestas, las chupas de cuero claveteadas y esa música rápida, distorsionada y sin concesiones. Al principio me empapé del punk más comercial, pero en el Rastro madrileño podía conseguir cintas a precios baratos y fanzines, que eran revistas fotocopiadas, y así es como descubrí la corriente política del punk. Estaba liderada por grupos como los Crass, Conflict, Flux of Pink Indians, Discharge y por la vertiente del hardcore estadounidense, que es mucho más rápido, con toques de trash y letras muy politizadas.
Cuando vi a los MDC, en el año 1985, en la sala Imperio, me cambió la vida. Era una banda totalmente alejada de los estereotipos del punk. Su indumentaria no era especialmente llamativa, unos tenían la cabeza rapada, otros tenían una estética más jipi y lanzaban potentes discursos contra la política imperialista de EEUU en Centroamérica. Este grupo abogaba por una cultura autogestionaria, alejada del comercialismo de la música mainstream.
A través de este movimiento político musical conocí el fanzine Penetración, que se convirtió en una especie de biblia. Era una revista que combinaba música y política, vinculada a los movimientos sociales ligados al área autónoma europea y al movimiento squatter. Penetración dio paso a Sabotaje, que ya no era una revista musical, y que junto con otras como Resiste, de Vitoria-Gasteiz, aglutinaban la discusión política de la joven y pequeña vanguardia del área autónoma. En estos fanzines se hablaba de la autonomía, de movimientos de okupación, movimientos antimperialistas, internacionalistas, antirracistas, etc. Después estaban los centros okupados, que articulaban una red europea de agitación y música. En estos espacios se organizaban conciertos sin finalidad comercial y actividades políticas.
Esta dimensión del hardcore me atrajo muchísimo desde el principio. De manera autodidacta aprendí a tocar la batería y así es como empecé a tocar en grupos muy politizados, como Fobia, Olor a Sobako, y, después, en Sin Dios, que era aún más político y muy vinculado a la autonomía.
En aquellos años, comencé a militar en KLESA, el Kolectivo Libertario de Estudiantes Sociedad Atónita, y en colectivos autónomos. Desde ahí, los integrantes nos unimos a las luchas estudiantiles, colaboramos con colectivos antifascistas y empezamos a okupar centros sociales para transformarlos en centros culturales. Por aquel entonces aún quedaban coletazos de la extrema derecha, como los Guerrilleros de Cristo Rey, y empezaban a organizarse los nazi-skins. Todos los 20 de noviembre, los fascistas se hacían con el centro de Madrid y había agresiones. Como respuesta, nosotros organizamos la celebración del «20 de noviembre antifascista».
Como te he dicho, en esa época también comenzamos a okupar. Una de las primeras okupaciones políticas después de la Transición fue Amparo ‘83, en Lavapiés. Duramos 11 días. A partir de ahí okupamos Arregui, Argumosa, Minuesa y Atocha. La okupación de Minuesa duró muchísimos años, unos seis o siete. Allí hacíamos conciertos y muchas actividades políticas.
Toda mi infancia y mi juventud estuvieron muy politizadas. Politizamos incluso el trabajo. Éramos mensajeros y creamos una cooperativa, participábamos en huelgas y nos metían en listas negras. Los años de efervescencia de la Transición ya habían pasado y éramos un sect...